Esta es una crítica a la afirmación de que las bonificaciones de tarjetas de crédito constituyen una transferencia de ingresos desde usuarios relativamente pobres hacia usuarios relativamente ricos.

ESTE ALEGATO DE FRACASO DEL MERCADO NO MERECE CRÉDITO

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
15 de junio del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como donald j. boudreaux american institute for economic research failure June 15, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Entre los lectores de mi blog, Café Hayek, un ensayo reciente de Vox -“The ugly truth behind your fancy rewards credit card” [“La fea verdad detrás de su tarjeta de crédito con beneficios fantásticos”]- está llamando la atención. Este ensayo me fue enviado por correo electrónico por tres diferentes lectores. Cada uno de ellos siente correctamente que algo acerca del argumento de este ensayo es sospechoso.

La autora del ensayo, Emily Stewart, descansa en la investigación del académico de la Institución Brookings, Aaron Klein, para aseverar que los puntos por beneficios de las tarjetas de crédito son un esquema por el cual los pobres son inducidos, sin darse cuenta, al consumo de la gente rica. La esencia del argumento -que llamo la tesis Klein-Stewart- es directa. Hábilmente lo resume Stewart:

“Cada vez que la tarjeta es deslizada, el banco me cobra un costo. Parece trivial, pero esos costos suman ̶ lo suficiente para ayudar a pagar por bonificaciones como habitaciones de hotel y devoluciones de dinero financiados por puntos. Para compensar, los negocios aumentan los precios, y así los usuarios de efectivo (quienes tienden a ser más pobres) a menudo están subsidiando los beneficios que van a dar a los usuarios de tarjetas de crédito (quienes tienden a ser más ricos). Y entre mayores las bonificaciones, mayor es el costo para las personas que no sospechan estar pagando por ello.”


¿Por dónde empezar? ¿Qué hay acerca del hecho de que incluso los estadounidenses más pobres tienen acceso a tarjetas de crédito? Según una encuesta reciente, a pesar de la pandemia y pérdidas de empleo inducidas por las cuarentenas, cuatro de cada cinco adultos estadounidenses hoy tienen, al menos, una tarjeta de crédito, teniendo el titular típico más de una. Aunque el 2020-2021 vio un ligero descenso en el número de titulares de tarjetas, tan sólo en el cuarto trimestre del 2020 se abrieron 16 millones de nuevas cuentas de tarjetas para deudores de alto riesgo ̶ esto es, deudores con registros de crédito imprecisos. Hoy, el número total de tarjetas de crédito que tienen deudores de alto riesgo es 64 millones. Ese número no es pequeño.

Si bien posiblemente es cierto que la gente de menor ingreso, comparada con gente de mayor ingreso, por lo general, efectúa una porción mayor de sus compras al menudeo usando efectivo, no es cierto que gente de menor ingreso sea por lo general incapaz de participar en la acción de usar tarjetas de crédito ̶ usando incluso tarjetas con puntos como bonificaciones.

LOS MERCADOS COMPETITIVOS DESCUBREN LAS MEJORES FORMAS DE HACER TRANSACCIONES

Pero, el problema con la tesis Klein-Stewart va más allá de un fallo en reconocer la plena extension en la que estadounidenses pobres tienen acceso a tarjetas de crédito. Un problema más profundo es que la tesis ignora los verdaderos costos de conducir los negocios. Debido a que es costoso para las empresas cobrar precios diferentes por cada beneficio distinto que les brindan a los consumidores, es muy frecuente que los precios se agrupen o empaqueten.

Considere los supermercados. Casi todos los supermercados ofrecen a sus clientes estacionamiento “gratuito,” a pesar de que la edificación y mantenimiento de esos sitios de parqueo es costoso. Esos costos se recuperan en los precios que cobran los supermercados por los abarrotes.
No obstante, no todos los clientes de supermercados usan automóviles. Algunos clientes caminan a los supermercados. Yo vivo a una distancia cercana como para caminar al supermercado Whole Foods, y así, aunque compro ahí frecuentemente, nunca uso sus instalaciones de estacionamiento. Otros clientes toman taxis o transporte público.

¿Estamos siendo los clientes que no usamos parqueo, incluyéndome yo, estafados por el hecho que parte de los precios que pagamos por los abarrotes se usa por los supermercados para suministrar parqueo gratuito a otros clientes? Por supuesto que no. En un mundo en que todas las transacciones tienen un costo para ser realizadas -lo cual es nuestro mundo- para los supermercados simplemente no vale la pena identificar a quienes no usan estacionamiento y luego definir cuántos centavos se les debería deducir de sus cuentas por los abarrotes. Esto es, los costos en que incurrirían los supermercados para impedirme, a mí y a otros no usuarios de parqueos, que “subsidiemos” a quienes sí los usan, serían tan grande que, si los supermercados intentaran hacerlo, aumentarían sus costos totales de operación. Los supermercados tendrían que aumentar los precios para todo mundo, clientes que usan parqueo, así como quienes no lo usan.

Entonces, ¿por qué los supermercados no les cobran a los clientes por estacionarse?

El negocio de la venta al por menor de abarrotes en Estados Unidos es inmensamente competitivo. Debido a esta realidad, podemos estar seguros que, el valor para los consumidores de un parqueo “gratis” pagado en forma de precios mayores de los abarrotes, es más alto que pagar por el parqueo combinado con precios menores de los abarrotes. Determinar exactamente por qué este resultado es así, para nosotros, es innecesario. Pero, la razón posible es que, para clientes del supermercado, los costos de transacción, contando el tiempo e inconveniencia de que cada cliente pague a partir de su bolsillo por el parqueo, excede los costos de pagar el paqueo en forma de precios más altos por los abarrotes. Así, cobrar directamente por parquearse resultaría en menos compras en los supermercados. Algunos comercios pueden llegar ser no económicos en su operación, mientras que negocios que permanecen abiertos elevarían los precios para cubrir la electricidad, salarios de la administración, alquiler y mantenimiento del edificio y otros gastos generales.

Podemos estar bastante seguros que, si el gobierno obligara a los supermercados a suspender que quienes no usan parqueo “subsidien” a quienes sí lo usan, el costo total de los abarrotes se elevaría para todo mundo.

Un razonamiento similar es aplicable a los comerciantes que aceptan el pago por medio de tarjetas de crédito. Si el gobierno obligara a esos comerciantes a hacer que esos consumidores que pagan en efectivo dejen de “subsidiar” a clientes que pagan con tarjetas de crédito, los comerciantes tendrían que gastar recursos en ese esfuerzo costoso. No es sólo el comercio de abarrotes al por menor en Estados Unidos el que es altamente competitivo; casi todo comercio al por menor lo es. Los comerciantes -y en verdad hay muchos- que no ofrecen descuentos por pagos en efectivo, han descubierto, o tienen buena razón para pensarlo, que los costos de ofrecer tales descuentos exceden a los beneficios.

Note que los comerciantes tienen incentivos para ofrecer descuentos por pagos en efectivo siempre que al hacerlo así eleve sus ingresos en más que cualesquiera aumentos en costos que los acompañan. La razón es que los descuentos en efectivo les permiten a los comerciantes atraer más clientes pobres ̶ un resultado deseable aún (de hecho, en especial para) el más avaricioso de los comerciantes. Así que, el hecho de que relativamente pocos comerciantes ofrecen descuentos por pagos en efectivo, revela que, si el gobierno obligara a tales descuentos, los costos generales de los comerciantes se elevarían más que sus ingresos. Para cubrir estos gastos mayores, los precios aumentarían, incluyendo aquellos pagados por clientes pobres.

Otra forma de plantear la conclusión de arriba es esta: Los comerciantes que aceptan tarjetas de crédito (incluso aquellas con puntos de bonificación) típicamente encuentran que, la forma de menor costo para servir a sus clientes, es cobrar el mismo precio a los clientes que pagan con efectivo que los clientes que pagan con tarjetas de crédito. (Que algunos comerciantes den descuentos por pago en efectivo ¡muestra que la experimentación está ocurriendo!) Mi impresión es que la política típica de no dar descuentos por pago en efectivo resulta en más ventas que alternativamente y, por tanto, mayor habilidad para que los comerciantes distribuyan los costos generales más finamente, siendo el resultado precios menores en general, incluso para clientes que pagan exclusivamente en efectivo, o tal vez no. Tal vez, hay algún otro beneficio de esta política, uno que ningún economista de escritorio, investigador de centros de pensamiento, o reportero de revista, conozca lo suficiente como para detectarlo.

Cualquiera que sea la razón exacta para la prevalencia de esta policía de venta al por menor, pues resulta de un proceso de mercado intensamente competitivo, la suposición fuerte sería que sirve mejor a la mayoría de consumidores, que como lo haría cualquier alternativa.
Pero, esa suposición, como dicen los abogados, es refutable. En nuestro mundo inseguro y altamente complejo, lleno de humanos con cerebros débiles, podemos estar seguros que, en todo momento, la realidad despliega un gran número de diversos acuerdos que son imperfectos y sujetos a ser mejorados.

La pregunta llega a ser, entonces, ¿cómo? ¿Cuál es la mejor fuente de esta mejora?

USUALMENTE LA COMPETENCIA ES LA MEJOR FUENTE DE MERCADOS MEJORADOS

La respuesta es que, en la mayoría de casos, las mismas imperfecciones invitan a su propia mejora. Decir que el mercado está operando imperfectamente -decir que el mercado no está satisfaciendo a sus participantes tanto como sea posible- decir que el mercado está “fallando” es, en muchos casos, decir que existen oportunidades de obtener ganancia por gente que correctamente identifique los problemas y que pueda resolver cómo lidiar con ellos.

Si bien hay excepciones, yo he encontrado que, de hecho, es una regla que, siempre que alguien afirma que identificó algún problema con el mercado, ese alguien -si su aseveración es correcta- también, con ello ha identificado una oportunidad de oro para obtener una ganancia personal. La mayoría de los alegatos acerca de fallos del mercado son unos que están sujetos a ser “corregidos” por actividades empresariales privadas. Y así, siempre que alguien, como Aaron Klein o Emily Stewart, afirma que existe un fracaso del mercado, nuestra primera respuesta debería ser seguir a la economista Deirdre McCloskey y preguntar: Si usted es tan inteligente, ¿por qué no se enriquece aprovechando la oportunidad de obtener la ganancia que identifica su aseveración? Si usted alega que identifica un fracaso de mercado, podría, pero no lo hace, voluntariamente poner su dinero propio en donde pone su boca, en un intento por enfrentar ese supuesto fracaso, ¿por qué alguien escucharía sus peticiones para que el gobierno coercitivamente ponga el dinero de otra gente en donde está su boca?

Creo que esta actitud escéptica hacia afirmaciones de fracasos del mercado, y la insistencia relacionada de que la gente ponga su dinero en donde pone su boca, es tanto apropiada como poderosa. Pero, no todo mundo está de acuerdo. En mi siguiente columna explicaré en detalle por qué en la mayoría (sino es que en todos) los casos de imperfecciones y fallos del mercado que se señalan, la respuesta apropiada es: Si usted es tan listo, demuéstrelo poniendo su dinero en donde pone su boca. Y, si se rehúsa a hacerlo, guarde silencio.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek de Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center en la Universidad George Mason; Miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas otras revistas académicas. Él escribe un blog llamado Cafe Hayek y una columna regular de economía para el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un título en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.