¿EL EVANGELIO SEGÚN MARX?

Por Patrick Gray
Law & Liberty
20 de mayo del 2021

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En el día de su inauguración, el Papa Francisco le envió un mensaje ofreciéndole sus bendiciones al presidente Biden y le urgió a que “promoviera el bien común” en un momento que requiere de “respuestas visionarias y unidas.” Por su parte, el Sr. Biden no ha ocultado su fe católica, incluso citando al Santo Padre al explicar sus propuestas de política dirigidas a reducir la pobreza. Con o sin mascarillas, en ocasiones, tanto el papa como el presidente son menos que perfectamente claros en articular sus puntos de vista acerca de las principales cuestiones del día. Esto explica parcialmente las dudas existentes acerca de sus actitudes correspondientes hacia el socialismo. ¿Atenderá Biden al ala de su partido que prefirió a Bernie Sanders como candidato, y le dará Francisco su imprimátur a politicas que a ellos les complacerán?

No es nuevo el argumento de que la compasión Cristiana debe tomar la forma de financiamiento público y programas manejados por el gobierno. Recientes proponentes de este punto de visto han apelado a una encíclica papel del 2020 mencionada por el Sr. Biden, Fratelli tutti, en donde Francisco se cubre en torno al “derecho a la propiedad privada” y asesta un golpe al “dogma” de la “libertad del mercado.”
Justamente o no, en algunos círculos esta encíclica incluso ha sido interpretada como un endoso tácito al socialismo. Muchos progresistas esperan, y conservadores temen, que el Sr. Biden atenderá el llamado.

El surgimiento de los de “ninguna,” aquellos que declaran no tener afiliación religiosa, ha coincidido con un apoyo creciente al socialismo. Si encuestas recientes son una indicación -cosa que no es segura en estos días- el número de personas religiosas que respondió que lo prefiere al capitalismo también ha aumentado. Qué hacer con estos datos es incierto. Rara vez las encuestas distinguen entre una economía de control al estilo soviético y la democracia social escandinava, mucho menos entre los diversos enfoques cristianos que han sido llamados socialistas, como la “comunidad de bienes” practicada entre los huteritas [Nota del traductor: rama de los anabaptistas] desde las décadas más tempranas de la Reforma, los ataques a la economía de laissez-faire del crítico victoriano John Ruskin, la “Iglesia de la Revolución Social” de Bouck White en la Nueva York de la era del Progresismo, y la teología latinoamericana de la liberación, que, por primera vez, ganó popularidad en los años de 1960.

Desde Mikhail Gorbachev, quien llamó a Jesús “el primer socialista,” hasta tan atrás como Karl Kautsky, un protegido de Friedrich Engels, conocido en una ocasión como el “papa del marxismo,” por mucho tiempo los socialistas han alegado que la Cristiandad era una utopía guiada por principios colectivistas, de los cuales se ha desviado, pero a los que algún día podría regresar. Ellos apuntan a la descripción del Nuevo Testamento de los días que siguen a Pentecostés, el día santo que cae cinco días después de la resurrección de Jesús en la primera Semana Santa, que es cuando tradicionalmente los Cristianos conmemoran la llegada del Espíritu Santo y el nacimiento de la iglesia. Sumando alrededor de tres mil, según el Libro de Hechos, en Jerusalén los creyentes tenían “un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos” (Hechos 4:32-34). Muchos terratenientes vendieron su propiedad, y los ingresos los “repartían según la necesidad de cada uno” (Hechos 2:44-45). Además de compartir comidas, estudiar, y orar, en esta reunión idílica “tenían todo en común.” Qué tanto tiempo se mantuvo esta práctica no es claro, pero el propio Marx citó al libro de Hechos, y Eugene V. Debs la usaría para denunciar a la iglesia contemporánea por haber traicionado su origen, a la vez que participaba como candidato a presidente en cinco ocasiones bajo la papeleta del Partido Socialista. Según Engels, es sólo entre los socialistas que el verdadero espíritu proletario de la Cristiandad temprana puede aún encontrarse en tiempos modernos.

Al sugerir las encuestas un apoyo creciente al socialismo, es un momento oportuno para echar otra mirada a la evidencia provista por el Nuevo Testamento. Según todos los testimonios, el experimento de la iglesia de una vida comunal reportado en el Libro de Hechos operó sobre una base voluntaria. No hay una demanda para la abolición de la propiedad privada, y cuando los discípulos de Jesús son exhortados a entregar sus posesiones, ellas han de ser entregadas a la iglesia o directamente a los pobres, en vez de al estado para su redistribución. Sí, Jesús había instruido a sus seguidores a que le “dieran al César,” pero él declinó decir lo que el César debería hacer con los ingresos (Marcos 12:17). Nunca se deduce que el gobierno tiene un derecho o responsabilidad de imponer políticas de “compasión” obligatoria. San Pablo describió el papel del gobierno como la protección de los ciudadanos ante malhechores, no como el proveedor de programas sociales usando dinero de otras personas (Romanos 13: 2-5).

La Biblia está llena de admoniciones para ejercer la caridad, en especial dirigida a los miembros más vulnerables de la sociedad, como viudas y huérfanos (por ejemplo, Santiago 1:27). Sin embargo, consistentemente habla de recompensas para lo que la gente hace cuando es guiada por su propio corazón. Uno busca en vano en el Nuevo Testamento un mandato requiriendo que las autoridades seculares lleven a cabo o prescriban lo que la enseñanza católica llama trabajos corporales de caridad. Hay mayor bendición en dar que en recibir, dijo Jesús (Hechos 20:35), aunque, tal vez, no es mucho mejor cuando es resultado de coerción. Cuando Pablo les dice a los Corintios que Dios ama a un dador alegre (2 Corintios 9:7), él entendió que hacerlo obligatorio no tendría el mismo efecto y que tercerizar la recolección a un tercero autorizado para usar la fuerza, subvertiría su objetivo de promover la solidaridad entre Judíos y Gentiles. Es más, les niega a ambas partes la experiencia de la gracia y la gratitud, acerca de lo cual la Biblia tiene mucho que decir.

Aun así, las buenas intenciones no son suficientes, en especial cuando uno considera el problema de la escala. Cosas que funcionan en miniatura no siempre funciona tan sin contratiempo cuando se multiplican en unos diez millones por ciento, desde alrededor de tres mil a más de 300 millones. La mayoría de nosotros practica voluntariamente una forma de socialismo -de cada cuál según su habilidad, a cada cuál según su necesidad- en el nivel más básico; esto es, dentro de nuestras propias familias, Pero, invocar a Jesús para que multiplique los peces y los panes tan “precisamente como queremos hacerlo con el socialismo,” como Fidel Castro lo hizo, no tiene base en la Biblia o en la economía. Will Durant escribió en una ocasión que “César y Cristo se habían encontrado en el coliseo, y Cristo había ganado.” Si, por impaciencia o imprudencia, la Iglesia fuera a endosar el socialismo, el desafío en el coliseo político podría resultar ser diferente.

Además, citar al Nuevo Testamento para formular el caso para la adopción de políticas socialistas, pasa por alto otra verdad inconveniente. El ejercicio temprano Cristiano del colectivismo no parece haber funcionado incluso en una escala pequeña, cuando se llevó a cabo por creyentes fieles. Pablo viajó alrededor del Mediterráneo, desde Turquía en el este, con planes para visitar a España en el oeste, recaudando fondos para apoyar la comunidad en Jerusalén, al recoger regalos de caridad de Cristianos Gentiles en la diáspora (Romanos 15: 14-32; 1 Corintios 1 16: 4; 2 Corintios 8: 1-9: 15). Este esfuerzo de alivio, el ejemplo más temprano de pasar el plato, es recordatorio de que la iglesia en Jerusalén era indigente. Parte del arreglo con Pedro, Santiago y Juan al desarrollar una estrategia misionera, era que Pablo “recordaría a los pobres” en Jerusalén (Gálatas 2:10). Este era un gesto simbólico de solidaridad a través de líneas étnicas y culturales que buscaban fortalecer lazos entre grupos naturalmente inclinados a desconfiar entre sí, pero, también, se dirigió hacia una necesidad muy concreta. Ellos apreciaron los pensamientos y oraciones contenidas en las cartas de Pablo, pero dolorosamente necesitaban la asistencia financiera.

Aun con las mejores de las intenciones y los motivos más puros, juzgado en términos económicos, entonces, este experimento presunto en socialismo fue un fracaso ̶ si es que “éxito” significa, como mínimo, autosuficiencia financiera. Incluso uno puede decir que el primero de los muchos fracasos del socialismo jugó un papel crucial en el éxito final de la Cristiandad, pues Pablo diseminó las buenas nuevas a lo largo y ancho, al tratar de obtener dinero para apoyar un experimento en Jerusalén que no se podía apoyar en sí mismo. Llámelo providencia.

O, si lo prefiere, llámelo la ley de las consecuencias no previstas. Crear una sociedad más justa y próspera es una meta que todos compartimos. Discípulos de Marx, no menos que aquellos de Adam Smith, estarían encantados si encontraran en el Buen Libro un mandato explícito para sus recetas de políticas. Es una tentación bipartita. Tal vez, Francisco y papas anteriores se han quedado cortos en predicar el socialismo, porque reconocen nuestra falibilidad en la evaluación de formas y medios, incluso cuando los fines buscados son tan deseables.

Patrick Gray es profesor de estudios religiosos en Rhodes College y editor de The Cambridge Companion to the New Testament (Cambridge University Press, 2021).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.