El pensamiento económico y la idea del libre mercado son muy útiles en la resolución de los problemas medioambientales complejos.

LIBRE MERCADO Y EL MEDIOAMBIENTE: UNA RESPUESTA LOCAL A UN PROBLEMA COMPLEJO

Por João Silva
The Peak, British Conservation Alliance
13 de agosto del 2021

El gran liberal Edmund Burke afirmó que la sociedad “de hecho es un contrato. Es una asociación… no sólo entre quienes están viviendo, sino, también, entre quienes están viviendo, quienes han muerto, y quienes están por nacer” (Burke, 2004). Si los jacobinos de la época de Burke estaban ansiosos de negar a los muertos, uno de los grandes males de nuestro tiempo es olvidar a los aún no nacidos. Algunos usan la formulación de Burke acerca del contrato social para denunciar la injusticia de, por ejemplo, las deudas nacionales. Después de todo, ¿hay justicia al externalizar nuestras responsabilidades en generaciones futuras, al condenar a la siguiente generación por toda una vida de deudas incurridas por sus padres en busca de un fugaz bienestar en la actualidad?

Pero, ¿qué si este fuera un principio que se aplica al ambiente? ¿No es la mala administración de recursos que va a legarse a generaciones futuras un mal que debería denunciarse a la par de la mala administración de nuestra economía?

Cuando lo miramos de cerca, vemos que las preocupaciones acerca del ambiente son consecuencia directa de las premisas del pensamiento liberal; no un corolario artificial, o un intento de ponerse al día con nuestro actual espíritu [zeigeist] de la época. Ellas son las consecuencias, más precisamente, de dos valiosas lecciones de filosofía y economía: (1) el conocimiento está disperso; y (2) los recursos son escasos.

EL CONOCIMIENTO ESTÁ DISPERSO: SISTEMAS COMPLEJOS E INCERTIDUMBRE

Uno de los conceptos más importantes en la ciencia contemporánea es aquel de los “sistemas complejos.” Estos son sistemas de características emergentes; es decir, propiedades en las que -a partir de una multiplicidad de interacciones simples- emerge un fenómeno de complejidad combinatoriamente explosiva. Estos sistemas son producto de procesos de abajo hacia arriba, de simples interacciones hacia la complejidad. Sin embargo, esta complejidad no es reducible a esas simples interacciones: ellas “emergen” en algo más grande que la simple suma de sus partes. Debido a esto, una de las características básicas que caracteriza a sistemas complejos es la incapacidad de englobarlas a plenitud en un sistema teórico. Los sistemas complejos son opacos, y cualquier intervención en ellos puede producir una serie explosiva de respuestas “no previstas,” de incertidumbre y complejidad creciente. Opacidad, incertidumbre, y asimetría: esas son las principales características de los sistemas complejos.

Tal vez, no hay un ejemplo más obvio de un sistema complejo que la naturaleza en sí. Un entendimiento apropiado de esos sistemas, por tanto, debería guiar nuestra forma de interactuar con el ambiente. La cosa curiosa es que, en el génesis de las consideraciones teóricas acerca de sistemas complejos, está un pensador de la escuela austriaca: Friedrich Hayek. En Economics and Knowledge, Hayek asevera que debemos pensar en el problema económico, no como un problema de recursos, sino como un problema de distribución del conocimiento e información.

“¿Cómo puede la combinación de fragmentos de conocimiento existente en mentes diferentes dar lugar a resultados que, si fueran producidos deliberadamente, requerirían un conocimiento de parte de la mente que dirige que ninguna persona única puede poseer?
(Hayek, 1937)

Hayek insiste en que, entre el fenómeno simplemente natural y el fenómeno artificial, debemos concebir una “categoría intermedia de fenómeno que resulta de una acción humana, pero no de un proyecto humano”: los órdenes espontáneos. Estos resultan de la conjugación no prevista de porciones de conocimiento diseminados y unificados (Hayek, 1973). Como tales, los órdenes espontáneos existen sólo en el grado en que un grupo de individuos interactúa, a la vez que participa en una comunidad dada de representaciones. Esto es, los diversos hábitos y tradiciones que son desarrollados inconscientemente e interpretados por los miembros de una comunidad, resultan en un orden espontáneo que no fue planeado por ninguno de ellos en particular.

Los órdenes espontáneos son el producto del proceso de intercambio de información entre individuos, que nunca puede ser aislado y agregado en la mente de un único agente o mente individual. En la terminología de Hayek, los órdenes espontáneos son ejemplo perfecto de un fenómeno complejo o, si usted prefiera, de sistemas complejos.

Una de las lecciones más importantes de Hayek es que el sistema complejo, por su misma naturaleza, es reacio a la regulación e interferencia desde arriba hacia abajo. Intentos por controlar y abrazar órdenes espontáneos son, en realidad, intentos de tratar con algo que nunca se entiende a plenitud. Una de las lecciones más importantes que podemos derivar de Hayek es que, cuando tratamos con sistemas complejos, lo que no sabemos es más importante que lo que sabemos (o pensamos que sabemos). Es en el reino de la incertidumbre en que yace lo que puede tener un impacto decisivo sobre nuestras vidas. La “arrogancia fatal” de reducir la complejidad del mundo real a esquemas matemáticos y conceptuales que incorporan todo, es la receta perfecta para el desastre. Una de las consecuencias de la dispersión del conocimiento es la incertidumbre genuina: cuando un intenta -por medio del uso de la razón- conducir central y obligadamente un sistema complejo, es muy posible que emerja el caos.

Un corolario de la formulación hayekiana de la naturaleza del conocimiento es lo que Nassim Taleb llama el “principio de la precaución.” Dada la naturaleza de los sistemas complejos,

“si una acción o política tiene un riesgo sospechoso de causar un daño severo al dominio público […] no se debería tomar la acción en la ausencia de una casi certeza científica acerca de su seguridad. Bajo estas condiciones, la carga de la prueba acerca de la ausencia de daño recae sobre quienes proponen la acción, no en quienes se oponen a ella.” (Taleb et al., 2014)

Puesto que el ambiente es el ejemplo perfecto de un sistema complejo, se deduce de las tesis austriacas que debemos aplicarle el principio de la precaución. Bajo esa perspectiva, por ejemplo, las preguntas de si los modelos climáticos son exactos o no, se hacen totalmente irrelevantes. Más importante que la exactitud de los modelos es la escala del posible daño que aquellos engloban. Como nos enseñó Hayek, la posición correcta a la luz de la incertidumbre de modelos acerca de sistemas complejos, debería ser la precaución, no la “arrogancia fatal”:

“Sólo tenemos un planeta. Este hecho restringe radicalmente los tipos de riesgos que son apropiados asumir en gran escala. Incluso un riesgo con una probabilidad muy baja se hace inaceptable cuando nos afecta a todos nosotros ̶ no hay una reversión de errores de esa magnitud.” (Norman et al., 2015).

La incertidumbre acerca de modelos climáticos no es, desde una perspectiva hayekiana, una justificación para interferir con el sistema. Por el contrario, es una buena razón para no hacerlo.

LOS RECURSOS SON ESCASOS: PROPIEDAD PRIVADA Y LOCALISMO

Esto no es decir que nuestra actitud hacia el ambiente debería ser puramente inerte. El problema es entender cómo deberíamos tratar sistemas complejos sin desestabilizarlos, de acuerdo con su naturaleza y operación sin distorsionarlo. La propuesta austriaca es que, tratar de lidiar centralmente con un sistema complejo, es una imposibilidad teórica. Eso lo demostró Ludwig von Mises al debatir acerca del problema del cálculo económico.

Mises arguyó que la gran virtud de un sistema de precios y propiedad privada es la habilidad para resolver problemas que nunca podrían ser resueltos centralmente. En realidad, el sistema de precios es una forma de lidiar con un sistema complejo sin reducirlo arbitrariamente -sin un mercado, sin la formación legitima de precios, es imposible realizar cálculos de costo alguno; y, sin el cálculo del costo, es imposible tener alguna racionalidad económica- “sin propiedad privada, no existen mercados y, sin estos, no existen precios que hagan posible comparar los diferentes usos posibles de los recursos.” (Barbieri, 2013)

El argumento de Mises acerca de la importancia de la propiedad privada, es mejor ilustrado por medio de dos problems serios que involucran el ambiente: el productivismo y la tragedia de los bienes en común.

El productivismo -esto es, la maximización de la producción sin que se tomen en cuenta los costos de oportunidad (como el agotamiento de recursos no renovables o los costos externos)- es uno de los principales factores responsables de la destrucción ambiental a lo largo del siglo XX. Tanto teóricamente como en la práctica, las sociedades de mercado están menos inclinadas a tendencias productivistas ambientalmente dañinas, que las economías centralizadas. Por ejemplo, el subsidio a los precios de la energía para aumentar la producción en la antigua Unión Soviética, resultó en una producción industrial cinco o diez veces menos eficiente que en los sistemas de mercado (Fretwell y Downey, 2020). La principal razón de esto es que, bajo protecciones a la propiedad privada, compañías potencialmente contaminantes tienen que pagar por daños a la propiedad privada de terceros. Más que eso: como vimos con Hayek, el mercado es un sistema para trasladar información, y sólo en un mercado libre se incorporan plenamente las externalidades en los precios, lidiando más satisfactoriamente con variaciones en productos naturales.

Si existen derechos de propiedad bien definidos, existen propietarios; esto es, personas responsables del recurso. Un sistema de libre mercado es la respuesta lógica al grave problema económico de la “tragedia de los bienes en común”: el uso abusivo de recursos no “poseídos,” agotándolos. En un sistema sin propiedad, el interés de cualquier agente económico no es la perpetuidad del recurso natural, sino la extracción máxima y rápida de él. Si la lógica económica del mercado no opera, no existe un costo por el daño infligido; y, si no existe la propiedad privada, no existe responsabilidad por el mal uso del recurso.

Las soluciones ambientales verdaderas, basadas en derechos de propiedad y mercados libres, envuelven la responsabilidad de los propietarios, quienes no sólo sufren todos los costos y beneficios de la administración de decisiones sobre recursos, sino que, también, deben enfrentar los usos alternativos de recursos y la posible invasión y destrucción de la propiedad de otros (a través de la contaminación del aire, mar, destrucción de bosques, etcétera).

De nuevo, pensando en términos del problema del conocimiento y la incertidumbre, una de las razones por la que los sistemas de mercado son menos “frágiles” que sistemas centralmente unificados, es que los riesgos asumidos se distribuyen entre diferentes detalles. Un problema que sucede con un individuo no postula riesgos a todo el sistema. En el caso del ambiente -que, como hemos visto, es el riesgo máximo pues sólo tenemos un planeta- tal dispersión de riesgos es aún más crucial.

La mejor forma de tratar con sistemas complejos es dispersando los riesgos y haciendo responsables a los individuos. El trabajo de la economista premio Nobel Elinor Ostrom demostró cómo la propiedad local puede ser exitosamente administrada por las comunidades locales, sin regulación alguna de autoridades centrales. En una de las comunidades de los Alpes Suizos estudiada por Ostrom, la conservación de la tierra privada para plantaciones de pastos en común por la comunidad de pastores, demostró la eficiencia de la descentralización para evitar problemas como el pastoreo excesivo. Un acuerdo en común entre habitantes de las villas estaba en vigencia cuando a nadie se le permitía que pastoreara más vacas en los pastizales de las que ellos podían manejar durante el invierno. Tal administración del recurso es eficiente, sostenible y evita conflictos.

Entre los ocho principios esquematizados por Ostrom para lidiar con recursos colectivos y evitar la tragedia de los bienes en común, están:
“Las reglas que gobiernan el uso del recurso en común deben satisfacer las necesidades y condiciones locales;” “Tantos usuarios del recurso como sea posible deberían participar en las tomas de decisiones relacionadas con el uso;” “Los usuarios de recursos deberían hacerse responsables cuando no siguen las reglas y limites definidos.” (Ostrom, 1990)

Este enfoque en la rendición de cuentas y la descentralización individual nos devuelve a Hayek, y a otro aspecto crucial de la acción humana: el conocimiento tácito.” Por medio de este concepto originalmente acuñado por Michael Polanyi, Hayek describió un tipo de conocimiento que es difícil de articular, eminentemente personal y adquirido por medio de la experiencia, En la formulación de Polanyi, “sabemos más de lo que podemos articular;” esto es, tenemos una experiencia práctica, intuitiva y desarticulada que nos brinda la mejor posición para administrar ciertas situaciones y recursos. El conocimiento tácito es lo que distingue al pastor que Ostrom estudió, del burócrata que trata de legislar acerca de su pastoreo. El pastor -por medio de su experiencia irrepetible e incomprensible- es capaz de entender mejor la situación que el burócrata que nunca ha tenido contacto directo con los Alpes.

Ostrom encontró que, enfrentadas con el riesgo de la tragedia, comunidades pequeñas desarrollan voluntariamente normas desde abajo hacia arriba para un desarrollo sostenible que necesariamente encarara los problemas más apremiantes en que ellos se encuentran envueltos. Por ejemplo, después de encontrarse con el pequeño pueblo de Torbel en Suiza, de sólo poco más de 600 habitantes, Ostrom se preguntó cómo eran administrados los prados, de forma que el pastoreo no fuera un problema. Ostrom encontró que los residentes firmaron una serie de acuerdos que les permitía administrar los bienes en común y establecer una serie de reglas. Estas eran votadas por los propios residentes, por medio de asociaciones voluntarias compuestas por pastores de rebaños y funcionarios electos. Esta comunidad creó sus propias reglas para el mantenimiento anual, monitoreo de los pastizales e imposición de sanciones por incumplimiento. La nueva ley impedía que cualquier extranjero, que compró u ocupó tierra en Torbel, tuviera derecho a usar las tierras en común. Además de esto, se aprobó otra ley que permitía asegurar suficiente pasto para los animales de diferentes productores. Todo esto sin externalizar los riesgos, sin acudir a entidades de gobierno y de acuerdo con la complejidad del gran sistema que es la naturaleza.

Roger Scruton (2011) usó el término “oicofilia,” el amor por el hogar, para explicar una concepción del ambientalismo que involucra más una asociación entre vecinos que acciones verticales por el Estado. Una de las formas de asegurar el éxito de la preservación ambiental es hacer algo tangible, local, algo de lo cual la gente es efectivamente responsable. Las soluciones de abajo hacia arriba, voluntarias y descentralizadas, en consonancia con el carácter complejo de la naturaleza y el sistema económico, son la garantía de que el contrato social de Burke no será roto.

João Silva es contribuyente invitado de Estudiantes por la Libertad.

REFERENCIAS (en orden de aparición)

Burke, E. (2004). Reflections on the Revolution in France. London: Penguin Books Ltd, pág. 121.
Hayek, F. A. (1937). Economics and Knowledge. Economica IV, 4(13), 33-54, pág.52.
Hayek, F. A. (1973). Law, Legislation and Liberty. Routledge, pág. 21.
Taleb, N., Bar-Yam, Y., Douady, R., Norman, J., & Read, R. (2014). The Precautionary Principle: Fragility and Black. Reporte técnico, pág. 1.
Norman, J., Read, R., Bar-Yam, Y., & Taleb, N. (2015). Climate models and precautionary measures. Issues in Science and Technology.
Barbieri, F. (2013, Janeiro). A história do debate do cálculo econômico socialista. Mises Brasil: https://www.mises.org.br/article/158...ico-socialista
Fretwell, H., & Downey, H. (2020). Why Government Fails the Environment. En C. Barnard, & K. Weiss, Green Market Revolution (p. p. 27-32). Austrian Economics Center and the British Conservation Alliance, pág. 29.
Ostrom, Elinor (1990). Governing the Commons: The Evolution of Institutions for Collective Action. Cambridge: Cambridge University Press, pág. 90.
Scruton, Roger (2011). Green Philosophy: How To Think Seriously About The Planet. London: Atlantic.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.