DENIGRACIÓN MODERNA DEL LIBERALISMO


Por Jorge Corrales Quesada


Me permito introducir este comentario definiendo los principales componentes del liberalismo clásico, siguiendo el caveat de Eamonn Butler en su libro “Classical Liberalism: A Prime,” (Institute of Economic Affairs, 2015), quien nos recuerda que “lo que más define a los liberales clásicos es la prioridad que le otorgan a la libertad individual.” Esencialmente, que el individuo es libre de vivir tal como lo desea, sin afectar los derechos de otros individuos. Esto es, que uno no es libre para violar los derechos iguales de terceros; por tanto, la libertad nunca es absoluta, sino que está limitada por la libertad de otros. Así, se pregunta Butler, “¿cuáles son los límites a la libertad individual? Y logra una respuesta que me faculta a no tener que seguir un pensador específico para definir lo que consiste ser un liberal (clásico y lo pongo entre paréntesis pues, al menos en algunas naciones, el término liberalismo en boga se refiere, más bien, a algo esencialmente antitético al liberalismo clásico: una clara preferencia por la intervención gubernamental ante los actos libres de los individuos).

Aclara Butler: “El liberalismo clásico no tiene una respuesta única” a aquella pregunta. “No es un conjunto de reglas dogmático. Los liberales clásicos no están totalmente de acuerdo en dónde deben estar los límites a la acción personal (y al gobierno) …Están de acuerdo, a grandes rasgos, en que cualquier respuesta debería buscar la maximización de la libertad individual…” [p. 3]

Me permito poner un par de ejemplos de ese margen dentro del liberalismo clásico. Los traigo en mi mente desde en mi juventud como estudiante de economía, pero no dudo de que debe haber muchos otros hasta más actuales. Friedrich Hayek y Milton Friedman son considerados, ambos, como liberales clásicos, pero, mientras que el primero consideraba que una institución tan importante como la banca de emisión fuera privada (aboga por ella en su obra de 1976, The Denationalization of Money [La Desnacionalización de la moneda] (Institute of Economic Affairs, 1976)), el segundo propone, al menos en los inicios de su brillante carrera, un banco central, estatal en última instancia, independiente, dentro del ministerio de Hacienda, y sujeto a reglas de emisión y no a la discrecionalidad de autoridades (“Should There Be an Independent Monetary Authority,” en Leland B. Yeager, In Search of a Monetary Constitution (Harvard University Press, 1962)).

El otro ejemplo es la conocida crítica del liberal clásico Hans Herman Hope, a Hayek, a quien le señala su atracción al socialismo al pedir que el estado brinde servicios y productos “que no pueden ser provistos adecuadamente por el mercado” y brinda una serie de ellos que, en su opinión, Hayek indicó.

Si uno rebusca entre los muy diversos escritos de los más notables liberales clásicos, no resulta sorprendente hallar una diversidad de acciones permisibles para un estado, el cual, de otra forma, sería objeto de minimización, como un principio importante.

RASGOS EN COMÚN EN EL PENSAMIENTO LIBERAL

Lo que debe destacarse son rasgos en común, que mencionaré brevemente, que pueden considerarse forman parte del pensamiento liberal clásico y que, sin duda, son el lazo de unión de sus impulsores. El trabajo de Butler tiene la ventaja de describir de forma sencilla, lo que muchos liberales han presentado como principios comunes a lo largo del tiempo. Así que, en mi intento por destacar elementos comunes de los pensadores liberales, me basaré en el esquema que presenta Butler en su obra didáctica referida.

Uno de esos temas unificadores es lo que Butler denomina “el principio en favor de la libertad individual.” Esto es, maximizar la libertad de los individuos en su vida social, económica y política. Hay diversas razones entre diferentes pensadores liberales para abogar por este punto esencial, como lo es el enfoque de que la libertad es buena por sí misma, de un derecho natural o dado por Dios, o de un contrato social que evita el caos natural. Otros consideran la libertad como un requisito esencial para que haya progreso o porque, si la persona es controlada por otro, no sería un individuo en su totalidad. Asimismo, se considera que es el mejor camino para lograr el mayor bienestar en sociedad.

Un segundo principio unificador es la primacía del individuo por encima de cualquier ente colectivo. Aquí entra en juego la idea de que son los individuos quienes conforman la sociedad y que no hay un colectivo que piense por sí mismo, sino que lo hacen los individuos que la integran.
También, dicha primacía se sustenta en que las personas difieren en sus intereses y, si lo que primara fuera el colectivo, se sacrificaría a unos para beneficio de otros. Igualmente, esa preeminencia tiene como base la experiencia, pues, en nombre del bien común, individuos han cometido los más horrendos crímenes de la humanidad. Finalmente, dado que la sociedad es eternamente cambiante y diferente, se hace profundamente difícil que un individuo que dirige un colectivo, puede saber qué es lo que le conviene a cada uno de los individuos particulares en sociedad. Esto porque son los individuos quienes mejor conocen que es lo que cada uno de ellos prefiere y, por tanto, deben ser libres de poder elegir por ellos mismos lo que consideran mejor para sí, siempre que, al hacerlo, no afecte derechos de los demás.

Un tercer pilar del pensamiento liberal clásico es la minimización de la coerción. Por esa razón, abogan por darle al estado el monopolio en el uso de la fuerza, pero apenas el mínimo necesario para ejercerlo, pues es esperable el abuso del poder de cualquier gobernante, por lo que sólo podrá ser ejercitado cuando se justifica debidamente. Dado que el individuo puede hacer lo que le parezca de su vida, en tanto no afecte la vida de otros con iguales derechos, una función esencial de ese estado liberal es su defensa del individuo, ante la coerción que puede intentar algún otro individuo (o nación del exterior).

La tolerancia es un cuarto elemento que usualmente se encuentra en pensadores liberales clásicos. Como vimos en el párrafo anterior, es función del estado impedir que otro imponga su voluntad sobre uno, causándonos daño. Pero, por tanto, no se debe restringir la acción de otro individuo cuando sus acciones no nos gustan o son ofensivas a nuestras preferencias. Pero, la idea va más allá de ver la tolerancia como algo bueno en sí, sino porque, también, la tolerancia y el respeto mutuo son base del intercambio beneficioso, la cooperación en sociedad, para que esta funcione bien. Creen en las diferencias de los individuos, que deben tolerarse y conservarse, si es la voluntad de los individuos, pero no por imposición del estado. De aquí parten ideas cruciales de tolerancia religiosa, política y de expresión, en general, y de la libertad de los individuos para tenerlas según sus preferencias personales.

Un quinto factor que integra al pensamiento liberal es la existencia de un gobierno limitado y representativo. No son anarquistas, pues consideran que el gobierno es necesario para proteger a una persona del daño que le pueda hacer otra. Pero, ese poder que se le otorga al gobierno, es limitado, en particular, dado el enorme peso que tiene el poder del estado. Como dice Lord Acton, “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente,” de ahí lo imprescindible de su limitación.

Vale la pena tener presente la opinión del economista austriaco clásico, Ludwig von Mises, quien, en su obra Human Action (La Acción Humana) (Yale University Press, 1949) indica que “Los intervencionistas pretenden que la actuación del gobernante, siempre sabio y ecuánime, y la de sus no menos angélicos servidores, los burócratas, evitará las tan perniciosas consecuencias que, ‘desde un punto de vista social,’ la propiedad individual y la acción empresarial provocan… [pero] el intervencionismo engendra siempre corrupción,” [p. 1063 y 1065], de ahí que sea deseable limitar el poder del estado a un mínimo.

El poder del gobierno es por cesión de los individuos, no al revés, como suele considerarse a veces; esa cesión de su libertad innata al gobierno permite que la libertad en general se maximice. Una función esencial del gobierno es la expansión de la libertad individual, no su freno, en tanto no sea para impedir un daño a un tercero.

Los liberales clásicos suelen considerar como el mejor sistema político a la democracia constitucional y representativa, pues permite cambiar gobernantes al menor costo. Pero esa democracia no es ilimitada. Puede ser la mejor forma para tomar ciertas decisiones, pero lo usual es que sean los individuos quienes las tomen por sí mismos.

Como sexta columna del pensamiento liberal clásico está la regla de la ley. Esto limita el poder, y el principio es que nos deben gobernar leyes, no los arbitrios de funcionarios públicos. Aquella es aplicable a todos los individuos por igual, independientemente de características como raza, género, religión, lenguaje, credo político, etcétera. Y, por supuesto, cubre tanto a personas comunes y corrientes, como a los más altos cargos del gobierno. “Nadie está por encima de la ley.” De aquí emana la función esencial del estado de impartir justicia por medio de tribunales para dirimir conflictos y contratos en pugna entre personas. Igualmente, que las cortes sean independientes y estén sujetas a derechos básicos de los ciudadanos, como el habeas corpus, el juicio por un tribunal y el debido proceso, que son, en última instancia, parte de ese freno al poder del gobierno.

Un orden espontáneo, extendido, constituye un séptimo fundamento que unifica al pensamiento liberal clásico. El individuo es la base del orden social; en mucho las instituciones complejas de la sociedad surgen, no como resultado de la acción deliberada de una autoridad central o un planificador consciente, sino de la acción humana. El lenguaje, costumbres, cultura y mercados no los creó autoridad alguna, sino que crecen y evolucionan gracias a infinidad de acciones de individuos. La supervivencia de esas instituciones resulta de la prueba y error en la práctica: si no funcionan, se cambian o se abandonan y, si lo hacen, persisten. Pero no son inmutables.

Como escribiera Hayek, “Para captar adecuadamente el íntimo contenido del orden que caracteriza a la sociedad civilizada, lejos de ser fruto de designio o intención, deriva de la incidencia de ciertos procesos de carácter espontáneo. Vivimos en una sociedad civilizada porque hemos llegado a asumir, de forma no deliberada, determinados hábitos heredados de carácter fundamentalmente moral, muchos de los cuales han resultado siempre poco gratos al ser humano ̶ y sobre cuya validez intrínseca nada sabía. Su práctica, sin embargo, fue generalizándose a través de procesos evolutivos basados en la selección, y fue facilitando tanto el correspondiente aumento demográfico como un mayor bienestar material de aquellos grupos que antes se avinieron a aceptar este tipo de comportamiento.” [La Arrogancia Fatal, Introducción: “¿No habrá sido el socialismo un error?”, Unión Editorial, 1997, p. 189].

Como octavo pilar de la filosofía liberal clásica citado por Butler, está la propiedad, el intercambio y los mercados, como fuentes de prosperidad de los pueblos. Es por la acción de individuos, y no de gobiernos, en el marco del orden espontáneo de la economía, como personas y sociedades progresan, en que voluntariamente los individuos intercambian los diferentes bienes y servicios, mediante su ahorro e inversión, creación e invención. Esto se da en el marco de respeto a la propiedad privada y los contratos, que permiten, a través de la especialización e intercambio, un modo eficiente de generar riqueza.

Como novena columna, en el pensamiento liberal clásico hay un sitio muy especial para las asociaciones voluntarias de las personas. Las personas, individuos, son animales sociales, no aislados o atomísticos, que forman parte y viven en familias y comunidades en lo que se denomina la sociedad civil. Esta cooperación de individuos libres es esencial como amortiguador entre ellos y gobiernos. Esto previene que el gobierno pueda aniquilar las libertades individuales y demuestra que los gobiernos no son la única institución que puede llevar a cabo acciones de interés para la vida en comunidad. Ejemplos son las instituciones de caridad, clubes, asociaciones, escuelas, iglesias, comunidades en Internet y muchos otros similares. Así, los individuos pueden promover objetivos sin que sea por medio de un estado centralizado y omnicomprensivo, sino mediando la cooperación e interés individual.

Finalmente, en opinión de Butler, un décimo fundamento que unifica a los pensadores del liberalismo clásico, lo constituyen valores humanos en común, como los principios básicos de vida, libertad y propiedad bajo la ley. Estos se traducen políticamente en la libertad de expresión, asociación, regla de la ley y gobierno limitado, que frena a quienes gobiernan de hacer demasiado daño a personas. Se considera que la sociedad descansa en la cooperación de diferentes individuos, cada quien con intereses propios y que resuelven sus problemas pacíficamente.

En lo económico, creen en el libre movimiento de las personas, y libertad para producir e intercambiar, en que la libertad privada y su uso terminan beneficiando a todos los individuos, al buscar su propio beneficio.

Hasta el momento, mi propósito es que se tenga una idea esencial de qué constituye el liberalismo clásico, y que se tenga claro que no hay un texto o autor único quien, de por sí, defina exactamente el límite entre lo que es liberal clásico y lo que no lo es. Dicho esto, señalo que el liberalismo clásico y el capitalismo competitivo de mercado son, en lo económico, esencialmente lo mismo. Como bien lo expresa Milton Friedman en Capitalism and Freedom (Capitalismo y Libertad) (University of Chicago Press, 1962) “…la libertad económica es también un medio indispensable para alcanzar la libertad política. …El tipo de organización económica que mantiene la libertad económica, esto es, el capitalismo competitivo, también promueve la libertad política porque separa el poder económico del poder político.”

Asimismo, Mises lo expone con similar claridad en su obra Liberalism (Liberalismo) (Gustav Fischer Verlag, 1927), al afirmar que “El liberalismo [clásico] ha pugnado siempre por el bien de todos… Aquellas sociedades en que se aplican principios liberales suelen calificarse de capitalistas y capitalismo se denomina al régimen que en ellas impera… Denominamos… a aquel, liberalismo o también capitalismo… Entienden los liberales que, en una sociedad basada en la división del trabajo, el capitalismo; o sea, la propiedad privada de los medios de producción, constituye el único sistema de cooperación humana viable… Los principios del liberalismo se condensan en una sencilla palabra: propiedad; es decir, control privado de los factores de producción… Los liberales conjugan y enlazan el concepto de propiedad con los de libertad y paz.” (Ludwig von Mises, Liberalismo, Barcelona; Editorial Planeta, 1994, p. p. 26, 36 y 37).

A partir de lo comentado, procedo a analizar algunas formas en que la crítica al capitalismo y al liberalismo clásico se ha formulado, concretamente para, de forma peyorativa, descalificarlo ante otras formas alternativas de organización económica y social. Lo haré alrededor de dos afirmaciones usuales que así se hacen. La primera es que el capitalismo es imperfecto y la segunda, que el capitalismo es “salvaje.”

EL CAPITALISMO ES IMPERFECTO

La imperfección del capitalismo es cierta, en términos absolutos, pero debe verse en términos relativos. Esto es, si hay sistemas de producción mejores o más eficientes y si los costos de uno podrían servir para compensar los posibles defectos del otro. De hecho, la imperfección es propia de la naturaleza humana, como sucede con toda creación individual.

Es bastante común la idea de que el capitalismo deba ser sustituido por otro sistema debido a su imperfección. Me limito a señalar unos pocos ejemplos de esta pretensión de descalificar al liberalismo por ser imperfecto. Hugo Chávez afirmó: “Lo he venido diciendo, estoy convencido de que la vía para construir un mundo mejor y posible, no es el capitalismo, no, el capitalismo nos conduce al mismísimo infierno.” (Citado el 27 de febrero del 2005, palabras pronunciadas en el estado de Yaracuy). Así, si el capitalismo fuera perfecto no nos conduciría al infierno, pero, para él, muy posiblemente hay otro sistema -un mundo mejor posible- que no lleva a las personas a esos sufrimientos. (Puede el lector, si le parece, pensar en la situación económica, social y política, “boyante y floreciente” de Venezuela, bajo su socialismo del siglo XXI).

Algo similar pregonó Fidel Castro, al referirse a que “el sistema capitalista… ya no sirve ni para Estados Unidos, ni para el mundo, al que conduce de crisis en crisis; que son cada vez más graves, globales y repetidas". (El País Internacional, 10 de setiembre del 2010). De nuevo, el sistema capitalista es imperfecto pues conduce a crisis “cada vez más graves, globales y repetidas,” y es de suponer que, comparativamente, el modelo socialista que escogió para su país, no tiene tales imperfecciones o bien son más moderadas. (De nuevo, el lector, si así lo desea, puede considerar si la economía socialista cubana les ha servido a los cubanos para vivir mejor o si están en una crisis permanente desde hace más de 60 años).

Y el hermano de Fidel, Raúl Castro, se refirió en términos parecidos, reiterando su decisión de elegir la vía socialista para Cuba, sólo que, con un matiz muy interesante. Si bien dice no apreciar al capitalismo, expone el hecho de que el socialismo también es imperfecto, al decir que se continuará “perfeccionando el socialismo,” lo que lógicamente nos dice que, lo tenido hasta el momento, no es perfecto, sino perfeccionable.
Es interesante destacar que, en el momento en que pronunció esas palabras, ya era presidente de Cuba al haber renunciado su hermano. Sus palabras exactas cuando fue nombrado primer secretario del Partido Comunista de Cuba fueron: “Asumo mi última tarea con la firme convicción y compromiso de honor de defender, preservar y seguir perfeccionando el socialismo y no permitir jamás el regreso del régimen capitalista," según lo consigna el medio Notimérica del 19 de abril del 2011).

Que el capitalismo sea imperfecto no lo convierte en malo. Lo es imperfecto, tal como lo es el socialismo (ver las palabras de Raúl Castro). Y, como obras humanas que son ambos, podría considerarse que son perfectibles. Así, la conversación nos lleva a pensar si el capitalismo ha evolucionado para bien; esto es, que ha mejorado y si ha sucedido algo parecido con el socialismo.

Deirdre McCloskey escribió recientemente que “Lo que nos hizo ricos son las ideas que respaldan al sistema -usual pero erróneamente llamado “capitalismo” moderno- vigente desde el año de las revoluciones europeas, 1848. Deberíamos llamar al sistema ‘mejora tecnológica e institucional a un ritmo frenético, probada mediante un intercambio no obligado entre las partes involucradas.’ O, ‘un liberalismo fantásticamente exitoso, en el viejo sentido europeo, aplicado al comercio y la política, así como también a la ciencia y la música y la pintura y la literatura.’ La versión más sencilla es ‘progreso probado por el intercambio.’ O, tal vez, ‘¿innovacionismo?’” (Deirdre McCloskey, “The Great Enrichment Was Built on Ideas, Not Capital,” Foundation for Economic Education, 22 de noviembre del 2017, sin paginación).

Independientemente de su preferencia de cómo llamar al sistema económico del período referido, el hecho es que está hablando de un sistema de creación de riqueza sin paralelo, sustentado en el liberalismo.

Agrega después que “El resultado de las ideas nuevas ha sido, desde 1848, una mejora gigantesca para los pobres, como muchos de sus ancestros y de los míos, y una promesa de que el mismo resultado, que, ahora está siendo logrado en China e India, se tendrá por igual en todo el mundo. Es un Gran Enriquecimiento para los más pobres entre nosotros. Prosperidades previas intermitentemente habían incrementado el ingreso real por cabeza al doble e incluso al triple, 100 o 200 por ciento o algo así, tan sólo para volver a caer en los miserables $3 al día, típico de los humanos desde la época de las cavernas. Pero, el Gran Enriquecimiento aumentó el ingreso real por cabeza, frente a un crecimiento en el número de cabezas en un factor de siete –por algo como desde 2.500 a 5.000 por ciento.” (Ídem)

Eso que ha llamado el Gran Enriquecimiento, muestra el enorme éxito, no sólo económico, del capitalismo de mercado. No fue perfecto, sigue siendo imperfecto, pero ha dado resultados exitosos sin parangón en la historia de la humanidad. El socialismo, imperfecto y perfectible, no ha logrado resultados ni siquiera aproximados.

Bien concluye la profesora McCloskey su comentario, con una generalización que nos señala lo que logró ese capitalismo o innovacionismo o liberalismo clásico. Dice que, “en resumen, el Gran Enriquecimiento surgió de una retórica novedosa, pro burguesa y anti estatista que enriqueció al mundo. Se trata, tal como Adam Smith dijo, de ‘permitir a todos los hombres [y las mujeres, cariño] que manejen sus intereses particulares como lo tengan a bien, bajo el plan liberal de igualdad, libertad y justicia.’” (Ídem).

Por supuesto, llegar a esos resultados no fue un camino fácil, en ese mundo imperfecto, pero, como escribió la economista Allison Shrager, en la revista Foreign Policy, del 15 de enero del 2020, en su artículo titulado “Why Socialism Won’t Work: Capitalismo is still the best way to handle risk and boost Innovation and productivity,” “ningún sistema económico es perfecto, y tal vez nunca se encontrará el balance correcto entre mercados y estado. Pero, hay buenas razones para creer que mantener el capital en manos del sector privado y empoderar a sus propietarios para que tomen decisiones en busca de ganancias, es lo mejor que tenemos.”

Mi comentario a favor del modelo teórico del capitalismo y el socialismo, ha pasado a segundo plano y, más bien, me he referido a los resultados del capitalismo de mercado. Es oportuno mencionar, en ocasión de la presentación de Ensayos en honor a Miguel Ángel Rodríguez Echeverría, editado por la Academia de Centro América, obra en homenaje al Dr. Miguel Ángel Rodríguez E., que fui sumamente influido por un libro suyo publicado en 1963, El Mito de la Racionalidad del Socialismo (Asociación Nacional de Fomento Económico), que me introdujo, en aquel entonces, en el tema del cálculo económico bajo el socialismo (tratado por pensadores de la llamada escuela austriaca de economía.) Aquel libro me fue obsequiado por quien considero es el principal pensador liberal del siglo XX en nuestro país y profesor de don Miguel Ángel y cofundador de la Academia de Centro América, don Alberto Di Mare Fuscaldo.

En esencia, lo que don Miguel Ángel expone es que, sin un mercado que determine libremente los precios, las economías socialistas no podían disponer de una manera racional de asignar los recursos escasos en una economía. Claramente lo enseño Mises, al decirnos que, “cuando una sociedad abandona la libertad de precios de los bienes de producción, se hace imposible la producción racional. Cada paso que aleja de la posesión privada de los medios de producción y el uso del dinero, es un paso más que nos aleja de la actividad económica racional.” (Ludwig von Mises, Economic Calculation in the Socialist Commnowealth (El Cálculo Económico en el Sistema Socialista, Documento, Hacer.org, p. 320). De ahí resulta explicable, en mucho, la relativa pobreza comparativa del socialismo con el capitalismo.

Nos tomaría mucho tiempo analizar series del crecimiento del PIB per cápita de diferentes países del mundo, tanto los considerados como capitalistas como los socialistas (definidos por la propiedad de los medios de producción y la consiguiente planificación descentralizada o centralizada). Una comparación del desempeño comparativo que los lectores pueden hacer, fácilmente creo, es la realidad de países muy similares que han tenido experiencias con esos dos sistemas económicos y con resultados muy diferentes. El lector interesado puede, de forma relativamente simple, comparar el desempeño económico, social y político de la economía de Alemania Occidental con el de Alemania Oriental, o de Corea del Sur con Corea del Norte, o de Chile con Venezuela, de Hong Kong o Taiwán con China Continental, previo a la incorporación de este último a la globalización capitalista, o de Estados Unidos con la vieja URSS.

Una idea global puede derivarse de unos datos provenientes de Angus Maddison, en La Economía de Occidente y de la del Resto del Mundo; Una perspectiva milenaria, (Cambridge University Press, 2020), cuadro 2: tasas de crecimiento del PIB per cápita, población y PIB (1000-2001).

Occidente, como denomina el autor a Europa Occidental más los países de tradición occidental y Japón, lo que podría acercarnos a sistemas capitalistas, tuvo, en el período 1913-1950, una anual tasa de crecimiento del PIB real per cápita del 1.17%, mientras que, lo que Maddison llama Europa del Este y antigua URSS, que nos referiría a sistemas socialistas, en ese mismo lapso creció a una tasa comparable del 1.40%.

Ya en el lapso 1950-1973, mientras que Occidente creció a una tasa del 3.72%, Europa del Este y la URSS crecieron a un ritmo del 3.49%. Pero, en el período 1973-2001, mientras que Occidente creció a una tasa del 1.95%, los llamados socialistas cayeron en -0.05%.

Obviamente, estos datos sólo nos dan una idea muy general de la capacidad productiva del sistema capitalista versus el sistema socialista.

EL CAPITALISMO SALVAJE

También el capitalismo es atacado por ser “salvaje,” en contraposición con un socialismo que dicen es humano o más humano. Me parece que esa afirmación se origina en la idea de que la competencia que surge en los órdenes capitalistas, en donde rige la maximización de ganancias, faculta todo tipo de prácticas lícitas con tal de eliminar a competidores, aunado a la idea de que el productor sólo busca explotar “salvajemente” al trabajador, así como al consumidor.

Creo que esta impresión es errada en cuanto a la verdadera esencia cooperativa que hay en los órdenes del mercado. Esto es, las partes contratan libremente y, si no fuera porque ambas se benefician con dicha transacción, esta no se llevaría a cabo, pues no es obligatorio hacerlo. Por el contrario, me parece que el capitalismo de libre mercado es el orden económico que más refleja la cooperación entre diferentes participantes en los mercados.

Lo anterior se respalda aún más por los resultados económicos expuestos en párrafos previos, de la mayor disminución de la pobreza en la historia de la humanidad, lograda por el capitalismo. Lo señala el economista Steven Radelet: “empezando en el siglo XIX, cuando empezaron a sentirse los impactos de la revolución industrial y los ingresos empezaron a aumentar, la porción de la gente en el mundo que vive en pobreza extrema, empezó a declinar gradualmente por primera vez en la historia…” pero, un crecimiento más rápido de la población hizo que
“el número total de los extremamente pobres continuara creciendo rápidamente.” Sin embargo, “el porcentaje de pobres había estado declinando durante dos siglos, y la velocidad de esa declinación se había acelerado en década recientes… Pero, a principios de la década de 1990, se presentó un cambio dramático” de aquel aumento en el número de pobres: “Por primera vez en la historia del mundo, el número total de gente viviendo en condiciones de pobreza extrema empezó a descender y cayó rápidamente.” [Las letras en cursiva son de Radelet].

Y agrega, “después de elevarse incansablemente desde el inicio de la historia humana, el número de personas en el mundo que vive en condiciones de pobreza abyecta se redujo en más de la mitad en sólo 18 años. (Steven Radelet, The Great Surge; The ascent of the developing World, (Simon & Schuster Paperbacks, 2015), p.p. 27-29). Y, “entre tanto, el porcentaje de la población mundial que vivía en pobreza extrema había estado cayendo más rápidamente.” En 1981, un 53% de la población de los países en desarrollo vivía en esas condiciones; ya en el 2011 se había reducido a un 17%.

Al grano: eso fue esencialmente logrado a partir de la globalización capitalista más reciente y, al contrario de como lo han aseverado algunos enemigos del capitalismo, ese crecimiento, como lo expone Deepak Lal, en su obra Poverty and Progress: Realities and Myths a about Global Poverty (Cato Institute, 2013) “generado por la globalización no ha sido anti pobres… Por el contrario, la globalización y el rápido crecimiento que promovió han reducido la pobreza mundial en cantidades históricamente sin precedentes. El crecimiento simplemente no ha sido un ‘goteo hacia abajo’ hacia los pobres: ¡ha sido una inundación!” (p. 27)

Eso no parece reflejar una naturaleza violenta selvática que los críticos le hacen al capitalismo, a la globalización, al liberalismo y los mercados, sino todo lo contrario, al desvanecimiento del mundo Hobbesiano.

Brevemente, y antes que alguien indique la enorme reducción reciente de la pobreza en China (comparada con la violencia y miserias que caracterizaron al socialismo de Mao), es notoria la introducción de una serie de instituciones de corte capitalista en la economía de China, como mayor propiedad privada de los medios de producción, mayor movilidad de las personas, aceptación de zonas de libre comercio en distintas partes del país, básicamente bajo reglas del mercado, un estado que esencialmente no interviene en el manejo cotidiano de las empresas privada y, ante todo, la integración de esa nación al comercio globalizado, lo que es un mercado esencialmente libre, como los liberales clásicos lo apreciaron (que no es perfecto). Y, por supuesto, como lo han dicho algunos enemigos, ya hay muchos multimillonarios, trayendo a la realidad de la memoria el lema de Deng Tsiao Ping, “primero, dejen que alguna gente se enriquezca.”

Con todo, a pesar de la introducción de medidas claramente pro mercado, como señala el economista Rainer Zitelman en su artículo “China’s Economic Success Proves the Power of Capitalism,” (Forbes, 8 de julio del 2019), “Aunque el crecimiento económico estuvo acompañado de un aumento en la libertad económica, aún existen déficits en muchas áreas,” y transmite la opinión reputado del economista chino Zhang Weiying,”El control gubernamental sobre grandes cantidades de recursos y una intervención excesiva en la economía, son la causa directa del amiguismo entre funcionarios de gobierno y empresarios, son terreno fértil para la corrupción oficial, corrompiendo seriamente la cultura comercial y dañando las reglas de juego del mercado.” Y, sin duda, es muy posible que esta ampliación de las libertades económicas hacia un menor papel estatal en la economía y vigencia plena del principio de legalidad, alimenten un crecimiento mayor de esa economía.

Publicado en mis sitios de Facebook, Jorge Corrales Quesada y Jcorralesq Libertad, el 22 de abril del 2021.