Tremenda lección sobre esto estamos viendo en el manejo gubernamental de las medidas ante el Covid.

¿ES EL ESTADO SU ÚNICA FUENTE DE VERDAD?

Por David McGrogan
American Institute for Economic Research
18 de julio del 2021

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En un corto video que circula en internet, la primera ministra de Nueva Zelandia, Jacinda Ardern, hablando hacer de desinformación acerca de las vacunas para el Covid, dice de forma displicente: “Descarte cualquier cosa. Continuaremos siendo su única fuente de verdad.” Al hacerlo, ella, sin quererlo, declara la ambición del Estado, si seguimos al pensador libertario franco-húngaro Anthony de Jasay en su libro esencial sobre el tema y lo imaginamos como si fuera una persona unitaria con voluntad propia: ser la única fuente de verdad, la única fuente de autoridad, la única fuente de lealtad, la única fuente de poder. El Estado ya había avanzado mucho por ese rumbo antes del 2020. En la era de la pandemia, surge la pregunta acerca de si casi ya está en su destino.

Demos, por un momento, un paso hacia atrás. Para de Jasay, la historia del Estado es el crecimiento y acumulación continua de poder público, no derivada de un impulso autoritario, sino principalmente de alianzas entre el gobierno y grupos dentro de la población que otorgan beneficios. Aunque él no usa el término, señala que tales alianzas, a menudo, son creadas a través de concebir un segmento particular de la población como “vulnerable” o en necesidad de la protección del Estado. Por tanto, el grupo conocido como “los pobres” se convierte en aliados del Estado a través de la provisión asistencial, minorías étnicas se alían con el Estado mediante leyes antidiscriminatorias y de impulso a la igualdad, los empleados llegan a aliarse con el Estado con regulaciones en los sitios de trabajo y leyes laborales, los mayores de edad se hacen aliados del Estado con la ayuda de la provisión de pensiones estatales y la seguridad social, los niños se convierten en aliados del Estado con la provisión de servicios de educación y protección infantil, etcétera. Gradualmente, de tal forma, el Estado se expande ̶ no como el “monstruo frío” de Nietzsche, sino como el protector benevolente de una vasta porción de la población, una tras otra.

Casi siempre hay razones perfectamente buenas para estas alianzas en el momento en que se hacen. El punto, sin embargo, para parafrasear a Michel Foucault, es que, mientras que nada es malo, todo es peligroso. Y el peligro aquí es que, cuando el Estado se expande, tiende a hacerlo a costas de otras fuentes de autoridad y lealtad. La familia, la comunidad, la iglesia u otros grupos religiosos, el empleador, el club ̶ todos son socavados cuando crece el Estado.

Como nos lo dice otro pensador francófono, Bertrand de Jouvenel, “El Poder” (su palabra para el Estado) aborrece la competencia. Y las alianzas que hace con grupos vulnerables generalmente tienen el efecto de insertar al Estado entre individuos y fuentes alternativas de autoridad, y, a menudo, del todo romper esos lazos. Por tanto, el asistencialismo desata los lazos familiares, al hacer a la gente menos dependiente de sus familias extendidas para apoyarse, la educación pública debilita los lazos entre niños y la iglesia debido al papel decreciente de la fe en la escolaridad, a menudo, las leyes de igualdad enfrentan a personas entre ellas con base en sus características inmutables, etcétera. Para “el Poder,” la única relación que importa es aquella entre el Estado, por un lado, y, a su vez, todos y cada individuo, atomizados y separados de todos los lazos en la esfera privada.

Por supuesto, el punto importante de esto es que no se debe a algún tipo de conspiración, e incluso de algo nefario. Simplemente, se debe a las consecuencias de desarrollos que son, a primera vista, totalmente razonables, y que parecen ser perfectamente benignos cuando se instituyen. ¿Quién estaría contra la educación pública gratuita? ¿Quién estaría contra leyes de igualdad? ¿Quién estaría contra pensiones estatales? Recuerde, nada es malo. Es sólo que todo es peligroso.

La pandemia de SARS-CoV-2 destaca los peligros con un destacado color amarillo luminoso. La expansión del Estado que hemos visto ha tenido su lugar en alrededor de los últimos 150 años, a menudo fue construida, como hemos visto, al concebir secciones de la población -los pobres, ancianos, niños, grupos de minorías, etcétera, como vulnerables y en necesidad de ayuda. Ahora, estamos viendo lo que sucede cuando el Estado es capaz de concebir como vulnerable, no sólo a una sección de la población, sino a su totalidad. De repente, prácticamente nada queda fuera del ámbito del poder público, pues cada relación interpersonal humana única se relaciona con el objetivo primordial de “detener la diseminación.” La familia, iglesia, grupo de la comunidad, sitio de trabajo, incluso el acto sexual ̶ ahora, el Estado es visto como capaz de ubicarse entre individuos, donde sea que estén, en cualquier contexto, incluso en sus propios hogares.

Las consecuencias de todo esto para el Estado son, por supuesto, enteramente favorables. Como se recordará, con el “Poder” de de Jouvenel, en realidad, hay un único objetivo: ser la única fuente de verdad, lealtad y autoridad. Para la infeliz sociedad, las consecuencias ahora se mostrarán: crecientemente, la única relación que importará es aquella entre el individuo y el Estado, y la esfera de vida que permanece sin regular, probablemente, se encogerá aún más. Boris Johnson, el primer ministro del Reino Unido, ha planteado el punto a lo largo de la pandemia, al decirles a los diversos actores -empresas, empleados, y, a menudo, a la población como un todo- que el gobierno “pondrá sus brazos alrededor de” ellos. También, es muy hábil para usar el poder del Estado a perpetuidad, al asegurar que la población coma apropiadamente, ande en bicicleta regularmente, y use el transporte público, en vez de carros: la mala salud, la obesidad y el cambio climático, también, siendo razones para, por supuesto, tratarnos como vulnerables ̶ y, de acuerdo con eso, expandir el Estado. Como resultado, de hecho, nuestro futuro empieza a parecer sombrío, y la victoria final del Estado se cierne a la vista.

David McGrogan es profesor asociado de Leyes en la Escuela de Derecho de Northumbria. Antes de ingresar a la academia, vivió y trabajó en Japón durante la mayor parte de una década, Su investigación se enfoca en las leyes de derechos humanos y la ley de contratos y, en relación a ambos tiende a adoptar una perspectiva liberal clásica.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.