Este es un interesante artículo acerca de un tema que seguirá siendo objeto de debate y discusión, y, ante todo, de relevancia en cuanto a las relaciones internacionales y nuestra misma existencia.

SIN UN FINAL DE LA HISTORIA

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
12 de mayo del 2021

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El fin de la historia, en algún sentido hegeliano o marxista, que supuestamente había sido logrado con la disolución de la Unión Soviética, parecía sugerir que, de ahí en adelante, el mundo sería gobernado por el equivalente de concejos parroquiales liberal-democráticos, que se concentrarían en asuntos como definir los días de la semana en que se recolectaría la basura. Esto en verdad me ha parecido una idea arrogante y vacía. Ninguna victoria política es permanente y el único principio teleológico de la historia (en el largo plazo) es aquel de la Segunda Ley de la Termodinámica. No es sino hasta el desenlace de esa Ley, que tendremos que vivir con sorpresas históricas.

Sin duda que The Clash of Civilizations [Choque de civilizaciones] de Samuel Huntington lanzó escarnio, o, al menos, agua fría, a la idea de que, de ahí en adelante, todos los conflictos serían de dimensiones pequeñas al menos intelectualmente, habiéndose determinado el fin de la historia por adelantado. Al contrario, él propuso que había conflictos potencialmente enormes entre civilizaciones completas, con sus concepciones radicalmente diferentes de ética, la buena vida, los derechos y deberes de ciudadanos (o súbditos), etcétera. Grosso modo, su punto de vista ha terminado siendo uno mucho más realista que otro de teleólogos liberales-democráticos.

LOS LÍMITES DE LA CIVILIZACIÓN

Por supuesto, en sí la civilización es un tipo de concepto grosso modo, y las palabras no deberían hacerse para que conlleven más precisión de aquella que son capaces de detentar. Como lo hace ver Gregg, Huntington vio “diferentes ‘niveles’ de identidad.” Deberíamos siempre ser tan precisos como sea posible, pero no más precisos que lo posible. No es posible una taxonomía exacta, o linneana, de las sociedades, dada la existencia de fronteras, inter penetración, influencia mutua, cambio, etcétera. Incluso en biología, hay disputas acerca de la especiación (por ejemplo, si el dingo australiano es una especie verdadera, o sólo una subespecie), así que difícilmente sorprende que no haya acuerdo universal en cuanto a lo que es una civilización, en qué punto una cultura se convierte en civilización, o, para el caso, en qué punto una subcultura se convierte en cultura.

En mucho todo depende de cuál es el extremo del telescopio por el que usted mira. Por ejemplo, yo vivo en un pueblo en Inglaterra con un mercado pequeño, en donde, tal vez sorprendentemente, hay 12 tabernas, una por cada mil habitantes. En un radio de cien yardas, hay una taberna con música escandalosa en donde se congregan los jóvenes y hacen tratos con drogas (o lo hicieron, antes del Covid-19), una taberna patrocinada por alcohólicos degenerados de edad media y fumadores en cadena quienes principalmente hablan de futbol y apuestas, y una taberna sin música o luces intermitentes, que atrae a la burguesía y agricultores locales, quienes, a menudo, traen consigo a sus perros de caza, en donde la conversación, en algunas ocasiones, toca temas mundiales. Los patrocinadores de estas tres tabernas no se sentirían muy cómodos en los terrenos del otro, y espontáneamente se segregan, sin orden de nadie, ¿Habitan ellos en diferentes subculturas, culturas, o civilizaciones? En mi caso, me siento más cómodo y tengo más en común con los amigos de mi médico indio que con los patrocinadores de las dos primeras tabernas, a los que me he referido: pero, ¿me convierte eso en un habitante de la civilización hindú de Huntington? O, ¿significa que mis amigos indios son ahora habitantes de la civilización europea? O ¿somos ahora indoeuropeos más allá del sentido lingüístico?

¿QUÉ TIPO DE CHOQUE?

Como una herramienta heurística, ¿qué tan útil es la noción de un conflicto de civilizaciones? Tomemos como ejemplo la hostilidad creciente entre Estados Unidos y China. Nadie podría dejar de notar que las formas de vida, ideas religiosas, filosofías políticas, ideas de buen comportamiento, etcétera, de los dos países son muy diferentes, y que estas diferencias persistirían aún si, si bien por el momento no es muy posible, China cesara de ser gobernada por el Partico Comunista Chino. El gran sinólogo y crítico literario anti maoísta, Simon Leys, solía decir que quien no conociera a China no conocería la mitad de la humanidad, razón por la que él dedicó mucha de su vida a estudiarla.

Pero, ¿son las diferencias radicales entre Estados Unidos y China la causa del conflicto creciente entre ellos? Ciertamente, el conflicto es posiblemente señalado por ambos lados en esos términos. Los chinos ya han atribuido su contención de la epidemia del Covid a la superioridad (ante sus ojos) de su modelo social, basada en una noción de sociedad éticamente superior, mucho menos individualista que la estadounidense, derivada de la tradición y civilización china. Por su parte, muchos estadounidenses tienen la esperanza de que, al alejar a los chinos del acceso a la tecnología estadounidense, pueden detener o frenar el avance chino, pues asumen que, debido precisamente a la naturaleza conformista de la cultura y civilización china, que es éticamente inferior a los ideales de la civilización estadounidense, los chinos no podrán innovar por sí mismos, siendo dicha innovación crucial para la conservación del poder en el mundo moderno.

Por supuesto, hay otra forma de leer el conflicto creciente; esta es, la tendencia inherente de los grandes poderes de entrar en conflicto entre sí. Por ejemplo, la historia de Europa, hogar de una de las civilizaciones de Huntington, difícilmente está libre de un gran conflicto de poder: de hecho, antes del advenimiento de la historia social como parte importante del estudio de la historia, ese conflicto se tomó casi como si fuera la totalidad de la historia europea. Los libros de texto de mi padre, fechados a inicios de la década de 1920, eran enteramente acerca de la marea y flujo de los diversos intentos por imponer hegemonía en Europa y después en el mundo. Por supuesto, quedaría abierto a los defensores de la tesis huntingtoniana enfatizar que las civilizaciones de Gran Bretaña y Francia en la época de las titánicas guerras napoleónicas eran diferentes, pero eso sería deshonesto: las diferencias entre las culturas francesa y británica eran pequeñas e insignificantes, comparadas con aquellas entre Estados Unidos y China, Y, aún así, los dos países pelearon hasta la muerte.

Se admite que Huntington arguyó que el conflicto global empezaría a tomar un carácter civilizatorio al final de la Guerra Fría, no que siempre haya sido de esa manera. Y, el conflicto entre Estados Unidos y China podría parecer darle crédito a su predicción. Pero, ¿hay razón para creer que la esencia de esta rivalidad emergente es diferente de aquella entre Inglaterra y Francia? Ciertamente es resultado del crecimiento rápido, caso históricamente súbito, del poder chino, tanto económico como militar. Si eso no hubiera ocurrido, no habríamos escuchado nada acerca del conflicto: ambos lados podrían haber continuado pacíficamente con sus culturas diferentes, como el kudú y la gacela coexisten pacíficamente en la misma sabana. Los Estados Unidos no se sienten amenazados por la cultura de la Edad de Piedra de los habitantes de las islas de Andamán, que es tan diferente de la suya propia.

EL CRECIMIENTO DEL PODER CHINO

Entonces, ¿que explica el surgimiento del poder chino, que a su vez es responsable del conflicto creciente? La respuesta es doble: primera, un cambio en la política económica (principalmente de China, pero en todas partes) y, segunda, una adopción generalizada de la ciencia.

Gregg señala que la “modernización no es occidentalización.” Asimismo, que la ciencia -como método consciente e institucionalizado para adquirir conocimiento y poder- es una invención occidental, pero puede ser igualmente adoptada por cualquiera que esté preparado para usar los poderes de la lógica y observación, y quien está comprometido con la honestidad intelectual, al menos en este ámbito restringido. A una generación del arribo al Japón del comodoro Perry, los japoneses estaban haciendo contribuciones a la ciencia “occidental,” en particular, en bacteriología. Los indios y los chinos, usando los mismos métodos, son perfectamente capaces de preservar sus particularidades culturales, a la vez que prosiguen la ciencia. Y es esta habilidad la que explica la declinación en la hegemonía de occidente. Hilaire Belloc lo puso muy sucintamente en la cúspide del imperialismo europeo:

“Lo que sea que pase, tenemos
la ametralladora Maxim, y ellos no la tienen.”

Bueno, el mundo ha sido ecualizado mediante la diseminación del equivalente moderno de la ametralladora Maxim (la posesión diferencial que dotó a sus poseedores con un poder relativamente mayor de lo que hacen las armas más sofisticadas de hoy).

Por supuesto, si la ciencia es la semilla, el suelo en el cual se siembra debe ser fértil o estar listo para recibirla. Ocurre que recientemente he estado leyendo la descripción de Rebecca West en su libro A Train of Powder [Un reguero de polvo] de la asombrosa recuperación económica de Alemania Occidental, después de la guerra que devastó al país a un grado igual sólo a la devastación hoy de Siria. En cuestión de años, Alemania Occidental de nuevo estaba progresando, con una de las maquinarias industriales más poderosas en la historia del mundo. Es verdad, recibió alguna ayuda y perdón de deuda: pero, ciertamente, la explicación yace en la naturaleza y determinación preexistente del pueblo, ambos artefactos culturales, que hicieron la recuperación no sólo posible, sino casi que inevitable, dado que no se instituyeron políticas antieconómicas como aquellas de Alemania Oriental. La misma cantidad de ayuda y perdón de la deuda a otro país, no habría producido el mismo resultado: he aquí la importancia de la cultura como condición necesaria, pero no suficiente.

Por igual, hay factores psicológicos que deben tomarse en cuenta. Los alemanes habían sufrido la segunda derrota militar devastadora en apenas poco más de un cuarto de siglo: nueve años de guerra en 31 años, y millones de muertos, no habían traído más que desolación. La energía lanzada para la recuperación del país funcionó como buen medio para olvidar el pasado, o, al menos, para echarlo a la parte atrás de la mente. Los chinos hablan de cientos de años de humillación a manos de poderes occidentales, después de siglos o milenios de que ellos mismos creyeron ser el centro del mundo.

La historia, la psicología y la cultura se han combinado para restaurarlos a un lugar prominente en el mundo. La determinación de los líderes de una población industriosa naturalmente para sobreponerse o vengar la derrota por naciones hasta entonces asumidos que eran culturalmente inferiores, es una ventaja enorme en un mundo de poderes competitivos. Esto es fácilmente yuxtapuesto con la discordia e inseguridad que, para bien o para mal, es ahora la condición normal de naciones occidentales, más significativamente Estados Unidos. El poder crece a partir de la posesión de autoconfianza, que, como el Mandato de los Cielos, puede cambiar de domicilio.

Ya sea o no que llamemos al conflicto entre Estados Unidos y China un choque de civilizaciones, difícilmente importa, pues, como lo dijo el obispo Butler, todo es lo que es, es, y no es otra cosa. Como mínimo, sin embargo, la tesis de Huntington nos libera de la teoría Pollyanna [Nota del traductor: sesgo de positividad; tendencia de la gente para recordar asuntos placenteros más exactamente que los incómodos] de las relaciones internacionales.

Theodore Dalrymple es un médico y psiquiatra de presiones pensionado, contribuye como editor del City Journal y es Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Su libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.