Este es un artículo muy interesante que saca a relucir no sólo la diferencia entre desigualdad del ingreso y de la riqueza, sino de la desigualdad provocada por la intervención y favorecimiento del estado, y la resultante en una recompensa a quienes sirven a los demás suministrándoles bienes y servicios que los consumidores valoramos y estamos dispuestos a adquirir libremente.

¿ES LA DESIGUALDAD UN PROBLEMA?

Por James R. Rogers
Law & Liberty
10 de agosto del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como james r. rogers law & liberty inequality August 10, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Los promotores de la igualdad económica enfrentan el hecho político inconveniente de que, como una métrica, la desigualdad sirve como una aproximación ante la necesidad o injusticia actual. Por ejemplo, los estadounidenses generalmente apoyan alguna versión del estado de bienestar, no porque quieren derribar a los ricos, sino, por el contrario, debido a una preocupación ante las necesidades de las personas más pobres, quienes pasan hambre, o no tienen vivienda, y tienen perspectivas de vida truncadas. Los estadounidenses, por lo general, no objetan las desigualdades relativas que resultan de, digamos, cuando alguien se enriquece al inventar un nuevo bien de consumo que el resto de nosotros desea comprar. Los estadounidenses ni siquiera objetan la desigualdad que resulta de la suerte. Si bien John Rawls puede haberse preocupado por la desigualdad de ganadores y perdedores en la “lotería de la vida,” tan sólo considere que 45 estados de los Estados Unidos hoy poseen loterías (como lo hace la mayoría de naciones de Occidente), por medio de la cual los ganadores afortunados se enriquecen, a pesar de que no merecen su nueva riqueza, comparados con cualquiera de los otros jugadores. Los estadounidenses no guardan resentimiento hacia ganadores suerteros; ellos los envidian.

En su nuevo libro, The Return of Inequality, el sociólogo Mike Savage quiere cambiar la tolerancia agnóstica de Occidente hacia la desigualdad en una oposición manifiesta. El problema con la desigualdad -y Savage es explícito acerca de esto- no es el desafío enfrentado por la gente más pobre. Por el contrario, para Savage, el simple hecho de que alguna gente es mucho más rica que el resto de nosotros es en sí una ofensa ̶ una ofensa que requiere que la gente rica sea derribada de su pedestal. Él arguye a favor de la necesidad de “alejar el telescopio” de la pobreza y enfocarlo hacia la riqueza en sí “como un problema social.”

¿POBREZA O DESIGUALDAD?

Savage es explícito en que su meta al concentrarse en lo más alto -los ricos- en vez de lo de abajo, es hacer que el foco político y de políticas sea sobre la desigualdad en abstracto, en vez de la pobreza.

“El movimiento relativizador [desde medidas de pobreza a medidas de desigualdad relativa] es crucial, pues aleja el foco de la pobreza como simple hecho brutal y lo sitúa en un marco más amplio de desigualdad, por lo que su significado y significancia se asocian con valores y expectativas sociales más amplias.”

Savage parece pensar que una preocupación por el pobre, en vez de la desigualdad en abstracto, resulta simplemente en cómo se enmarcan los asuntos de políticas.

“En siglos previos, preocupaciones subyacentes para enfrentar la desigualdad fueron redirigidas hacia aquellos en la parte baja ̶ aquellos cuyos estados de pobreza los marcaban como carentes de recursos suficientes para vivir una vida adecuada. Hay gran nobleza moral en esta preocupación por aliviar las situaciones de aquellos en diversos estados de miseria. Sin embargo, este enfoque deja por fuera un aspecto clave de la desigualdad: aquellos en pobreza no se contrastan con las fortunas de los privilegiados, tales como los mayores ganadores. Más bien, es la preocupación ante una escasez abrumadora lo que ha definido los modelos dominantes en la ciencia social durante el siglo XX.”

Savage parece no darse cuenta de la posibilidad de que simplemente la mayoría de la gente no piensa que hay mucho de “nobleza moral” en quitarle a los ricos simplemente porque son ricos, tal como lo hay en ocuparse de alguien simplemente porque son pobres. Savage se pregunta por qué el público en masa no se “molesta” por la desigualdad en abstracto. “Cómo derivamos algún sentido de esta paradoja de que la protesta política contra la desigualdad aparece siendo enmudecida en el mismo instante en que la desigualdad ha sido pregonada por las élites como un problema social arraigado.”

Note la ironía en el reporte de Savage de que son las élites económicas y sociales las que “pregonan” la desigualdad como un problema social, en vez de aquellos en las partes inferiores de las distribuciones de ingreso y riqueza. Savage sugiere este enigmático fenómeno -que las élites afluentes están más perturbadas por la desigualdad económica que como lo están las masas menos afluentes- que resulta de una “carencia de fe en el prospecto de un cambio social progresista” entre esas élites. Pero, eso aún no explica la simplemente mayor preocupación entre las élites que entre el público más amplio. Yo le daría vuelta a la explicación de Savage: Es precisamente porque el público más amplio no tiene fe “en el prospecto de un cambio social progresivo” la razón por la que no apoya ampliamente medidas redistributivas desarticuladas de problemas sociales concretos, como hambre y carencia de vivienda, y dirigidas sólo a disminuir una desigualdad económica en abstracto.

Más bien, son las élites económicas y sociales de Estados Unidos las que tienen fe en la posibilidad del éxito de una iniciativa gubernamental masiva para redistribuir la riqueza en Estados Unidos y otras naciones desarrolladas. El público en general tal vez es más circunspecto, si no es que realista, acerca de las consecuencias probables de políticas que se proponer hacer redistribuciones, al menos sobre sus vidas si no es que de las vidas de las élites socioeconómicas.

Sea como fuere, si el enfoque popular y académico estuviera en la riqueza del uno por ciento más alto, en vez de la penuria del diez por ciento más bajo, afirma Savage, entonces, la desigualdad económica recibiría el mismo cuidado y atención que el que ahora recibe la pobreza alrededor del mundo.

A pesar de lo anterior, lo que la explicación alternativa de Savage deja de lado es que, tal vez, el público está más interesados principalmente con que la gente tenga lo suficiente para comer, y que tenga un techo sobre sus cabezas, y acceso a la educación y cuido de la salud, que en lo que respecta al rico que escoge los mejores “adornos y baratijas” (como lo pusiera Adam Smith).

Incluso, él manifiesta preocupación porque éxitos recientes en reducir la pobreza resultarán en sus preocupaciones porque la desigualdad en abstracto permanece sin ser enfrentada:

“¿Qué hacemos del hecho de que la desigualdad haya subido a lo más alto de la agenda, al mismo tiempo que el crecimiento económico en muchas partes del mundo ha reducido la pobreza a los niveles más bajos de la historia registrada? ¿Existe el peligro de que la desigualdad parezca un quejido distante e irrelevante para mucha gente alrededor del mundo, cuyas situaciones económicas y sociales de hecho han estado mejorando, algunas veces substancialmente? ¿Es esta simplemente la última manifestación de una mentalidad de burbuja de una élite intervencionista…?

Aquí Savage se está refiriendo al hecho de que, en décadas recientes, “la pobreza extrema” a través del mundo ha visto un descenso impactante, con más de mil millones de personas saliendo de esa categoría. Incluso Oxfam describe el logro como un “éxito asombroso” y “la reducción más rápida de la pobreza en la historia humana.”

Para estar claros, la pandemia del COVID y las respuestas de política hacia ella ciertamente han retrasado, si no es que revertido, ese progreso, al menos en el corto plazo. Sin embargo, no hay razón para pensar que el progreso no se reasumirá cuando pase la pandemia.

GLOBALIZACIÓN Y DESIGUALDAD

Al hacer ver de paso este impresionante logro global, Savage enfoca el resto de su libro principalmente en la desigualdad de los países de Occidentes. Savage, como Piketty en su Capitalism and Ideology [Capital e Ideología], ignora la historia interconectada entre la reducción de la pobreza extrema en países menos desarrollados y el surgimiento de la desigualdad en los países de Occidente.

La “globalización” resulta en un grado mayor de costos más bajos y movilidad del capital entre naciones, y de menores costos del comercio internacional. Los costos reducidos de mano de obra y la movilidad del capital en esencia imitan las consecuencias de menores barreras al comercio.

Lo que a menudo se pasa por alto analíticamente es que economías nacionales diferentes responden diferentemente a esta movilización aumentada. Esto es, la experiencia económica de países de Occidente y desarrolladas con la globalización de las últimas dos décadas, no es la misma experiencia de naciones menos desarrolladas, incluso aunque esas experiencias están necesariamente interconectadas.

El teorema de Stolper-Samuelson en economía da cuenta tanto de rendimientos crecientes del capital en países desarrollados en respuesta a la globalización, como concurrentemente a salarios crecientes de la mano de obra en naciones menos desarrolladas. Brevemente, el teorema sostiene que, en diferentes naciones, los costos decrecientes del comercio beneficiarán desproporcionadamente al factor de producción relativamente abundante en una nación, a la vez que afecta al factor relativamente escaso. En países desarrollados, el capital es el factor relativamente abundante, y la mano de obra el factor relativamente escaso. Pero, en naciones en desarrollo, la mano de obra es el factor relativamente abundante y el capital es el factor relativamente escaso. Como resultado, los salarios aumentarán en las naciones en desarrollo al mismo tiempo que se estancan en países desarrollados. El resultado es que la asombrosa reducción de pobreza extrema a través del globo, es la otra cara del mismo proceso que generó rendimientos asombrosos al capital en países desarrollados.

Al mismo tiempo, la explicación incluye su propio horizonte de tiempo: hay un límite menor a reducciones de costo de la mano de obra y la movilidad del capital. Una vez que estos operan a través del sistema, los cambios se estabilizarán para ambos, propietarios de capital y mano de obra.

Al basarse en Piketty, como lo hace durante mucho del primer tercio del libro, Savage simplemente repite debilidades del análisis de Piketty:
En primer lugar, la desigualdad está creciendo en países desarrollados como un concomitante necesario, si bien transitorio, del decrecimiento de la pobreza extrema en países menos desarrollados. Piketty (y Savage) se enfocan en la desigualdad de naciones desarrolladas, y, después de una mención de paso, prácticamente ignora el otro lado de la moneda de la pobreza dramáticamente reducida en naciones en desarrollo.
En segundo lugar, los países desarrollados -incluyendo partidos de izquierda-estatistas en esas naciones desarrolladas- se alejaron a sabiendas de las políticas redistributivas más extremas de los años cincuenta y sesenta, pues sus costos, en términos de prosperidad y crecimiento económico perdidos, eran mayores que las ganancias de la política. Si uno piensa que a la clase media no le ha ido tan bien desde los años setenta y ochenta, con el ajuste “neoliberal” muy modesto de esas décadas en las economías mixtas de Occidente, a la clase media le habría ido peor sin dicho ajuste.

Sin embargo, Savage no descansa sólo en Piketty. En la segunda parte del libro, recurre en gran medida al análisis de Richard Wilkinson y Kate Pickett en The Spirit Level: Why Greater Equality Makes Societies Stronger [Igualdad: Cómo las sociedades más igualitarias mejoran el bienestar colectivo]. Savage nos dice que Igualdad responde a la pregunta “’entonces, ¿qué?’ ̶ por qué importa la desigualdad.” Lo que Wilkinson y Pickett se proponen demostrar en su libro es que la desigualdad produce un conjunto de problemas de salud y sociales.

Es señal de la escasez de evidencia que la desigualdad per se sea algo de lo cual hay que preocuparse -en oposición a cosas como hambre y carencia de vivienda- cuando Savage descansa en el libro fallido y tendencioso de Wilkinson y Pickett. Hay comentarios cuidadosos que desmantelan el alegato del libro (aquí y aquí, entre otros).

Para tan sólo tomar un ejemplo, considere la afirmación de Wilkinson y Pickett, de que la igualdad per se causa resultados más pobres en salud. Escribiendo en Population and Development Review, Christian Bjørnskov reporta académicamente al mostrar que “una vez que se toma en cuenta ya sea el ingreso promedio, el número de médicos por cada 1.000 personas, o el promedio de consumo de calorías diarias, desaparece el resultado de que la desigualdad del ingreso está correlacionada con la esperanza de vida al nacer.” Aún más, dado el número relativamente pequeño de países considerados, valores atípicos -en particular, Estados Unidos (del lado de la desigualdad) y Japón (del lado de la igualdad)- en sí resultan en muchas de las asociaciones observadas que reportan Wilkinson y Pickett, asociaciones que desaparecen una vez que el país único se remueve del conjunto de datos (o cuando el conjunto de datos se expande más allá de un pequeño conjunto de países).

Cuando pretende vestir de seda a la mona, mona se quedará, Savage se refiere a la “visualización sinfónica de la ciencia social” en el libro de Wilkinson y Pickett, como ofreciendo “un punto de vista vital” al combinar poderosamente “el poder generalizador de conjuntos numéricos con la narrativa barredora de las humanidades.” A lo que él se refiere aquí es a la dependencia singular del argumento de Wilkinson y Pickett en la representación gráfica. Para estar claros, la representación gráfica puede ser muy útil para presentar hallazgos estadísticos en abstracto. Los gráficos no son el problema. El problema es que los gráficos se presentan como argumentos sin pruebas estadísticas asociadas, como intervalos de confianza (que les brindan a los lectores un sentido de si los resultados surgen del azar), o controles de robustez por el impacto desproporcionado de países atípicos sobre las líneas de tendencia computadas.

Hay muchas razones para estar moralmente interesados en la distribución del ingreso y riqueza en las sociedades: la búsqueda de rentas, estados rentistas, privilegios distorsionadores de carteles respaldados por el estado, incluso efectos continuos de transiciones económico-políticas desde el comunismo hacia sistemas de propiedad privada (en donde los últimos comunistas llegaron a ser los primeros capitalistas privilegiados), o incluso implicaciones de transiciones previas desde sistemas mercantilistas y feudales. Incluso más básicas son las inquietudes morales de que todo mundo tenga lo suficiente para comer, o vivir en una vivienda habitable. Sin embargo, no es la desigualdad en abstracto lo que constituye el problema. Es la injusticia de los privilegios brindados por el estado, y un interés en el acceso a necesidades básicas requeridas para el progreso humano. Savage piensa que es sólo un asunto de cómo se enmarca el argumento. Pero, él no lo entiende.
La gente puede envidiar al rico. Pero, en tanto que umbrales mínimos requeridos para la dignidad humana sean ampliamente satisfechos en sociedad, la gente no resiente a los ricos tan sólo por ser ricos.

James Rogers es profesor asociado de ciencia política en la Universidad Texas A&M, y editor contribuyente de Law & Liberty. Enseña y publica acerca de la intersección entre ley, política y teoría de juegos. Ha publicado artículos en el American Journal of Political Science, the Journal or Law, Economics and Organization, Public Choice, y en numerosas otras revistas. Él editó y contribuyó al libro Institutional Games and the Supreme Court y sirvió como editor del Journal of Theoretical Politics desde el 2006 al 2013.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.