En el periódico La Nación del pasado 28 de julio, en la sección de Cartas a la Columna, la señora Ivonne Chacón Soto escribió lo siguiente: “El argumento de quienes rehúsan vacunarse es que tienen derecho a elegir. Es verdad, pero no es correcto ni solidario. Uno puede elegir tomar cuanto licor desee. Nadie está facultado para decirnos qué hacer con nuestras vidas. Ahora bien, en el momento en que alguien maneje ebrio, ya no está en juego solo su derecho, porque pone la vida de otros en peligro. Lo mismo vale para la vacuna. Al decidir no ponérsela, la vida de otras personas, el bienestar de la comunidad, del país y del mundo corren peligro.
Si la mayoría no se vacuna, el virus no será eliminado, y cuanto más esperen para inocularse, más probabilidades hay de que surjan otras variantes. Quienes no se vacunan tienen más posibilidad de contagiar a los demás, algunos más vulnerables o con ciertas condiciones que les impiden inocularse. Así, usted se convierte en el ebrio al volante.”

Este artículo del economista Donald J. Boudreaux constituye una apreciación técnica correcta del concepto económico de esa “externalidad,” el cual nos permite analizar mejor y apropiadamente el interesante comentario de la señora Chacón.

LA “EXTERNALIDAD” NO ES BUENA EXCUSA PARA LA VACUNACIÓN OBLIGATORIA

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
13 de julio del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como donald j. boudreaux american institute for economic research externality July 13, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

No soy, y nunca he sido, un antivacunas. Cuando mi hijo Thomas era joven, ni su madre ni yo dudamos en que él recibiera el rango completo de vacunas infantiles ̶ tal como tampoco mis propios padres dudaron, en los años sesenta, que yo recibiera el rango completo de vacunas asequible a los niños de aquel entonces. Y, cuando las vacunas del Covid-19 estuvieron disponibles hace pocos meses, me puse la dosis completa. (La Moderna, por si acaso se lo está preguntando).

Pero soy, y por siempre lo he sido, un anti autoritario. Y siendo así, me opongo a los esfuerzos gubernamentales por ordenar la vacunación o penalizar a personas que aún no están vacunadas. En este mundo real nuestro, el estado nada tiene que hacer con imponer penalidades a cualquiera que escoja no inyectarse o ingerir ciertas medicinas. Tal intrusión en los asuntos privados no es ética y es inconsistente con los principios de una sociedad libre. Cada padre debe tener el derecho a rehusar la vacuna, para sí o sus hijos. Todo adulto debería tener el derecho a rehusar vacunarse. No se requiere otra explicación para rehusarse más que un sencillo “No.”

¡LA EXTERNALIDAD!

La réplica más frecuente a aquellos de nosotros que nos oponemos a la penalización de personas que rehúsan las vacunas, es afirmar que las personas que no se vacunan ponen en riesgo la salud, e incluso las vidas, de terceros inocentes. Lea, por ejemplo, a la columnista Leana Wen del Washington Post [y el artículo de la señora Chacón, agrego yo, con todo respeto], cuya fuerte obsesión por la vacunación obligatoria es correspondida con su débil habilidad para poner datos en una perspectiva apropiada. En la parla de economistas, el cargo es la ¡externalidad!” ̶ o, como recientemente exclamó el economista Justin Wolfers de la Universidad de Michigan, en respuesta a alguien que objeta lo que huele como una movida hacia la vacunación obligatoria, es “Debido a las externalidades.” Se afirma que un individuo no vacunado disemina injustamente a otras personas con patógenos peligrosos, cada vez que ese individuo está en el público.

Pero, gritar “¡externalidad!” no es la carta que da el gane que muchos economistas (y no economistas) inocentemente creen que lo es. En un mundo en que no todo ser humano vive sus vidas en una existencia aislada -esto es, en nuestro mundo- cada uno de nosotros necesariamente actúa en formas que afectan a extraños, sin que por ello se justifiquen restricciones impuestas por el gobierno sobre la gran mayoría de esas acciones. Por tanto, la justificación de la obstrucción gubernamental a los asuntos ordinarios de la vida, requiere mucho más que una identificación del prospecto de algún impacto interpersonal (Ver la breve respuesta de David Henderson a Wolfers).

También, la justificación de la vacunación obligatoria requiere mas que una imaginación vívida. Estudiantes inteligentes de primer año de colegio pueden describir situaciones hipotéticas en las que toda persona razonable estaría de acuerdo con que justifican la vacunación obligatoria. (“Como, imagine un virus tan super contagioso y letal que, con un 100 por ciento de certeza, literalmente matará a todo ser humano en el país ¡¡¡si tan sólo una única persona en el país permanece sin vacunarse!!!”) Para que el caso de vacunación obligatoria sea relevante, debe hacerse con respecto a la realidad tal como la conocemos. Es más, en una sociedad libre, el peso de la prueba descansa, no en los que se oponen a la vacunación obligatoria, sino en quienes afirman que la externalidad es real y suficientemente seria como para justificar la obligación de vacunarse.

Es indisputable que la elección de permanecer sin vacunarse contra el Covid crea algunos riesgos para extraños. Sin embargo, este hecho acerca de esta elección no lo distingue de muchas otras elecciones con consecuencias similares, en que casi cada todas las elecciones, de nuevo, no justifican la intervención gubernamental ̶ hecho que es cierto aún si confinamos nuestra atención sólo a acciones que ponen en mayor riesgo a la salud pública de terceros.

La elección de manejar al supermercado crea riesgos a la salud de peatones y otros choferes La elección de no ser examinado por la gripe y luego continuar la vida como normal, crea riesgos de salud para terceros. La decisión de zambullirse en una piscina de la comunidad crea riesgos para la salud de otros. La elección de usar un baño público crea riesgos de salud a terceros. En cada una de esas situaciones, se cree que los beneficios de permitir que los individuos tomen libremente esas decisiones, son mayores que los beneficios que surgirían con la imposición de restricciones novedosas a dichas escogencias.

¿Y QUÉ ACERCA DEL COVID Y LAS VACUNAS?

Así que, ¿hay algo especial acerca del Covid-19 que justifica el paso autoritario adicional de hacer obligatoria la vacunación? No.

Primero, existe esta realidad importante y relevante, que merece repetirse dada la amplia y a la vez extraña creencia de que esta realidad no es importante ni relevante: El Covid reserva sus peligros abrumadoramente para ancianos y los ya enfermos ̶ esto es, para un grupo de miembros fácilmente autoidentificado, quienes pueden tomar medidas para protegerse a sí mismos de la exposición al virus, sin requerir que la vasta mayoría de la humanidad, muy pocos de los cuales tienen un riesgo de verdad ante el Covid, suspenda y haga añicos sus vidas.

Segundo -e incluso separado del primer punto- el hecho de que las vacunas son muy efectivas en proteger a las personas vacunadas de contraer y sufrir por el Covid, debería ser suficiente para impulsar la estaca final a través del corazón del caso a favor de la vacunación obligatoria. Aun así, quienes proponen la vacunación forzada tienen una réplica. Creen que su caso se logra si se establecen dos hechos. El primero de esos hechos es que la vacuna no sólo protege a individuos vacunados ante el Covid, sino que, también, reduce el prospecto de que personas vacunadas diseminen el Covid hacia otras. El segundo hecho es que no todo mundo está o puede ser vacunado. Estos dos hechos son luego ensamblados en un trampolín desde el cual los proponentes de las vacunaciones saltan a la conclusión de que, por tanto, el estado debería ordenar la vacunación de todo mundo que esté médicamente capacitado para ser vacunado.

Pero, este salto es ilógico, pues ignora varias preguntas pertinentes. Y las personas que tienen la carga de la prueba no están en una posición de ignorar las preguntas pertinentes.

Entre las preguntas pertinentes que se ignoran -y, por tanto, que no se responden- están estas:

1. ¿Qué tanto ser vacunado reduce la probabilidad de que una persona transmita el coronavirus? ¿Vale la pena esa reducción que se incurra en los costos de una vacunación obligatoria?

2. ¿Cuántas personas tienen condiciones médicas que les impiden ser vacunadas contra el Covid? Y ¿qué proporción de esta gente está en grupos cuyos miembros tienen riesgos especialmente altos de sufrir por el Covid?

3. ¿Qué es lo que siquiera significa tener una condición médica que impide que alguien sea vacunado contra el Covid? ¿Significa que tales personas, si ya fueron vacunadas, tendrían una probabilidad del 100 por ciento de morir por la vacunación? Ciertamente no. Pero, si no, ¿a qué niveles específicos de riesgo sujetaría a esas personas la vacunación por el Covid? Y ¿son estos riesgos lo suficientemente elevados como para que sean parte de un caso creíble de vacunación obligatoria?

4. ¿Cuál es el costo para el grupo de “incapaces de ser vacunados” de protegerse alternativamente por sí mismos contra el Covid, comparado con el costo de ordenar que todos los demás sean vacunados?

5. La misma existencia de un grupo de personas para el que las vacunas para el Covid son demasiado riesgosas, implica que las vacunas para el Covid no están libres de riesgo para todo mundo. (Incluso, además del riesgo al azar natural inherente, si bien suficientemente pequeño, postulado por cualquier tratamiento médico, cada uno de nosotros tiene alguna probabilidad positiva de, sin saberlo, ser afectado por una o más de las condiciones que se reconoce hacen que la vacunación por el Covid sea demasiado riesgosa). ¿Por qué, entonces, debería todo mundo -excepto individuos del grupo formalmente exento- requerirse que se vacunen y, así, hacer que estén sujetos a algún riesgo positivo de ser físicamente dañados por la vacuna?

6. Sí, como lo deducen los impulsores de la vacunación obligatoria, cualquier acción que postula un riesgo para la salud de extraños debería tratarse como una “externalidad” y que obligadamente prevenga, ¿por qué no debería el gobierno tratar todas las expresiones de argumentos en apoyo de la vacunación obligatoria, como externalidades que se prohíban forzadamente? Dado que la vacunación en sí no está libre de riesgos, obligar a la gente a vacunarse es sujetar a alguna gente que asuma un riesgo que ella preferiría evitar. Es más, promover públicamente la vacunación obligada aumenta el riesgo de que se ponga en práctica una política de vacunación forzada ̶ significando que promover públicamente la vacunación obligatoria (según la lógica de los propios impulsores de la vacunación forzada) expone a terceros inocentes a un riesgo que el gobierno tiene obligación de impedir.

CONCLUSIÓN

Por supuesto, me opondría a esfuerzos por silenciar la expresión de los impulsores de las vacunaciones obligatorias, con la misma energía y sinceridad que alimentan mi oposición a esfuerzos de los proponentes de la vacunación forzada por imponer su medida autoritaria sobre la humanidad. Pero, el hecho de que la lógica de los impulsores de la vacunación obligatoria puede fácilmente usarse para formular un caso para despojarlos por la fuerza de su libertad de promover pacíficamente la vacunación obligatoria, tan sólo refleja qué tan débil es el caso a favor de una vacunación forzada.

Ese caso, repito, no puede resolverse en el abstracto con la simple entonación de la palabra “externalidad.” Deben responderse las preguntas arriba mencionadas (y, tal vez, otras) acerca de hechos. Y, en una sociedad liberal y abierta, el peso de responder esas preguntas en las formas en que se hace el caso a favor de cualquier orden gubernamental, descansa en los impulsores del mandato y no en los defensores de la libertad.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek de Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center en la Universidad George Mason; Miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas otras revistas académicas. Él escribe un blog llamado Cafe Hayek y una columna regular de economía para el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un título en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.