Por su extensión y riqueza histórica y por ser una lección para la actualidad de nuestras naciones y personas, se los dejo para el fin de semana.

UN DÉFICIT DE PENSAMIENTO CLARO ACERCA DE LA PÉRDIDA DE LIBERTAD

Por Richard M. Ebeling
American Institute for Economic Research
10 de agosto del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como richard m. ebeling american institute for economic research deficit August 10, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Correctamente, mucho se está haciendo acerca del tamaño del gasto gubernamental federal y déficits de presupuesto anuales, junto con el crecimiento resultante que se proyecta en la deuda nacional durante los próximos diez años. Pero, un déficit real y más serio se encuentra en la ausencia de pensamiento y debate sólido y serio acerca del tamaño y alcance creciente del gobierno en Estados Unidos, pues es eso último la causa fundamental detrás de la locura fiscal y monetaria que estamos experimentando.

En el actual año fiscal del gobierno federal del 2021, que cierra a fines de setiembre, el total de gastos del Tío Sam se proyecta que ascenderá a $6.85 millones de millones, con ingresos tributarios totales de $3.83 millones de millones, y un déficit del presupuesto de más de $3 millones de millones. La Oficina del Presupuesto del Congreso (CBO por sus siglas en inglés) anticipa que, durante siete de los próximos diez años, el gasto federal excederá los ingresos federales en $1 millón de millones. Eso impulsará la deuda nacional de sus actuales $28.5 millones de millones a casi $40 millones de millones.

En el año fiscal 2021, el gasto federal será un equivalente del 30.6 por ciento del Producto Interno Bruto de Estados Unidos (PIB), y la imposición federal será de un 17.2 pro ciento del PIB, haciendo que el déficit presupuestario de este año equivalga al 13.4 por ciento del PIB. Los gastos estatales y locales en el 2021 vienen con un adicional de $3 millones de millones. Así que, combinados todos los niveles de gobierno en Estados Unidos, absorben casi $10 millones de millones, o casi el 45 por ciento del PIB de país.

Si las proyecciones de la CBO son más o menos exactas (y ellas, a menudo, subestiman lo que el futuro fiscal gubernamental deparará), durante la próxima década el gasto del gobierno federal tendrá un promedio de entre 21 y 23 por ciento del PIB, y los impuestos estarán entre 17 y 18 por ciento del PIB. De nuevo, para la mayor parte de la próxima década, si el CBO está en lo correcto, los déficits anuales del presupuesto promediarán entre cuatro y cinco por ciento del PIB. Para el 2031, la deuda nacional en manos del público será igual a un 110 por ciento del PIB, y la mitad del dinero que el gobierno pida prestado ese año servirá sólo para pagar el interés adeudado sobre toda la deuda acumulada. (Ver mi artículo “More Government Debt as Far as the Fiscal Eye Can See”.)

DE UN GOBIERNO MÁS PEQUEÑO A UN GRAN GASTÓN

Como punto de comparación, hace más o menos 100 años, en 1920, los gastos federales era sólo un 6.2 por ciento del PIB, mientras que los impuestos federales eran un 6.7 por ciento; esto es, el Tío Sam tuvo un notable excedente presupuestario en ese año. Los gastos estatales y locales en 1920 totalizaban un 5.2 por ciento del PIB, para un total de gasto de todo el gobierno en ese año equivaliendo a un 11.4 por ciento. Si bien esto puede parecer como muy pequeño, comparado con hoy, esos números de 1920 eran significativamente mayores que los de una década previa. En 1912, tanto los gastos como los ingresos tributarios federales llegaron a ser sólo un 2 por ciento del PIB; mientras que los gobiernos estatales y locales absorbieron alrededor de un 5.5 por ciento del PIB, ¡para una toma total del gobierno de sólo alrededor de un 7.5 por ciento del Producto Interno Bruto!

Gran parte de la toma triplicada por el Tío Sam del PIB entre 1913 y 1920 se debió al enorme aumento en el gasto, impuestos y endeudamiento gubernamental durante la participación estadounidense en el último año y medio de la Primera Guerra Mundial en Europa (1914-1918). Eso habría sido ayudado por la Enmienda Dieciseisava de la Constitución en 1913, que introdujo un impuesto al ingreso nacional y, en ese mismo año, el establecimiento por el Congreso del Sistema de Reserva Federal, que facilitó buena parte del gasto bélico por medio de la expansión monetaria hecha posible por el nuevo banco central de Estados Unidos.

Estados Unidos no estaba sólo cuanto a tener un gobierno de un tamaño mucho más modesto que ahora. En 1913, el año antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico gastaba un 9.4 por ciento del PIB del Reino Unido, mientras que en Francia el porcentaje era del 17 por ciento; y en la Alemania Imperial era de un 18.8 por ciento de sus respectivos Productos Internos Brutos.

Estos números porcentuales de gasto gubernamental en relación con el PIB pueden parecer notablemente mayores que aquel de Estados Unidos en el 1913. Pero, recuerde, cada uno de esos gobiernos europeos también tenía imperios alrededor del mundo que manejar, de una forma que Estados Unidos no tenía, incluso después de la Guerra Hispano-Americana de 1898, que transfirió las Islas Filipinas y otros territorios más pequeños a la jurisdicción de Estados Unidos. No obstante, compare esos números de 1913 con los del 2020 cuando, para el Reino Unido, Francia y Alemania, el gasto gubernamental, como porcentaje de sus PIB respectivos, llegó ¡a un 52.2 por ciento, un 62.1 por ciento, y Alemania, 51.5 por ciento! El estado de bienestar doméstico moderno es claramente mucho más expansivo y fiscalmente gravoso, de como lo eran esos imperios alrededor de mundo del pasado.

UN TIEMPO EN QUE LOS INDIVIDUOS NO ERAN MOLESTADOS POR EL ESTADO

Pienso que es difícil para la mayoría de nosotros imaginar en la realidad qué tan inconsecuente era el gobierno en las vidas de las personas, al menos en casa, en estos países de Occidente no hace más de hace un siglo. Por supuesto, aún antes de la Primera Guerra Mundial, el estado de bienestar moderno estaba ganado posiciones en esas naciones, pero, aún con esto, y en especial en Estados Unidos y Gran Bretaña, la mayoría de la gente, para usar aquella frase feliz del liberal lasseferiano, Herbert Spencer (1820.1902), podía continuar sus vidas diarias y en mucho “ignorar al estado.”

Una imagen de ese mundo antes de 1914 la ofreció el historiador británico A.J.P. Taylor (1906-1990), sin duda con alguna exageración, en las páginas introductorias de su English History, 1914-1945 [Historia de Inglaterra 1914-1945] (1965):

“Hasta agosto de 1914, un inglés, sensato y obediente de la ley, podía seguir su vida y difícilmente notar la existencia del estado, más allá de la oficina de correos y el policía. Podía vivir adonde le gustara y tal como le gustaba. No tenía un número oficial o cédula de identidad. Podía trabajar en el extranjero o dejar para siempre a su país sin un pasaporte o algún tipo de permiso oficial. Podía cambiar su dinero por cualquier otra moneda sin restricción o límite. Podía comprar bienes de cualquier país del mundo, en los mismos términos en que él compraba los bienes en casa. Para el caso, un extranjero podía pasar toda su vida en ese país [Gran Bretaña] sin permiso y sin informar a la policía. A diferencia de países en el continente europeo, el estado no requería que sus ciudadanos llevaran a cabo el servicio militar… Miembros de hogares de peso eran ocasionalmente llamados a prestar servicios de jurado. De otra forma, sólo le ayudaban al estado quienes si así lo querían.”

Taylor señaló que, ya antes de la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico impuso una diversidad de regulaciones para fines de seguridad de los alimentos y salud, legisló educación pública obligatoria para los jóvenes, instituyó una cantidad de reglas acerca de horas y condiciones de trabajo en el mercado laboral, y estaba empezando a poner en marcha características de lo que luego se convirtió en el estado de bienestar británico de hoy. “Aun así, en términos amplios, el estado sólo actuaba para ayudar a quienes no se podían ayudar por sí mismos,” afirmó él. “Dejó sólo al ciudadano adulto.”

Todo esto cambió con la llegada de la Primera Guerra Mundial. Dijo Taylor:

“La masa del pueblo llegó a ser, por primera vez, ciudadanos activos. Sus vidas eran definidas por órdenes desde arriba; se les requería que sirvieran al estado, en vez de proseguir exclusivamente sus propios asuntos. Cinco millones de hombres ingresaron a las fuerzas armadas, muchos de ellos (aunque una minoría) obligadamente. La comida del ciudadano británico fue limitada, y su calidad cambiada, por orden del gobierno. Su libertad de movimiento fue restringida; sus condiciones de trabajo recetadas. Algunas industrias fueron reducidas o cerradas, otras artificialmente promovidas. La publicación de noticias era obstaculizada. Las luces de las calles fueron atenuadas.

La libertad sagrada de beber fue manipulada; las horas de permiso se recortaron, y por una orden se le agregó más agua a la cerveza. El propio horario de los relojes fue variado. A partir de 1916, todo inglés se levantó una hora antes en el verano de lo que, de otra forma, habría hecho, gracias a una acción del parlamento. El estado estableció un control sobre sus ciudadanos que, si bien fue moderado en tiempo de paz, nunca fue removido y con la Segunda Guerra Mundial, de nuevo, aumentó. La historia del estado inglés y el pueblo inglés se fundieron por primera vez.”

El mismo patrón sucedió en Estados Unidos, con el poder del gobierno expandiéndose por sí sólo sobre la vida diaria del estadounidense.
Controles de precios, salarios y producción y planificación central fueron impuestos sobre toda faceta de la economía, en nombre de ganar la guerra y hacer al mundo seguro para la democracia. La propaganda del gobierno durante la guerra y la censura obligatoria controlaron las palabras e imágenes vistas por todo ciudadano.

Críticos del esfuerzo de guerra, algunas veces ante la más mínima expresión pública verbal de desacuerdo, estuvieron sujetos al arresto y prisión. La vigilancia de la ciudadanía e informantes vigilando sus vecinos se convirtieron en parte de la existencia diaria. Casi tres millones de los casi cinco millones de jóvenes estadounidenses que sirvieron en las fuerzas armadas de Estados Unidos durante la guerra, habían sido reclutados por la fuerza –“nacionalizados”- por el gobierno para luchar en una guerra en que ningún país extranjero había atacado a Estados Unidos, antes de entrar en el conflicto. Básicamente, la administración de Woodrow Wilson colectivizó todo el país como parte del esfuerzo de guerra.

Muchos en Estados Unidos pensaron que las cosas habían vuelto a la “normalidad” en los años veinte. Pero, la llegada de la Gran Depresión a fines de esos años y principios de los treinta demostró que las cosas estaban lejos de ser así. Pero, lo que dio el giro hacia el colectivismo político, económico y social en Estados Unidos, una tendencia aparentemente permanente por el resto de estos últimos cien años, fue la llegada del Nuevo Trato de Franklin D. Roosevelt.

Las políticas gubernamentales de planificación de la guerra y control central que fueron impuestas en 1917 y 1918, se convirtieron en el trasfondo de la mentalidad y las políticas introducidas por FDR, empezando en 1933 con la puesta en práctica del Nuevo Trato. El sociólogo e historiador Robert Nisbet (1913-1996) explicó esto bien y claramente en su libro The Present Age (1988):

“[FDR] había servido a Wilson como secretario asistente de la marina en la Primera Guerra Mundial, y había sido encantado por la personalidad de Wilson y ciertos aspectos del Estado de Guerra. Es interesante especular qué forma de respuesta estadounidense a la depresión de los treintas, habría o podría haberse tomado si no fuera por el legado de la planificación y regimentación gubernamental que dejó la Primera Guerra Mundial…

La respuesta efectuada por FDR y sus ayudantes principales… era simplemente un renacer de estructuras y relaciones que habían caracterizado al Estado de Guerra de Wilson. Con nombres alterados, muchos de los comités de producción, trabajo, banca y agricultura de la Primera Guerra Mundial fueron simplemente desempolvados, como si así lo fuera, y con un nuevo pulimiento puesto, una vez más, ante el pueblo estadounidense. Esta vez el enemigo no era Alemania o algún poder extranjero, sino la Depresión: sin embargo, esto no impidió a Roosevelt declararle literalmente la guerra y comprarse él y sus asociados a un “ejército entrenado y leal dispuesto a sacrificarse por el bien de una disciplina en común.”

La industria estadounidense fue reclutada para carteles ordenados por el gobierno como parte de la Administración Nacional de Recuperación Industrial (NRIA por sus siglas en inglés), que fijaba metas de precios, salarios, y producción; agricultores estadounidenses fueron puestos bajo el comando del gobierno por medio de la Administración de Ajuste Agrícola (AAA), con su poder para definir los tamaños de las cosechas, rebaños de animales, y precios de todo lo que era suministrado por la comunidad agrícola. Se utilizaron proyectos grandiosos de trabajos públicos de construcción de carreteras, de represas, programas eléctricos regionales (la TVA), y enormes déficits gubernamentales y creación de dinero por el banco central, para “estimular” la demanda de toda la economía y, artificialmente, aumentar precios y ganancias y empleos.
El estado de bienestar fue sembrado con la Seguridad Social impuesta por el gobierno y programas de cuido de la salud, junto con proyectos de vivienda social, y seguro de desempleo. Además, la administración Roosevelt usó cantidad de campañas propagandísticas para movilizar gente a que lealmente aceptara y estuviera de acuerdo con este nuevo papel del gobierno como planificador central.

EL COLECTIVISMO LLEGÓ A ESTADOS UNIDOS Y LA GENTE LO SIGUIÓ PASIVAMENTE

Individuos, comunidades, y estados, todos, fueron sumergidos dentro y agregados a tareas nacionalizadas bajo la dirección del gobierno. Este aspecto de la naturaleza y legado del Nuevo Trato fue también enfatizado por Robert Nisbet:

“El Nuevo Trato es un gran hito no sólo en la historia del siglo XX estadounidense, sino en toda nuestra historia nacional. Es la idea hipnotizadora de una comunidad nacional -una idea que había estado en el aire desde la era Progresista… que había llegado a su plena pero breve existencia en 1917 bajo el estímulo de la guerra- ahora iba por fin a ser iniciada en tiempo de paz como una medida para combatir los males del capitalismo y su ‘realeza económica’…

[FDR] en una ocasión explicó los ‘cambios drásticos del Nuevo Trato en los métodos y forma de funcionamiento del gobierno,’ haciendo ver que ‘hemos estado extendiendo a nuestra vida nacional el viejo principio de la comunidad local’… Sin duda que la idea de comunidad nacional arde brillantemente en la consciencia estadounidense en el momento presente. Iniciada por el presidente Roosevelt, la idea ha sido alimentada, irrigada, y cuidada en un grado u otro por cada uno de los presidentes que le sucedieron… el estado nacional, el estado nacional centralizado, colectivizado, y burocratizado...”

La significancia de esta transformación política y económica fue entendida por algunos en aquel momento. Por ejemplo, el destacado periodista estadounidense, Walter Lippmann (1889-1974), enfatizó que, lo que estaba pasando en Estados Unidos, no eran políticas para una emergencia temporal, sino, como dijo él en las páginas de la edición de junio de 1935 del Yale Review, para el establecimiento de un “Nuevo Trato Permanente.” De hecho, dijo Lippmann, ello fue iniciado por el presidente republicano, Herbert Hoover, al llegar la Gran Depresión en el otoño de 1929 y simplemente fue ampliado e intensificado por la planificación del Nuevo Trato de FDR, empezando las políticas reguladoras y redistributivas en 1933. Explicó Lippmann:

“La política iniciada por el presidente Hoover en el otoño de 1929 era algo totalmente sin precedente en la historia estadounidense… Fue el Sr. Hoover quien abandonó el principio del laissez faire en relación con el ciclo de los negocios, estableció la convicción de que la prosperidad y la depresión podían controlarse públicamente con la acción política, y alejó de la consciencia del público la vieja idea de que las depresiones debían ser superadas por el ajuste privado…

Sólo quienes hayan olvidado la experimentación completa y persistente antes de marzo de 1933, pueden, pienso, fracasar en ver que la mayoría del programa de recuperación [de FDR] es una evolución del programa de su predecesor; y que hay una continuidad del principio; y que ambos programas se derivan de la doctrina sin precedente de que el gobierno está a cargo de la responsabilidad por la operación exitosa del orden económico y el mantenimiento de un estándar de vida satisfactorio para todas las clases de la nación…

¿Supuso algún presidente estadounidense previo que era su deber decirles a los agricultores y empresarios y banqueros, deudores y acreedores, empleadores y empleados, gobernadores y alcaldes, qué había que hacer para restaurar la prosperidad, o que él tenía el derecho a acudir a todos los poderes del gobierno y recursos de la nación?”

Lo que más sorprendió a Lippmann fue que, con un aumento tan grande en el tamaño y alcance del gobierno en los Estados Unidos, “que, incluso cuando ocurrió el cambio, casi no hubo comentario. Difícilmente alguien levanto su voz en desafío con base en la tradición individualista o las limitaciones aceptadas al poder federal.”

De hecho, hubo voces que formularon cuestionamientos y críticas, en especial después de la incluso mayor concentración de planificación y control federal luego de que FDR asumiera el poder en 1933, pero, no obstante, la mayoría de estadounidenses y casi todos los comentaristas de la política y medios de prensa, ya fuera que consintieron o endosaron fuertemente la mano casi dictatorial del presidente con las instituciones de planificación económica casi fascistas de inicios del Nuevo Trato. (Ver mi artículo, “When the Supreme Court Stopped Economic Fascism in America”.)

LA DISCRECIONALIDAD PRESIDENCIAL PARA IR A LA GUERRA

El mismo patrón de aceptación del poder y toma de decisión centralizada creció a partir de la Segunda Guerra Mundial. Tan fuerte era el sentimiento público para que Estados Unidos se mantuviera lejos de las guerras en Europa y Asia antes del ataque japonés de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, que, cuando Roosevelt se lanzó en 1940 como candidato para un tercer término sin precedente, tuvo que aseverar con fuerza y repetidamente a los votantes estadounidenses que haría todo lo que estaba en su poder para mantener neutral a Estados Unidos y alejado de la guerra.

Por supuesto, ahora casi todos los historiadores admiten y detallan las diversas formas en que FDR hizo todo agresivamente con su autoridad implícita para planificar y meter a Estados Unidos en la guerra contra Alemania Nazi y el Japón Imperial. El hecho de que Roosevelt violara o, al menos, soslayara las leyes de neutralidad aprobadas por el Congreso y algunas veces previamente firmadas por él para impedir que Estados Unidos se viera arrastrado hacia conflictos externos, y que fue mucho más allá de sus prerrogativas constitucionales tradicionales para presionar por la guerra, ni siquiera es ya más considerado como un importante acontecimiento histórico.

Ahora se asume que, para todos los efectos, si un presidente considera que algún conflicto internacional es de alguna forma “vital” para los intereses estadounidenses o que tiene que ver con asuntos “humanitarios” que “Estados Unidos no puede ignorar,” entonces, él tiene una amplia discrecionalidad para entrar en dicho conflicto en alguna manera o forma, y sólo más tarde informar oficial y plenamente al Congreso y acordar las apropiaciones necesarias para financiar la intervención externa.

LA ARROGANCIA DE LA GRAN SOCIEDAD DE LYNDON B. JOHNSON EN CASA Y EL EXTERIOR

Lo que FDR empezó, Lyndon Johnson lo continuó con los programas de la Gran Sociedad en la segunda mitad de los años sesenta. La arrogancia y orgullo dominaron el paternalismo doméstico e internacional de aquellos en la administración Johnson. Los “muchachos sabios,” como fueron llamados algunos de sus miembros del gabinete y asesores de política, creían que ellos podían micro administrar una guerra en Vietnam, a 10.000 millas de distancia de Estados Unido, por medio de “escalamientos” de bombardeos, batallas y reubicaciones de poblaciones estratégicamente planeados, para ganarse los corazones y mentes de los vietnamitas ̶ un fracaso abyecto en todos los sentidos.

En casa, LBJ inició “guerras” metafóricas para derrotar a la pobreza, el analfabetismo, el racismo y la desigualdad. Como lo han demostrado economistas como Thomas Sowell, como en su libro Discrimination and Disparities (2019), desde la historia de Estados Unidos ante y después de la puesta en práctica de la agenda de la Gran Sociedad, los efectos de muchos de estos programas centralmente planificados para lograr una utopía de “justicia social,” han sido empeorar las circunstancias de muchos, comparadas con antes, en comunidades de “minorías,” o, al menos, disminuir el ritmo de mejoras en ingreso, statu social, y vida familiar que estaban siendo experimentadas por muchos estadounidenses negros, antes de la introducción de los paternalismos políticos en la presidencia de Johnson. (Ver mi artículo “Why the Social Engineers of the Sixties Failed to Make a ‘Great Society’”.)

LA RETÓRICA DE MENOS GOBIERNO Y LA REALIDAD DE UN GOBIERNO MÁS GRANDE

En retrospectiva, las décadas de 1980 y 1990 fueron un período de engaño ideológico para muchos amigos de la libertad. Los años de Reagan y Clinton crearon la impresión de que la libertad personal y el gobierno limitado era posible que tuvieran un regreso. La a menudo elocuente retórica y humor cautivante de Reagan, con que predicó acerca de la libertad y satirizó a comunistas, socialistas y otros en la “izquierda,” fue resumida en su frase a menudo utilizada de que “el gobierno es el problema, no la solución.” Además, la declaración de Bill Clinton de que la era del Gobierno Grande se había acabado, debido a su punto muerto con un Congreso controlado por los republicanos durante la mayor parte de su presidencia, que vio varios años de modestos excedentes presupuestarios, hizo que pareciera que, tal vez, la corriente se había alejado de un paternalismo y control gubernamental creciente. (Ver mi artículo “The Lasting Legacy of the Reagan Revolution”.)

Pero se demostró que, en realidad, eso estaba equivocado en el siglo XXI bajo las administraciones de George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump, y, ahora, Joe Biden. Al dejar Ronald Reagan el cargo en 1989, la deuda nacional estaba en $2.8 millones de millones (había sido de menos de un millón de millones cuando ingresó a la presidencia en 1981, para un aumento del 286 por ciento). Se elevó en un 57 por ciento, hasta $4.4 millones de millones, cuando George H.W. Bush dejó la Casa Blanca después de un término en 1993. Subió más modestamente, en “sólo” un 31 por ciento, durante los dos términos de Clinton, hasta $5.8 millones de millones al inicio del 2001.

Pero, bajo los ocho años de George H. Bush a cargo entre el 2001 y el 2009, la deuda nacional creció a $11.9 millones de millones (un aumento del 205 por ciento), y alcanzó $20.2 millones de millones cuando Obama salió a principios del 2017 después de dos términos (un aumento del 70 por ciento). Durante los cuatro años de Trump como presidente, la deuda aumentó a $27 millones de millones (un aumento del 34 por ciento). Y, con menos de ocho meses en la Casa Blanca, la deuda nacional se encuentra en más de $28.5 millones de millones bajo Joe Biden ̶ y sigue creciendo.

REGULACIÓN GUBERNAMENTAL Y PODER DISCRECIONAL PRESIDENCIAL

En poco más de hace 100 años, digamos en 1910, prácticamente no había ninguna de las oficinas y agencias gubernamentales actuales que hoy atan al sector privado con una telaraña de regulaciones y restricciones. Pero, hoy, según el Instituto para la Empresa Competitiva (CEI por sus siglas en inglés), cumplir con las regulaciones del gobierno federal le cuesta al sector empresarial privado al menos $1.9 millones de millones.

Como lo indica el CEI en su edición del 2021 de su anual Reporte de los Diez Mil Mandamientos, eso es casi igual a todos los impuestos a empresas y renta personal recolectados por el gobierno de Estados Unidos. Otra forma de ver esta carga de la regulación gubernamental, es que, si estos $1.9 millones de millones representaran el PIB de un país separado, calificaría como la octava economía más grande del mundo.

No ha importado quién esté residiendo en la Casa Blanca o cuál partido importante tiene el control de las dos cámaras del Congreso. El resultado ha sido el mismo: un poder presidencial y orgías de gasto legislativo atribuidos y arbitrarios. Barack Obama les aseguró a aquellos en el Congreso, y a los ciudadanos del país, que, si no se le aprobaba la legislación que pretendía imponer, bueno, tenía un teléfono y una pluma, y que simplemente firmaría decretos ejecutivos para lograr lo que quería que se hiciera.

Donald Trump no fue diferente en cuanto a afirmar su poder y autoridad para acosar a empresarios para que invirtieran y emplearan trabajadores que pensó era bueno para Estados Unidos, e inició guerras comerciales que dijo eran “divertidas” y fáciles de ganar; y hasta insistió en que su trabajo era “manejar” al país, incluyendo el inicio de la crisis del Coronavirus en el 2020, que fue capturado por semanas y horas en sus discursos televisados diarios acerca de cómo estaba en control de todos los aspectos de respuesta a la pandemia. (Ver mis artículos, “Mr. President: Please Mind Your Own Business” y “Presidential Hubris: Let Me Run the Country” and “The U.S. Revives the Personal State”.)

LA CRISIS DEL CORONAVIRUS Y PRECEDENTES POLÍTICOS PELIGROSOS

La crisis del Coronavirus ha establecido precedentes peligrosos para un gobierno aún más discrecional y controlador. Los gobiernos federal y estatal de hecho tomaron el control de prácticamente todas las decisiones económicas e interacciones sociales. El pueblo estadounidense fue comandado y ordenado a que detuviera casi todo aquello que estaba haciendo ̶ no produzca algo sino lo que las autoridades políticas declaran que son artículos “esenciales;” no vaya a trabajar, excepto en aquellas industrias consideradas esenciales por los políticos y sus “expertos;” quédense en casa, y sólo salga para hacer compras “esenciales” de alimentos o suministros médicos; cierre sus negocios al menudeo “no esenciales” de prácticamente todo tipo. Use esa mascarilla y manténgase a dos metros de otros.

Muchos bienes “esenciales” y “no esenciales”, no sorprende, desparecieron de negocios minoristas, estableciéndose el pánico en las compras.
Los gobiernos instituyeron o amenazaron con controles de precios para prevenir la “manipulación de los precios” en un momento de “crisis nacional,” lo que, por supuesto, sólo exacerbó la escasez de suministros y la búsqueda desesperada de artículos de todos los días por los consumidores.

La producción cayó, el desempleo aumentó, los ingresos de las personas se redujeron dramáticamente o llegaron a ser cero. El primer colapso económico causado y ordenado por el gobierno estadounidense impactó a todo el país. Y, al igual que durante los años de la Gran Depresión de principios de los treinta, la mayoría de estadounidenses, silenciosa, pasiva, y obedientemente, siguió lo que el gobierno le dijo que hiciera.
Los núcleos crecientes de resistencia u oposición a esas políticas casi totalitarias fueron vistos por aquellos en el poder político y mayoría de medios, como “loquitos” e “extremistas” ideológicos que no están dispuestos a “seguir a la ciencia.”

Toda futura crisis declarada de salud puede convertirse en una nueva razón y lógica para imponer cuarentenas y cierres, ordenarle a todo mundo usar una mascarilla y permanecer “x” número de días alejado a metros de su alrededor, exigirle a la gente que deje de trabajar y se quede en casa, ordenar vacunaciones, y justificar órdenes de adónde, qué, y cuándo las empresas privadas pueden producir y vender, y a qué precios. (Ver mi artículo, “War and ‘Following the Science’ are Sure Paths to Tyranny”.)

BIDEN IGNORA LA CONSTITUCIÓN Y LE DICE A LA GENTE QUÉ MANEJAR

Biden también está agregando capas de poderes arbitrarios a la presidencia. Su última decisión de prolongar la moratoria de desahucios por medio de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) es un ejemplo de ello. Aun cuando días antes dijo públicamente que él no tenía la autoridad constitucional para extender dicha moratoria, simplemente debido a presiones políticas dentro de su propio partido y del círculo “progresista,” Biden dijo que lo haría, basado en un consejo incierto de un abogado constitucional que comparte las posiciones políticas de Biden.

Si la Corte Suprema rechaza su decreto ejecutivo más tarde, como se ha sugerido que puede pasar, bueno, eso es posible que suceda después que la moratoria haya servido sus propósitos políticos, ¿Qué fue aquello que dijo en una ocasión John Maynard Keynes? “En el largo plazo todos estamos muertos.” Así que, ¿qué importa si el orden constitucional y la división de poderes limitados entre las tres ramas de gobierno se vean debilitados y hecho que parezcan aún más irrelevantes de lo que ya es el caso? La política es acerca de conveniencia, no de principios, según Joe Biden y la mayoría de sus predecesores presidenciales durante mucho tiempo.

Además, Joe Biden ha decidido qué tipos de automóviles debemos manejar en los próximos años. Él le está dando instrucciones a las agencias regulatorias apropiadas para que vean que, para el 2030, un 50 por ciento de todos los nuevos carros vendidos en Estados Unidos sean vehículos movidos eléctricamente. “Hay una visión de futuro que ya está empezando a suceder, un futuro de la industria automovilística que es eléctrico ̶ batería eléctrica, enchufe a la electricidad de híbridos, células de energía eléctrica,” dijo Biden en la Casa Blanca.

Cuando él dice que “hay una visión,” da a entender su visión y aquella de los opositores a combustibles fósiles, y no necesariamente la suya y la mía. ¿Es el futuro uno de carros eléctricos? Bien puede serlo; pero, en una sociedad libre eso sería decidido por las interacciones competitivas y voluntarias de consumidores y productores en el mercado de automóviles. Sería resultado de innovaciones empresariales que diseñaron formas de hacer carros eléctricos eficientes en su costo, convenientes, y atractivos para compradores de automóviles, sin órdenes, controles, o “empujoncitos” subsidiados por el gobierno en la dirección que desean aquellos en el poder político, en vez de “nosotros, el pueblo,” por medio de nuestras propias decisiones de mercado.

Adicionalmente, en verdad sería un gran empujón si alguna infraestructura o ley posterior del Congreso contuviera autoridad para el que el gobierno federal le pusiera un impuesto a todos y cada uno de nosotros con base en la cantidad de millas que manejamos con nuestros carros sean cuales sean los propósitos, para así alimentar el apetito insaciable del sistema político por nuestro ingreso y riqueza, y promover la agenda ideológica de los planificados centrales del clima, quienes quieren que nosotros nos alejemos de nuestros carros hacia un transporte “público” masivo menos conveniente y que consume más tiempo. (Ver mis artículos, “Biden’s Agenda of ‘Democratic’ Paternalism and Planning” y “The Paternalist Instincts of a Central Planner” y “Under Biden Free Enterprise Means Government Control”.)

Estamos yendo de cabeza en dirección de un estado paternalista más completo, y alejándonos de un mundo en que el gobierno básicamente nos dejaría solos en nuestras acciones y actividades pacíficas y voluntarias con nuestros congéneres humanos.

A.J.P. Taylor puede haber exagerado cuando dijo, tal como se citó arriba, que había una época no hace muchos años atrás, cuando una persona podía pasar toda su vida y sólo entrar en contacto con el estado en la forma de un cartero que lleva el correo, un policía caminando su jornada en el vecindario, y una llamada ocasional de las cortes para cumplir con el deber de ser jurado. Pero, eso refleja la imagen de una sociedad libre de personas libres, llevando a cabo sus negocios compartidos pacífica y libremente, tanto dentro como fuera del mercado.

Sin embargo, si por mucho tiempo continúan las tendencias actuales en la dirección presente, el potencial y posibilidad de la libertad pueden estar irreparablemente perdidos. Necesitamos recordar y advertir a otros que la libertad es mucho más fácil que se pierda, que ser exitosa y plenamente vuelta a ganar, una vez que se ha perdido.

Richard M. Ebeling es compañero sénior del American Institute for Economic Research (AIER) y Profesor Distinguido BB&T de Ética y de Liderazgo de Libre Empresa en La Ciudadela en Charleston, Carolina del Sur. Eveling vivió en la ciudad universitaria del AIER entre el 2008 y el 2009.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.