Para este fin de semana les traduzco este artículo algo extenso, pero sumamente sencillo de leer, escrito por un excelente profesor de economía, Richard Ebeling, quien nos explica con claridad, precisión y simplicidad temas algo complicados para legos de la economía, como es el dinero, la inflación, la deuda y las invenciones de políticos de querer eliminar la deuda pública tan alta acudiendo a la inflación. Tome su tiempo; vale la pena leerlo.

LA INFLACIÓN ES UNA FORMA PELIGROSA DE DESHACERSE DE LAS CARGAS DE LA DEUDA

Por Richard M. Ebeling
American Institute for Economic Research
1 de junio del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como richard m. ebeling american institute for economic research inflation June 1, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Suponga que usted le prestó a alguien $100, y cuando le devolvió la plata, tan sólo le entregó a usted, digamos, $99 u $80. ¿Consideraría usted que quien le pidió prestado mantuvo su promesa y obligación contractual? O, ¿pensaría usted que le ha engañado con parte del dinero que usted le prestó de buena fe? Bueno, hay quienes dicen que hacer eso es totalmente correcto, si se hace a través de inflación de precios, de forma que, quien le pidió prestado, le devuelve lo que usted le prestó en dólares depreciados.

Binyamin Appelbaum, quien propone dicho argumento, es el escritor principal para The New York Times en asuntos financieros y económicos. Él se enfoca en asuntos de política económica y social desde una perspectiva conscientemente “progresista,” acerca del papel regulador y responsabilidad redistributiva del gobierno federal de Estados Unidos. De hecho, es tan “progresista” en su pensamiento que, en un artículo reciente en la página editorial de The New York Times, el Sr. Appelbaum dejó totalmente claro que él considera al Nuevo Trato de Franklin Delano Roosevelt, como siendo, bueno, casi socialmente “reaccionario.”

El Nuevo Trato fue una reforma gubernamental iluminada por hombres en el gobierno para hombres fuera del gobierno, y diseñada para facilitar que la “pequeña mujer” se quedara en casa, en vez de que entrara al mundo de “trabajo” del hombre. Igualdad “al revés,” las políticas de Roosevelt no ordenaron al sector privado darle a la familia permisos pagados por asuntos familiares o pagarle por enfermedad. Qué tan “no progresivo” que Roosevelt presumiera dejar de lado esas preguntas y temas a las propias personas, con base en acuerdos y asociación voluntaria en los mercados.

QUERIENDO QUE EL GOBIERNO HAGA MUCHO MÁS, Y MÁS.

Una verdadera iluminación política es usar la amenaza de la fuerza regulatoria del gobierno para obligar a la gente a hacer lo que “el iluminado” sabe es lo correcto y mejor para “la gente,” incluso mejor que la propia gente. Algunos pueden considerar tal paternalismo político como ejemplo de arrogancia y soberbia de parte de aquellos con autoridad política (y por quienes les están aconsejando) para presumir dictar cómo la gente ha de vivir y trabajar e interactuar. Pero, no el Sr. Appelbaum.

Él está absolutamente encantado de que Joe Biden tenga planes presupuestarios de tal magnitud que rectifiquen todas las anteojeras e insuficiencias que incluso administraciones Demócratas “progresistas” del pasado fallaron en promover y poner en marcha. El gobierno subsidiará más de los costos del cuido infantil de los padres, y los encargados de esos servicios serán reforzados con más salarios y beneficios apoyados por el gobierno. Además, el gobierno subsidiará con mayor amplitud el gasto de gente que se queda en la casa sin ir al trabajo, para que cuiden a miembros de la familia enfermos o ancianos.

En un artículo de opinión previo, el Sr. Appelbaum estaba igualmente deleitado con la definición amplia de “infraestructura” que se encontraba en la agenda de gasto de Joe Biden. Dijo aquél, “Cuando definimos infraestructura, estamos afirmando una responsabilidad pública de hacer posibles ciertas cosas. La infraestructura es cosa por la cual la gente no tiene por qué preocuparse.” Mucha gente puede pensar que infraestructura significa cosas como carreteras, puentes, una represa, o una bahía dragada, o, tal vez, un faro. Pero, eso mostraría claramente que una persona de ese tipo nunca sería lo suficientemente “iluminada” y “progresista” en su pensamiento. (Ver mi artículo, “Biden’s ‘Democratic’ Agenda of Paternalism and Planning”.)

Lo que Joe Biden y Binyamin Appelbaum entienden por infraestructura es proveer “los medios para enfrentar las desigualdades de riqueza, salud y oportunidad, que plagan a nuestra sociedad,” lo que incluye la educación de los jóvenes, cuidado de los mayores, planificación del ambiente físico a la luz del “cambio climático,” y dirigir y subsidiar la habilidad de “la gente para viajar en vehículos eléctricos.” Además, una variedad amplia de otras “cosas buenas” del asistencialismo redistributivo. Uno se pregunta si el Sr. Appelbaum alguna vez ha visto o imaginado una actividad humana que no requiera la mano paternalista e intrusiva del gobierno, o el financiamiento político de ello en alguna forma. Si él lo ha hecho, no habla mucho de eso.

UN GRAN GASTO REQUIERE GRANDES IMPUESTOS Y PEDIR PRESTADO MÁS

Y, ¿cómo se va a pagar por todo esto? Como Joe Biden, el Sr. Appelbaum conoce la respuesta: aumentando significativamente los impuestos a “los ricos,” junto con las grandes empresas y corporaciones Hacer que ellos paguen la “porción justa,” suponiendo que esa frase significa alguna otra cosa distinta de la que gente como el Sr. Appelbaum piensa es la cantidad correcta, según su propio sentido subjetivo y arbitrario de “justicia social.” O, en un lenguaje más directo e inequívoco: “Pienso que usted tiene mucho, y voy a usar el gobierno para que se lo quite a la fuerza, pues yo conozco mejor que usted los usos correctos para ello, en especial, porque conozco que usted es una persona avariciosa y egoísta a quien no le importan otros, de la manera cómo yo lo hago. ¡Gracias Dios, existe gente como yo!”

El plan fiscal de Joe Biden pide aumentar aquellos impuestos a “los ricos” en los Estados Unidos corporativo, al tono de $3.6 millones de millones durante los años venideros. Pero, como se señaló en un artículo en The Washington Post (del 28 de mayo del 2021), aún si todas las propuestas de aumentos de Biden fueran aprobadas exitosamente por el Congreso, su efecto de aumentar los ingresos del gobierno federal no se sentiría plenamente por muchos años.

Así que, la propuesta presupuestaria de Biden asume un déficit de $1.8 millones de millones en el año fiscal 2022, con base en un gasto gubernamental de $6 millones de millones (o sea, casi una tercera parte de los gastos federales totales planeados); y habrá déficits presupuestarios durante muchos años después, de, al menos, $1.3 millones de millones al año. Dada la deuda nacional actual de más de $28.3 millones de millones, si ese fuera el patrón de gasto gubernamental y endeudamiento durante, digamos, los próximos diez años, entonces, en el 2031, la deuda nacional acumulada alcanzaría más de $42 millones de millones.

¿Cómo podría alguna vez tener éxito el gobierno en cancelar esta deuda? O, ¿incluso cubrir los pagos de intereses de la deuda acumulada? De acuerdo con la Oficina de Presupuesto del Congreso, en An Overview of the 2021 Long-Term Budget Outlook del 20 de mayo del 2021, para el 2031, casi la mitad de todo el dinero pedido prestado por el gobierno en ese año fiscal, se usará tan sólo para pagar los intereses debidos por la deuda nacional a ese momento. Así que, durante la década siguiente, el gobierno estará pidiendo prestadas enormes sumas de dinero, tan sólo para estar al día con los pagos de interés adeudados de todos los años pasados de un gasto deficitario.

Eso, al fin, nos lleva a la pregunta planteada en el párrafo inicial acerca de cómo se podría sentir usted si alguien, quien le pidió prestado, fallara en devolverle todo lo que usted le prestó, y si usted consideraría eso como la ruptura de una promesa y un acuerdo de préstamo.
También, esta es la razón de por qué yo me he tomado el tiempo para compartir los puntos de vista de Binyamin Appelbaum acerca del gasto e impuestos gubernamentales y acerca de lo que, claramente, se necesitará pedir prestado para cubrir todos los gastos que él ve a Joe Biden tratando de poner en práctica, y con lo cual él está de acuerdo de todo corazón.

INFLACIÓN PARA HACER “COSAS BUENAS” Y REDUCIR EL VALOR REAL DE LA DEUDA

En una serie de tuits el 25 de mayo del 2021, el Sr. Appelbaum dijo que,

“Por varias razones, encuentro desconcertante la fijación de los años setenta con la inflación. La inflación en realidad no era tan alta, ciertamente no, según los estándares de ‘inflaciones históricamente memorables.’ También, la inflación alta fue buena para mucha gente. ¡Desparecieron las deudas de los préstamos a estudiantes! ¡Se disparó la propiedad de viviendas!...

Describir la inflación como el ‘riesgo primordial’ de la economía de Estados Unidos me impacta como una exageración del riesgo de inflación y una exageración de las consecuencias. El riesgo primario para la economía estadounidense es que la mitad de la población no esté vacunada. En segundo lugar, está la necesidad de trabajos…

P. S. [Post Scriptum]. ¿Sabe usted cómo fue que lidiamos con la deuda federal masiva incurrida durante la Segunda Guerra Mundial? Con I-N-F-L-A-C-I-Ó-N.”

Es muy fácil para él decir que la “fijación de los años setenta con la inflación” le parece “desconcertante,” pues el Sr. Applebaum apenas nació a fines de la década de 1970, y, sin duda, tendría sólo una muy temprana memoria personal, pues, cuando él era un niño pequeño a principios de los ochentas, fue cuando el entonces presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, le puso los frenos a la expansión monetaria y logró traerse abajo la inflación de precios. Si bien la inflación de precios, medida por el Índice de Precios al Consumidor (IPC), siguió un rumbo de sube y baja durante la década de los setentas, no obstante, se vio la mayor inflación de precios experimentada en Estados Unidos desde alrededor de cien años antes, durante la Guerra Civil Estadounidense.

LOS EFECTOS DAÑINOS DE LA INFLACIÓN DE LOS SETENTAS

En 1975, el IPC creció por un cierto tiempo a una tasa anualizada del 12 por ciento, y, después, en 1979-1980, de nuevo, se disparó, alcanzando una tasa anualizada de alrededor del 15 por ciento. El Sr. Appelbaum puede ignorar eso, pero significa que algo que costaba, digamos, $100 al inicio del año, costaba $115 al final del año a esa tasa anualizada. A menos que el ingreso de alguien se haya elevado en ese período en un 15 por ciento comparable, esa persona habría experimentado una declinación notoria de su ingreso real. Los sindicatos de aquella época presionaron por aumentos en los salarios nominales de sus miembros, en un intento por mantener el ingreso promedio real, con el IPC como punto de referencia.

Pero, es necesario recordar que las inflaciones de precios nunca dan lugar a aumentos en todos los precios a la misma tasa y al mismo tiempo. Las expansiones monetarias no son neutrales en el efecto de su impacto, debido a la secuencia en el tiempo de cómo el dinero nuevo se inyecta en la economía y de cómo se gasta y, después, es recibido como ingresos mayores debido a los patrones de las demandas crecientes resultantes, para distintos bienes y servicios en cantidades diferentes, en momentos diferentes, y en lugares diferentes de la economía durante el proceso. (Ver mis artículos “Monetary Inflation’s Game of Hide-and-Seek” y “Macro Aggregates Hide the Real Market Processes at Work”.)

Así, algunos precios de venta pueden haber estado creciendo más que los aumentos de salarios específicos en una industria, negociados con base en estimaciones del IPC de un cambio en el costo de la vida, mientras que, en otros casos, los salarios monetarios negociados al alza en un sector de la economía, a una tasa más alta basada en esa estimación del IPC de cambios en la inflación de precios, pueden haber sido mayores que los precios particulares de los productos específicos, para cuya manufactura fueron empleados esos trabajadores.

Por ejemplo, si los precios de venta de un conjunto particular de bienes estuvieran creciendo en, digamos, un 7 por ciento, mientras que los salarios revisados en esa parte de la economía estuvieron aumentando tan sólo a una tasa negociada con base en el IPC de un 5 por ciento, entonces, los empleadores habrían experimentado un descenso en sus costos laborales reales; sin embargo, si, en algunos otros sectores o industrias, los ajustes de salarios monetarios basados en el IPC estuvieron creciendo a ese 5 por ciento de tasa anual, al tiempo que los precios de venta de los bienes en esos sectores o industrias estuvieran aumentando sólo a un 3 por ciento de tasa anual, esos empleadores habrían experimentado un aumento en el salario real al emplear mano de obra, así encareciendo y haciendo menos rentable aumentar o mantener a todos aquellos que trabajan en esa parte de la economía.

Esto es porque el “salario real,” tal como se estima con base en el costo de vida general del empleado, calculado según un índice de precios al consumidor de bienes terminados como un todo, no es el mismo que el “salario real” desde la perspectiva de un empleador, quien está comparando el precio de venta monetario de su propio bien concreto (que puede o no estar creciendo al mismo nivel promedio como lo hacen los precios en general), y el salario monetario que puede ser insistido por los trabajadores o negociado por los sindicatos con base en el IPC.

LA ERA DE LA ESTANFLACIÓN ̶ PRECIOS Y DESEMPLEO CRECIENTES

Esta es parte de la razón detrás del período de los años setentas, conocido como la era de la “estanflación;” esto es, precios generalmente crecientes combinados con un desempleo creciente. Esto fue exacerbado por la rigidez hacia abajo de una amplia variedad de salarios monetarios en aquel tiempo, de forma que, si la tasa de inflación de precios declinaba, las demandas de salarios monetarios, en específico de trabajadores sindicalizados, no se moderaba, lo que, desde la perspectiva del empleador, aumentaba aún más el costo real de emplear mano de obra.

Este dilema fue resumido en esa época por un economista nacido en Austria, Gottfried Haberler, en un ensayo acerca de la ““Stagflation: An Analysis of Its Causes and Cures” [“Estanflación: Un análisis de sus causa y curas”] (American Enterprise Institute, marzo de 1977):

“Es bien conocido que toda inflación prolongada tiende a ser acumulativa y a acelerarse. Esto, por supuesto, no significa que toda inflación latente deba inexorablemente llegar a ser una que trota y galopa. Lo que significa es que, para proveer el mismo estímulo, la inflación debe acelerarse. La razón es que una inflación prolongada genera expectativas inflacionarias: las tasas de interés nominales se elevan, pues quienes piden prestado y quienes prestan esperan precios mayores; los sindicatos presionan por salarios más altos para proteger a sus miembros del aumento esperado en el precio; los empresarios ponen órdenes por adelantado y acumulan inventarios, etcétera.

Las expectativas de aumentos de precios pueden incluso darse antes de la realidad, lo que es, en esencia, una situación inestable. No es de extrañar que, más tarde o más temprano, se llega a una etapa en que una reducción de la tasa de inflación, o tal vez una simple reducción en la tasa de aceleración, conduce al desempleo y recesión. Si la mayoría de la gente espera que los precios crezcan un 15 por ciento y los precios en la realidad resulta que crecen en sólo un 7 u 8 por ciento, tendría la misma consecuencia para la economía que la que habría tenido un freno total de la inflación en una etapa más temprana. Esta es la estanflación.”

LA INFLACIÓN PUEDE BENEFICIAR A UNOS, PERO A EXPENSAS DE OTROS

El Sr. Appelbaum parece estar muy feliz de que algunos de los préstamos otorgados a estudiantes en los años setentas estaban siendo pagados en dólares depreciados, lo cual reducía la carga real de la deuda. Pero, ¿olvida él que, para cada uno que pide prestado, hay alguien quien presta, quien, como consecuencia, habrá recibido menos en términos reales de poder adquisitivo, cuando los préstamos se repagan? Él, sin duda, piensa de los prestamistas como “banqueros” avariciosos sentados en sus oficinas, con los pies sobre sus escritorios, usando sombrero de copa y con un puro en la boca, como una caricatura del juego del Monopolio.

Pero, para usar el término de Frederic Bastiat, “lo que no se ve” son todos los depositantes en los bancos detrás de ese funcionario bancario visible, cuyos ahorros individuales han sido reunidos para extender préstamos, incluso para quienes asisten a la universidad. Esos ahorrantes, a menudo, son familias que intentan crecer lo suficiente para poder hacer un abono inicial para obtener una casa o un carro, o acumular un fondo para que, cuando su propio hijo o hija vaya a la universidad, posiblemente no tengan que endeudarse en ese tanto para pagar por su educación superior; o miembros de la familia que pueden estar ahorrando para su pensión en cierto momento futuro.

El valor real de sus ahorros -y las esperanzas y sueños financieros personales y familiares- fueron y son dañados en términos del poder real de compra que se pierde con cada aumento porcentual en el costo de vida al pasar el tiempo, junto con la reducción real de los ingresos por intereses en el grado en que las tasas nominales de interés no se elevan lo suficiente para compensar plenamente el aumento general de precios. Los recargos inflacionarios agregados a las tasas nominales de interés, a fin de ajustarse ente aumentos esperados de precios, rara vez pueden hacerse de forma precisa, en particular debido a la manera no neutral, “irregular,” como las expansiones monetarias generan precios crecientes en esas maneras y momentos distintos.

La propiedad de viviendas aumentó en la década de los setentas, pero eso se debió parcialmente a que el mercado de vivienda se convirtió en un casino en donde la gente compró y vendió –“le dio vuelta”- a la propiedad y vivienda, en intentos especulativos por lograr ganancias rápidas con una casa que podía comprarse al precio “x” un día, y volverla a vender, no mucho tiempo después, a, posiblemente, un precio “x + 2”. El mercado de vivienda tuvo un retroceso notorio cuando la inflación de precios llegó a un final a inicios de los años ochenta. Y, sin duda, algunos de los que a fines de los setentas compraron propiedad de vivienda para propósitos verdaderos o especulativos, sufrieron pérdidas pocos años después, cuando amainó el frenesí de expectativas inflacionarias. Pero, esto, también, no parece ser parte de la historia del Sr. Appelbaum.

HABLADA IRRELEVANTE ACERCA DE VACUNAS Y CARENCIA DE EMPLEOS

Él dice que las preocupaciones de este momento no deberían ser acerca de “inflación,” sino de que la gente aún no se está vacunado y “la necesidad de empleos.” El gasto del gobierno grande y los programas asistenciales de bienestar bajo el camuflaje de “infraestructura,” no logran que la gente obtenga sus vacunas para el Covid-19. Para la mayoría de la gente la vacuna o bien ya está cubierta por pólizas de seguros o son fuertemente subsidiadas. Ha habido demasiada parla confusa y contradictoria acerca de la eficacia y posibles efectos colaterales de las inyecciones, que alguna gente simplemente ya no cree más en lo que escucha a favor de la vacunación, o considera que, si no son ancianos y no tienen una “precondición” seria, hay poca necesidad de preocuparse mucho si tan sólo espera que todo pase.

¿Piensa el Sr. Appelbaum que la gente debería ser obligada a vacunarse contra el virus? Si es así, puede sentirse cómodo en compañía de autoridades gubernamentales de la república de Sajá-Yakutia en Siberia, en donde la obligación de vacunarse se ha convertido en la ley local.
Dado que él claramente no tiene mucho problema con el gobierno tomando los dineros de un grupo de personas y decidiendo cómo otros serán obligado o influenciados a vivir, gracias a como se gastan políticamente aquellos dólares obtenidos por impuestos o pedidos prestados, tal vez pueda solicitar la ciudadanía dual de Estados Unidos y Yakutia.

También, el Sr. Appelbaum insiste en que un tema más importante es la “necesidad de empleos.” Pero, no existe tal cosa abstracta y amorfa llamada “empleos.” La producción y el empleo son medios para lograr fines, la mejor y más plena satisfacción de las demandas de consumidores en sociedad de los bienes y servicios específicos útiles y deseados. En el tanto haya fines y deseos insatisfechos, hay trabajo por hacer. Así que, manos dispuestas siempre pueden encontrar empleos. Pero, esto no sucederá si, ya sea que los gobiernos ordenan a la gente a que no trabaje y, por tanto, no tenga ingreso, como pasó en el 2020, debido a cuarentenas y cierres gubernamentales; o si usted subsidia a alguna gente para que no trabaje, al enviarle cheques gubernamentales suplementarios que agregan lo suficiente a beneficios por desempleo recibidos, que hacen que sea financieramente más atractivo para algunos quedarse en casa que aceptar un empleo remunerado a un salario mayor que el existente en el mercado.

APLICANDO LA ESTAFA DE LA INFLACIÓN PARA ELIMINAR LA CARGA DE LA DEUDA

Finalmente, ¿qué se debe hacer con esa enorme y creciente deuda nacional? En lo que tiene que ver con el Sr. Appelbaum, la respuesta es sencilla: simplemente haga que se vaya con la inflación mediante el envilecimiento de la moneda, de forma que los dólares pagados de regreso a los acreedores en unidades de dinero depreciadas, hacen que su verdadera carga simplemente desaparezca. Este tipo de engaño ciertamente no es nuevo. Podemos ir a La Riqueza de las Naciones de Adam Smith (1776, Libro v, Capítulo III: “De Deudas Públicas”):
“Una vez que las deudas públicas han alcanzado un cierto nivel, creo que no hay ni un sólo caso en que hayan sido pagadas de forma honesta y completa. La liberación de los ingresos públicos, si es que se ha producido, siempre ha ocurrido mediante una quiebra, a veces declarada y siempre efectiva, aunque frecuentemente mediante un pago simulado.”

Por mucho tiempo se ha sabido que la inflación de precios es una forma de impuesto, bajo el cual porciones del ingreso y riqueza de la ciudadanía les son quitadas mediante la reducción del poder adquisitivo real de las sumas nominales de dinero mantenidos por todos aquellos en el sector privado y público en general. Pero, como también se ha señalado en muchas ocasiones, mientras que la imposición vigente se dirige hacia grupos definidos de la sociedad, la inflación de precios no discrimina en afectar negativamente los ingresos reales ganados por diversos segmentos de la población en general. Es mucho más arbitraria y perjudicial en sus efectos sobre la gente.

Considerando que el Sr. Appelbaum es un escritor importante de The New York Times en temas de política financiera y económica, tal vez sería útil citar ampliamente sobre el tema a uno de sus predecesores en esa posición en el equipo del Times. Henry Hazlitt (1894-1993) fue, también, entre 1934 y 1946, el escritor de editoriales de The New York Times en asuntos financieros y económicos. Al final de su paso por esa posición, en 1946, escribió y publicó su libro más famoso, Economics in One Lesson [Economía en Una Lección]. Él discute acerca de la misma inflación en cuyo favor arguye el Sr. Appelbaum. Dijo Henry Hazlitt en un capítulo acerca de “El Hechizo de la Inflación:”

“Si no se realiza un intento honrado de liquidar la deuda acumulada y, por el contrario, se recurre abiertamente a la inflación, fatalmente se producirán las consecuencias anteriormente descritas. El país, considerado en conjunto, no puede obtener nada sin pagar un precio. La propia inflación no es en el fondo más que una forma singular de tributación. Quizá la peor, ya que de ordinario exige más de quienes cuentan con menores posibilidades económicas.

Pero aun suponiendo que la inflación afectase a todos por igual (lo que nunca puede ser cierto, según hemos demostrado), en tal caso equivaldría a un simple impuesto sobre el consumo que gravara con igual porcentaje toda clase de mercancías, lo mismo el pan y la leche que los diamantes y pieles lujosas. Podría ser considerada, igualmente, como el equivalente de un simple impuesto sobre la renta que gravara con idéntico porcentaje y sin permitir exención alguna, los ingresos de todos los miembros de la colectividad. Es más, en su naturaleza está gravar no sólo el consumo de cada individuo, sino también sus ahorros e incluso su póliza de seguro de vida. De hecho, puede ser equiparada a una exacción de capital derramada a prorrata igualmente sobre pobres y ricos, sin tolerar exenciones.

La situación que se origina es todavía más grave porque la inflación no afecta a todos en la misma proporción. Hay quienes sufren más que otros, al menos en cuanto a porcentajes. El tributo que la inflación representa escapa a toda suerte de controles por parte de las autoridades fiscales. Golpea a ciegas en todas direcciones. El tipo de gravamen impuesto por la inflación no es fijo: no puede quedar determinado de antemano. Conocemos su cuantía hoy, pero no lo que importará mañana, y mañana desconoceremos su importe para el siguiente día.

Como ocurre con cualquier otro impuesto, la inflación perturba todo cálculo económico e influye poderosamente en nuestra conducta privada y en la orientación que convendrá dar a nuestros negocios. Resta alientos a la previsión y al ahorro. Induce a toda suerte de despilfarros y aventuras económicas. A menudo, incluso hace más provechosa la especulación que el esfuerzo productor. Destruye la normal estructuración de unas relaciones económicas estables. Sus inexcusables injusticias hacen desear a las gentes remedios desesperados. Siembra las semillas del fascismo y del comunismo. Pronto comienza a solicitarse públicamente la implantación de controles totalitarios. Invariablemente conduce a amargos desengaños y finalmente al colapso de la economía del país.”

Los Estados Unidos se encontrarán en aguas procelosas si llega a ser la “sabiduría general” y la “opinion popular” entre analistas de política pública y políticos, que los gobiernos pueden gastar todo lo que quieran, en cualquier cantidad, tan sólo teniendo déficits presupuestarios anuales enormes y expandiendo la deuda nacional, porque todo puede hacerse que desaparezca por medio del truco mágico de la expansión monetaria y la desvalorización de la moneda. Debe recordarse que los conjuros del mago político no cambian la realidad: él simplemente tiene éxito en desviar nuestra atención de lo que realmente está pasando a través de una ilusión temporal. Eso no desaparece con las consecuencias dañinas a un plazo más amplio, las cuales no pueden hacerse que desaparezcan.

Richard M. Ebeling es compañero sénior del American Institute for Economic Research (AIER) y Profesor Distinguido BB&T de Ética y de Liderazgo de Libre Empresa en La Ciudadela en Charleston, Carolina del Sur. Eveling vivió en la ciudad universitaria del AIER entre el 2008 y el 2009.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.