Uno bien puede estar en desacuerdo con la totalidad de comentarios como este del profesor Gill, pero no hay duda de la utilidad de entender la relación que puede tener el análisis económico a la religión, nos permite ayudar a entender el fenómeno de la compleja acción humana.

LA ECONOMÍA EXPLICA LOS RÁPIDOS AVANCES DEL TALIBÁN

Por Anthony Gill
American Institute of Economic Research
19 de agosto del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como anthony gill american institute for economic research taliban, August 19, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

A mediados de abril del 2021, el presidente Biden declaró un retiro inminente y rápido de las tropas de Estados Unidos de Afganistán, con base en un cronograma entregado por la administración previa. No sorprendentemente, este anuncio impulsó avances del Talibán, un grupo de insurgentes basado en la religión, que previamente había gobernado Afganistán desde 1996 hasta el 2001, cuando Estados Unidos lo sacó del poder e instalaron un régimen secular.

A principios de julio, a pesar de avances agresivos del Talibán, Biden insistió en su decisión de apurar y completar el retiro de tropas para fines del verano. La Radio Nacional Pública citó al presidente hablando optimistamente acerca de que el régimen del momento se sostendría, “¿Qué si confío en el Talibán? No,” dijo Biden. “Pero confío en la capacidad de los militares afganos, que están mejor entrenados, mejor equipados, y más y más competentes en términos de conducir una guerra.”

En el término de seis semanas, la ciudad capital de Kabul había caído bajo control del Talibán. El presidente Ashraf Ghani huyó del país con carros y dinero, otros individuos conectados con el anterior gobierno buscaron asilo, y diplomáticos de Estados Unidos y otro personal fue evacuado en una escena que recordaba la rápida caída de Saigón cuatro décadas atrás.

Los “mejor entrenados, mejor equipados,” y “más competentes,” el ejército regular afgano parece no ser nada de esas cosas.

¿Cómo una soldadesca de fundamentalistas religiosos -organizados por estudiantes de semanarios y con poco entrenamiento formal- creció hasta ser tan efectivo en controlar un territorio que ha resistido el gobierno de los poderes mundiales más formidables, incluyendo británicos, soviéticos, y (más recientemente) estadounidenses? Y ¿por qué el gobierne afgano preexistente se derrumbó tan rápidamente?

Bien interesante, una respuesta a estas preguntas puede encontrarse en un campo académico pequeño y peculiar, conocido como la economía política de la religión.

¿UNA ECONOMÍA DE LA RELIGIÓN?

Siempre que les digo a no académicos que mi carrera se ha centrado en el estudio económico de la religión, generalmente piensan que estoy investigando cómo las mega iglesias hacen tanto dinero. Por desgracia, no.

El estudio económico de la religión, enraizado en La Riqueza de las Naciones (Libro V) de Adam Smith, tuvo como pioneros a los sociólogos Rodney Stark y Roger Finke, y al economista Laurence Iannaccone a mediados de los ochentas. Su idea primordial en esa época era desafiar la teoría reinante de la secularización, que proponía una irrelevancia creciente de la religión con el paso del tiempo. Usando los conceptos más esenciales de economía (por ejemplo, utilidad marginal, compensaciones, comportamiento basado en incentivos), ellos arguyeron que la participación declinante de la religión no era función de una demanda en descenso, tanto como era un asunto de una oferta sobre regulada.

Esta perspectiva obtuvo una atención significativa al darse cuenta que la población religiosa en declinación estaba principalmente restringida a Europa (en donde los teóricos de la secularización enfocaban su atención) y que el resto del mundo era vibrantemente religioso (hasta en estados ateos más opresivos, como China). A principios de 1990, una pareja de politólogos -Carloyn Warner y yo- empezamos a dirigir la atención hacia el papel que el gobierno desempeñaba en el diseño de incentivos económicos para los actores religiosos.

IGLESIAS ESTRICTAS SON VIBRANTES

Uno de los hallazgos más importantes e innovadores proveniente de la economía de la religión puede atribuirse a Laurence Iannaccone a principios de los años noventa, y era una idea que se relaciona directamente con el éxito del Talibán: grupos con rituales de comportamiento estrictos son muy efectivos en organizar la acción colectiva.

Iannaccone estaba perplejo ante la vitalidad organizacional de algunas de las iglesias más estrictas de Estados Unidos, como los Mormones, Testigos de Jehová, y Judíos Ortodoxos. Esas confesiones, extrañamente, tenían algunos de los códigos de comportamiento más costosos, a la vez que tenían membresías intensamente devotas y sumamente activas.

Esta era una observación inquietante, pues la teoría económica estándar aseveraría que, entre más costoso era un grupo, menos posible era que gente se le uniera; organizaciones que imponen costos elevados sobre sus miembros deberían perder miembros ante grupos de menor costo. Interesantemente, estas iglesias estrictas mantuvieren a los suyos y una cantidad de ellas, en realidad, estaba creciendo (por ejemplo, los Mormones), mientras que denominaciones de la corriente principal, como Episcopales y Unitarios, rápidamente estaban perdiendo gente.

La respuesta de Iannaccone fue sencilla y brillante: Códigos de comportamiento estrictos (por ejemplo, nada de licor, rehusar transfusiones de sangre) y comportamiento estigmatizante (por ejemplo, usar ropajes distintivos) alejan de los grupos quienes se benefician sin pagar nada a cambio [“free riders”] y aumentan la cooperación. Las denominaciones religiosas son esencialmente clubes de productos en que los miembros comparten muchos beneficios colectivos (por ejemplo, ayuda caritativa, compañerismo). La calidad de esos beneficios colectivos está en función de cuánta gente contribuye activamente. Si todo mundo contribuye, la organización es vibrante. Sin embargo, si muchos miembros están allí tan sólo para recibir esos beneficios, pero no participan (esto, se benefician sin dar nada a cambio), la calidad del bien se disipa y la organización se hace anémica.

Para limitar la práctica de recibir sin dar nada a cambio [free rider] se requiere que los miembros prueben su lealtad involucrándose en un comportamiento costoso y visible que ningún individuo perezoso desearía soportar. Los Mormones requieren misiones de dos años de sus adultos jóvenes, no para ganar conversos, sino, más bien, porque sólo la gente más dedicada puede aguantar que puertas se cierren ante sus rostros durante dos años. Un Judío Ortodoxo que conserva la santidad del Sabbath y mantiene hábitos dietéticos escritos, señala su compromiso firme con el grupo. Muchos otros grupos, como fraternidades, hermandades y sociedades de amigos (por ejemplo, Masones) tienen rituales extraños y, a menudo embarazosos que son requeridos al ingresar, como medio para escoger aquellos que se comprometen ante quienes sólo quieren los beneficios del club sin contribuir.

También, al involucrarse en estigmatizar el comportamiento limita las oportunidades externas a miembros del grupo y los amarra más estrechamente a la organización. Los Mormones no pueden salir a beber licor en bares una noche del viernes, de forma que gran parte de su socialización ocurre dentro de su congregación, que tiene el efecto de hacerlos más leales con el grupo.

Un beneficio final de estas barreras costosas para entrar es que el club de bienes resultante es de una calidad muy alta. Dado que sólo individuos muy comprometidos pertenecen al grupo, todo mundo coopera efectivamente y los beneficios colectivos resultantes son muy valorados. Las religiones estrictas son costosas, pero, considerando los beneficios que el grupo provee, es un buen trato.

RELIGIONES ESTRICTAS AMPLÍAN LOS GRUPOS REBELDES

Otro economista, Eli Berman, tomó la idea de Iannaccone y la aplicó al estudio de organizaciones terroristas. En su excelente libro Radical, Religious, and Violent, Berman explicó que involucrarse en complots terroristas (por ejemplo, atentados suicidas) u operar un grupo rebelde requieren un alto grado de cooperación entre miembros del grupo. Si algún individuo es capturado o deserta del grupo, la organización entera puede verse comprometida. (Berman hizo ver que los atentados suicidas no son típicamente operaciones de un “lobo solitario,” sino que involucran muchos individuos que tiene papeles diferentes, como vigilar objetivos, hacer la bomba, y distraer a guardas).

Ligar una secta religiosa estricta con un grupo rebelde radical es una forma efectiva de ampliar la lealtad y cooperación. Individuos que mantienen hábitos dietéticos estrictos, oran públicamente varias veces al día, y estudian textos religiosos, excluyendo todas las otras actividades, demostrando a otros que es posible que ellos sean buenos cooperadores.

Mientras que la ideología (o teología) de un grupo puede motivar el comportamiento político extremista, Berman arguye convincentemente que, en realidad, son los códigos estrictos de comportamiento, los que constituyen la máquina primaria que impulsa el éxito de esos grupos rebeldes. Debe notarse que no todas las religiones fundamentalistas son violentas; sólo una fracción muy pequeña de fundamentalistas devotos tiende a serlo y eso está ligado a los incentivos organizacionales y el contexto político en que operan.

EL TALIBÁN OFRECE UNA GOBERNANZA EFECTIVA (COMPARADA CON LA ALTERNATIVA)

Los Talibanes son ejemplo excelente de la tesis de Berman. Su versión fundamentalista del Islam Sunita impone requisitos muy estrictos a todos sus miembros. Es fácil para ellos identificar y escoger líderes que son los más cooperadores y saben que pueden confiar en que ellos no desertarán la organización. Son una organización disciplinada en que los militantes de bajo nivel, oficiales, y líderes religiosos es poco probable que se alejen de los objetivos centrales del grupo, cual es la creación de un unificado Emirato Islamita de Afganistán.

En la década de 1990, esto llegó a ser muy importante en su ascenso al poder en Afganistán. Con posterioridad a la derrota de la ocupación soviética en 1989 (en parte debido al colapso de la propia economía de la URSS), Afganistán cayó en un desastre desorganizado de clanes étnicos rivales luchando por el poder político y económico. Un sistema de gobierno desunificado no podía recolectar efectivamente los impuestos y la infraestructura de la nación, incluyendo la garantía de interacciones de mercado básicas, cayeron en un abandono total, convirtiéndola en una de las naciones más empobrecidas del mundo.

No obstante, el Talibán probó que era la única entidad unificadora que podía garantizar rutas comerciales seguras, recoger impuestos sin saquear excesivamente a la población, y brindar servicios públicos esenciales en ciudades claves. Ellos hicieron esto inicialmente asegurando el control de la Carretera Kandahar-Herat, que servía como ruta comercial importante entre Paquistán, Irán, y Turkmenistán, y que formaba parte de un “anillo carretero” que era la única ruta navegable que conectaba ciudades importantes dentro del país (ver Radical, Religious, and Violent, p. p. 20-30).

Previamente, organizaciones tribales diferentes tomarían secciones de la carretera, detendrían todo tránsito, y pondrían impuestos a los mercaderes comerciantes. Con tantas organizaciones tributarias tomando el dinero, cada pocas millas, de los choferes de camiones, se hizo demasiado caro para cualquiera que llevara bienes a lo largo de este camino. El comercio se detuvo. Los impuestos no pudieron ser recaudados. La infraestructura del país se derrumbó.

Sin embargo, el Talibán podía estacionar sus militantes en localizaciones claves en la carretera y gravar a los mercaderes sólo una vez, al tiempo que protegían a los choferes de camiones ante otros bandidos a lo largo de la ruta. Dado que miembros devotos del Talibán mostraban sus lealtades vía adhesión a códigos religiosos estrictos, era poco posible que ellos saquearan las caravanas de camiones de una forma oportunista.

El comercio regresó, los talibanes recaudaron impuestos garantizando un nivel tolerable de imposición, y usaron esos fondos en otros proyectos de infraestructura en el país. No sorprende que esto hizo al Talibán razonablemente popular, comparado con la anarquía caótica que previamente había reinado. A la gente puede no haberle gustado sus puntos de vista religiosos intensos, pero, al menos, las carreteras eran operables y volvió la electricidad.

Además, los Talibanes mostraron ser árbitros razonablemente justos en un sistema de justicia civil y, a menudo, líderes religiosos (imanes) escucharon casos entre individuos en disputa argumentando acerca de diversas violaciones contractuales (ver el libro de Berman arriba ligado). Decidir acerca de disputas contractuales (por ejemplo, quién posee ciertas tierras de pastoreo para cabras) puede sonar mundano, pero tal sistema es vital para que haya actividad económica. Si la gente confía en que los contratos y derechos de propiedad pueden ser aplicados justamente, es más posible que ellos lleven a cabo inversiones a largo plazo que promueven el crecimiento económico. De hecho, el liderazgo Talibán goza de tanta confianza entre la población para resolver esas disputas, que ellos continuaron su función como jueces civiles en la sombra durante los últimos veinte años.

POR QUÉ EL TALIBÁN TUVO ÉXITO

Todo esto fue posible porque los Talibanes están enraizados en un movimiento religioso estricto, en que el liderazgo y otros miembros claves deben probar su lealtad adhiriéndose a requerimientos de comportamiento estrictos (por ejemplo, oraciones, estudio del Corán, códigos de vestido estrictos). El anterior gobierno secular no tuvo esta ventaja. Su liderazgo estaba lleno de corrupción y era casi imposible para el gobierno central controlar a los funcionarios locales, quienes hicieron presas de sus poblaciones locales con impuestos excesivos y demandas de sobornos por servicios. Cuando el Talibán entraba en un pueblo, no era sorprendente que la población local pusiera poca resistencia.

Muchos de los códigos religiosos que el Talibán impone sobre la población de forma ostensible puede no ser un código universalmente popular, aunque es difícil realizar encuestas de opinión en este ambiente. Sin embargo, no es exagerar mucho pensar que la puesta en práctica estricta y predecible de la ley Sharía es preferible al gobierno arbitrario, despótico, que los afganos han tenido durante las últimas dos décadas.

Nada de esto es para minimizar las dificultades que aún encara Afganistán. No soy un apologista del régimen Talibán entrante y es prácticamente imposible que instituya un gobierno liberal clásico con los amplios derechos civiles que yo prefiero idealmente. Más bien, sólo ofrezco una explicación de por qué el Talibán ha sido capaz de arrasar el país en corto tiempo; representa una opción gubernamental disciplinada y tolerablemente confiable, comparada con el régimen corrupto que sólo existía por la ayuda de tropas estadounidenses que garantizaban su poder. El futuro permanece incierto para los afganos, pero el Talibán puede estar dándoles importantes lecciones a los científicos sociales acerca de cómo los grupos rebeldes ganan el poder, cómo una gobernanza efectiva puede desplazar a regímenes corruptos, y por qué la religión aún permanece siento importante en el siglo XXI.

Anthony Gill es profesor de economía política en la Universidad de Washington y compañero sénior distinguido del Instituto para el Estudio de la Religión de la Universidad Baylor. Habiendo obtenido su PhD en ciencia política en la Universidad de California, en Los Ángeles, en 1994, el profesor Gill se especializa en el estudio económico de la religión y la sociedad civil. Recibió el Premio a la Enseñanza Distinguida en la Universidad de Washington en 1999 y es también miembro de la Sociedad Mont Pelerin.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.