En realidad, este es un comentario adicional que sigue al que ayer publiqué traducido como “Este alegato del fracaso del mercado no merece crédito.” Debe leerse.

ES APROPIADO DEMANDAR QUE INTELECTUALES PONGAN SU DINERO EN DONDE PONEN SUS BOCAS

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
22 de junio del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como donald j. boudreaux american institute for economic research mouths June 22, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

En mi columna previa expliqué con algún detalle una falacia que infecta la esencia de lo que llamo la tesis Klein-Stewart. Aaron Klein es un académico en la Institución Brookings, cuya investigación supuestamente establece esta tesis como válida. Emily Stewart es parte del equipo en Vox y reporta favorablemente los hallazgos de Klein.

Esta tesis empieza con el hecho indisputable que aceptar el pago con tarjetas de crédito, en especial tarjetas que ofrecen bonificación de puntos, significa un gasto para los clientes, incluso a quien pagan en efectivo a los vendedores al menudeo ̶ un gasto que está ausente cuando el pago aceptado es en efectivo. Los vendedores al menudeo recuperan este gasto (así dice la tesis Klein-Stewart) cobrando precios mayores. Pero, estos precios más altos deben ser pagados por todos los clientes, incluyendo a quienes pagan en efectivo.

Así, según la tesis Klein-Stewart, clientes que pagan sus compras al menudeo con efectivo, subsidian a los clientes que hacen sus compras al menudeo con tarjetas de crédito. El resultado es extremamente preocupante, pues gente pobre efectúa una porción mayor de sus compras al menudeo con efectivo, que como lo hacen los ricos. El resultado, declara Klein, es que “estadounidenses de las clases trabajadora y media subsidian a los ricos cuando pagan en efectivo o usan tarjeta de débito.” Y, como lo pone Stewart, “el sistema ya está arreglado… los beneficios de las tarjetas de crédito recompensan a estadounidenses ricos en detrimento de los pobres. Los $200 en efectivo que a usted se le devuelve cuando usó sus tarjetas con nuevas recompensas sofisticadas, a menudo vienen a expensas de alguien quien no puede pagar.”

De nuevo -e incluso dejando aquí de lado el misterio de cómo la gente pobre consistentemente puede comprar cosas en efectivo que ellos “no pueden pagar”- por las razones explicadas en mi columna anterior, la tesis Klein-Stewart es un pequeño documento de economía cómicamente pobre.

EN EFECTO LAS ACCIONES HABLAN MÁS FUERTE QUE LAS PALABRAS

Pero, mis críticas a la tesis de Klein-Stewart son sólo palabras, ¿Por qué alguien debería darles mayor crédito a mis palabras que a las de Klein y Stewart?

Buena pregunta. Hablar, si bien de ninguna manera es irrelevante, típicamente es más barato que la acción. Correctamente reprobamos la muy frecuentemente discrepancia encontrada ente palabras y acciones llamándola “hipocresía.”

Por suerte para mi lado del argumento, si fuera válida la tesis Klein-Stewart, Klein y Stewart no sólo podrían obtener ganancias actuando con base en ese conocimiento, sino que podrían hacerlo de forma que mejorarían el bienestar económico de la gente pobre. No obstante, Klein y Stewart no actúan así. Por tanto, cuando se enfrentan las palabras de Klein y Stewart contra las mías, el fracaso de Klein y Stewart de actuar en concordancia con lo que profesan es cierto, lanza serias dudas a la validez de su tesis. Así que la validez de mi crítica gana mayor plausibilidad.

¿Cómo Klein o Stewart podrían obtener ganancias? ¡Fácilmente! Poniendo negocios de ventas al menudeo que cobren menores precios a clientes que pagan en efectivo, que lo que se cobra a clientes que pagan con tarjetas de crédito. El hecho que algunos comerciantes ya ofrecen descuentos por pagos en efectivo comprueba que esa diferenciación de precios es posible. Debido a que la tesis de Klein-Stewart implica que tal diferenciación de precios no está lo suficientemente diseminada, lo que todos estos académicos necesitan hacer es entrar al mercado como vendedores al menudeo, para diseminar más esa política de precios.

Si su tesis es correcta, los consumidores que prefieren pagar en efectivo acudirán a sus negocios. Con ellos, Klein y Stewart obtendrían ganancias elevadas, a la vez que, simultáneamente, corregirían el “fracaso” del mercado que ellos aseveran es real. Sería un ganar-ganar. No estoy bromeando.

No obstante, mi experiencia al desafiar a incontables teóricos de escritorio a que pongan su dinero en donde ponen sus bocas, revela que mucha gente encuentra inconvincente a mi desafío.

Diariamente, todos y cada uno de muchos empresarios de carne y hueso, ponen su dinero adonde ponen sus bocas, en esfuerzos por obtener ganancias con sus propias tesis individuales acerca de los fracasos del mercado. Por ejemplo, cada nuevo restaurante que se abre, lo hace porque su propietario teoriza que las comidas no están siendo servidas lo suficientemente bien por los restaurantes existentes. Se considera que las opciones de menús existentes son menos que lo ideal; que el servicio puede ser mejor; que los precios son demasiado altos; que los trabajadores de restaurantes están mal pagados. Algo no está lo bien que podría estar. El nuevo propietario del restaurante tiene la esperanza de obtener beneficios con la explotación de su “tesis,” de que una o más de esas imperfecciones son reales y que pueden “corregirse” a un costo razonable.

Si la tesis del propietario es válida, el propietario obtiene ganancias. Si la tesis del propietario es inválida, el propietario tiene pérdidas y pronto encuentra otra línea de negocios. El proceso de mercado competitivo nunca se acaba. Sus empresarios participantes conscientemente incurren en riegos financieros con su propio dinero (o con dinero que voluntariamente se les ha confiado), en su búsqueda por construir mejores trampas para ratones, o hacer trampas para ratones en formas menos costosas, o distribuir trampas para ratones de formas más eficientes.

Y, por supuesto, lo que es cierto para dueños de restaurantes y comerciantes de trampas para ratones, es cierto para todo empresario, exitoso o no. La esencia de la actividad empresarial es notar -el economists Israel Kirzner diría “estar alerta ante”- las oportunidades de ganancias. Una oportunidad genuina de tener utilidades es nada más que un fallo existente del mercado de poner apropiadamente un precio a los productos o insumos, un fallo en producir una mezcla más apetecida de productos, o un fallo en producir o distribuir los productos tan eficientemente como sea posible.

Debido a que, regularmente, soy testigo a mi alrededor de empresarios que lanzan empresas, así como de firmas existentes que experimentan con formas distintas para atraer clientes y reducir costos, no tengo duda que, si Klein y Stewart están en lo correcto en cuanto a que los minoristas están cobrando en exceso a sus clientes más pobres, Klein y Stewart han identificado una oportunidad de oro para obtener ganancias. Ellos deberían explotarla.

“PERO, ¡ELLOS NO SON GENTE DE NEGOCIOS!”

Una respuesta frecuente a mi desafío de “poner su dinero en donde pone su boca” es que, personas a quienes casi siempre se los dirijo, son intelectuales en vez de gente de negocios experimentada. Siendo yo mismo un intelectual -y que me doy cuenta de mi incompetencia en asuntos prácticos que le acompaña- simpatizo con los colegas intelectuales que se dan cuenta que ellos personalmente no tienen talento para lanzar y operar negocios. Yo no tengo ese talento. Así que, ciertamente, no culpo a Aaron Klein por continuar siendo un empleado asalariado en un centro de pensamiento. No culpo a Emily Stewart por ganarse la vida adhiriéndose a escribir.

Pero, precisamente porque nosotros, los intelectuales, seríamos inusualmente incompetentes empresarios y administradores de negocios, como intelectuales, nosotros deberíamos ser inusualmente modestos al expresar evaluaciones acerca del estado actual de los mercados competitivos. La arrogancia se mezcla tóxicamente con la hipocresía cuando el profesor Jones y la comentarista Smith alegan, en un respiro, identificar algún fallo del mercado en satisfacer apropiadamente a los consumidores o trabajadores, pero, entonces, exhalando su siguiente respiro, protestan porque es injusto o impropio demandar que ellos pongan su dinero en donde ponen sus bocas.

Si los intelectuales son demasiado inexpertos, demasiado cobardes, o demasiado incompetentes para poner voluntariamente su propio dinero en donde ponen sus bocas, ¿por qué deberíamos aceptar su consejo para que el gobierno ponga coercitivamente el dinero de otras personas en donde los intelectuales ponen sus bocas?

INFORMACIÓN RENTABLE PUEDE SER INTEPRETADA POR OTROS

Obviamente si, de hecho, un intelectual identifica una imperfección verdadera del mercado, es posible que la oportunidad aceche de que esa imperfección pueda ser atrapada por alguien diferente del intelectual que la identifica. Y, por suerte, nuestro mundo no tiene escasez de empresarios hambrientos por obtener ganancias. El punto más profundo de mi desafío a los intelectuales, como Klein y Stewart, de poner su dinero adonde ponen sus bocas, es para llamar la atención al hecho de que, si son correctas las afirmaciones de los intelectuales, podemos descansar en las fuerzas del mercado para corregir el problema. No hay necesidad de una intervención gubernamental.

Siendo intelectuales, Klein y Stewart sin duda que son demasiado incompetentes para en realidad lanzar un comercio al menudeo. Pero, al compartir públicamente su afirmación acerca de esa supuesta imperfección del mercado, con ello hacen que esta “información” esté disponible para que se actúe con base en ella por un número incontable de empresarios competentes. El hecho que las declaraciones públicas de Klein y Stewart no incitan a empresarios a apropiarse de las utilidades que estarían disponibles si estas declaraciones fueran correctas, es evidencia convincente de que, en la realidad consumidores de negocios al menudeo que pagan en efectivo, no son injustamente explotadas para beneficio de consumidores de negocios al menudeo que usan tarjetas de crédito.

Puede ser que no todas las imperfecciones del mercado declaradas puedan ser rentablemente explotadas -y, en el proceso, ser corregidas- por empresarios actuando en mercados libres. Pero, un número sorprendentemente alto de esas imperfecciones del mercado que se reivindican, serían, de hecho, fácilmente “corregidas” por acciones empresariales privadas, si esas aseveraciones fueran correctas.
Cualesquiera aseveraciones de que se ha descubierto que empresas en el mercado libre están pagando mal a algunos grupos de trabajadores, o que empresas en mercados libres están cobrando de más a algunos grupos de consumidores, son aseveraciones de que se han descubierto oportunidades de obtener ganancias, que pueden ser explotadas con relativa facilidad por empresarios. (Que los intelectuales que emiten esas aseveraciones no se den cuenta que sus afirmaciones son, en realidad, oportunidades de obtener ganancias, sólo explica el analfabetismo económico de esos intelectuales).

Trabajadores sub pagados y consumidores sobre cobrados son, económicamente, dinero en efectivo en el suelo, esperando ser recogido. Sin duda que hay, en todo momento, mucho de ese dinero en efectivo rodando por allí. El mercado nunca es “perfecto.” Pero, igualmente, sin duda, en el tanto en que los mercados sean libres, los empresarios entran a barrer para corregir esos problemas en donde sea que surjan. El dinero efectivo ya no permanece más yaciendo en el suelo. Este hecho es la razón de por qué, siempre que me encuentro con intelectuales que declaran que su investigación económica o teorización desde el escritorio, revelan que los trabajadores son mal pagados o que se les cobra de más a los consumidores, me siento plenamente justificado respondiendo con: “¡Pruébelo! Ponga su dinero a donde pone su boca.”

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek de Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center en la Universidad George Mason; Miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas otras revistas académicas. Él escribe un blog llamado Cafe Hayek y una columna regular de economía para el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un título en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.