Es apropiado el pensamiento del poeta Homero: “Odioso para mí, como las puertas del Hades, es el hombre que oculta una cosa en su seno y dice otra,”

DEMOCRACIA Y ESTÁNDARES DOBLES

Por Richard Samuelson
Law & Liberty
22 de enero del 2021

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Poco antes de morir, François Mitterrand reunió a sus amigos para una gran cena final. La comida consistía de hortelano, una rara ave, cuyo consumo era ilegal. Recuerdo discutir acerca de la comida con un colega en Europa. Su pensamiento era “Bien hecho por Mitterrand;” el gran hombre debería haber disfrutado una delicia final. Yo le respondí que eso es lo que separa a Estados Unidos de Europa. El interdicto bíblico “no favorecerás al pobre ni complacerás al rico,” es un estándar democrático. La ley se aplica por igual a todos, desde el excavador de zanjas más pobre hasta el hombre de negocios más rico y el empresario más poderoso.

La erupción de rompimientos de reglas acerca del Covid entre nuestra clase dirigente, hace que me maraville acerca de si los estadounidenses, al menos aquellos de esa clase dirigente, todavía creen en ese estándar. (Para estar claros, nunca lo fue enteramente cierto, pero, históricamente, era más verdadero en Estados Unidos que en la mayoría de países. Considere unos pocos ejemplos. Deborah Birx una de nuestras líderes nacionales de la salud en la derrota del virus Corona, fue culpable de “romper su propia guía para viajar.” En eso, ella no estaba haciendo algo que no hubieran hecho el gobernador de California Gavin Newsom, el gobernador de Nueva York Andrew Cuomo, y muchos otros. Tal vez, la imagen del alcalde de la Ciudad de Nueva York Bill de Blasio y su esposa bailando en Times Square durante la celebración del Año Nuevo, mientras que justamente todos los demás en la ciudad estaban encerrados, sea difícil de superar como ejemplo de este fenómeno.

La excusa de la Dra. Birx para romper las reglas que ella promocionó es iluminadora. Como lo hace ver el New York Post, “sus padres estaban tan deprimidos, que habían dejado de comer.’” “MI hija no había salido de la casa en los últimos 10 meses, mis padres habían estado aislados por 10 meses. Ellos estaban profundamente deprimidos,” dijo Birx acerca de la necesidad de que “se recuperaran del trauma de los últimos 10 meses.’” Como lo expone la historia, esa “justificación [fue] destrozada por la gente, quien dijo que eran las restricciones de ella por el coronavirus, lo que les impedía a ellos ver agonizar a sus propios seres amados.”

¿Nada pasa? La Dra. Birx es una experta. No es gran salto concluir que ella piensa que conoce mejor que otros cómo navegar alrededor de las reglas, de forma que todavía significa que hay poco chance de exposición. Aun así, un burócrata más pensante entendería que, en una nación democrática, no puede haber un estándar para los líderes y otro para los ciudadanos. Para mantener ese estándar uno debe aplicárselo a sí mismo.

¿Y los otros? La hipocresía, como el pecado, es tan vieja como Adam. Aun así, uno se pregunta por qué los políticos son tan arrogantes acerca de seguir sus propios estándares. Gavin Newsom no es un científico, ni siquiera muestra ser uno en la televisión. Pero él, y, presumiblemente los otros que asistieron a la infame cena en el restaurante The French Laundry, piensan muy alto de sí mismos. Son educados, y, por tanto, capaces de formular juicios prudentes acerca de cuándo puede ser razonable torcer e incluso ignorar las reglas normales de conducta.
Después de todo, nadie, así parece, resultó enfermo de la comida en el French Laundry. Al menos, yo no he leído de casos. Tal vez hubo uno o dos. Uno espera que los otros casos de ruptura de las reglas tuvieron igual resultado. Sin embargo, es cierto que varios políticos han contraído el Covid. Pero, no es claro qué porcentaje de esos casos se debe a una ruptura hipócrita de las reglas.

La pregunta es por qué a nosotros, ciudadanos comunes, no se nos da el mismo derecho de tomar tales decisiones. Hay un término técnico para un régimen en donde las clases gobernantes tienen un conjunto de reglas aplicables a ellas, y los residentes comunes (“ciudadanos” es la palabra equivocada en este contexto) tienen que vivir bajo otro conjunto de reglas, pues a ellos, según la clase gobernante, no se les puede confiar que cumplan exitosamente con esas mismas reglas. Ese término es “aristocracia.” Es lo que los estadounidenses rechazamos en la era de la fundación del país. Las grandes batallas por la igualdad racial fueron luchas por hacer que la práctica en Estados Unidos estuviera más en línea con el ideal estadounidense.

Eso es lo que es tan inquietante y revelador acerca de las mentiras “blancas” del Dr. Fauci. Al principio de la pandemia, mintió acerca de la eficacia de las mascarillas, disminuyendo su importancia. ¿Por qué? “[N]osotros en la comunidad de la salud pública estuvimos preocupados, y mucha gente estaba diciendo eso, estuvimos preocupados de que era un momento en donde el equipo de protección personal, incluyendo mascarillas N95 y mascarillas para cirugías, estaba en una situación de suministro sumamente limitada.” Y, más recientemente, mintió acerca de la inmunidad de rebaño: “Cuando las encuestas dijeron que alrededor de la mitad de todos los estadounidenses se pondría la vacuna, yo estaba diciendo que la inmunidad de rebaño tomaría entre 70 y 75 porciento… Luego, cuando nuevas encuestas dijeron que 60 por ciento o más se la pondría, pensé, “Yo puedo subir esto un poquito,” así que pasé a 80, 85.” En otras palabras, él estaba administrando la “verdad,” pues piensa que sus compatriotas estadounidenses no la pueden manejar. Él estaba tratando de definir el comportamiento estadounidense, tarea que, uno pensaría, no sería el trabajo de un servidor público. Es más, su táctica elegida no era una persuasión racional. En vez de ello, escogió mentir. Y ese es un problema.

Un Estados Unidos igual, un Estados Unidos democrático, es uno en donde a la gente se le puede confiar con la verdad, y puede esperarse que sea responsable acerca de ello. Sería más honorable y honraría más a la democracia, que Fauci hubiera dicho en febrero o marzo algo así como que “las mascarillas son probablemente útiles [era al inicio, y los datos aún no eran concluyentes] pero hay un suministro escaso, así que, por favor, espérense y dejen que nuestros hospitales y trabajadores de la salud las compren por ahora, mientras que aumenta la nueva producción.” Similarmente, una forma más honesta y directa de guiar con el ejemplo, sería que se pusiera la vacuna en público, para mostrar que es segura, acompañado de exhortaciones para que se pongan la vacuna, pues es necesaria para reasumir una vida normal. Mentirle al público es la forma fácil y antidemocrática de salirse por la tangente.

Fauci es un servidor público sénior. Ha estado en o cerca de la burocracia más alta de la salud en Estados Unidos, desde la epidemia del SIDA de los años ochenta. Si él y otros en ese nivel piensan no sólo que son más expertos que los no científicos, pero, si también piensan que a los estadounidenses menos educados no se les puede confiar que se gobiernen a sí mismos en sus asuntos cotidianos, eso sugiere que nuestra burocracia se está convirtiendo en una forma postmoderna de nobleza en traje ceremonial, con sus propias prerrogativas y élan aristocrático.
Eso mismo se sugirió cuando la Universidad Johns Hopkins sacó un estudio mostrando que, hasta ese momento, el Covid no había producido un aumento neto en la mortalidad en Estados Unidos, no porque los datos o las conclusiones fueran erradas, sino porque les preocupaba que sus compatriotas pudieran derivar inferencias equivocadas a partir de los datos.

Esto no significa que los gobiernos democráticos nunca tienen secretos, y que nunca tienen que esconder la verdad en circunstancias extremas. Todos los gobiernos tienen que hacer eso, algunas veces, como lo expone el excelente libro de Gabriel Schoenfeld, Necessary Secrets. El general Washington tenía tan poca pólvora en la Batalla de Boston, que escondió la verdad a casi todo el mundo. No era un “mentira blanca” generada para administrar mejor a los soldados comunes. Por el contrario, era una mentira necesaria para engañar a los británicos, y evitar que atacaran cuando tenían ventaja.

Me recuerda un pasaje de la novela de Henry Adams Democracy [Democracia]. El historiador Nathan Gore (en cierta manera un sustituto del autor), expone el credo político de Adams:

“Creo en la democracia. La acepto. La serviré fielmente y la defenderé. Creo en ella pues me parece que es la consecuencia inevitable de lo que ha pasado antes que ella. La democracia hace valer el hecho de que las masas son ahora elevadas a una inteligencia más alta que antes. Toda nuestra civilización se orienta hacia este objetivo. Queremos hacer lo que podamos para ayudar. Yo mismo quiero ver el resultado.
Concedo que es un experimento, pero es la única dirección que una sociedad puede tomar que valga la pena hacerlo; la única concepción de un deber lo suficientemente amplio como para satisfacer sus instintos; el único resultado que vale la pena el esfuerzo o asumir un riesgo. Cualquier otro paso posible es un retroceso, y a mí no me interesa repetir el pasado. Soy feliz al ver la sociedad lidiar con asuntos en los que nadie puede permitirse ser neutral.”

Note la línea que dice “La democracia hace valer el hecho de que las masas son ahora elevadas a una inteligencia más alta que antes.”
Previamente, en el Viejo Mundo, la clase gobernante suponía que las masas humanas eran demasiado estúpidas como para que se les confiara un poder verdadero, o una autoridad real para la toma de decisiones. Similarmente, ella asumía que sólo el temor al latigazo y el hambre podían lograr que los hombres trabajaran. Para Adams, la democracia estadounidense estaba construida sobre la creencia de que el hombre común (Diríamos el ciudadano común, hombre y mujer), es capaz de pensar. Él no necesitaba ser maltratado por funcionarios del gobierno.

El Progresismo estadounidense, aunque afirma ser democrático, siempre ha tenido una cepa Tory [Conservadora]. Para quedar claros, en el
lugar de la vieja aristocracia, coloca al experto moderno con una credencial académica, pero el resultado es el mismo. Al fin de cuentas, supone que nosotros, la gente, nunca podemos saber lo suficiente como para administrar nuestros asuntos propios. Nuestra libertad, en esta administración Progresista, es la libertad, no de los hombres para que se ganen la vida en el mundo, asumiendo las responsabilidades en el suministro de alimentos, abrigo, cuido de la salud, etcétera, para ellos mismos y sus familias tanto como posiblemente puedan, sino que, en vez de ello, es una libertad al estilo de vida del estatismo [liberalismo según se usa el término en Estados Unidos] ̶ la versión postmoderna de pan y circo. Que su preciosa cabecita no se llene de valoraciones políticas y políticas públicas. Siga así y disfrute de sus placeres cuando se presenten.

Puede ser que hoy la política es tan tensa, e intensa, debido a que, gracias al Covid y las cuarentenas, no hay un circo que se vaya a tener, y que los ciudadanos se están poniendo inquietos, al darse cuenta de lo que les está siendo quitado por quienes serían los mejores.

Richard Samuelson es profesor asociado de historia en la Universidad del Estado de California, en San Bernardino.

Traducido por Jorge Corrales Quesada