LAS DISTORSIONES DEL MARTIRIO DEL DESPERTAR

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
28 de junio del 2021

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Haití es uno de esos países que usted puede abandonar después de una visita, pero que nunca exactamente lo abandona a usted. Su historia es tan heroica y tan trágica, su condición actual a menudo tan apabullante, su cultura tan fascinante y su gente tan atractiva, que incluso si no se convierte en foco principal de su atención intelectual, usted nunca deja exactamente de perder su interés en él, o en su historia.

Esta es la razón de por qué, en una venta de libros en París, compré un libro acerca de la Batalla de Vertières, el último suspiro de la expendición enviada por Napoleón a Haití, o Santo Domingo, como aún era conocida (“La Perla de las Antillas” para aquellos que obtuvieron ganancias a partir de ella), para devolverla a la condición de una extensa plantación de esclavos. El General Leclerc, cuñado de Napoleón, la comandó, y 50.000 soldados franceses, incluyendo a Leclerc, perdieron sus vidas en esta desafortunada, y, desde nuestro punto de vista moral actual, maligna expedición. Seis semanas después de su derrota final a manos de anteriores esclavos, Haití, o Hayti -bajo el primero de sus muchos dictadores, Jean-Jacques Dessalines, quien se puso a sí mismo como emperador y fuera asesinado dos años más tarde- declaró su independencia de Francia.

El libro, titulado L’Armée indigène, El Ejército Nativo, era de un historiador francés, Jean-Pierre Le Glaunec, quien ahora enseña en la Universidad Sherbrooke en Quebec, Canadá. El libro recopila no sólo la historia de la batalla en sí, que tuvo lugar el 18 de noviembre de 1803, sino también cómo se ha recordado, u olvidado (en especial en Francia), en los dos siglos subsecuentes, y los fines para los que el recuerdo se ha aplazado.

El autor es especialista en historia haitiana y estadounidenses. Su visión histórica fundamental es muy diferente de la mía, pero eso no redujo mi placer de leer su libro, pues él escribe bien y maneja mucha evidencia interesante, fruto de un investigador original y diligente en fuentes primarias. Y me parece que nadie puede quedarse sin sentirse conmovido por el heroísmo y determinación de los antiguos esclavos, en defensa de su recién encontrada libertad ante un intento de regresarlos a la servidumbre. La colonia de esclavos de Santo Domingo ha estado entre las más crueles jamás conocida; los métodos del ejercito expedicionario de Napoleón se hicieron más y más crueles al sufrir aniquilaciones repetidas. El que la historia tenga sus ironías -es posible que, si hubiera fracasado la revolución de esclavos, Haití sería ahora más próspera de lo que es, como Guadalupe o Martinica- no le resta valor a la corrección de la causa de los anteriores esclavos. No podía esperarse que ellos previeran los dos siglos de fracaso, pobreza, y opresión por venir. Además, la dignidad conferida por la victoria no puede simplemente ser contrastada con sus consecuencias materiales funestas de largo plazo: El hombre no sólo vive del PIB.

Aún así, mi atención fue guiada hacia un pequeño pero revelador detalle en el libro del profesor Le Glaunec: su uso de comillas alrededor de la expresión “civilización francesa.”

¿Qué es lo que quería transmitir con ese entrecomillado? ¿Que no hubo tal cosa como una civilización francesa? ¿Que la civilización francesa no era específicamente francesa? ¿Que no hubo tal cosa como una civilización? ¿Que sólo aquellas naciones que no tenían una mancha en sus registros podían describirse como teniendo una civilización? ¿Habría puesto el autor su entrecomillado alrededor de una expresión tal como “cultura haitiana o africana”? O, ¿estaba él simplemente señalando que no era uno de esos nacionalistas burdos e irreflexivos, quien piensa que todo alrededor de su propia nación es lo mejor y que su historial es inmaculado?

Interesantemente, él ha escrito un breve libro de reflexiones acerca de la muerte de George Floyd, titulado Une arme blanche: la mort de George Floyd et les usages de l’histoire dans le discours néoconservateur [Una daga: la muerte de George Floyd y los usos de la historia en el discurso neoconservador). Está dirigido principalmente a un periodista franco-canadiense llamado Christian Rioux, quien escribió seis artículos en Le Devoir acerca del tema de George Floyd, uno de los periódicos más importantes de Quebec. Pero, obviamente, el Sr. Rioux es una figura que pretende simbolizar a todos aquellos que no se apuntan en la línea de Black Lives Matter. El profesor Le Glaunec emplea de nuevo el entrecomillado en el término “pensadores conservadores,” como si ninguna persona que pensara pudiera ser conservadora y que ninguna persona que era conservadora pudiera pensar.

Al menos, él escribe claramente, lo que, de hecho, es una alabanza hacia un académico de la actualidad, y nadie podría claramente confundir su estilo de historiografía, siendo la historia, para él, la narración de la explotación y opresión, y de resistencia a la explotación y opresión, y nada más. Sin embargo, es cierto que él sorprende al Sr. Rioux en algunas aseveraciones históricas tan dudosas, que incluso yo, quien no soy historiador, no las habría hecho.

Pero, él va más allá, al señalarlas, claramente dando a entender que su uso descuidado e incluso deshonesto del material histórico es típico, necesario, e intrínseco de una visión conservadora. Los conservadores politizan la historia para sus propios fines, mientras que, gente como el autor, arriba a sus posiciones políticas por medio del estudio objetivo de la historia. Por desgracia, quienes acusan a otros de descuido o deshonestidad, se convierten a sí mismos en prisioneros de la suerte, pues pocas acusaciones son, más a menudo, retornables a quien las envía.

Aunque el libro menciona a George Floyd en su título, es un hecho cierto que, en realidad, hay sólo tres referencias a él, además del hecho de que él fue asesinado por Derek Chauvin, el policía que espera sentencia. La primera es la dedicatoria: A la memoria de George Floyd. Luego, él es llamado un gigante amable, y, finalmente, inocente.

Ahora bien, es cierto que el carácter de una persona injustamente asesinada no es relevante para la maldad de su muerte. La ley no distingue en cuanto a víctimas entre santos y pecadores. No es una defensa para un cargo de asesinato el que la víctima fuera un puerco.

Pero, existe una regla en la ley inglesa según la cual, si la defensa ataca el carácter del testigo de la fiscalía, la fiscalía puede hacer lo mismo con el testigo de la defensa. Esta regla, sin duda, busca mantener en un mínimo los ataques ad hominem en la corte.

Sea como esa, ciertamente es extraordinario que un hombre que se enorgullece acerca de la objetividad de su visión de la historia, en contraste con alguien con quien él está en desacuerdo, describiera a George Floyd como, de hecho, un gigante amable inocente. Él no tuvo que ser eso para ser injustamente asesinado, y él no lo era.

Dudo que la mujer embarazada, en cuya casa él penetró en una ocasión y sobre cuyo abdomen apuntó una pistola, a la vez que demandaba dinero, le describiría como un “gigante amable;” y, de hecho, hacer tal cosa corre con el riego de alentar la furia feminista, que acusaría al autor de una minimización masculina típica del sufrimiento de una mujer victimizada. Dudo, también, que ella estaría muy fuertemente a favor de la abolición de la policía, sean cual sean sus crímenes o delitos menores.

George Floyd tenía fentanilo en su sangre cuando murió. Esto sugiere que, como mínimo, debe haberse asociado con gente de reputación dudosa, y que su compromiso con el camino correcto y angosto no era de roca sólida. Cuando una persona con un largo registro criminal toma fentanilo, hay, al menos prima facie, duda acerca de su inocencia, como la llama el profesor Le Glaunec, como si fuera un hecho incontrovertible. Por supuesto, es posible que la adicción de George Floyd al fentanilo no le involucrara en otra actividad criminal, y que pagó por él honestamente (aunque comprándolo a criminales) con su dinero duramente ganado; pero, dudo que mucha gente estaría dispuesta a apostar en grande en este punto.

En otras palabras, el profesor Le Glaunec, quien le da importancia a su acceso desapasionado a la evidencia histórica, en contraste con su oponente, se revela, al menos, como tan parti pris [parcial] como dicho oponente. Él despliega una ausencia de curiosidad acerca de George Floyd que ciertamente se deriva de su posicionamiento político. En cuanto a la dedicataria a la memoria de George Floyd, es moralmente obtusa: pues un hombre no se hace bueno por ser asesinado injustamente. Una madre ama a su hijo porque él es su hijo, no porque es bueno, y, por tanto, el dolor de la familia es entendible y se simpatiza con facilidad; pero, que otros lo conviertan en lo que no era, un mártir de una causa, es mostrar, a la vez, un defecto moral y uno intelectual.

La conexión entre la explicación histórica y la moral individual en ningún lado es más compleja como en Haití. El vencedor de Vertières, el anterior esclavo Dessalines, fue declarado dictador vitalicio, con derecho a escoger a su sucesor, en el mismo documento en que él anunciaba la independencia de Haití y la libertad de su población. Dessalines después llevó a cabo una política que hoy sería llamada genocida: él ordenó que todo colono asesinado, blanco, hombre, mujer y niño (alrededor de 6.000 en total) por permanecer en el país después que se fueran las últimas tropas francesas, debería serlo, y sus órdenes fueron llevadas a cabo. La conducta de los franceses verdaderamente atroz, sin duda, explica el genocidio, pero, ¿lo justifica? Responderla afirmativamente es alegar que esos son genocidios buenos, o que se justifican; responder no es ser acusado de una carencia de idea psicológica acerca de la furia justa de Dessalines y otros, o de una ausencia de simpatía hacia el estado mental de las víctimas de la esclavitud.

La muerte de George Floyd fue similarmente mala; pero, eso no significa que la reacción hacia ella fuera la correcta.

Theodore Dalrymple es un médico y psiquiatra de presiones pensionado, contribuye como editor del City Journal y es Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Su libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.