Seamos personas “buenas” impidiendo que los totalitarios puedan tener éxito en subyugar a las buenas personas.

¿POR QUÉ “GENTE” BUENA HABILITA A LOS TOTALITARIOS?

Por Barry Brownstein
American Institute for Economic Research
21 de julio del 2021

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En la abrasadora novela de la era soviética Life and Fate [Vida y destino], Vasily Grossman revela la mentalidad que le da soporte al totalitarismo, sin salvar al fascismo o al comunismo.

Como periodista, Grossman estuvo ahí en la posteridad al genocidio de los judíos en Ucrania por los nazis y sus colaboradores civiles. Grossman describe cómo los nazis (instigados por los crímenes de Stalin) primero tuvieron que agitar los sentimientos de odio hacia los judíos, antes que los ciudadanos siguieran órdenes.

Grossman prepara el terreno con una descripción de los hechos de cómo se disponía del ganado infectado:

“Antes de sacrificar al ganado infectado, tenían que llevarse a cabo varias medidas preparatorias: tienen que escarbarse fosas y trincheras; el ganado debe ser transportado adonde va a ser sacrificado; se deben emitir instrucciones a trabajadores calificados.

Si la población local ayuda a las autoridades a transportar el ganado infectado hacia los puntos de sacrificio y capturar las bestias que han salido corriendo, ellos no hacen esto por un odio a las vacas y terneros, sino por un instinto de autopreservación.”

Los antisemitas no necesariamente están sedientos de sangre, así que, para lograr obediencia, hubo campañas especiales para dar forma a las mentalidades de la población en general:

“Similarmente, cuando la gente va a ser sacrificada en masse, la población local no es inmediatamente asida por un odio sediento de sangre hacia los ancianos, mujeres y niños que van a ser destruidos. Es necesario preparar a la población por medio de una campaña especial Y, en este caso, no es suficiente con descansar simplemente en el instinto de autopreservación; es necesario agitar sentimientos de odio y repudio verdadero.”

Grossman explica cómo el uso previo del odio por Stalin ayudó a los alemanes: “En una fecha previa, en las mismas regiones, el propio Stalin había movilizado la furia de las masas, agitándolas al punto del frenesí durante las campañas para liquidar a los kulaks como una clase y durante la exterminación de los degenerados y saboteadores trotskistas y bukharinistas.”

El resultado de tales campañas es que “la mayoría de la población obedece toda orden de las autoridades como si estuviera hipnotizada.” Aun así, se necesita de más. En tal atmósfera totalitaria, escribe Grossman, “Hay una minoría en particular que ayuda activamente a crear la atmósfera de estas campañas: fanáticos ideológicos; gente que encuentra un deleite sangriento en las desgracias de otros; y gente que quiere tomar venganzas personales, robar pertenencias de un hombre o apoderarse de su casa o empleo.”

“Sin embargo, la mayoría de la gente se horroriza ante el asesinato en masa,” haciendo Grossman la observación de que, “Uno de los rasgos humanos más asombrosos que vinieron a la luz en ese momento fue la obediencia.”

Se promovió una mentalidad de obediencia, por encima de otras virtudes humanas. Grossman nos pide que aprendamos de esta lección de la historia. Él medita, ¿apareció un nuevo rasgo… súbitamente en la naturaleza humana?” Grossman responde la pregunta, “No, esta obediencia es testigo de una nueva fuerza que actúa sobre seres humanos. La violencia extrema de los sistemas sociales totalitarios mostró ser capaz de paralizar al espíritu humano a lo largo de continentes enteros.”

Grossman explicó cómo dividir al pueblo entre “merecedores” y “no merecedores” se justificó con el truco de redefinir al humanitarismo:

“Un hombre que ha puesto su alma al servicio del Fascismo declara que una malvada y peligrosa esclavitud sea el único bien verdadero. En vez de renunciar abiertamente a los sentimientos humanos, declara que los crímenes cometidos por el Fascismo son la forma superior de humanitarismo; él está de acuerdo con dividir a gente entre los puros y merecedores y los impuros y no merecedores.”

Grossman, cuya novela fue finalmente publicada en 1980, después de que una copia microfilmada fue contrabandeada desde la Unión Soviética, advierte correctamente que el futuro de la libertad depende de nuestras elecciones individuales:

“¿Sufre la naturaleza humana un cambio verdadero en el caldero de la violencia totalitaria? ¿Pierde su anhelo innato por la libertad? El destino de ambos, el hombre y el Estado totalitario, depende de la respuesta a esa pregunta. Si cambia la naturaleza humana, entonces, se asegura el triunfo eterno y en todo el mundo del Estado dictatorial; si su anhelo por la libertad permanece constante, entonces, el Estado totalitario está condenado.”

En sólo unos pocos años después que Grossman observó el resultado de la masacre de Babi Yar, otro filósofo-novelista-periodista, la canadiense-estadounidense Isabel Paterson, brindó sus observaciones acerca de la naturaleza y libertad humana en su libro The God of the Machine [El Dios de la Máquina]. Escribió Paterson:

“La mayor parte del daño al mundo es hecho por buenas personas, y no por accidente, lapsus, u omisión. Es el resultado de acciones deliberadas, de larga perseverancia, que ellas sostienen que son motivadas por altos ideales para fines virtuosos.”

Agregó Paterson, “El porcentaje de personas positivamente malignas, crueles, o depravadas es necesariamente pequeño, pues ninguna especia podría sobrevivir si sus miembros estuvieran habitual y conscientemente empeñados en dañarse entre sí.”

Como Grossman, Paterson también observó cómo “buena gente” estaba de acuerdo en, e incluso facilitaba, la matanza de millones para un “objetivo que valiera la pena:”

“Por tanto, es obvio que, en períodos en que millones son sacrificados, cuando la tortura se practica, que se obliga al hambre, que la opresión se convierte en una política, como en el presente en gran parte del mundo, y como ha sido en el pasado, debe ser a instancias de mucha gente buena, e incluso por su acción directa, en lo que ella considera es un objetivo que vale la pena.”

Paterson nos recuerda que los facilitadores de lo “bueno” demandan censura, de forma que puedan permanecer confortablemente en su inclinación equivocada: “Cuando no son ellos los ejecutores inmediatos, aparecen en el historial dando aprobación, elaborando justificaciones, o, alternativamente, encubriendo hechos con el silencio, y desaprobando la discusión.”

Luego, Paterson nos pide que reflexionemos acerca del “grave error” causado por buenas personas, “quienes, sin que sea a partir de propia intención consciente, actúan para dañar a sus congéneres:”

“Entonces, debe haber un error muy grave en los medios por los que ellos buscan lograr sus objetivos. Incluso, debe haber un error en sus axiomas primarios, que les permite continuar usando tales medios. En alguna parte, algo está terriblemente mal con el procedimiento. ¿Qué es?

El grave error al que apunta Peterson empieza con la creencia que un individuo puede tener como su propósito primordial “ayudar a otros” requisando los recursos de terceros. Una vez que esa creencia falsa se arraiga, el único medio posible “es el poder del colectivo, y la premisa de que lo ‘bueno’ es colectivo.”

Los tiranos no pueden acceder al poder excepto, escribe Peterson, “con el consentimiento y asistencia de gente buena:”

“El régimen Comunista en Rusia obtuvo el control prometiendo tierra a los campesinos, en términos que quienes prometían sabían que era una mentira, tal como era entendido. Habiendo ganado el poder, los Comunistas les quitaron a los campesinos sus tierras que ya poseían; y exterminaron a quienes se resistieron. Esto se hizo bajo un plan e intención; y la mentira fue alabada como “ingeniería social,” por los admiradores socialistas en Estados Unidos.”

De Stalin, escribe Paterson, “Tenemos el espectáculo peculiar del hombre que condenó a millones de su propio pueblo a la hambruna, siendo admirado por filántropos cuyo objetivo declarado era ver que todos en el mundo tuvieran un litro de leche.”

Grossman nos pide que miremos los fines moldeados por los totalitarios para erosionar la libertad y justificar la violencia. Él explicó que, tanto el fascismo como el comunismo, “le piden a la gente que lleve a cabo cualquier sacrificio, acepte cualesquiera medios, para lograr el más elevado de los fines: la grandeza futura de la patria, el progreso del mundo, la felicidad futura de la humanidad, de una nación, o de una clase.”

El resultado, “La violencia de un Estado totalitario es tan grande como para dejar de ser un medio para un fin; se convierte en objeto de culto y adoración mística.”

Cuando un Estado totalitario demanda “culto,” entendemos por qué los totalitarios deben controlar la narrativa. Sabemos que la Covidocracia demanda obediencia a su mejor forma única, primero cuarentenas y ahora vacunas. Quienes disienten deben ser silenciados. El gobierno afirma que debe mantenerse listas de diseminadores de “mala información” y, después, se asocia con Facebook para asegurarse que sólo estén disponibles las “narrativas” correctas. Debe enviarse embajadores de la salud de puerta en puerta para compartir la buena nueva acerca de las vacunas.

Quienes están en desacuerdo deben ser demonizados, los impuros separados de la sociedad si no aceptan la vacuna. A quienes toman decisiones diferentes de las nuestras, mentalmente les condenamos y virtuosamente proclamamos que ellos amenazan a terceros. Aunque las cuarentenas han terminado, tal como escribe Ethan Yang, la guerra contra ellas no ha sido ganada.

En su libro de 1944, Omnipotent Government: The Rise of the Total State and Total War [Gobierno omnipotente: En nombre del Estado], Ludwig von Mises escribió, “Es humano que los hombres que manejan el aparato de compulsión y coerción exageren su poder de funcionamiento y aspiren a someter todas las esferas de la vida humana a su inmediata influencia. El estatismo es la enfermedad profesional de los gobernantes, los guerreros y los burócratas.”

En otras palabras, los políticos, amigotes corporativos, y el estado administrativo sin rostro usarán su poder monopólico de la fuerza para propósitos destructivos. Si el totalitarismo llega a Estados Unidos, tendrá su propio sabor, pero, como advierten Grossman y Paterson, la tiranía tendrá que tener ciudadanos que lo facilitan. Durante la pandemia, mucha gente buena ha tenido dificultad para interpretar los acontecimientos de este momento a la luz de esta lección básica de historia.

Si la libertad está bajo asalto en Estados Unidos, sería sabio acelerar nuestro ritmo intelectual, poniendo atención a la mentalidad iliberal que emerge para dar forma a los ciudadanos para que faciliten un sistema social totalitario. Las fuerzas están actuando para paralizar el espíritu humano. Y no deberíamos más engañarnos a nosotros mismos. Sin el consentimiento y asistencia de gente buena, los totalitarios no tienen poder. Los gobiernos, advirtió Mises, “se hacen liberales solo cuando son obligados por los ciudadanos.”

Barry Brownstein es profesor emérito de economía y liderazgo en la Universidad de Baltimore. Es contribuyente sénior de Intellectual Takeout y autor de The Inner-Work of Leadership.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.