Un artículo que invita a la reflexión.

LA CIENCIA ES MÁS COMPLEJA DE LO ANUNCIADO

Por Scott Scheall
American Institute for Economic Research
8 de abril del 2021

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En algún momento de su educación infantil, a la mayoría de los estadounidenses se les dice una historia acerca de cómo funciona la ciencia.
Es una creencia amplia en esta historia lo que convence al público en general para que acepte las apelaciones políticas a “La Ciencia,” como justificación de políticas relacionadas con esta.

El título de esta historia es “El Método Científico,” y dice algo como esto: Los científicos observan un fenómeno; luego, formulan una hipótesis (una palabra elegante para “adivinar”) acerca de sus causas; después, conducen un experimento controlado acerca de la hipótesis; si la evidencia experimental no muestra claramente que la hipótesis es falsa, se retiene y llega a ser algo así como una teoría científica y, en su momento, después de exámenes experimentales exitosos adicionales, en un hecho científico; por otra parte, si la evidencia experimental desvirtúa la hipótesis, esta es rechazada, y los científicos desarrollan una nueva hipótesis, mejorada a la luz de la evidencia existente, y el proceso experimental empieza de nuevo.

A través de este procedimiento de prueba y error, cuenta la historia, en su momento la ciencia descubre verdades confiables acerca del fenómeno en cuestión.

Es una historia agradable, sencilla. Por desgracia, es un mito. Lo que hace más inexplicable su aceptación inocente entre el público en general, si no es su dogmatismo, es que su naturaleza mítica se ha reconocido por mucho tiempo por los que estudian ciencia.

Gracias al trabajo de W.V.O Quine, Thomas Kuhn, y otros, filósofos y sociólogos de la ciencia, han sabido desde mediados del siglo pasado que el simplista “Método Científico” no es -de hecho, no puede ser- la forma en que funciona la ciencia.

La ciencia es mucho más compleja que eso.

Kuhn mostró, como tema histórico, que el método de prueba y error puede operar en cierto grado durante períodos de “revolución científica,” cuando los científicos han llegado a estar tan insatisfechos con el modelo científico prevaleciente -tal vez, pero no necesariamente, como consecuencia de la acumulación de fracasos experimentales- que empiezan a buscar paradigmas de reemplazo.

No obstante, la vasta mayoría de las carreras de científicos se pasa conduciendo “ciencia normal,” un proceso, no de prueba y error, sino de elucidar, ampliar y precisar el paradigma existente. En otras palabras, al conducir ciencia normal, los científicos aceptan como dato el modelo prevaleciente y hacen de todo excepto tratar de falsificarlo.

Por su parte, Quine (construyendo a partir de ideas desarrolladas previamente en el siglo por el físico francés Pierre Duhem) mostró que la lógica de evidencia que falsifique no es lo que parece ser a primera vista. Un experimento que produce evidencia aparentemente refutatoria no dicta que el científico rechaza sus hipótesis, en vez de algún otro supuesto que figuró en el experimento. Una hipótesis siempre puede ser retenida, en las palabras inimitables de Quine, “Pase lo que pase,” con independencia de la evidencia.

Posteriores filósofos y sociólogos de la ciencia han desarrollado, corregido, expandido estas ideas, pero permanece sin desafiarse en la literatura que ellas hacen un mito de la historia simplista del “Método Científico.”

De hecho, mucho trabajo subsecuente en la sociología de la ciencia ha cuestionado la propia posibilidad de que hay métodos mejores y peores de adquirir conocimiento. Este trabajo anuncia un relativismo cognitivo que le niega a la ciencia un estatus privilegiado, por encima de otros métodos más tradicionales, como descansar en los dictados de la autoridad de la familia, tribu, religión o facción política.

Sin embargo, uno no debería ir tan lejos con los sociólogos relativistas. Pues la ciencia, no la autoridad religiosa, política o de algún otro tipo, es capaz de poner a la gente en la luna, curar la enfermedad, y contribuir a mitigar problemas ambientales, entre muchos otros logros en la era moderna, son datos que los relativistas necesitan explicar, pero que no lo pueden hacer.

La ciencia es un fenómeno complejo en el sentido en que F.A. Hayek habló de la complejidad del fenómeno económico y otros fenómenos sociales. Lo que él dio a entender para que un fenómeno fuera complejo, según Hayek, fue que nuestro conocimiento, en particular, nuestra capacidad de explicar y predecir -y, por tanto, de controlar- el fenómeno, era limitado. Este es el caso que claramente ha mostrado, con respecto a la ciencia, la historia del último siglo de intentos filosóficos y sociológicos de explicar, predecir -y, de hecho, controlar- la ciencia.

La evaluación de la evidencia empírica juega un papel crucial, pero no de alguna forma clara o fácilmente entendida, para determinar la aceptación o rechazo de teorías científicas que compiten entre sí. Esas evaluaciones de la evidencia no son realizadas por autómatas objetivos y desapasionados, sino por seres humanos falibles, con emociones, prejuicios y motivaciones personales subjetivas, que han sido clasificadas en comunidades de científicos de mentalidades similares, en mucho según preconcepciones metodológicas que ellos absorbieron en escuelas de posgrado.

Además de ser lógica, la ciencia es también psicológica y sociológica. Cómo se interpreta la evidencia objetiva a través de lentes individuales y sociales, tal que los resultados ocasionalmente hacen posibles logros como alunizar, curar la enfermedad, y mitigar problemas ambientas, permanece siendo básicamente un misterio. La ciencia involucra evidencia, pero, también involucra personas. Es un proceso empírico de examinar las últimas ideas contra la evidencia, pero, los aspectos empíricos de la ciencia están incorporados en procesos psicológicos y sociales, que en mucho eclipsan nuestro entendimiento.

La perpetuación del mito del “Método Científico” estimula la pretensión de que entendemos la ciencia. Más al grano, estimula la noción falsa de que, debido a que entendemos la ciencia tan bien, siempre podemos descansar en las implicaciones de una cosa llamada “La Ciencia,” como la fuente de toda sabiduría política. Pero, aunque muchos de sus éxitos (y varios de sus fracasos) son obvios, está lejos de ser evidente por qué la ciencia tiene éxito en el grado en que lo hace, y no es más evidente que debamos descansar en la ciencia para formular políticas al grado en que lo hacemos.

Scott Scheall es profesor asistente y director de Estudios de Postgrado en la Facultad de Ciencia Social en la Escuela de Ciencias y Artes Integradas de la Universidad del Estado de Arizona. Scott ha publicado extensamente sobre temas relacionados con la historia y la filosofía de la Escuela Austriaca de economía.

Traducido por Jorge Corrales Quesada