POR QUÉ SIMPLEMENTE NO PODEMOS TAN SÓLO “SEGUIR LA CIENCIA”

Por Greg Weiner
Law & Liberty
25 de junio del 2021

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Le está lloviendo bala al comentarista y cómico Jon Stewart, como a menudo pasa con los herejes. En una aparición en The Late Show por la cadena de televisión CBS, Stewart endosó la teoría de que el COVID-9 se originó en un laboratorio en Wuhan, China. Esa teoría merece una investigación plena. Lo que parece haber molestado a los críticos de Stewart es que se atrevió a cuestionar la ciencia. Convierta a “Ciencia” como en “sigan a la.”

“La ciencia es increíble,” le dijo Stewart al presentador Stephen Colbert. “Pero, ellos no saben cuándo detenerse.” Y, luego, él llegó, en apariencia, demasiado lejos:

“¿Puedo decir esto acerca de los científicos? Los amo y ellos hacen un trabajo tan bueno, pero ellos nos van a matar a todos nosotros. …He aquí cómo creo que termina el mundo. …El mundo termina, las últimas palabras que el hombre expresa están en algún lado en un laboratorio. Un tipo dice, ‘Ajá, eso funcionó’”

El periodista Dan Rather estaba conmocionado:

“No puedo exagerar qué tan peligrosa es esta línea de pensamiento. Es cierto que algunos científicos han hecho algunas cosas malas en nombre de la investigación ̶ como los experimentos de Tuskegee. …La ciencia no nos libera de nuestras responsabilidades morales. Todo esto es el caso porque la ciencia es una tarea humana y los científicos son humanos, sujetos a las mismas debilidades e instintos básicos que cualquier miembro de nuestra especie. Pero, la ciencia es, también, una forma de pensar, en donde desafiamos nuestros propios dogmas y creencias, en donde cambiamos nuestras mentes y enfoque cuando los datos muestran que estábamos equivocados.”

Si los científicos son humanos, sujetos a las debilidades humanas, Rather podría considerar qué fragilidades caen sobre los humanos con una autoridad sin control. Más de ello en el momento. Pero, primero: Es cierto que la ciencia es una forma de pensar. Pero, sus métodos y aseveraciones dependen de recursos filosóficos que son externos a la ciencia ̶ algo que no todos los científicos reconocen. Los datos no capturan la totalidad de la verdad. La afirmación de que sí lo hacen es, en sí, una posición filosófica que los datos no pueden probar sin la ayuda de la filosofía. Aún más, los datos y la evidencia no pueden decirnos que hacer con ellos. Eso requiere un juicio moral.

Rather dice que necesitamos ciencia más que nunca antes debido a desafíos como el cambio climático. Es cierto que los científicos son vitales en una diversidad de casos. Pero, estos casos son, en última instancia, asuntos de juicio prudencial que no pueden ser resueltos por el método científico.

Hay diversas razones para eso, como lo he discutido en la revista National Affairs. Una es que rara vez los científicos constituyen una sola voz, y los héroes entre ellos a menudo son apóstatas que desafían el consenso predominante. Una segunda es que pocos, si es que alguno, de los desafíos políticos pueden resolverse científicamente. Ellos involucran juicios de valor y, más importante, son cuestiones de criterio. Una tercera es que las prioridades compiten entre sí. ¿A cuáles expertos deberíamos escuchar acerca del cambio climático? ¿Geógrafos? ¿Oceanógrafos? ¿Físicos? ¿Economistas?

El juicio moral y político debe siempre supervisar la ciencia. La ciencia es una herramienta. No puede suministrar sus propios supuestos morales o demostrar, puramente en sí misma, que es la forma suprema de saber. En una república, la política siempre debe jugar el papel con respecto a la experticia que San John Henry Newman asignó a las facultades universitarias. Una universidad, escribió él, es “[u]n ensamblaje de hombres cultos, celosos de sus propias ciencias, y rivales entre sí, son llevados, por el trato social familiar y en aras de la paz intelectual, a armonizar las afirmaciones y relaciones de sus asuntos pertinentes de investigación. Ellos aprenden a respetarse, consultarse y ayudarse el uno al otro.”

En la política, la prudencia funciona sobre algo como esta síntesis. A los expertos no se les paga para ser sensibles a otras formas de experticia. El político debe darse cuenta del todo en la misma forma que Newman dijo que las universidades deberían: “No hay ciencia, sino cuenta una historia diferente cuando es vista como una porción de un todo, de lo que es posible que sugiera cuando se toma por sí sola, sin la salvaguardia, si puedo llamarla así, de otros.”

El slogan “sigan a la ciencia” está dirigido a eximir a políticos del deber de valoración. Si vamos a seguir a los científicos sin “interferencia política” que se nos ha dicho que temamos, no sólo deberíamos estar en guardia ante abusos. Deberíamos esperarlos. Como nos enseñó Bertrand de Jouvenel, el deseo intrínseco del poder es crecer. Esta es la razón por la que los frenos son necesarios para prevenir el abuso.

Paul Waldman de The Washington Post, razonablemente afirmando que las celebridades deberían nadar en sus propios carriles, fue particularmente defensivo de los expertos:

“El ataque [de Stewart] sobre la experticia nos recuerda por qué la experticia es tan importante. …Eso no significa que los expertos a menudo no tengan sesgos o puntos ciegos, pues los tienen. Algunas veces, ellos pueden ser catastróficos. Pero, no es porque no se puede confiar en expertos, es porque algo les mantuvo alejados de ver lo que deberían haber visto o, tal vez más a menudo, que no tuvieron suficiente información para arribar al mejor juicio.”

Esa visión de los expertos está edificada sobre una idea romántica de la naturaleza humana. Sustituya a “expertos” por “políticos,” y uno puede ver por qué. ¿Estamos tan alejados del siglo XX que es impensable el abuso científico y tecnocrático? Waldman puede estar en lo correcto de que la mayoría de los expertos tiene buenas intenciones, pero eso no enfrenta la realidad de que gente con poder necesita ser vigilada. La experticia puede llegar a ser tiránica cuando le niega la autoridad a la política para cuestionarla. Eso no es acusar a algún individuo de hacerlo, sino que una teoría de deferencia completa hacia los expertos -más allá de enredarse en tensiones internas- abdica de la responsabilidad política.

Hay una línea directa entre una ética de deferencia a los expertos y el Progresismo de principios del siglo XX, un movimiento cuyos líderes -como Woodrow Wilson- del todo no sobrevivirían el escrutinio de hoy. El propio Wilson es prueba de que la experticia puede ser útil o altanera. Puede orientar juicios o encerrarse tanto en sí misma en una rigidez tal que hace imposible el acomodo de circunstancias.

Progresistas tempranos, como Lester Frank Ward, estaban tan enamorados de la experticia que pensaron que el método científico podía ser aplicado a la política. Su motivo merece enfatizarse: En Dynamic Sociology [Sociología dinámica], Ward arguyó que la experticia era necesaria pues los ciudadanos eran ignorantes. El punto era empoderar “a los pocos individuos progresistas mediante cuyas acciones dinámicas se aseguraba el progreso social.” El uso de expertos podía “colocar [a los estadounidenses] en la autopista hacia una condición de inteligencia que, cuando se lograba, a su vez resolverá el problema de inaugurar una legislatura científica y un sistema científico de legislación.”

No importa la condescendencia. Este es un camino para el abuso. En especial en el clima académico de hoy de hiper especialización, los científicos bien podrían no ver, ya sean los peligros potenciales de su trabajo o, más importante, fuentes de saber más allá de ese. La predicción de Stewart de científicos causando desastres -de nuevo, suministrada como una diatriba cómica- no debe descartarse sin pensarlo dos veces.

Hay un ataque populista hacia expertos que consiste en negar su experticia. Es parte integrante de la resistencia a todo lo que huela a distinciones entre personas, en especial, aunque cueste creerlo, si algunos son declarados que saben más acerca de ciertas cosas que otros.
Pero, negar su autoridad y negar su experticia son cosas diferentes. La deferencia total hacia los expertos abandona la responsabilidad cívica.
Igual lo hace la manipulación política: A los científicos y otros expertos se les debería permitir hacer su trabajo. Pero, ese trabajo debería orientar el juicio prudencial de políticos, a quienes igualmente se les debería permitir hacer su trabajo.

Greg Weiner es editor contribuyente de Law & Liberty. Es científico político en la Assumption University y académico visitante del American Enterprise Institute. Weiner es autor de Old Whigs: Burke, Lincoln, y de Politics of Prudence and The Political Constitution: The Case Against Judicial Supremacy.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.