El tema de los derechos de propiedad intelectual (y similares) es aún muy debatido entre académicos favorables al libre mercado, sin que al momento se tenga una resolución teórica y empírica básicamente acordada, sino que el debate continúa. Esta es una de esas posiciones ambas tan interesantes.

PARA ENTENDER EL DOMINIO DE LAS GRANDES TECNOLÓGICAS SE REQUIERE DE ECONOMÍA, NO DE TEORÍAS CONSPIRATIVAS

Por Peter C. Earle
American Institute for Economic Research
17 de mayo del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como peter c. earle american institute for economic research big tech May 17, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

“Censura” es una acusación discutiblemente engañosa de las Grandes Tecnológicas y las empresas de medios sociales. El argumento de que tales plataformas juegan un papel en un orden mundial grande, con un fin aún no visto, o que están siendo ordenadas para que escojan ganadores y perdedores en el mercado de las ideas, ciertamente, es, para estar claros, conveniente. Pero, estas interpretaciones son riesgosas ̶ y pueden prestarse a soluciones de políticas mal informadas. En verdad, tales narrativas hechas con apuro fallan en encarar la complejidad del tema a mano.

Como compañías privadas, las firmas de medios sociales tienen el derecho de definir el acceso y contenido a su entera discreción, independiente de qué tan grandes o influyentes ellas lleguen a ser. De hecho, es una pendiente resbaladiza afirmar que, con algún número arbitrario de usuarios o cuentas, capitalización de mercado, o al llegar a alguna otra medición, se erosiona el derecho sin trabas para usar o disponer de la propiedad de uno. Por otra parte, dadas las presiones políticas (a menudo derivadas de la amenaza u asomo de una evaluación antimonopólica), las firmas grandes de la tecnología y medios sociales pueden ser vistas como apéndices o equipos propios del gobierno. El impulso por conciliar intereses estatales puede, con el paso del tiempo, resultar en que firmas grandes, como Facebook o Google, adopten políticas que funcionalmente extienden el poder del estado.

Al crecer la pandemia progresivamente politizada el año pasado -como todo lo demás- los ejecutivos de medios sociales decidieron prohibir ciertos mensajes y promover otros, inspirando necesariamente una tormenta de fuego de alegaciones de sesgo y conspiración. La primera argumentación era completamente justificada, en el tanto en que se promovió la idea de que ninguna cantidad de conocimiento incrementado, debería alterar la postura de una seguridad más rígida. La segunda era principal (y predeciblemente) absurda, pisoteando, como habitualmente lo hacen, cualquier pretensión de principios de parsimonia.

Hasta entre oponentes a la conspiración, las soluciones a la influencia creciente del gobierno, la Gran Ciencia, y “medios de la corriente principal” sobre las Grandes Tecnológicas y medios sociales (lo cual, merece mencionarse, en algunos círculos es visto como parte de los medios), han tendido hacia lo estúpido. Se han propuesto y barajado la venta obligada de activos, nuevas formas de obtener el permiso para operar, inclusión obligada de puntos de vista disidentes, multas masivas, y la prosecución criminal de ejecutivos, teniendo cada una de ellas una combinación de limitaciones y una eficacia cuestionable. En la periferia del debate, se sugirieron formas de compensación orientadas al mercado ̶ incluyendo campañas para inducir un éxodo masivo desde plataformas ofensoras, así como de una empresariedad activista.

Salir de plataformas en donde los usuarios han pasado muchos espacios de tiempo es, para muchos, no tan simple como cambiar de marca de cereal. Las plataformas de medios sociales no son sólo métodos de comunicación, sino archivos de la experiencia de la vida. Después de años de uso, las cuentas de los medios sociales pueden contener un número apreciable de asuntos sentimentales, incluso anécdotas y fotos.
Para otros, tan molesto como puede ser el partidismo, la habilidad de conversar personalmente, a menudo con comunidades extensas, pesa más que la objeción.

La empresariedad dirigida a producir medios sociales y proyectos tecnológicos competitivos es similarmente problemática. La primera ventaja impulsora de plataformas previas es considerable, dejando a los entrantes con un componente mucho mayor de “medio” que de “social.” La suerte de Parler, que intentó competir con Twitter, pero se halló golpeada por los grilletes e influencia de rampas tecnológicas de acceso y salida, es emblemática de otro problema: las complicaciones de buscar alternativas de mercado en una industria con numerosas conexiones y dependencias complejas.

A pesar de lo anterior, nada de esto llega al corazón del asunto. La pregunta apropiada a la luz de la influencia creciente de las Grandes Tecnológicas y su cooptación por poderes políticos es: ¿Por qué estas empresas se hicieron tan grandes, tan rápidamente? Relacionado con esto, ¿por qué la competencia -tan efectiva en reducir precios y aumentar el rango asequible de productos y servicios en otras industrias y sectores- parece ser totalmente inefectiva en lo que tiene que ver con medios sociales y Grandes Tecnológicas? En los pocos lugares en donde se ha considerado esta pregunta, no han emergido respuestas creíbles. “Los efectos de red” describen cómo una entidad dada de medio social llega ser popular y por qué contenido seleccionado se hace viral, pero no por qué ha emergido un oligopolio. Tampoco es suficiente la explicación de que, a pesar de quejas, las empresas más grandes y más establecidas están sirviendo bien a sus consumidores; si ese fuera el caso, aún así habría algunos competidores marginales. ¿Cuál es la fuerza o factor por el que un pequeño puñado de firmas tecnológicas se han entronizado a un grado tal, que ellas prácticamente son intocables incluso por los mejor financiados competidores, y que en unos pocos casos han logrado capitalizaciones de mercado que, en resumen, superan $ 1 millón de millones, y que son crecientemente confederadas políticas?

La respuesta primordial es: las patentes. (Una mejor respuesta es “patentes y otras formas de propiedad intelectual, así como amarres filosóficos que acompañan a ese concepto.”)

Dejando de lado, por un momento, a las Grandes Tecnológicas y los medios sociales, recientemente, la administración Biden decidió apoyar una dispensa en la Organización Mundial de la Salud de protecciones a la propiedad intelectual (P.I) para vacunas contra el Covid-19, creando una oleada de alabanzas de la izquierda política y desprecio de la derecha. Los argumentos planteados contra la eliminación de patentes y otras protecciones a esas innovaciones, vienen directamente del manual de la P.I.: Las empresas sin una ganancia garantizada durante cierto tiempo, mantiene él, no invertirán en programas de investigación que tomen mucho tiempo, sean costosos e inciertos. Sin una forma de monopolio temporalmente restringido, continúa la justificación, se evitarán las exploraciones puramente especulativas. Ninguna firma o inventor solitario se meterá en una tarea experimental de apuesta arriesgada, si existe la posibilidad de que, si tiene éxito, su idea pueda ser inmediatamente copiada o mejorada por una entidad competidora.

Es un argumento que apela a instintos protectores o envidiosos, pero colapsa ante una inspección más cercana. Ha habido numerosos descubrimientos a pesar de la ausencia de una protección sancionada por el gobierno durante su espera: computadores, penicilina, y rayos X, entre ellos. Un artículo del 2012 particularmente ingenioso muestra que, de 8.000 innovaciones estadounidenses y británicas exhibidas en Ferias Mundiales entre 1851 y 1915, la mayoría no estaba protegida por patentes. Abundan los ejemplos más allá de estos.

Entonces, eso es todo para el caso empírico. Volviendo a la teoría económica, aquella que apoya las protecciones mediante patentes es similarmente precaria: Mantiene que los descubrimientos adquiridos costosa y difícilmente logrados o, alternativamente, novedosos, son, tras la introducción al público, difícilmente excluibles y no rivales en su naturaleza. El conocimiento nuevo, para este pensamiento, equivale cercanamente a un bien público. Si las innovaciones se replican fácilmente, el resultado es un fallo del mercado por el que los creadores se abstendrán de investigar ciertas áreas, sin una posibilidad razonable de recuperar los gastos incurridos en el proceso de invención.

Pero esto es, rotundamente, un disparate. El término propiedad intelectual implica escasez, y difícilmente las ideas son escasas. (Si usted duda de esto, visite cuatro o cinco museos alrededor del mundo.) De hecho, la realidad es muy opuesta a eso; los conceptos y planteamientos que nacen de la mente son infinitamente repetibles. Todo ser humano las tiene, en todo momento en el tiempo, en todo lugar de la Tierra en donde se encuentren seres humanos. Como escribe N. Stephan Kinsella,

“Si usted copia un libro que yo he escrito, todavía tengo el libro original (tangible), y también ‘tengo’ el patrón de palabras que constituye el libro. Así, los trabajos de un autor no son escasos en el mismo sentido en que son escasos un pedazo de tierra o un carro. Si usted toma mi carro, yo dejo de tenerlo. Pero, si usted ‘toma’ un patrón de un libro y lo usa para hacer su propio libro físico, yo todavía tengo mi propia copia. Lo mismo es cierto para invenciones, y, de hecho, para cualquier ‘patrón’ o información que uno genera o tiene. “

Thomas Jefferson -siendo él propiamente un inventor, así como el primer Examinador de Patentes en Estados Unidos- escribió,

“Quien recibe una idea de mí, recibe instrucción sin disminuir la mía; igual que quien enciende su vela con la mía, recibe luz sin que yo quede a oscuras.”

Dado que la idea de otro no le priva a él de usarla, ningún conflicto acerca de su uso es posible; por tanto, las ideas no con candidatas para derechos de propiedad… Las ideas no son naturalmente escasas

Como se hizo ver previamente, esto se extiende más allá de patentes hacia otras formas de propiedad intelectual: marcas registradas, derechos de autor, y más. Y hay otros resultados perversos del régimen de propiedad intelectual, además de los efectos negativos de los monopolios otorgados por el gobierno y la búsqueda de rentas como consecuencia: controversias prolongadas, litigios costosos, difusión desacelerada del conocimiento, distorsiones de las estructuras de mercado, y el troleo de patentes, son efectos colaterales adicionales.

El esquema ha sido ahora dibujado. Pero, ¿calza con los hechos? A Facebook, tan sólo en el 2019, se le otorgaron 989 patentes, lo cual es

“un 64 por ciento más de patentes que en el 2018… En el 2014, a Facebook se le otorgaron 279… Las patentes ilustran cómo Facebook está gastando diligentemente en investigación y desarrollo, con la expectativa de un rendimiento en el futuro …pareciéndose mucho a los rivales Apple y Amazon en términos del otorgamiento de patentes …tratando de permanecer al frente de tendencias tecnológicas. …La mayoría de las patentes de Facebook fueron en campos como procesamiento de datos y transmisión digital, pero 169 patentes fueron en la categoría de Elementos Ópticos. Eso estaría relacionado con cascos de realidad virtual.”

De las compañías que recibieron los números más altos de patentes en el 2020, Apple (2.791), Amazon (2.244), y Google (1.817) están entre las 20 más grandes. La mayoría de otras empresas en las calificaciones más altas son reconocibles: IBM (el premiado #1), Ford, AT&T, Dell, y Halliburton, entre ellas.

Viendo esta lista, uno inevitablemente se pregunta qué tan merecedoras son muchas de estas empresas masivas de los elogios que algunas veces reciben por creatividad comercial. ¿Estas firmas accionarias de primer orden, prominentemente incluidas en los principales índices del mercado accionario y en otros prominentes sitios seguros, en realidad conjuran nuevas y mejores formas de producir y entregar productos y servicios? O, en vez de ello, ¿una porción significativa de esos negocios simplemente agrega protecciones legales concéntricas, brindadas por el gobierno, alrededor de las maneras existentes de hacer las cosas, para mantener alejados a entrantes? (El propio hecho de que haya un cuerpo de estrategia legal basado en “patentes defensivas” es ilustrativo.)

Indudablemente que es más divertido, y vastamente menos productivo, creer que hay fuerzas tenebrosas y siniestras en operación -reuniones secretas gubernamentales entre agencias de inteligencia y firmas de medios sociales para orquestar mensajes y lograr el Control Total (™)- pero, evaluaciones más moderadas ofrecen conclusiones más defendibles. Las grandes empresas tecnológicas tienen un dominio debido al sistema legal de monopolios asequible bajo leyes de propiedad intelectual, que, en virtud de leyes antimonopólicas y de transportista general, resulta en una relación cuasi simbiótica. Eso es todo lo que se requiere para entender las causas de la supremacía de las Grandes Tecnológicas, y sugiere los medios con la que se puede abordar.

Más ampliamente, los medios sociales y las Grandes Tecnológicas serían un objetivo de cooptación mucho menos atractivo si, en vez de dos o tres firmas masivas, hubiera ocho, 12, o más entidades. Las preocupaciones acerca de acción regulatoria punitiva, y, en consecuencia, el instinto de aplacar a los actores políticos, se disminuiría en medio de un mercado más competitivo de medios sociales. El cargo de “censura” tan frecuentemente levantado contra las firmas de las Grandes Tecnologías sería, como lo es hoy, una descripción inapropiada de las decisiones relacionadas con el sacrificio de contenido, pero el impacto de esas elecciones sería muy disminuido en un mundo en donde las ideas fluyen tan libre y fácilmente como cuentos insostenibles de intriga.

Ausente la protección ante la competencia que el estado brinda -que emana de una teoría legal que trata a las ideas como jardines (en mucho para beneficio, nada sorprendente, de abogados)- habría mucha mayor competencia, una rotación más elevada entre líderes de la industria, y menos de todo lo que sigue cuando hay una concentración empresarial sancionada por el estado. El supuesto de que sin un rendimiento garantizado la innovación llegaría a un freno, se desacredita, incluso ante el análisis más superficial del progreso humano. Las personas libres, con mentes libres, ejerciendo sus oficios en los mercados libres, rara vez sub abastecen a la novedad.

Peter C. Earle es economista y escritor, quien se unió al American Institute for Economic Research (AIER) en el 2018 y previamente pasó más de 20 años como corredor y analista en mercados en Wall Street. Su investigación se centra en mercados financieros, temas monetarios e historia económica. Su nombre ha sido citado en el Wall Street Jornal, Reuters, NPR y en muy diversas publicaciones. Pete tiene una maestría en economía aplicada de la American University, una maestría (en finanzas) y una licenciatura en ingeniería de la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point.

Traducido por Jorge Corrales Quesada