APOYO A CUARENTENAS: UN FENÓMENO DE CONTRABANDISTAS DE LICORES Y BAUTISTAS

Por David McGrogan
American Institute for Economic Research
8 de junio del 2021

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Una de las características más impactantes del “cuarentenismo” -aunque una que, vista en frío a la luz el día, difícilmente sorprende- es que el apoyo a él se ha generado por medio de confluencias de intereses. El ejemplo más obvio de esto es la forma en que los objetivos de los entes de salud pública (prevenir muertes en exceso) se han alineado tan estrechamente con aquellos de ciertos actores grandes productores actuales en el mercado, tales como supermercados, gigantes de medios sociales, y mercados en línea (es decir, obtener ganancia). Las cuarentenas parecen convenirles a aquellos con motivos virtuosos autoconscientes; ellas, también, muy a menudo, favorecen a quienes quieren ganar dinero. Cuando las personas se quedan en la casa, frenan la diseminación del virus ̶ pero, también, pasan más tiempo en línea, compran más en tiendas en línea, y descansan en supermercados grandes “esenciales,” en vez del comercio al menudeo, no esencial, pequeño, de “mamás y papás” independientes.

A la luz de esto, ¿nos vemos todos sorprendidos porque, muy a menudo, grandes firmas de medios sociales, servicios de streaming y similares, en su mayoría, han estado a favor de restricciones? No hay nada conspiratorio en esto y tampoco probablemente sea algo intencional. Es sólo una aplicación directa de una de las lecciones más básicas de la economía clásica: los incentivos importan, y los incentivos de esos actores sólo tienden a apuntar en la misma dirección. En otras palabras, no es que esas empresas conscientemente apoyan las cuarentenas debido a una motivación manifiesta de obtener ganancias; es sólo que sus incentivos para rechazar el cuarentenismo no son fuertes, o se carece enteramente de ellos, pues sus intereses no están en conflicto con aquellas.

Uno de los conceptos más importantes y útiles, pero menos sistematizado en el estudio de la regulación, es el fenómeno de los “contrabandistas de licores y los Bautistas,” acuñado por Bruce Yandle. Yandle observó que el activismo político a favor de la prohibición a la venta de alcohol y las leyes de cierres dominicales en Estados Unidos fue, a menudo, una combinación de motivos altos y bajos. Los Bautistas están a favor de restringir la venta de alcohol pues eso es “bueno para la sociedad.” Los contrabandistas están a favor de eso porque, para sus fines, entre menos sea el alcohol legalmente disponible, mejor les va. Los dos grupos no conspiran entre sí, abiertamente o como sea.
Pero, el alineamiento de sus intereses es una especie de movimiento de pinzas que los reguladores encuentran difícil de resistir.

Entonces, las coaliciones de contrabandistas y Bautistas son acuerdos circunstanciales entre los motivos de la virtud y las ganancias. Y esos están en todas partes de la vida pública. Para poner sólo otro ejemplo, los gobiernos escocés y británico regulan crecientemente el consumo de alcohol y azúcar, por medio de una diversidad de precios mínimos de sustentación, requisitos obligados de empaque, y sobretasas. Estas medidas satisfacen a promotores de la salud pública, cuyos motivos son puros (aunque probablemente errados). Pero, también, ellas satisfacen a grandes productores actuales, quienes usualmente pueden absorber aumentos de costos mucho más rápidamente que los operadores más pequeños, y quienes son adeptos a encontrar formas de vender por el mismo precio porciones más pequeñas de marcas conocidas. ¿Se está dando una conspiración? No: es sólo que los grandes productores actuales no están incentivados con fuerza suficiente como para que hagan presión contra las medidas en cuestión, pues, en realidad esas medidas no eran muy dañinas para ellos.

El alineamiento de intereses entre impulsores de salud pública y ciertos actores del mercado durante el período de Covid, es, por tanto, fácilmente conceptualizado en los términos de contrabandistas y Bautistas. No es que no exista alguna conspiración o “intriga en la habitación trasera.” Es simplemente que el consejo de salud pública ha ido fuertemente en una dirección, y no ha existido un incentivo verdadero para que ciertos sectores del mundo corporativo presionen contra aquel ̶ más bien, al contrario.

Esta no es una observación enteramente novedosa, y habría sido evidente para muchos observadores. Lo que se ha sido menos notado es que hay algo de un fenómeno psicológico de contrabandista y Bautista que también tiene su lugar dentro de mentes individuales ̶ y eso ha sido particularmente importante en la construcción de apoyo para las cuarentenas entre las clases profesionales.

Eso llegó a mi casa temprano en la pandemia, cuando un conocido me envió un correo electrónico proclamando qué tan importante era el mensaje de quedarse en casa, pero, también, decía que lamentaba el hecho de que, habiendo comprado recientemente una casa nueva, estaba (y cito directamente) “demasiado ocupado para disfrutar la cuarentena.” La alegre alusión de esta persona de que la cuarentena era algo que uno debería disfrutar, era fuertemente indicativa, pensé, del sentimiento general entre personas profesionales que yo conocía. Y, de hecho, difícilmente fue esa la única persona quien, accidental o abiertamente, me admitió que más bien prefería el prospecto de quedarse en la casa. (Estoy seguro que la mayoría de lectores de este comentario habrán notado el mismo fenómeno). Mucha gente parece disfrutar la oportunidad de hacer mucho más trabajo. Otros han encontrado como una dicha el alivio a una conmutación y otros compromisos estresantes. Pudiendo trabajar desde el hogar y, a menudo, teniendo viviendas bastante agradables, mucha gente profesional ha sentido que la cuarentena les dio un mejor balance entre trabajo y vida. En otras palabras, la cuarentena no era sólo una gran penuria para cierto sector de la población y, de hecho, llegó a ser casi como una bendición.

Por supuesto, esto no es para sugerir en momento alguno que el apoyo hacia las cuarentenas ha sido egoísta. Lejos de ello. Más bien, es sólo observar que ha habido, de nuevo, una fuerte confluencia de intereses ̶ excepto que aquí es a lo interno de la mente individual. No dudo que las personas, por lo general, han sentido que todas las restricciones a las que han estado sujetas, han sido moralmente correctas (el motivo “Bautista”). Pero, también, es cierto que las medidas no han sido del todo una mala idea (el “contrabandista” interno).

Es la combinación del contrabandista y el Bautista trabajando en tándem la que es tan efectiva, en el esquema de Yandle, y, también, lo mismo es cierto dentro de nosotros. Nuestros correspondientes impulsos internos contrabandistas, y el Bautista, son fuertes por derecho propio, y, si ellos hubieran estado en contraposición durante la pandemia, habrían tendido a cancelarse el uso con el otro y podría haber existido mayor resistencia contra las restricciones. Pero, debido a que están trabajando juntos, son muy poderosos. Esto nos permite avanzar mucho en la explicación del comportamiento de los profesionales de cuello blanco durante la pandemia: han estado actuando a partir de un sentido genuino de virtud, pero, también, les ha ido bastante bien al hacerlo, al menos en el corto plazo, No es el uno o el otro, y que los motivos altos y bajos no se excluyen mutuamente ̶ es la combinación de ambos lo que logra el truco.

David McGrogan es profesor asociado de Leyes en la Escuela de Derecho de Northumbria. Antes de ingresar a la academia, vivió y trabajó en Japón durante la mayor parte de una década, Su investigación se enfoca en las leyes de derechos humanos y la ley de contratos y, en relación a ambos tiende a adoptar una perspectiva liberal clásica.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.