Ese fin dependerá de cada uno de nosotros… ante el ataque a nuestras libertades que hemos estado viendo en los últimos tiempos y ante lo cual no podemos guardar silencio y menos su aceptación sumisa.

¿PROBARÁ EL 2020 SER EL INICIO DEL FIN DE LA MODERNIDAD?

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
17 de mayo del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como donald j. boudreaux american institute for economic research modernity May 17, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Daniel Hannan -Lord Hannan de Kingsclere- está hoy entre los más sabios y articulados defensores del liberalismo clásico. También, está muy pesimista acerca del futuro del liberalismo. Este pesimismo se despliega a plenitud en su reciente video. Hannan predice que el mundo post-Covid-19 “será más pobres, más frío, más gris, más sesgado, más autoritario.”

Deseo ardientemente que las razones esbozadas para el pesimismo no sean persuasivas, pero este deseo no es transferido. Para mí, el pesimismo de Hannan parece estar justificado.

Le invito a que vea el video. De menos de siete minutos, es breve. Pero, creo que aquí mi resumen del punto de Hannan es el correcto:

Nosotros los humanos hemos evolucionado para tener confianza en la jerarquía, pues los métodos jerárquicos fueron muy efectivos en proteger a tribus pequeñas, cuando recorrían los campos, de depredadores y privaciones. Y nuestro pasado profundo estuvo en efecto cargado de peligros que, cuando no eran rápidamente evitados, nos mataban. En esa época de mucho tiempo atrás, cualquiera que se rehusara a seguir las órdenes del líder, de hecho, constituía una amenaza para la supervivencia de la tribu. Como resultado, compañeros miembros de la tribu se activaron ante los renegados “El ser renegado” fue así básicamente drenado del acervo genético y reemplazado por el instinto del conformismo, en especial siempre que había una percepción de peligro, que con frecuencia lo había.

La confianza en la jerarquía, la alarma instantánea, y el temor a los extraños (que en aquel entonces usualmente eran fuente de un peligro verdadero) ayudaron a nuestros antepasados a sobrevivir. Y sobrevivieron por 300.000 años, en donde casi todo el tiempo se pasó en cazar y recolectar en tribus pequeñas. Pero, estos instintos genéticamente codificados, que son tan útiles para los miembros de la tribu siempre en peligro, no brindan apoyo a una sociedad liberal, abierta, del tipo que emergió en Occidente en el transcurso de pocos siglos del pasado.

Nosotros los humanos hemos estado en estos alrededores en al menos 300.000 años. Casi todo -un 97 por ciento- de ese tiempo se gastó como cazadores recolectores en un mundo peligroso. Sin embargo, sólo en los pasados dos o tres siglos nos hemos tropezado con un conjunto de creencias e instituciones que suprimieron muchos de nuestros instintos primitivos, de forma que estimuló que surgiera la modernidad, Según estándares históricos, el mundo que hoy conocemos es caprichosamente anormal.

Y mientras que las bendiciones materiales de la modernidad -cosas como plomería interna, suministros y variedades interminables de alimentos, habitaciones con pisos y techos sólidos, luz artificial, transporte más rápido que caballos galopando, y medicinas milagrosas- se notan fácilmente, todas estas bendiciones que hoy conocemos requieren una división del trabajo más profunda y extendida por el globo. La división del trabajo es menos posible y (por tanto) más maravillosa que lo que son cualesquiera de sus frutos más estupendos, como antibióticos, aeroplanos, y astronautas.

La modernidad no es normal; ha estado en los alrededores en un mísero 0.1 por ciento del tiempo de los humanos sobre la tierra. Y la razón por la que la modernidad no es normal, es que el liberalismo -la fuente de la división del trabajo y, por tanto, de la modernidad- no es normal.
Nosotros los humanos no somos genéticamente codificados para ser liberales. Así, arguye Hannan, hay toda razón para esperar que nosotros los humanos revirtamos a nuestra norma histórica -la norma que está en nuestros genes.

La reacción al Covid-19 es evidencia poderosa de que nuestros instintos primitivos permanecen con vida y listos para reestablecer su dominio sobre el feliz accidente que es la cultura, e instituciones resultantes, del liberalismo. El temor histérico que el Covid agitó en tanta gente -incluyendo muchos que son altamente educados, de una mente científica, y, hasta el Covid, de una inclinación liberal- y el adormecimiento con que la gente siguió a los “líderes” que prometieron protección ante el Covid, hace que el Covid impulse a Dan Hannan a preocuparse porque el 2020-2021 sea el inicio del final de la modernidad.

Las posibilidades son que él está en lo correcto. Y, si lo está, la civilización terminará tal como la conocemos.

LA MODERNIDAD NO ES NATURAL

Mi pesimismo de tipo Hannan en este frente es sólo ampliado al leer al notable libro nuevo del filósofo de Notre Dame, Jame Otteson, Seven Deadly Economic Sins. Este trabajo, que debe ser leído, no es acerca del Covid, ni el mismo Otteson es, en especial, pesimista. Pero, en su explicación luminosa de algunas de las características fundamentales de la sociedad moderna, Otteson identifica la delgadez del junco sobre el cual descansa la modernidad. Su Capítulo 4 (“Progress Is Not Inevitable” [“El Progreso no es Inevitable”]) vale la pena ser citado extensamente:

“Lo que ha cambiado en el curso de la historia reciente de la humanidad no es la biología, psicología, ecología, o geografía. En vez de ello, lo que ha cambiado son las actitudes. Como la historiadora económica Deirdre McCloskey lo ha demostrado en su magistral investigación en tres volúmenes, bajo el título general
The Bourgeois Era [Las virtudes burguesas], el factor de la era posterior a 1800 que más la distingue de cualquier cosa precedente, son las actitudes que la gente mantuvo hacia otros. Antes de ese período, el supuesto de trasfondo estándar que la gente tenía era que alguna gente era superior a otra- más específicamente, el gente de uno era superior a aquella de otros pueblos- y, por tanto, la gente creía que no tenía obligación, moral o de otro tipo, de tratar a los seres humanos como iguales morales. Lo que empezó como un atisbo en el siglo XVI, cobró cierto impulso en el siglo XVII y, luego, lo que empezó a diseminarse en el siglo XVIII fue la idea de que la cooperación no sólo era permisible, sino moralmente apropiada: y no sólo con algunas personas, sino siempre cada vez con más y más grupos de personas. Al diseminarse esa idea, se encontró más y más comportamiento cooperativo, que conduce a intercambios y asociaciones mutuamente beneficiosos, que lanzaron al mundo hacia la prosperidad en la pendiente precipitada hacia arriba, que hemos visto desde aquel entonces.

Sin embargo, si la gente se va a involucrar en transacciones y asociaciones voluntarias con otra, también necesita que haya confianza mutua.


…[L]a cultura es críticamente importante para una prosperidad creciente, pero la cultura puede cambiar ̶ y rápidamente. La cultura que permitió el crecimiento en una prosperidad global que hemos experimentado durante los dos últimos siglos, no sólo es reciente, sino rara. Y es frágil.


…La gente ha pasado desde una omisión con respecto a considerar bajo sospecha y como posibles enemigos a personas gente diferentes de ella, hasta una omisión de verlas al menos naturalmente e incluso como oportunidades. Han pasado de ver al intercambio, comercio, el trato mutuamente voluntario y mutuamente beneficioso, como indigno de seres humanos virtuosos, a verlo neutralmente, hasta, finalmente, verlo al menos como posiblemente digno, incluso para dedicar así la vida de uno a él. Ha pasado de ver a los seres humanos como átomos fungibles en masas no diferenciadas, a verlos como individuos únicos y valiosos que poseen dignidad moral y que merecen tanto libertad como respeto. Han pasado de ver la violencia y tortura como formas aceptables, hasta naturales, de tratar y enfrentar a otros, a creer que la violencia debería ser un lamentable recurso de última instancia ̶ y que la tortura es inhumana y debería minimizarse si no es que del todo abandonarse. Y ha pasado de desconfiar automáticamente de todos aquellos con quienes se reunía, pero que no los conoce, a estar crecientemente dispuesta a extender a otros, incluso extraños, los beneficios de la duda.”


La modernidad es imposible sin un involucramiento pacífico diseminado hacia los extraños. Y tal compromiso es imposible sin confianza mutua. No obstante, bruscamente, empezando hace 16 meses, se nos dijo que abandonáramos nuestras sensibilidades modernas y liberales.

Abruptamente, empezando hace 16 meses, fuimos advertidos de no confiar en extraños y a no involucrarnos con ellos comercial o socialmente. Abruptamente, empezando hace 16 meses, se nos instruyó a ver a los extraños -de hecho, incluso ver a miembros de nuestras familias extendidas- como siendo transportistas de muerte. Abruptamente, empezando hace 16 meses, se nos inició en el culto de evitación de un patógeno; se nos urgió a comportarnos como si evitar que un virus que aparecía en los encabezados mediáticos, no sólo fuera la principal responsabilidad de cada individuo, sino una responsabilidad que debería ser perseguida a cualquier costo.

Abruptamente, empezando hace 16 meses, a los hombres y mujeres modernos no sólo les dio licencia para revertir el miedo atávico a los extraños, sino que positivamente se estimuló a tener tal temor y a actuar con base en él. Todas esas actitudes y acciones atávicas vinieron demasiado naturalmente.

Abruptamente, empezando hace 16 meses, la humanidad fue estimulada a despreciar -incluso a censurar- a las relativamente pocas personas quienes se rehusaron a abandonar las sensibilidades liberales.

Abruptamente, empezando hace 16 meses, postramos nuestros propios pánicos ante nuestros “líderes,” rogándoles que usaran su conocimiento y poderes como de dioses (llamada “la Ciencia”), para que nos protegieran de nuestra fuente particular de enfermedad, que se creía era demoníaca.

Abruptamente, empezando hace 16 meses, muy posiblemente empezó el final de la civilización liberal.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek de Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center en la Universidad George Mason; Miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas otras revistas académicas. Él escribe un blog llamado Cafe Hayek y una columna regular de economía para el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un título en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.