PATRIA Y LIBERTAD.

CUBA EN EL LÍMITE: RECHAZANDO AL GRAN HERMANO Y LA GRAN MENTIRA


Por Carlos Eire
National Review
14 de julio del 2021

Los jóvenes, quienes sienten que son los que más tienen que perder si permanecen en silencio, han salido a las calles como nunca antes nadie se atrevió a hacerlo en tal escala.

Algo realmente admirable acaba de suceder en Cuba. Por primera vez en 62 años desde que la dinastía de los Castro convirtió a la isla en una distopia totalitaria, los cubanos han salido a las calles desde un extremo a otro de la isla, denunciando a su gobierno represivo y clamando por libertad. Los manifestantes pueden verse en YouTube y medios sociales cantando rítmicamente “libertad,” “abajo la dictadura,” y “abajo el comunismo,” como oraciones de peregrinos resueltos. Y, también, puede vérselos lanzando un desafío a sus gobernantes: “No tenemos miedo.” Ese cántico del todo no parece ser una plegaria. Es un escarnio, un grito de guerra, uno de rebeldía. Y viene principalmente de jóvenes cubanos, nietos y bisnietos de la llamada Revolución.

Cualquiera que haya vivido en una sociedad libre y abierta, acostumbrado a frecuentes demostraciones de disgusto con el statu quo, en las que ninguno de los participantes es golpeado o lanzado a prisión, no puede ni siquiera empezar a imaginarse el coraje o desesperación que toma expresar el disentimiento en una dictadura totalitaria, como esa de Cuba. En realidad, no tienen ni idea. Usted tiene que vivir en ese lugar -en que un porcentaje excesivo del presupuesto del país se dedica a mantener el ojo del Gran Hermano puesto sobre usted- para poder apreciar la magnitud de la intrepidez y desesperación necesitadas para soltar la lengua de uno en la calle, a la par de las de sus vecinos.

Estas protestas están entre las pruebas más dramáticas alguna vez brindadas del fracaso de la dictadura tropical, que se ha venido llamando a sí misma una “Revolución” por seis largas décadas y que ha llevado al exilio a más del 20 por ciento de su pueblo. Las innumerables promesas de un futuro más brillante se han hecho durante todo ese tiempo por la junta militar que ha gobernado a Cuba, desde los días en que los carros tenían aletas traseras y las canciones más populares de las listas en Estados Unidos eran “Rock de la Cárcel” de Elvis Presley y “Volare” de Doménico Modugno. Bueno, ¡sorpresa!, ¡sorpresa!, el futuro ya está aquí, y los jóvenes pueden ver claramente que todas esas promesas se han convertido en mentiras. Ahora, quienes se supondría recibirían los beneficios de décadas de sacrificio, abnegación, y obediencia incuestionada demandada por el Gran Hermano, han salido a las calles, gritando a sus envejecidos amos -y al mundo- que están cansados de vivir una mentira.

La respuesta de los oligarcas de Cuba ha sido predecible. Inmediatamente cerró el acceso a internet ̶ y sigue así tres días después. Soldados, policías y masas de matones incitados por el hosco presidente testaferro del país, Miguel Díaz-Canel, descendieron sobre los manifestantes, disparándoles, golpeándolos con palos y mangos de rastrillos, lanzando a todos los que pudieron detener a vehículos que los llevó directamente a la prisión o sólo a que desaparecieran. Díaz-Canel montó una contramanifestación de los suyos, rodeado de un escuadrón de guardaespaldas y miembros corpulentos de la clase gobernante, quienes no tenían otra opción más que aceptar su invitación a esta actividad.
Él, también, apareció en televisión y les pidió a todos los “revolucionarios y comunistas” que “combatieran a todos los mercenarios pagados por el gobierno estadounidense,” para que retomaran las calles y “protegieran” a la “Revolución” sagrada.

Esta súbita erupción de disentimiento sin miedo ha sido causada por una tormenta perfecta de calamidades, todas las cuales han revelado la enorme mentira de la llamada Revolución, como ninguna otra crisis jamás lo había ocasionado. En los últimos tiempos, la vida en Cuba se ha hecho tan insoportable como nunca antes para casi todos los cubanos, excepto para quienes gobiernan el lugar. La crisis se debe a una larga serie de errores y catástrofes. Hay mucho para dar una lista completa, pero, he aquí algunos pocos: la pérdida del ingreso desde Venezuela, una economía colapsada, una gigantesca deuda externa, una desastrosa cosecha de azúcar, inflación descontrolada, una plaga que se intensifica, en vez de abatirse, un sistema de salud colapsado, escaseces de medicinas, escaseces de alimentos, escaseces de agua, largas filas y estantes vacíos en todos los negocios, cortes de electricidad, y una represión incrementada.

No importan las sanciones de Estados Unidos o el llamado embargo, a los que la junta militar de Cuba y muchos de los medios noticiosos del mundo culpan de la crisis actual. Esos son factores irrelevantes, un señuelo para desviar la culpa, hábilmente manipulado por los oligarcas durante mucho tiempo, para alejar la atención de su propia ineptitud abyecta y los defectos congénitos del comunismo que ellos abrazaron e impusieron sobre todos los cubanos. Cuando se trata de asignar culpa, mucho más es verdaderamente merecida por los miles de turistas prematuramente invitados a que regresen a centros turísticos del apartheid en Cuba, al estar surgiendo nuevas cepas de COVID-19. Estos buscadores de la “vacación soñada” en el extranjero son un componente importante de la tormenta perfecta de este año, pero, gracias al apartheid del país, la mayoría de los cubanos no se da cuenta de su presencia en la isla o las infecciones que ellos han pasado a los empleados en los centros turísticos, quienes luego han llevado el virus a sus hogares y vecindarios.

Otro componente importante de la tormenta perfecta de este año es el hecho innegable que la dinastía de los Castro ha desaparecido. Fidel está muerto, sus cenizas se guardan alojadas en un monolito que parece ser más utilería de una película de los Picapiedra. Raúl se ha escabullido del escenario a la edad de 90, sin aplauso alguno, mucho menos una ovación de pie. Y, después de mucho barajar en el más reciente Congreso del Partido Comunista, el hombre que quedó a cargo -ostensiblemente- es Miguel Díaz- Canel, una figura corpulenta sin onza de carisma, que parece ser incapaz de imbuir algo medio inteligente o inspirador. Asumir la persona de Gran Hermano y vender la Gran Mentira son desafíos más allá de su comprensión, así que, a pesar de toda la retórica que él y sus ministros derraman acerca de la “continuidad” de la llamada Revolución, los cubanos pueden ver que él, realmente, no ha heredado manto alguno, sino que, en verdad, está desnudo, por así decirlo, tal como el principal carácter del cuento de Hans Christian Andersen, “Las Nuevas Ropas del Emperador.” Uno sólo puede esperar y orar que en este momento él probará que es tan inepto en la represión, como lo ha sido en inspirar confianza.

En realidad, estas propuestas no son acerca de la pandemia o de escaseces falsamente atribuidas a la política exterior de Estados Unidos. En última instancia, estos manifestantes saben que la causa última de sus angustias es su carencia de libertad en todas las esferas de la vida, lo cual no es nada nuevo. Así que, los jóvenes, quienes sienten que son los que más tienen que perder si permanecen en silencio, han salido a las calles como nunca antes nadie se atrevió a hacerlo en tal escala. Como dijo ayer John Suárez, director del Centro par una Cuba Libre: “Lo que está causando los problemas en Cuba es el bloqueo interno que el régimen ha impuesto sobre los cubanos, y esa es la razón por la que los cubanos están protestando contra el régimen. No están en las afueras de la embajada de Estados Unidos protestando por el embargo estadounidense, están protestando contra el gobierno, pues saben quién es el responsable de aquello por lo que están sufriendo. No es un accidente.”.

Carlos Eire es profesor T.L. Riggs de Historia y Estudios Religiosos en la Universidad de Yale.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.