Esta historia trajo a mi memoria el recuerdo de la historia oficial soviética acerca de su desempeño agrícola en los años sesenta y setenta: año tras año eran fracasos y el partido oficial, año tras año, decía que era un asunto del mal clima. Jamás aceptaría que era un fracaso de sus políticas socialistas. Y en muchas experiencias fallidas siguen alegando lo mismo o algo parecido: jamás nada de flaquear en su dogma acerca de la eficiencia económica superior del socialismo.

FANTASÍAS Y FRACASOS DE LAS GRANJAS CUBANAS

Por Robert Paarlberg
American Institute for Economic Research
1 de agosto del 2021

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Sociedades cerradas con sistemas agrícolas que fracasan pueden, algunas veces, engañar a simpatizantes externos. En 1932, un corresponsal del New York Times ganó un Premio Pulitzer por una serie de artículos que celebraban la despiadada “colectivización” de la agricultura, política que llevó a un colapso en la producción y la hambruna a varios millones de campesinos ucranianos. Las recientes protestas en las calles de Cuba acerca de escaseces de alimentos son una tragedia mucho más pequeña, pero que se destacan como otro fracaso de la agricultura colectivizada, enfoque que Fidel Castro pidió prestado de sus patronos. Una vez más, crédulos externos fallaron en verlo venir.
Cuando la Unión Soviética implosionó en 1989, Cuba perdió el acceso a importaciones altamente subsidiadas de combustible y químicos para la agricultura, conduciendo a una caída de la producción agrícola per cápita del 42 por ciento, entre 1990 y 1994. En respuesta, Cuba debería haber abandonado su economía manejada por el estado, incluyendo un modelo de agricultura colectiva que tenía mal desempeño, pero, en vez de eso, improvisó regresando a métodos de producción pre modernos. Los agricultores reemplazaron los tractores con bueyes y azadones manuales, fertilizaron con estiércol animal, y los controles químicos de las pestes con controles biológicos e intercalando cosechas.
Individuos externos, con ideas románticas acerca de Cuba y la agricultura artesanal, trataron de elogiar estas improvisaciones llamándolas progresos. Un activista de derechos alimenticios en Estados Unidos aduló lo que él llamó la diseminación “rápida y exitosa” de métodos “agroecológicos” en la isla. Un artículo en la revista socialista Monthly Review en el 2012, gritó que Cuba había logrado el mejor desempeño en la producción de alimentos de toda América Latina, entre 1996 y el 2005.: “Ningún otro país en el mundo ha logrado este nivel de éxito con una forma de agricultura que usa los servicios ecológicos de la biodiversidad y reduce las distancias recorridas de los alimentos, el uso de energía, y cierra efectivamente los ciclos de producción local y de consumo.” Una red anti globalización llamada La Vía Campesina fue aún más lejos:
“En tan sólo una década, la familia del campesino que practica la agroecología ha logrado los mayores niveles de productividad y sostenibilidad en Cuba. La agroecología ha logrado lo que el modelo convencional nunca ha conseguido en Cuba o algún otro país: mayor producción con menos…”
Inspiradas por tales comentarios brillantes, hasta las Naciones Unidas empezaron a alabar el éxito de Cuba con la agroecología como “un ejemplo a nivel global.”
Las cifras oficiales de producción de alimentos reportadas por la propia Naciones Unidas cuentan una historia diferente. Esos datos muestran que, tras varias décadas de experimentación con la agroecología, Cuba aún tiene que producir tanta comida por persona como la que tenía en 1990, antes que empezara la crisis. De hecho, el número índice de producción neta de alimentos per cápita oficial de Cuba todavía estaba un 41 por ciento por debajo de la cifra de 1990.
Debido a que su propia producción estaba retrasándose mucho, Cuba se vio obligada a descansar en importaciones caras de alimentos. En febrero del 2007, un viceministro cubano admitió que más de un ochenta por ciento de los artículos de la canasta básica alimentaria de la nación estaba siendo importado. Pero, cuando se cayeron los precios del petróleo después del 2014, Cuba perdió el apoyo financiero de Venezuela (un régimen aliado que también luchaba con un sistema de alimentación fallido), de forma que las importaciones se hicieron más difíciles de mantener y empeoraron las escaseces en las tiendas. El Covid secó los valiosos ingresos por turismo en el 2020, pero esa no es la fuente de los problemas de Cuba con la comida. Incluso el año previo, el gobierno cubano había sido forzado a empezar el racionamiento de cosas básicas, como pollo, huevos, arroz, y frijoles.
Ahora que el fracaso de Cuba con la comida ha sido dramáticamente desenmascarado, los animadores externos de sus métodos agroecológicos se han silenciado. Tampoco ellos pueden culpar por la crisis a la política de embargo económico de Estados Unidos. Es una reliquia de la Guerra Fría que debería haberse dejado de lado, pero, el embargo exime explícitamente a alimentos y medicinas.
La reliquia en mayor necesidad de abandonarse es el abrazo continuo de Cuba a la agricultura colectivizada. En el 2008, Raúl Castro lanzó una reforma parcial, al otorgar tierra estatal ociosa a cooperativas agrícolas “privadas,” junto con pequeños lotes privados a algunas familias individuales. Sin embargo, sólo poco más de un tercio de la tierra fue privatizado, y las nuevas cooperativas permanecieron bajo un control estatal verdadero, pues los insumos para los mercados agrícolas no estaban en manos privadas, y porque las granjas tenían que entregar cuotas de producción al sector estatal (el sistema de acopio). Además, la tierra “privatizada” no podía ser alquilada, y a los agricultores no se les permitió contratar mano de obra para la trabajarla.
Cuba debería haber echado una mirada y aprendido de las reformas más completas abrazadas por China y Vietnam. Después que el control sobre la producción y mercadeo agrícola fuera devuelto a familias privadas de agricultores en la China comunista en 1978, y después en Vietnam comunista después de 1988, el resultado fue la abundancia agrícola, crecimiento económico ̶ y, no coincidentemente, la supervivencia del régimen. Al adherirse a instituciones agrícolas colectivas inspiradas en los soviets, a la vez que por experimentar con un regreso a tecnologías agrícolas pre industriales, él régimen sordo de La Habana ha puesto en riesgo su propia supervivencia.

Robert Paarlberg es un Asociado del Programa de Sostenibilidad en Ciencia en la Escuela Kennedy de Harvard y autor de Resetting the Table: Straight Talk About the Food We Grow and Eat (Knopf, 2021).

Traducido por Jorge Corrales Quesada,