Describe aspectos de la vida real y experiencias personales del socialismo en la URSS, que podrían ser indicaciones de una vida bajo las órdenes del estado.

POR QUÉ EL SOCIALISMO EN LA PRÁCTICA FUE UNA PESADILLA, NO UNA UTOPÍA

Por Richard M. Ebeling

American Institute for Economic Research
23 de febrero del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como richard m. ebeling institute for economic research utopia February 23, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Es asombroso como, en algunas ocasiones, puede ser tan reducida la memoria histórica de la humanidad. Al escuchar a algunos en la academia estadounidense, y en medios sociales, usted pensaría que el socialismo fue una idea brillante, novedosa, y luminosa, que nunca antes se intentó, que promueve un futuro bello de paz, amor, y abundancia para todos. Es como si nunca hubieran sucedido cien años de socialismo en la práctica en un número grande de países alrededor del mundo.

Si se trae a colación la realidad del socialismo verdadero del siglo XX, muchos “progresistas” y socialistas “democráticos” responden insistiendo que ninguno de esos episodios históricos fue ejemplo del “verdadero” socialismo. Que sólo fue que la gente equivocada estuvo a cargo, o que no fueron puestos en práctica de la manera correcta, o que circunstancias políticas habrían impedido obtener una “oportunidad justa” de que funcionara exitosamente, o que todas son mentiras o exageraciones acerca de las supuestamente “malas” o “duras” experiencias bajo estos regímenes socialistas. Usted no puede culpar al socialismo por haber tenido un Lenin, o un Stalin, o un presidente Mao, o un Fidel Castro, o un Kim Il-Sung, o un Pol Pot, o un Hugo Chávez, o…

La tiranía, terror, asesinato en masa, y estancamiento económico, junto con el saqueo político y privilegio para los pocos en lo alto de las jerarquías gubernamentales socialistas, no fueron indicativos de lo que el socialismo podía ser. Sólo denle una nueva oportunidad. Y, luego, otra oportunidad, y otra más.

MUY A MENUDO EN OCCIDENTE LAS MENTIRAS ESTADÍSTICAS SOVIÉTICAS SON TOMADAS LITERALMENTE

Estas actitudes no son realmente nuevas. A lo largo de todo el siglo XX hubo apologistas en abundancia, excusando y aceptando literalmente cualquier propaganda lanzada por voceros del régimen socialista en la Rusia Soviética. Ellos cerraron sus ojos ante cualesquiera hechos o evidencia acerca de lo que allí estaba pasando. Quienes encontraron la forma de escaparse del campo de prisión conocido como la URSS, y que contaron acerca de cómo era en realidad la vida en el paraíso de los trabajadores, fueron ignorados o ridiculizados por ser personas con intereses personales antisoviéticos. ¿Por qué otra razón ellos habrían abandonado a su maravillosa madre patria soviética?

Otra versión de esta ceguera fue la aceptación de estadísticas económicas soviéticas al pie de la letra por muchos reputados expertos soviéticos en Occidente, incluyendo analistas “profesionales” a lo interno de servicios de inteligencia de países como Estados Unidos. Tanto antes, como después de la Segunda Guerra Mundial, una mayoría de estos académicos y analistas dieron por un hecho las estadísticas oficiales y datos producidos por el gobierno soviético, acerca de qué tan maravillosa y exitosa era la economía soviética planificada centralmente. La propaganda soviética proclamaba los éxitos de la planificación de la Unión Soviética, al convertirse en un país industrializado en la década de 1930, mediante la introducción de planes centrales quinquenales, incluyendo la colectivización forzada de la agricultura.
Luego, en años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, agencias de planificación del estado soviético produjeron cantidades masivas de datos estadísticos, que mostraban que todo iba bien y era vibrante en el período de posguerra en el camino hacia la prosperidad socialista.

El líder del Partido Comunista, Nikita Khrushchev, orgullosamente anunció en 1961 que, en veinte años; esto, para los años ochenta, el pueblo soviético estaría viviendo el por mucho tiempo prometido y esperado en el futuro comunismo post escasez. El destacado economista estadounidense y posteriormente laureado con el Nobel, Paul Samuelson (1915-2009), había sugerido en su libro de texto ampliamente usado, en las ediciones publicadas en las décadas de los sesenta y setenta, e incluso en la del ochenta, que era posible que, para principios del siglo XXI, el Producto Doméstico Bruto Soviético sobrepasaría al de Estados Unidos. El socialismo soviético habría mostrado su superioridad económica sobre el capitalismo estadounidense.

EL SOCIALISMO SOVIÉTICO MOSTRADO EN LA REALIDAD POR CORRESPONSALES OCCIDENTALES EN MOSCÚ

Entre el cuerpo de corresponsales occidentales de prensa estacionados en Moscú, durante el período entre las dos Guerras Mundiales hubo apologistas y propagandistas notorios de la Unión Soviética. El más escandaloso de ellos fue el corresponsal de The New York Times, Walter Duranty (1884-1957), quien incluso recibió un premio Pulitzer por su cobertura de la hambruna a inicios de la década de 1930, durante la colectivización forzada de la tierra por Stalin, que ocasionó la muerte de hasta 12 millones de hombres, mujeres y niños.

Pero, hubo sólidos occidentales quienes en esa época dijeron la verdad en sus viajes de reportaje a la Unión Soviética; una vez que estaban en sus hogares después de sus viajes a Moscú y cuando estaban libres de los censores soviéticos, que restringían lo que ellos podían sacar del país para sus editores periodísticos en el Oeste, contaron la realidad de las cosas con gran detalle. Dos de los mejores entre ellos, en mi opinión, fueron William Henry Chamberlain (1897-1969) en sus libros Soviet Russia: A Living Record and a History (1931), Russia’s Iron Age (1934) y Collectivism: A False Utopia (1937), y Eugene Lyons (1898-1985), en sus escritos, Moscow Carousel (1935) and Assignment in Utopia (1937).

Eso llegó a ser particularmente el caso de la revelación de descripciones no censuradas de la vida real bajo el socialismo soviético en la década de los setenta y de los ochenta. Aquí nada de datos estadísticos endulzados. En su estilo de reportaje usual, los corresponsales explicaron la lógica de la sociedad planificada, al hacer descripciones interminables acerca de los absurdos de cómo la dirección central de una economía operaba en la realidad, desde la perspectiva de la gente común y corriente a lo largo de sus vidas cotidianas. Así como acerca de las opresiones, arrestos, y tortura de cualquiera y todos los sospechosos de pensamiento y acciones “antisoviéticas.”

De nuevo, a mi juicio, entre las descripciones más informativas se pueden encontrar The Russians (1976) [Los Rusos] de Hedrick Smith, Russia: The People and the Power (1976) [Cómo viven los rusos] de Robert G. Kaiser, Russia: Broken Idols, Solemn Dreams (1983) de David K. Shipler, Life in Russia (1983) de Michael Binyon, Russia and the Russians: Inside the Closed Society (1984) de Kevin Klose, Klass: How Russians Really Live (1985) [Los Rusos de Hoy] de David Willis, Lenin’s Tomb: The Last Days of the Soviet Empire (1993) [La Tumba de Lenin] de David Remnick, y Dismantling Utopia: How Information Ended the Soviet Union (1994) de Scott Shane.

LOS ABSURDOS Y CORRUPCIONES DE LA PLANIFICACIÓN CENTRAL SOCIALISTA

En las empresas estatales, los objetivos de manufactura se llenaban produciendo partes componentes o productos terminados que satisficieran las cuotas de cantidades y peso bajo “el plan,” que eran inútiles en tamaño, forma o funcionalidad, pero que cumplían con las metas de producción insistidas por los planificadores centrales en Moscú. Había bienes de consumo que eran de mala calidad, pésimamente terminados, y sin que coincidieran en cantidad con aquellas realmente deseadas por los consumidores soviéticos, en términos de estilos, características o dimensiones. En tanto que los objetivos de producción y cantidades fueran cumplidos, al menos en el papel, no importaba qué tan estancadas, pobres y frustradas fueran las vidas de los ciudadanos soviéticos ordinarios, siempre que autoridades del Partido Comunista de nivel medio en todo el país y funcionarios de planificación central en Moscú, pudieran asegurar a aquellos en los escalones más altos del poder soviético, que todo iba de acuerdo con el plan.

No importó qué tan económicamente ineficiente, desperdiciado y mal asignado fueran el material, maquinaria y hombres desde una perspectiva hipotética de coordinación planificada centralmente. Si las cantidades y tipos de insumos, que eran asignados a cada planta y fábrica de producción por las agencias de planificación, se encontraban que eran muy pocos o muchos para llenar las cuotas planificadas de producción, los administradores de las plantas de producción siempre tenían en su personal a disposición un hombre que todo lo arreglaba, quien negociaba o sobornaba para obtener desde otras fábricas los insumos requeridos, para llenar las metas de producción mensual, por medio de insumos excedentes a su disposición para poder pagar por aquellos. No es que este mercado de factores y recursos informales e ilegales tuviera algo que ver con eficiencias en el costo o productividades verdaderas. Era sólo un asunto de disponer de lo que usted mínimamente se necesitaba para asegurar su cumplimento de la meta del plan para ese mes.

Si eso no siempre funcionaba bien, bueno, se maquillaban las cifras que se pasaban a los contadores de más arriba, en donde apenas era necesario que fueran de la forma correcta para que nadie lo notara; y, si era atrapado por alguien más arriba en la jerarquía del Partido y de la planificación, se podrían suministrar regalos y favores para las personas correctamente apropiadas, para asegurarse que el “maquillaje de los libros” continuaba estando seguro “entre amigos.” Los precios asignados a los bienes no tenían sentido, pues por años, si no es que por décadas atrás, habían sido fijados por las agencias de planificación, sin ninguna relevancia o realidad respecto a demandas y ofertas verdaderas. Filas interminables para adquirir los bienes necesitados resolvían los problemas de racionamiento en la sociedad soviética Para bienes no valiosos, bueno, simplemente se podían quedar sentados en los anaqueles de tiendas gubernamentales al menudeo no visitadas, administradas por empleados gubernamentales a los que eso poco les importaba, siempre que recibieran su paga y pudieran “desaparecerse” del trabajo durante horas para poder hacer sus propias compras de lo que necesitaban; de ahí, la frase soviética popular, “Ellos pretenden pagarnos, y nosotros pretendemos trabajar.”

TESTIFICANDO LA VIDA DEL CONSUMIDOR SOVIÉTICO EN LA UTOPÍA SOCIALISTA SOVIÉTICA

A principios de los años noventa, estuve viajando frecuentemente a la antigua Unión Soviética, haciendo trabajos de consultoría acerca de reformas de mercado y privatización, algo de ello con el gobierno de la ciudad de Moscú y el Parlamento ruso, pero, principalmente, con miembros antisoviéticos del gobierno de la Lituania soviética, quienes estaban determinados a reclamar la independencia nacional de su país y reestablecer una economía basada en el mercado. (Ver mi artículo “Witnessing Lithuania’s 1991 Fight for Freedom from Soviet Power”.)

En varias ocasiones, cuando estuve en Moscú, fui al complejo GUM de tiendas de departamentos, al frente del Kremlin, al otro lado de la Plaza Roja. Hoy, en la Rusia postsoviética, ha sido modernizado con tiendas y boutiques no muy diferentes de las de cualquier área comercial en París, Londres o Nueva York. Pero, en aquel entonces, todo era poseído y administrado por el estado soviético y era suplido por la producción y cuotas de la agencia central de planificación, GOSPLAN.

El edificio tenía un interior en forma de U con tres niveles, en cada nivel existía una diversidad de tiendas al menudeo del “pueblo.” El edificio era viejo y estaba dilapidado, con pintura descascarándose y trozos y grietas en las paredes, pasillos y barandillas. El lugar era lúgubre y sucio. Era un ejemplo destacado de los logros del socialismo soviético, al servicio de las masas trabajadoras en el brillante y bello paraíso socialista.

Gente malhumorada y de mirada cansada caminaba alrededor de los tres niveles, caminando y, por lo general, lanzando miradas vacías al pasar de una tienda tras otra con sus anaqueles en su mayoría vacíos adheridos a paredes grises y desnudas. El personal de ventas estaba detrás de los mostradores con poco o ningún producto, tristemente interrumpidos en sus miradas vacías hacia la nada siempre que unos pocos clientes hacían una pregunta o querían comprar algo. Claramente, los lemas minoristas del soviet socialista eran “Servicio con un ceño fruncido y una palabra grosera,” y “El consumidor soviético nunca está en lo correcto y ni siquiera es deseado.”

En la sabiduría de la planificación central soviética, no había supermercados al estilo de Occidente. En vez de eso, había tiendas al menudeo separadas por tipos individuales o particulares de bienes. Me mantuve en fila en una panadería “del pueblo,” esperando y esperando para llegar al mostrador, en donde le pregunté a un empleado de la tienda acerca de cuáles de los tipos limitados de pan yo quería. Se me dio un tiquete con las cantidades deseadas y fui mandado a hacer fila y esperar en una segunda fila, al final de la cual pagué por las piezas de pan que deseaba comprar. Entonces, se me entregó un recibo y fui instruido a unirme a una tercera fila, para que, de nuevo, tras una larga espera, pudiera recoger el pan por el que yo ya había pagado.

Pero, como dice la frase, el hombre no sólo vive del pan. Así que me dirigí en busca de las tiendas de lácteos y carne, que no necesariamente estaban cerca de donde había obtenido el pan. Y en cada una de estas repetí el mismo patrón de la línea uno, la línea dos y la tercera línea.
Ahora, con bolsas que contenían lo que fuera que había sido lo suficientemente afortunado para encontrar que se ofrecían en esas tiendas, finalmente encontré una tienda en donde se podía comprar agua embotellada y refrescos carbonatados de la versión soviética. Entré a una fila que se extendía bien por las afueras en la calle y cuando, después de una larga espera, ya casi había llegado al mostrador en el interior de la tienda, se anunció que se había acabado el suministro del día y se nos dijo a todos que regresáramos mañana. Pero, incluso en el paraíso socialista, había posibilidades de un final feliz. Desde una esquina adentro de la tienda, una vendedora del mercado negro gritaba que tenía abundancia de todo; por supuesto, en la versión soviética de un precio de “mercado.” Antes había notado que esa misma mujer, que ahora estaba ofreciendo a plenitud lo que la gente quería, había estado en un pasillo dentro de la tienda que conducía a la trastienda, en donde se mantenían el agua embotellada y refrescos embotellados. ¡Que coincidencia!

BAJO LAS MIRADAS VIGILANTES DE LOS SERVIDORS DEL ESTADO SOVIÉTICO

A menudo permanecí en Moscú en el Hotel Cosmos, que estaba reservado para los extranjeros y en donde se excluía a ciudadanos soviéticos, a menos que, por supuesto, estuvieran entre las prostitutas aprobadas por el Partido, las que compartían las ganancias con sus chulos del Partido o que espiaban a visitantes extranjeros seleccionados, acerca de aquellos que les interesaban especialmente a las autoridades soviéticas. En una ocasión salí y esa noche no regresé al hotel. Al regresar en la mañana siguiente, tomé el elevador hacia mi piso, y al abrirse las puertas, fui saludado por una de las matronas soviéticas asignadas a cada piso, quien me preguntó adónde había estado toda la noche, pues “había sido notado” que nadie había dormido en mi cama, y era necesario dar cuentas de mis movimientos. Como dice la vieja canción, “Alguien que me cuide.” [Nota del traductor: Canción de Ella Fitzgerald, de los años cincuenta.]

Alquilé un carro en este hotel de Moscú, para que así mi futura esposa y yo pudiéramos manejar hasta Leningrado para un largo fin de semana, y ella me mostraría la ciudad en donde vivían algunos de sus amigos. Fui advertido que, en cualquier lado que estacionara mi vehículo, necesitaba remover los limpiaparabrisas y dejarlos guardados en el carro, si no quería que me fueran robados. Diversas personas me dijeron que mejor me asegurara de haber llenado mi tanque de gasolina y que pidiera prestados varios recipientes para gasolina a fin de rellenar el tanque en el camino, pues casi no había estaciones de gasolina a lo largo de las 500 millas de carretera entre las dos ciudades. En la maravilla socialista también sólo había unas pocas estaciones incluso en Moscú. Después de localizar una, tuve que esperar dos horas en fila para finalmente lograr que el carro se llenara en la bomba de gasolina. Además, mi prometida insistió en empacar suficientes alimentos y bebidas para el viaje, pues tampoco había restaurantes ni áreas de descanso a lo largo del camino (distintas de sólo estacionarme al lado del camino en el bosque). Y esto, ¡en la principal vía entre las dos ciudades más destacadas de la Unión Soviética!

También, experimenté la delicia de ser parado por un miliciano (un policía) por una violación del tránsito cerca de Lubyanka, los cuarteles de la KGB, y practiqué el arte de dar mordidas, aunque no había hecho nada malo con mi manejo. Tuve el placer de intentar obtener medicinas necesitadas en la sociedad socialista del cuido de la salud “gratuito”, cuando fue difícil encontrar a la persona adecuada en la clínica “del pueblo” y al precio correcto; e incluso si usted encontraba a esa persona y tuviera el dinero para pagar la mordida, las probabilidades eran de que simplemente el antibiótico necesitado no estaba disponible. Asimismo, tuve la oportunidad de salir a cenar a un restaurante, y encontrar que la socialista Moscú tenía muy pocos restaurantes abiertos al público en general, y que los únicos abiertos requerían que usted sobornara al portero para lograr ingresar y, después, ver que el 90 por ciento de cualquier cosa que estuviera impresa en el menú, en realidad no estaba disponible.

En el lobby del viejo Hotel Russiya, no lejos del Kremlin, estaba tomando café con mi futura esposa, cuando noté una matrona del hotel, sentada en una banca a lo largo de la pared, que sacaba una pequeña cámara de su abrigo y la ponía en su regazo y rápidamente tomó una foto de nosotros, antes de volver a esconder la cámara en su abrigo. En alguna parte de los archivos de la policía secreta está la primera foto de nosotros juntos por vez primera; ¡si tan sólo pudiera obtener una brillante de 8 X 10! Cuando decidimos casarnos, un funcionario de la única oficina matrimonial de Moscú que casaba a ciudadanos soviéticos con extranjeros, me dijo que yo necesitaría un documento notarizado de la oficina del fiscal general de cada uno de los estados de Estados Unidos certificando que yo no estaba casado en su jurisdicción; en otras palabras, necesitaba probar un negativo 50 veces., y eso antes que alguno de los documentos hubiera expirado. Finalmente, nos casamos en Estados Unidos.

¡Qué mundo fue ese del socialismo en la práctica! Un mundo de lo que el economista austriaco, Ludwig von Mises, tituló uno de sus libros más breves, Planned Chaos [Caos Planificado] (1947). Pero, aún más, el socialismo soviético fue una Alicia en el País de las Maravillas a Través del Espejo, pero al revés. Un mundo de locura literalmente planificada.

Cuando el sociólogo francés, Gustave Le Bon publicó The Psychology of Socialism [La psicología de las masas] en 1899, él temió que, “Una nación, al menos, tendrá que sufrir [el establecimiento de un sistema socialista] para la instrucción del mundo. Será una de esas lecciones prácticas que por sí sola puede ilustrar a las naciones que están perplejas ante los sueños de felicidad desplegados frente a sus ojos por los sacerdotes de la nueva fe [socialista].” ¿Es necesario volver del todo a esto? Esperamos que no.

Richard M. Ebeling, un compañero sénior de American Institute for Economic Research (AIER), es profesor distinguido BB&T de Ética y de Liderazgo de Libre Empresa en The Citadel, Carolina del Sur.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.