Se quejan constantemente por ser víctimas de todos los demás y no resultado de sus propias acciones y decisiones. En lugar de quejarse, deberán esforzase más y más para progresar por sí mismos sirviendo a los demás, y no viendo cómo se sirven de los demás.

UN FESTIVAL INTERMINABLE DE AGRAVIOS

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
24 de mayo del 2021

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A los niños pequeños no les gusta que sus juguetes les sean quitados por la fuerza, y con frecuencia reaccionan con ira cuando les son quitados. Por un corto tiempo, la ira de los niños es genuina, pero, luego, se convierte en previsible: continúan enojados después que su ira ha cesado y, al disfrutar de su propia ira, no les gusta detenerse.

El reporte recientemente publicado de la comisión nombrada por el gobierno del Reino Unido acerca de disparidades raciales en Gran Bretaña, precisamente provocó ese tipo de respuesta de aquellos con intereses creados en que las relaciones raciales sean tan malas como sea posible.
Pues, si inmigrantes o gente que desciende de inmigrantes, en especial aquellos de razas diferentes, están, a pesar de todo, prosperando e integrándose bien a la sociedad, no hay necesidad de que una clase providencial de académicos, periodistas, burócratas, y otros, les rescate del pantano del desaliento que se supone es causado por el prejuicio y discriminación. Muchas oportunidades de hacer una carrera se perderían si no hubiera injusticias sistémicas de este tipo por desenredar.

La comisión (ocho de cuyos miembros eran de minorías raciales) encontró que, en algunos aspectos, el grupo más desaventajado social, educativa y económicamente en Gran Bretaña, era la clase blanca trabajadora ̶ los hijos o nietos de aquellos que en una ocasión trabajaron, como mano de obra, calificada o semi calificada, en industrias que se habían hecho obsoletas y que no habían sido reemplazadas por alguna otra cosa. De hecho, a la mayoría de los grupos étnicos les estaba yendo mejor que a ellos, en algunos casos mucho mejor. Aún más, la comisión no encontró obstáculos institucionales serios al progreso social o económico de personas de minorías étnicas en Gran Bretaña. Se dio gran cantidad de estadísticas como prueba.

Era obvio a partir de su reacción que sólo un hallazgo habría satisfecho a la clase providencial; esto es, que las minorías étnicas en Gran Bretaña están ahora tan sumidas dentro de un estado opresivo neo apartheid, que sólo un control autoritario sobre la sociedad por la clase providencial, que va desde la imposición de cuotas en el empleo hasta la censura a lo que se dice incluso en privado, podría corregir las cosas: corregir, en este caso, significando una representación absolutamente proporcional de todas las razas en los resultados sociales, económicos y de salud, ambos deseables y no deseables. Es innecesario decir que tal resultado requeriría de un aparato gubernamental grande y poderoso que lo logre. Por el contrario, el que esas noticias fueran buenas, eran, para la clase providencial, noticias muy malas.

Que el prejuicio y la discriminación existen, la comisión no lo niega. De hecho, ¿cómo podría? El presidente, Tony Sewell de 62 años de edad e hijo de inmigrantes jamaiquinos, recuerda los días cuando el insulto racista, y cosas peores, eran lo frecuente. Yo tenía una paciente, una cocinera en un comedor de un hospital, que arribó a Inglaterra en los años de 1950, pensando que era la madre patria, encontrando que mucha gente no comería la comida que había preparado pues era negra. Por supuesto, se pueden contar muchas otras historias, algunas de ellas mucho más recientes.

Pero, el prejuicio y la discriminación pueden declinar, así como aumentar; y, a pesar de qué tan indeseables puedan ser, no lo son, dentro de límites bastante amplios, perjudiciales para el progreso social y económico. A pesar del prejuicio considerable contra refugiados indios de la Uganda de Idi Amin (tenían pasaportes británicos, y así, a regañadientes y con mal talante, el país aceptó su responsabilidad hacia ellos), rápidamente se convirtieron en el grupo demográfico más próspero del país, incluso aun cuando hubieran llegado sin un centavo.

Esto pone de relieve un punto que hizo la comisión, uno que no le gusta y le teme la clase providencial, aunque es perfectamente obvio para cualquiera con un interés genuino en los seres humanos: esto es, que los inmigrantes y minorías no son sólo inmigrantes y minorías, sino que tienen tanto características individuales como grupales que afectan su destino. No es sólo el carácter del país receptor lo que determina el resultado para las minorías, sino las características propias de las minorías. Pensar otra cosa es una forma invertida de racismo, el que le adscribe todo poder al país receptor y les niega toda agencia a los propios grupos minoritarios. Decir que esto es una simplificación sería una simplificación: es mucho más, y peor aún. Es capaz de colocar a la gente en el campo del resentimiento.

Una de las recomendaciones de la comisión que sufrió la crítica más adversa, de hecho, la furia, era que el término “BAME” (del inglés Black (negro), Asian (asiático) y Minority Etnic (minorías étnicas), que es ampliamente usado en Gran Bretaña, debería abandonarse. La furia era, la furia a menudo lo es, proporcional a la verdad evidente de lo que es objetado. Tratar a toda la gente de una proveniencia no europea como si, por tanto, tuviera algo positivamente en común, es tratarla como una masa indiferenciada, definida totalmente por su propia no europeidad. Hasta el Dr. Verwoerd ([Nota del traductor: propulsor del racismo del apartheid en Suráfrica] no era tan vulgar como esto.

Pero, la clase providencial está muy unida al término y odiarían perderlo. Pienso que fue John Stuart Mill, quien dijo eso de un objeto físico como la posibilidad permanente de percepción; para la clase providencial, un miembro de una minoría étnica es la posibilidad permanente de agravio ̶ esto, por supuesto, requiere la intervención de providencial para removerlo.

La agregación de todas las minorías étnicas en una categoría única (cuando hay números suficientes en cada una de ellas como para llevar a cabo una desagregación significativa) está diseñada para disfrazar o esconder las diferencias reales entre las minorías, precisamente, porque, si tales diferencias se admitieran, ellas no sólo amenazarían, sino que, en realidad, refutarían la total cosmovisión de la clase providencial; esto es, que la sociedad está tan plagada de prejuicio y discriminación, que algo parecido a una revolución es lo requerido, en vez de, digamos, lidiar caso por caso al surgir los problemas. Por ejemplo, las tasas de desempleo juvenil entre hindúes y sikhs son menores que entre blancos, y mucho menores que en musulmanes paquistaníes; las tasas de encarcelación son similarmente diferentes. Cualquiera que sea la explicación de estas diferencias, es poco posible que lo sean el prejuicio o la discriminación, y, por tanto, las leyes antidiscriminatorias, tan adoradas por la clase providencial, no tendrían nada de efectos o que fueran perversos.

El reporte de la comisión es -o, más bien, debería ser- un correctivo para la obsesión de una gran parte de la intelectualidad británica con la raza y el racismo, cómo el único o la explicación abrumadoramente importante de resultados dispares entre grupos, al menos en donde a un grupo le va peor que el promedio. (Aquellos a quienes les va mejor que el promedio, casi que son reprendidos, como si ellos no estuvieran cumpliendo con su deber de ser las víctimas de una sociedad supuestamente injusta, quienes están en necesidad de ser rescatadas).

Para la clase providencial, nada tiene más éxito que el fracaso de otros: por tanto, necesita que haya razones perpetuas de agravio para las minorías, creando un electorado que busca la salvación por medios políticos. Como dijo el anterior primer ministro de Australia a quienes le apoyaban, después de ser despedido por el gobernador general por conducta indebida, “Mantengan su furia.”

Theodore Dalrymple es un médico y psiquiatra de presiones pensionado, contribuye como editor del City Journal y es Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Su libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.