Entendiendo bien a cierto sector ambientalista, que quiere imponer su forma de ver las cosas relacionadas con el medio ambiente sobre cada uno de nosotros

DENTRO DE LA IGLESIA CLIMÁTICA

Por Robert L. Bradley, Jr,
American Institute for Economic Research
2 de abril del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como robert l. bradley, jr., institute for economic research church April 2, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

En un foro acerca del medio ambiente, en una ocasión Julian Simon preguntó: ¿Cuánta gente aquí cree que la tierra está siendo crecientemente contaminada y que nuestros recursos naturales se están acabando?”

Después que la habitación se llenara de manos alzadas, Simon preguntó a continuación: ¿Hay evidencia que pueda disuadirles? Al encontrar
el silencio, continuó: ¿Hay evidencia que pueda darles -la que sea- que haga que ustedes reconsideren esos supuestos?

Después de más silencio, Simon respondió: “Bueno, perdónenme. No estoy mudado para la iglesia.”

Hoy, la Iglesia Climática mantiene estas tres creencias firmes:

1. La influencia humana sobre el clima es pronunciada y controladora

2. Esa influencia no puede ser positiva o benigna, sólo catastrófica

3. La gobernanza global puede y debe resolver este problema

Compare esto con las estadísticas impresionantes, hasta abrumadoras, de mejora humana desde la Revolución Industrial, en especial en los últimos 75 años. Uno pensaría que estos parroquianos se sentirían aliviados, incluso felices. Pero, lo suyo es una filosofía anti humanista, que no se debe debatir, sino reverenciar. Es un credo que ve a la naturaleza como óptima, que no sea violada por la humanidad. Profundamente pesimista, es la visión del mundo de la ecología profunda.

LA NATURALEZA ÓPTIMA

La naturaleza óptima se esconde detrás del actual debate climático. Como lo hizo ver el economista del clima de Yale, Robert Mendelsohn, en The Greening of Global Warming (1999: p. 12):

“Existe un mito no declarado en la ecología de que las condiciones naturales deben ser óptimas. Esto es, que en este momento nosotros debemos estar en lo alto de la colina.”

Allá en los años setentas, se temió una nueva Edad de Hielo debido a emisiones de dióxido de sulfuro por plantas de carbón, el temor al Enfriamiento Global. Hasta fueron rechazadas fuerzas compensatorias por Paul Ehrlich, Anne Ehrlich, y John Holdren (Ecoscience: 1977, p. 686):

“Puede haber poco consuelo en la idea de que una tendencia al calentamiento creada por el hombre, pueda cancelar una tendencia natural al enfriamiento. Dado que los diferentes factores que producen las dos tendencias lo hacen influyendo diferentes partes de la complicada maquinaria climática de la Tierra, es muy poco posible que los efectos asociados con patrones de circulación se cancelen entre sí.”

Para los miembros de la Iglesia Climática, el planeta “ha sido entregado en condición perfecta de funcionamiento y no puede cambiarse por uno nuevo.” Una edición de la revista World Watch, “Playing God with Climate” [“Jugando a Dios con el Clima”], reprendió al hombre por interferir en la condición predeterminada de la Tierra.

LA ECOLOGÍA PROFUNDA

Un ala radical del movimiento moderno ambiental rechaza una visión antropocéntrica (centrada en el hombre) del mundo, en favor de una visión ecocéntrica.

En contraste con la ecología superficial, preocupada con la contaminación y agotamiento de recursos en el mundo desarrollado, la ecología profunda defiende “el derecho igual” de animales y plantas inferiores “a vivir y florecer.” La ecología profunda rechaza lo que ve como una relación de amo-esclavo entre la vida humana y la no humana. Afirma Arne Næss (en Peter List, Radical Environmentalism: Philosophy and Tactics, 1993: p. 19):

“La ecología profunda enfatiza la interrelación de todos los sistemas de vida en la Tierra, degradando el centrismo humano. El hombre debe respetar la naturaleza como un fin en sí misma, no tratarla como una herramienta del hombre. El ego humano y la preocupación por la familia y seres amados deben unirse en un apego emocional similar hacía animales, árboles, plantas y el resto de la eco esfera.”

Entonces, dañar al planeta es lo mismo que causar daño físico a uno mismo. “En el sentido más amplio,” afirman Bill Devall y George Sessions (Deep Ecology, 1985, p. ix), “necesitamos aceptar la invitación al baile ̶ el baile de la unidad de humanos, plantas, animales, la Tierra.” Para llegar a ese punto, necesitamos “engañarnos a nosotros mismos en un reencantamiento” (p.10) con la naturaleza.

La plataforma de la Fundación para la Ecología Profunda (“una voz para la naturaleza salvaje”), formulada por Arne Næss y George Sessions, condena la interacción actual de hombre y naturaleza y pide descensos en la población y menores estándares de vida. En sus palabras:

1. El bienestar y florecimiento de la vida humana y no humana en la Tierra tienen valor en sí mismos… independiente de la utilidad del mundo no humano para propósitos humanos.

2. La riqueza y diversidad de las formas de vida contribuyen a la realización de estos valores y son también valores en sí mismos.

3. Los humanos no tienen derecho a reducir esta riqueza y diversidad, excepto para satisfacer necesidades vitales.

4. La interferencia humana actual con el mundo no humano es excesiva, y la situación está empeorando rápidamente.

5. El florecimiento de la vida y culturas humanas es compatible con un descenso sustancial de la población humana. El florecimiento de la vida no humana requiere esa disminución.

6. Por tanto, deben cambiarse las políticas. Los cambios en las políticas afectan estructuras básicas económicas, tecnológicas e ideológicas… serán profundamente diferentes del presente.

La plataforma continúa afirmando que el cambio radical es necesario, “apreciando la calidad de vida… en vez de adherirse a un estándar de vida crecientemente más alto.”

DESDE AL GORE…

La angustia de Al Gore acerca de una “civilización disfuncional” se entrecruza con esta metafísica de la ecología profunda. “Nuestra civilización es, de hecho, adicta al consumo de la tierra en sí,” afirmó Gore en Earth in the Balance [La tierra en juego] (1992):

“Esta relación adictiva nos distrae del dolor de lo que hemos perdido: una experiencia directa de nuestra conexión con la vivencia, vibración, y vitalidad del resto del mundo natural. La espuma y las burbujas de la civilización industrial enmascaran nuestra profunda soledad ante tal comunión con el mundo, que puede elevar nuestros espíritus y llenar nuestros sentimientos con la riqueza e inmediatez de la vida en sí.”

Evitando el incrementalismo, Gore pidió una acción global “osada e inequívoca” en donde “el rescate del medio ambiente” es “el principio central organizador de la civilización.”

Ese “principio central organizador” es lo que Ludwig von Mises y F.A. Hayek no podrían haber imaginado: una planificación central global en que cada una y todas las economías de las 196 soberanías deban ser coordinadas por vía de impuestos, aranceles (“justes fronterizos”), y órdenes de eficiencia, para reducir, e incluso revertir, las emisiones de gas invernadero, en particular, dióxido de carbono (CO2).

…HASTA BILL MCKIBBEN

The End of Nature
(1989: p. 216) [El fin de la naturaleza] de Bill McKibben señaló el “pecado terminal” de la alteración de la naturaleza por el hombre y se quejó de que “el efecto invernadero es el primer problema ambiental que no podemos evitar si nos movemos hacia los bosques.” Lamentó de cómo “la mano de obra barata brindada por el petróleo” hace que el “modelo de ecología profunda sea difícil de comprender, aún menos ponerlo en práctica” (p. 200).

En una columna reciente en el New Yorker, McKibben puso más de sus cartas climáticas sobre la mesa: “Si uno quisiera una regla de dedo para lidiar con la crisis climática, sería: deje de quemar cosas.” La era de la combustión debe llegar a “un final rápido,” ya se trate de petróleo para transporte, gas natural o carbón para electricidad, fuegos de leña en el hogar, o asar en el patio. Tampoco encienda un fósforo.

LA ALTERNATIVA HUMANISTA

Para retornar a los humanos en la fotografía, el filósofo Alex Epstein nos recuerda a todos que una naturaleza indómita no sólo es beneficiosa, sino también peligrosa. “Si el bien y el mal se miden por el estándar del bienestar humano y el progreso humano,” dice él, “debemos concluir que la industria del combustible fósil no es necesariamente mala como para restringirla, sino un bien superior para liberarla.” En este sentido, “no necesitamos una energía verde ̶ necesitamos energía humanitaria.”

Luego, Epstein revierte la narrativa climática:

“La naturaleza no nos da un clima estable, seguro, que lo convertimos en peligroso. Nos da un clima siempre cambiante, peligroso, que necesitamos sea seguro. Y lo que nos impulsa detrás de edificios robustos, calefacción y aire acondicionado asequibles, ayuda en sequías y todo lo demás que nos mantienen seguros ante el clima, es una energía barata, abundante y confiable, abrumadoramente proveniente de combustible fósiles.”

En The Future and Its Enemies, Virginia Postrel advierte acerca de la mentalidad del estancamiento -la creencia de que “un buen futuro debe ser estático; ya sea el producto de esquemas detallados, tecnocráticos, o el regreso a un pasado idealizado, estable” (1998: xii)- versus el dinamismo, que abraza “un mundo de creación, descubrimiento, y competencia constante” (xiv).

La filosofía, no sólo la economía y la economía política, importa en el debate acerca del calentamiento global/cambio climático. Empiece por revisar sus premisas ̶ y aquellas de sus intelectuales oponentes.

Robert L. Bradley Jr., compañero sénior de AIER, es cofundador y presidente ejecutivo del Institute for Energy Research. Es autor de ocho libros acerca de historia de la energía y política pública y bloguea en MasterResource. Bradley obtuvo su licenciatura en economía en el Rollings College, una maestría en arte en economía de la Universidad de Houston, y un Ph. D. en economía política del International College. Ha sido compañero Schultz de Investigación Económica y compañero en el Liberty Fund de Investigación Económica, y en el 2002 recibió el Premio en Memoria de Julian L. Simon, por su trabajo acerca de energía y desarrollo sostenible.

Traducido por Jorge Corrales Quesada