Eso no es nada: recientemente se reveló que la Organización Mundial de la Salud estaba redactando una prohibición para que mujeres entre 18 y 50 años de edad no consumieran licor. El borrador de la OMS se llama “Estrategia mundial para reducir el uso nocivo del alcohol,” un plan para el 2022-2030. ¿No era que uno era dueño de su cuerpo?

EL “CONSENSO DE LOS EXPERTOS” TAMBIÉN FAVORECIÓ LA PROHIBICIÓN DEL LICOR

Por Jeffrey A. Tucker
American Institute for Economic Research
11 de diciembre del 2020

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Hoy la mayoría de la gente considera al experimento estadounidense con la prohibición del licor como una vergüenza nacional, correctamente repelida en 1933. Así lo será, algún día, con los cierres y cuarentenas del 2020.

A pesar de lo anterior, en 1920 estar a favor de la aprobación de la derogatoria de la Prohibición requirió coraje. Usted estaba discutiendo contra una opinión prevaleciente, respaldada por científicos celebrados y pensadores sociales exaltados. Lo que usted estaba diciendo desafiaba el “consenso de los expertos.”

Existe una analogía obvia con las cuarentenas del 2020.

Mi primer indicio de esta historia de prohibición surgió al leer las transcripciones del entonces famoso sacerdote de la radio James Gillis, allá en los años veinte. Él estaba contra la prohibición de la producción y venta de licor con base en que los costos sociales mucho más que compensaban los supuestos beneficios. Lo que me sorprendió fue la defensividad de sus comentarios. Él tenía que asegurarles a sus radioescuchas que personalmente estaba a favor de la temperancia, que, de hecho, el licor era un ron demoníaco, que es verdad que esa cosa asquerosa había causado que cosas terribles le sucedieran al país. Sin embargo, dijo él, las prohibiciones directas son demasiado costosas.

¿Por qué él fue tan cauto en su retórica? Resulta que, durante la década de 1920, él fue una de las pocas figuras púbicas estadounidenses famosas (también H.L. Mencken estaba entre ellas) quien se atrevió a hablar contra lo que obviamente era una política desastrosa. Leer esto me envió a una madriguera de literatura de un tiempo en que era afirmado por muchos intelectuales que la Prohibición tenía una lógica perfecta, como un paso necesario para limpiar el orden social.

Para resumir la “ciencia” detrás de la Prohibición, la sociedad tenía números tremendos de patologías desatadas y todas se trazaban a una variable dominante: el licor. Había pobreza, crimen, hogares sin padre, analfabetismo, alienación política, inamovilidad social, tugurios en la ciudad, etcétera. Y usted puede ver cuidadosamente los datos para encontrar que, en todos esos casos, estaba en común el elemento del licor. Era sólo razonable pensar que eliminar ese factor sería la contribución única mayor para eliminar las patologías. La evidencia era incontrovertible. Haga eso, luego, esto otro, y caso resuelto.

Para decir verdad, el argumento no siempre fue así de claro. Simon Patten (1852-1922) era presidente de la Escuela Wharton de Negocios.
Su tesis de fines del siglo XIX a favor de la prohibición del licor exhibió un argumento complicado relacionado con el clima en Estados Unidos. Se pone frío, después, caliente, luego, frío, y el consumo de alcohol parece seguir esos cambios, impulsando a la gente a beber siempre más, hasta que sus vidas se desploman.

Como lo resumió Mark Thornton, quien es el académico principal de la economía de la Prohibición y su historia, “Para Patten, el alcohol es un producto sin equilibrio en su consumo. O uno es bueno y se abstiene del alcohol, o uno se convierte en un alcohólico y de autodestruye.”

El economista más influyente pro Prohibición de la siguiente generación fue el académico estrella de rock y progresista social Irving Fisher, cuyas contribuciones a hacer de la economía algo más de datos que de teoría, son legendarias. Igual fue su impulso hacia la eugenesia. No sorprende si usted conoce este periodo y gente tal, pero también era un oponente apasionando a todo licor. Fue él quien hizo la diferencia decisiva para convencer al Congreso y público de que una prohibición total era el camino correcto. Su libro, paradójicamente titulado Prohibition at Its Worst (1927), lo expone todo.

El mismo año de su publicación, Fisher pidió que hubiera una mesa redonda en la reunión anual de la American Economic Association. Su propia descripción es reveladora.

“Obtuve una lista de los economistas que se suponía se opondrían a la Prohibición, y les escribí; todos ellos respondieron que o bien yo estaba equivocado en pensar que ellos se oponían a la Prohibición, o que, si ellos fueran a confinar la discusión a la economía de la Prohibición, no les interesaba responder. Cuando averigüé que no iba a tener un orador que representara el punto de vista opuesto al mío, les escribí a todos los economistas estadounidenses registrados en ‘Minerva’ y a todos los maestros de estadística estadounidense. De nadie he recibido una aceptación.”

Claramente, o bien sus colegas fueron embaucados por la “ciencia” prevaleciente o temían estar en desacuerdo con la ortodoxia reinante.
Incluso mientras que los sistemas políticos estaban siendo corrompidos, los señores del crimen y el licor estaban surgiendo por todo el país, y decenas de miles de bares ocultos estaban floreciendo. Aseverando que la Prohibición había creado $6 miles de millones en riqueza para Estados Unidos ̶ una cifra que con frecuencia fue citada como de autoridad, Fisher escribió lo siguiente:

“La Prohibición está para quedarse. Si no se pone en práctica, sus bendiciones rápidamente se convertirán en una maldición. No hay tiempo que perder. Aunque las cosas están mucho mejor que antes de la Prohibición, con la posible excepción de la falta de respeto a la ley, ellas podrían no seguir así. Su aplicación curará la falta de respeto por la ley y otros males de los que hay quejas, así como aumentará grandemente el bien. La Prohibición estadounidense pasará a la historia como el umbral de una nueva era en el mundo, de cuyo logro esta nación se sentirá por siempre orgullosa.”

Para ver cómo se calculó la suma de $6 miles de millones y observar el resto de la asombrosa gimnástica matemática detrás de la “ciencia” que respalda la Prohibición, dele una ojeada a la presentación detallada de Thornton. Es un retrato perfecto de pseudociencia en acción.

Pero, difícilmente eso era inusual para la época. El Journal of the American Medical Association dijo acerca de la prohibición del licor en 1920:
“La mayoría de nosotros está convencida de que es una de las acciones más beneficiosas jamás aprobada por una legislatura.”

Al leer a través de toda esta literatura, me llega a la memoria la conclusión científica de los CDC de que cerrar los restaurantes durante una pandemia salvará vidas ̶ una conclusión basada en un estudio tan débil, que cualquiera con una familiaridad pasajera con la estadística y la causalidad puede, de inmediato, observar sus fallos (el mismo estudio, si demuestra eso, también demostraría que las mascarillas no hacen diferencia alguna en la diseminación del virus). Otro caso obvio fue el cierre brutal y acientífico de las escuelas.

También es cierto que los opositores a la Prohibición fueron rutinaria y públicamente denunciados como borrachos ocultos, ser señuelos de los productores de licor ilegal, o de sólo no seguir a la ciencia. Ellos eran valores atípicos y se mantuvieron así por una década. Lo que finalmente terminó con la Prohibición no fue el reemplazo de una ortodoxia científica por otra, sino la no obediencia de la mayoría de la población.
Cuando el cumplimiento se hizo inviable, y Franklin Delano Roosevelt vio la oposición a la Prohibición como algo ventajoso, finalmente la ley fue cambiada.

Cuando miramos hacia atrás en la historia estadounidense, la Prohibición se destaca como uno de los experimentos sociales y económicos más locos de tiempos modernos. La misma idea de que el gobierno, por su propia autoridad y poder, iba a purgar a la sociedad occidental de la producción y distribución de licor, nos impacta hoy como un sueño de opio milenario, uno que se convirtió en un desastre para todo el país.

Podríamos decir lo mismo acerca de las cuarentenas en el 2020. De hecho, midiendo los absurdos en una escala de extremismo, la idea de las cuarentenas, con una separación humana forzada, mascarillas obligatorias, y la abolición práctica de toda reunión grande, diversión, arte, y viajes, parece incluso ser más sádicamente absurda que la prohibición del licor.

La locura de las multitudes, a menudo respaldada por la “mejor ciencia,” nunca desaparece. Sólo encuentra nuevas formas de expresión legal en nuevas épocas. Sólo una vez que las multitudes entran en razón, retornan los verdaderos científicos y prevalecen, mientras que la ciencia falsa, que respaldó al despotismo, pretende como si eso nunca sucedió.

Jeffrey A. Tucker es director editorial del American Institute for Economic Research. Es autor de muchos miles de artículos en la prensa académica y popular y de nueve libros en 5 idiomas, siendo el más reciente Liberty or Lockdown. También es editor de The Best of Mises. Es conferenciante habitual en temas de economía, tecnología, filosofía social y cultura.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.