Una cosa es la ignorancia económica y otra las falacias económicas. Artículo entretenido y aleccionador.

¡GRACIAS A DIOS POR LA IGNORANCIA ECONÓMICA!

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
31 de mayo del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como donald j. boudreaux american institute for economic research ignorance May 31, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Gracias a Dios por la diseminada y profundamente asentada ignorancia económica. Seriamente, ¡gracias a Dios! Sin una ignorancia económica diseminada, el mundo sería un lugar más pobre. Para esta afirmación, tengo prueba cuantificable ̶ esto es, mi ingreso, los ingresos de otros economistas, así como los ingresos de los muchos mercaderes con los que tratamos yo y mis colegas economistas.

Mientras estamos en el tema de las ganancias, yo (al igual que todos mis colegas economistas) tengo mucho por avanzar antes de alcanzar a gente como Elon Musk e incluso Rachel Maddow, si bien mi salario anual es muy superior a aquel de la mediana del trabajador estadounidense. De hecho, mi ingreso es superior a la mediana del trabajador en mi grupo etario ̶ una cohorte cuyos miembros, pues tenemos décadas de experiencia laboral y habilidades acumuladas, ganan más que cohortes más jóvenes.

¿Por qué mi ingreso es tan alto? Respuesta: ¡la ignorancia económica! Casi cada céntimo que yo gano se genera al satisfacer las demandas de otras personas de reducir la ignorancia económica. Algunas veces, como es el caso de (muchos) estudiantes a quienes les enseño en la Universidad George Mason, la demanda de ilustración económica que suministro viene directamente de quienes pagan por ella. Otras veces, como cuando organizaciones como el Instituto Fraser o el American Institute for Economic Research (AIER) me pagan por dar una conferencia o escribir, la demanda viene, en última instancia, de donantes, quienes esperan que mi discurso y trabajo escrito desciendan en formas esclarecedoras sobre mentes aún sumidas en la ignorancia económica.

Y así (¡qué horror!) si la mayoría de la gente comprendiera ya las realidades económicas básicas, estaría desempleado. Si la mayoría de la gente supiera ya las verdades que enseño -verdades como que aranceles proteccionistas en el neto no crean empleos nuevos, mientras que reducen los estándares de vida de la mayoría de la gente, que leyes de salarios mínimos daña a muchos de los mismos trabajadores a quienes se pretende ayudar, y que intervenciones antimonopólicas obstaculizan, en vez de estimulan, la competencia económica- nadie me pagaría para que hiciera ese trabajo que tanto disfruto hacer.

Y, si bien estar desocupado y sin un centavo sería suficiente tragedia, este ensayo no es acerca de mi persona. De hecho, únanseme en olvidar acerca de mi persona Piense, en vez de ello, en la cantidad incontable de gente que se beneficia de la ignorancia económica, que otra gente me paga por disiparla.

Piense, por ejemplo, en los comerciantes al por menor de vino y los vinicultores. Yo gasto una parte significativa de mi ingreso en vino. En un mundo sin ignorancia económica, nadie me pagaría por hacer lo que hago y, así, no tendría ingreso para gastar en mis comercios favoritos vendedores de vino. Las ventas de vino se caerían. Algunos vendedores perderían sus trabajos, al igual que lo harían trabajadores en los viñedos. Igual con trabajadores de la industria alimentaria. Yo gasto una porción incluso mayor de mi ingreso en restaurantes. En un mundo sin ignorancia económica, no tendría dinero para gastar saliendo a comer. Los restaurantes y sus cocineros y personal de servicio sufrirían ̶ como, por supuesto, lo harían todos los trabajadores cuyos esfuerzos se requieren para suministrar a los restaurantes con mobiliario, alimentos, y bebidas.

Yo también gasto mucho dinero en ropa. Incapaz de ganar ingreso en un mundo lleno de iluminación económica, por supuesto, compraría mucha menos ropa. Nordstrom y otros vendedores de ropa al menudeo sentirían los efectos ̶ como lo sentirían sus trabajadores.
Obviamente, lo que es cierto para el vino, comidas en restaurantes, y ropa, es cierto para todo lo demás en lo que gasto mi duramente ganado ingreso.

Un econometrista podría cuantificar el valor para la humanidad de la ignorancia económica que yo trabajo anualmente por reducir. Ese académico podría cuantificar, con una medición precisa en dólares, el valor de esa ignorancia económica rastreando todo mi gasto y, luego, siguiendo el gasto de otros -por propietarios de comercios de vinos, meseros de restaurantes, vendedores de ropa, etcétera- que mi gasto hace posible.

Yo mismo no he hecho tal rastreo de los efectos extendidos y económicamente estimulantes de mi gasto. Pero, estoy seguro que se acerca anualmente a decenas de millones de dólares. Y, ¡yo soy sólo un economista! Agregue el valor completo del gasto que mi ingreso hace posible, al valor del gasto de miles de mis colegas economistas, y se hace indiscutible que una fuente crucial de la prosperidad moderna de la humanidad es la ignorancia económica, pues, sin esa ignorancia, nosotros los economistas no ganaríamos ingreso para gastar.

Muchos propietarios y trabajadores de empresas, ya sea que se den cuenta o no de este hecho, dependen de la ignorancia económica. Si todo el mundo estuviera tan informado acerca de la disciplina de la economía y de la economía, tanto como lo estamos yo y otros economistas, nadie contrataría a economistas para hacer lo que yo hago. En un universo alternativo tan desolador, en vez de desempeñarme como un benefactor del público al enseñar economía y -más importante- al gastar mi elevado ingreso, yo sería una patética carga pública. Incapaz de ganar ingreso, a nadie yo le sería útil. Lo mismo sería cierto de todos los otros economistas.

Al reflexionar acerca de esta realidad, me asombra el feliz diseño del universo. Debido a este diseño, la ignorancia económica es rampante y resulta en que haya una demanda elevada de mis servicios y de otros economistas. Si el universo no fuera diseñado tan bien, la gente no necesitaría de economistas como yo. La gente entendería naturalmente, y sin instrucción, los empleos desempeñados hoy por trabajadores no son sólo aquellos trabajos que esos trabajadores puede realizar. En un mundo de amplia ilustración económica, mis congéneres comprenderían el hecho de que el tiempo y recursos que gasto enseñando economía, son tiempo y recursos que podrían usarse para producir otras cosas de valor para la humanidad. Si todo mundo fuera tan informado económicamente como lo estoy yo, habría un entendimiento amplio de que, si bien la gente voluntariamente incurre en costos a fin de obtener beneficios, los costos incurridos no son los beneficios recibidos.

Así que, lo repito: gracias a Dios por la ignorancia económica. Sin ella, nadie gastaría recursos tratando de reducirla ̶ y yo y miles de otros economistas estaríamos sin empleo. La pérdida de gasto resultante y el aumento en el desempleo serían trágicos.

Por supuesto, de hecho, el mundo sería un lugar mucho mejor si las falacias económicas fueran menos prevalecientes y menos diseminadas.
No es la menos importante de esas falacias, aquella que sostiene que las economías fallan en la medida en que no protejan empleos existentes.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek de Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center en la Universidad George Mason; Miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas otras revistas académicas. Él escribe un blog llamado Cafe Hayek y una columna regular de economía para el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un título en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.