UN ABEJÓN (MUY GRANDE) EN EL BUCHE

Por Jorge Corrales Quesada


Si bien entiendo esa expresión de mis padres era para referirse a cuando había alguna inquietud dándole vueltas a uno, sin que llegara a una decisión al respecto, ya sea aclarándola definitivamente a lo interno o, en mi caso, comentándola. Una idea parecida es la de tener una idea o inquietud por ahí, entre la frente y la nuca, que no parece definirse o hacerse una realidad, sino hasta que se decide sacarla a la luz.

Me refiero a que, en nuestro país, y desde hace ya su buen rato, vengo notando una declinación en la confianza ciudadana hacia una de las instituciones primordiales de nuestro orden social. Me refiero al Poder Judicial, y lo pongo con mayúscula para resaltar su importancia institucional.

Con frecuencia uno lee o ve en medios cómo ciertas acciones judiciales no llegan a tener resultados que la gente podría esperar se dieran con base en la aplicación y determinación de la ley, debido a problemas como una investigación insuficiente, plazos terminales que se ignoran, pruebas no claramente obtenidas, testigos que no parecen decir la verdad, tal vez por temor a consecuencias, jueces desatentos durante el juicio, posibles delincuentes pasados ante las cortes infinidad de veces, e incluso posible corrupción observada en ciertos casos, algunos de ellos en apariencia relacionados con el narcotráfico. Son muchos los acontecimientos, importantísimos algunos, que se quedan dando vueltas y vueltas, por años y años, en cortes burocratizadas, sin que se llegue a la decisión final de un juez o jurado, dejando un aire de impunidad en una sociedad que considera conveniente, para vivir civilizadamente, que el delito sea penalizado debidamente por jueces.

Esto ha creado, en mi opinión, un desaliento peligroso en la ciudadanía, en cuanto a que el Poder Judicial no es eficiente, que no funciona bien, o que está corrompido, así de claro. Correcta o no la apreciación popular, la situación es peligrosa, pues la base de la convivencia en sociedad descansa en el funcionamiento correcto del Poder Judicial, en un estado que garantiza los derechos y propiedad de sus ciudadanos y que dirime los litigios normales en las relaciones entre individuos en general. Después de todo, la sociedad la ha dado al gobierno y autoridades judiciales el monopolio en el uso de la fuerza, si bien reducido al mínimo.

Me preocupa el fenómeno que me parece observar, como cuando uno, a veces, ve en los medios posicionamientos de altas autoridades de ese Poder que en apariencia parecen estar más preocupadas por mantener privilegios, así considerados por los ciudadanos, bajo la guisa de independencia de los poderes públicos, que en la indispensable separación de poderes y frenos y contrapesos que facultan la defensa del principio de legalidad en la sociedad. Y eso promueve la desconfianza de la palabra de la ley, cuando a veces, dependiendo de su interpretación, surgen decisiones que no parecen ser correctas o apropiadas y que, más bien, ayudan a alimentar un sentido de injusticia a todas luces indeseable.

Debo reconocerlo, a veces esa malquerencia hacia el Poder Judicial puede ser impulsada por personas insatisfechas ante ciertas decisiones de cortes en su contra, que no les favorecieron -debidamente puede ser el caso- y con ello buscan alguna forma de resarcimiento a su debida pérdida. Pero, son muchas las críticas que salen a la luz pública en torno a asuntos del Poder Judicial, que no nos deben llevar al engaño ilusorio de creer que la ciudadanía está satisfecha con la justicia en nuestro país.

Por esto, pensando en los grandes ejemplos, que he visto a lo largo de mi vida, de probidad de magistrados -no los nombro, no sólo por ser una apreciación personal, sino porque me temo que, si doy nombres, dejo por fuera a muchos indudablemente merecedores de reconocimiento- trato de invocar a los actuales responsables máximos del comportamiento institucional de nuestro Poder Judicial, para que valoren con el cuidado requerido por qué esa apreciación declinante en el prestigio de esa entidad.

Tal desprestigio puede ser causa originaria de muchos males impensados y mayores en nuestra sociedad, si en esta se profundiza dicha inquietud y desconfianza ciudadana en la justicia en el país.

No soy un experto en asuntos del derecho, sino que conozco, tal vez, lo mínimo como ciudadano que soy, pero en verdad estoy preocupado por lo que considero es una de las instituciones más importantes del país, la garante de nuestras libertades esenciales, de que pueda entrar en un declive imparable hacia un final inimaginable. Cuando se pierde la confianza en el Poder Judicial, no hay más que un paso breve al reino de la injusticia, como suele ser en los sistemas totalitarios.

Como bien lo expresó Bastiat en su famoso ensayo, La Ley,

“Ninguna sociedad puede existir a menos que las leyes se respeten hasta cierto grado. La manera más segura de hacer que se respeten las leyes es hacerlas respetables. Cuando la ley y la moralidad se contradicen, el ciudadano tiene la alternativa cruel de o perder su sentido moral o perder su respeto por la ley. Estos dos males tienen igual consecuencia, y sería difícil para una persona escoger entre ellos.”

No debemos caer en ese dilema y creo que actores prioritarios en este reencuentro son los altos funcionarios actuales del Poder Judicial, quienes deben darse cuenta del problema que los ciudadanos consideramos tener actualmente entre manos.

Publicado en mis sitios de Facebook, Jorge Corrales Quesada y Jcorralesq Libertad, el 11 de junio del 2021.