INVOLUCRARSE CON CHINA FUE LA ESTRATEGIA CORRECTA EN AQUEL MOMENTO; HOY SIGUE SIENDO LA ESTRATEGIA CORRECTA

Por Doug Bandow
American Institute for Economic Research
11 de agosto del 2021

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China ha pasado de ser un socio valioso a un enemigo potencial. La mejor forma de pasar una ley en Washington es alegar que va dirigida contra Beijing. La sabiduría convencional del momento es que el involucramiento con la República Popular Chino (RPC) ha fallado.

De hecho, la RPC es una tragedia que cada vez empeora más. El presidente y secretario general del Partido Comunista Chino, Xi Jinping, se ha postulado a sí mismo como el nuevo Mao Zedong. Lamentablemente, esa no es una alabanza. Las cruzadas alocadas de este último, el Gran Salto Hacia Adelante y la Gran Revolución Cultural Proletaria, asesinaron a decenas de millones de personas. Sólo su muerte en 1976 abrió el camino hacia el cambio.

Deng Xiaoping ganó la subsecuente lucha de poder e inició reformas económicas dramáticas. Estados Unidos reconoció al gobierno de Beijing, lo abrió a importaciones desde China, y apoyó el ingreso de la RPC a la Organización Mundial de Comercio. China llegó a ser la nación comercialmente más grande del mundo. Occidente tenía la esperanza de una eventual evolución política, incluso después de su respuesta sangrienta a las demostraciones de 1989 en la Plaza Tiananmén y otras partes.

Por desgracia, esa visión parece acabada. China desciende con mayor profundidad en la autocracia, incluso revivió el totalitarismo, en especial con una represión brutal en Xinjiang y Hong Kong. En tierra firme, la práctica religiosa e incluso una disensión política modesta son penalizadas. Xi domina al país como ningún otro desde Mao.

George Will hizo la observación de que, con la apertura a China, los estadounidenses apostaron que “la cultura del capitalismo se filtraría en el país y conduciría a un efecto civilizador.” Desde su punto de vista, “la apuesta se ha perdido.”

Sin embargo, él se equivocó. Él ignoró el progreso logrado antes de Xi. Y el hecho de que el futuro no está determinado.

El ascenso de Deng permitió una transformación sin procedente de una de las naciones más opresivas de la tierra. La libertad económica impulsó un aumento dramático de la autonomía personal. La modernización reemplazó la lucha de clases, escribió Jeremy Brown de la Universidad Simon Fraser: “Para mucha gente, en especial, estudiantes e intelectuales, eso significó libertad para buscar una educación superior, debatir asuntos controversiales, leer artículos y libros del exterior, y viajar al exterior a conferencia académicas.”

La demanda de libertad se extendió hacia la política. De hecho, dos secretarios generales sucesivos del PCC, Hu Yaobang y Zhao Ziyang, fueron removidos por Deng por sus puntos de vista relativamente liberales. La represión de la Plaza de Tiananmén podría haberse ido hacia el lado opuesto. Los traspiés de Zhao y las conexiones de Deng hicieron la diferencia.

Aún después de Tiananmén, el país permaneció mucho más libre que bajo Mao. El autoritarismo, que observé en más de un puñado de viajes a China, se había aflojado. Había periodistas independientes, ONGs orientadas hacia la reforma, y abogados de derechos humanos. Las universidades invitaron académicos internacionales, enviaron profesores hacia el extranjero, y mantuvieron conferencias. Los medios sociales fueron censurados, pero usualmente lo fue por medio de la remoción de material, en vez de penalización de personas. Aunque era prohibida la crítica al PCC, las ideas y principios podían debatirse con cuidado. En mucho de China se toleró la creencia religiosa siempre que se evitara la política. La existencia de islas de libertad se debió en mucho al involucramiento con Occidente.

Ahora, Xi está empujando casi todo en reversa. Tan terrible como puede ser eso, la tiranía de Xi puede no ser más permanente que la de Mao. Xi está simultáneamente en la cúspide y en el precipicio. Los reformistas del partido han sido silenciados, no eliminados. De hecho, a pesar de casi una década en el poder, recientemente él sintió la necesidad de denunciar públicamente a sus críticos.

Una nueva publicación de los “discursos seleccionaos” de Xi incluye un ataque “a lo que él llamó ‘voces discordantes y cacofonías’ en el partido. Él citó a cuadros sin nombrarlos diciendo que, ‘durante los últimos cinco años hemos enfatizado lo suficiente en la concentración [de poderes] y la unidad del partido… [y] de ahora en adelante debemos poner énfasis en desarrollar la democracia dentro del partido.” Criticó la “ofuscación política y cerrazón mental” de esos partidarios y “motivos ulteriores para promover agendas [malévolas].” Él no criticaría públicamente esa idea si no tuviera partidarios fuertes, incluso, se piensa, al anterior presidente Hu Jintao.

Aún más, el asalto profundo del PCC a la libertad de pensamiento y expresión es posible que afecte adversamente el crecimiento económico chino. La política ya ha cocido la ineficiencia dentro de la política pública: pobremente administrada, empresas estatales altamente endeudadas; bancos estatales cargados de malos préstamos; ciudades fantasmas construidas en exceso, esperando por residentes; interferencia del partido en la administración privada. Aún más, un asalto estatal duradero a la fertilidad ha producido una población que envejece y que pronto se estará reduciendo.

En años previos me reuní con empresarios que aún apreciaban la estabilidad brindada por el gobierno del PCC. No obstante, ellos esperaban libertad propia, por ejemplo, para utilizar redes privadas virtuales para escapar a través del Gran Cortafuegos [barrera de vigilancia de internet del gobierno chino]. Hoy, reconocen que no hay nada fuera de límites para el estado, dejándolos tan vulnerables como cualquier otra persona.

Por ejemplo, empresarios están siendo encarcelados por mantener opiniones políticamente incorrectas, compañías están siendo obligadas a promover prioridades del régimen, e industrias están siendo atacadas por ofender las costumbres revolucionarias. Empresas internacionales en Hong Kong están buscando irse a otro lado después de la pérdida de la regla de la ley, la muerte de la libre investigación y expresión, y el surgimiento del control del PCC. Beijing bien puede estar dispuesto a intercambiar crecimiento económico por poder político, pero el pueblo chino es posible que muestre ser menos indulgente.

Los estadounidenses deberían encarar los mismos desafíos verdaderos presentados por el cambio represivo de la RPC bajo Xi Jinping. Pero, deberían permanecer involucrados con China y, en especial, con el pueblo chino. La libertad está bajo asalto, pero no se ha perdido para siempre.

Doug Bandow es compañero sénior del Instituto Cato, especializándose en política internacional y libertades civiles. Trabajó como asistente especial del presidente Ronald Reagan y es editor de la revista política Inquiry. Escribe regularmente en importantes publicaciones como la revista Fortune, National Interest, el Wall Street Journal, y el Washington Times.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.