EDUCACIÓN PÚBLICA Y PRIVADA DE LOS HIJOS DURANTE LA PANDEMIA- ALGUNOS ASPECTOS


Por Jorge Corrales Quesada


En un artículo en La Nación del 18 de junio, titulado “9.500 alumnos pasaron de educación pública a privada en la pandemia,” artículo en donde se analizan unos pocos de los efectos desastrosos de las políticas de cierres de escuelas y colegios ante la pandemia, por el hecho de un cambio en la fuente de educación, una persona indicó que “A algunos les va a parecer que pasarlos a un colegio privado es lo mejor. El año pasado ocurrió lo contrario y ahí lo que uno se preguntaría es ¿por qué unos padres pensaron que en la pandemia lo mejor era pasar a los hijos a los colegios públicos?

Es una pregunta interesante, pero sin duda es un fenómeno observado y es difícil saber qué motiva a tantas mentes a tomar esas decisiones, pero la economía podría darnos alguna ayuda para entender lo observado.

Según parece entenderse del artículo, hubo dos formas de comportamiento de un grupo de padres de familia con respecto al sitio en donde sus hijos recibían educación, ya fuera en el ámbito privado o el público. Según el señalamiento, en el primer año de la pandemia, esa gente prefirió pasar a sus hijos desde escuelas y colegios privados hacia los públicos y, luego, el año siguiente, el comportamiento fue el opuesto.

Creo que la explicación de ello radica en la forma en que esos padres percibieron la pandemia: al inicio, debido a las medidas de cuarentenas y cierres generalizados, se paralizó la economía, lo que generó una ola de despidos que llevó la tasa de desempleo abierto hasta casi un 25% de la fuerza de trabajo (la del año previo fue de alrededor de la mitad de esa). Eso significó una fuerte reducción en los ingresos esperados de muchas familias, por lo que tuvieron que reasignar sus presupuestos de gastos, en particular costos de educación de los hijos en entes privados, los que, como sabemos, significan un monto directo y alto para los padres y, a veces, es una cantidad muy significativa en el presupuesto familiar. Ante esa perspectiva, es posible que hayan pensado que las promesas de una educación virtual, sin presencia física impuesta por las autoridades gubernamentales a toda educación a esos niveles, serían mejor satisfechas en la educación pública que en la privada, además de reducir el gasto corriente familiar, pues la educación ya no tendría que ser objeto de desembolso de dinero de los hogares (excepto por los impuestos que paga la persona y la familia y de los que una parte se destina a presupuestos de educación pública).

Así fue como decidieron cambiar a sus hijos desde centros privados hacia centros estatales en el año inicial de la pandemia.

Pero, con el paso del tiempo, la experiencia con la educación no presencial en los centros públicos y la posibilidad de que volvieran a abrir normalmente los centros privados, aunada a una insatisfacción con un método muy ineficiente de entrenamiento y falta de vida social del joven estudiante, además de tener los hijos en el hogar permanentemente y con la educación en esencia recargada en los propios padres, los motivó a mandar a sus hijos a centros educativos privados para que no sólo tuvieran una mejor educación, sino, tal vez, casi que la única. Es decir, hubo un proceso de aprendizaje comparativo de los prospectos de educación en ambos sistemas y permitió a los padres actuar de cierta forma que les asegurara un aspecto muy importante de la futura vida económica y social de sus hijos.

Además, en el segundo año de la pandemia el gobierno ha reducido sus estúpidas cuarentenas y cierres generalizados, lo que ha permitido que se dé, en algún grado, una recuperación del empleo, pasando así, al menos en la tasa de desempleo abierto, de casi un 25% a fines del 2020, a alrededor de un 18.7% en el primer trimestre de este año. Esa recuperación económica, aunque baja, por el momento ha permitido una recuperación de los ingresos familiares, ampliando las posibilidades para enfrentar los gastos derivados de la educación privada. Y, ante todo, porque ahora ya pueden recibir una mayor y mejor educación presencial en los centros educativos privados que en los públicos, muchos de los cuales siguen casi sin funcionar.

Al darse uno cuenta de cómo la gente elige lo que, en su opinión, le parece ser lo mejor para sí y su familia, y, buscar una mejor educación para sus hijos, cuando pagan por una educación privada, a la vez que son obligados a pagar impuestos que, en parte importante, van se usan en financiar la educación estatal, considero que es momento en que se haga uso de un sistema de vouchers, o bono escolar, por el que el estado le daría a cada padre de familia un bono para que lo pueda gastar única y exclusivamente en el pago de la educación de los hijos en entes previamente aprobados. Esto daría amplio espacio para que la educación se desmonopolice de lo que ciertos burócratas consideran ha de ser la educación de los hijos de los ciudadanos, según ideas propias de aquellos, y dejar que sean los padres quienes seleccionen la educación que desean para sus hijos. Este sistema, además, promovería un aumento sustancial en la oferta de fuentes alternativas de educación privada, en que habría competencia por los bonos escolares, ofreciéndose los mejores servicios que satisfagan a padres y estudiantes. La competencia nunca es mala e incluso es deseable en todo ámbito.

Si a alguien le preocupa, justificadamente sin duda, que pudiera no existir oferta de escuelas y colegios privados en sus lugares de residencia, en ese caso el estado seguiría suministrando ese servicio esencial con el bono de educación, si así lo deciden los padres: de esta forma se aseguraría el acceso a la educación para todos los niños.

Por supuesto, con el paso del tiempo, se van conociendo, mediante valoraciones comparativas usuales, los resultados de la educación de los diferentes centros educativos, lo que serviría como guía a los padres para elegir qué centros enviar a sus hijos (de hecho, ya hay muchos centros privados que gozan de buen prestigio).

Ya los padres no tendrán que pagar dos veces por la educación de los hijos como sucede actualmente: una vez como contribuyentes obligados de impuestos y, la otra, sufragando los gastos normales de la educación privada que escogen. El punto es que la sociedad, como un todo. se beneficiaría con mayores opciones de educación y diversidad de pensamiento y fuentes de educación y que los padres puedan tener un acceso más amplio a una educación mejor de los hijos, según sus preferencias, y no como ahora que se ven casi obligados a usar una supuestamente más ineficiente educación pública. Como una vez me dijo una amiga camarada, con una ironía que creyó me desarmaría, al conversar acerca de la idea: “Yo mandaría a mis hijos a la escuela Carlos Marx.” A lo que de inmediato le respondí: “Yo a la Adam Smith… jajajaja. Ambos quedamos contentos, pues así, gracias al bono educacional, lograríamos lo que cada uno preferiría como educación para sus hijos. De eso se trata: ampliar las posibilidades de elegir (y que sean eficientes) y no de una talla única impuesta por el estado

La crisis provocada en nuestra educación en general y más aún en la educación pública por medidas tomadas ante la pandemia, puede ser buena oportunidad para reformar la educación de nuestros hijos, en que los padres tengan mayor injerencia en la educación que desean para sus ellos (los padres por lo general siempre desean lo mejor para sus hijos, ¿no es así?) Y, además, obtendríamos una mayor calidad debido a la competencia a que el sistema daría lugar.

Publicado en mis sitios de Facebook, Jorge Corrales Quesada y Jcorralesq Libertad, el 24 de junio del 2021.