No es acudiendo al pánico e imponiendo medidas no comprobadas para frenar la diseminación del Covid, medidas que se han dedicado a limitar la libertad y autonomía de los individuos, como se ha podido o pretendido eliminar el virus. Y el daño causado con esas medidas de cuarentena (medidas no farmacéuticas) es enorme, de largo plazo, de diversos tipos e injustas, principalmente afectando a los grupos más desvalidos de la sociedad. Pero de esto casi no hablan, ni los políticos ni los medios de la corriente principal, sino que ellos siguen considerando que saben más que cada uno de nosotros qué es lo que nos conviene hacer con nuestras vidas. El debate es inexistente en nuestro medio, y lo que abunda es la verdad estatal, como cansina promoción y propaganda.

RESTRINGIR LA LIBERTAD NO DERROTÓ AL COVID

Por John Tamny
American Institute for Economic Research
15 de mayo del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como john tamny american institute for economic research freedom May 15, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Regresemos en el tiempo hasta marzo del 2020, cuando las predicciones de muertes masivas relacionadas con el nuevo coronavirus empezaron a fortalecerse. Un estudio, conducido por Neil Ferguson del Imperial College, indicó que tan sólo las muertes en Estados Unidos excederían a los 2 millones.

El número arriba citado es a menudo usado, incluso por conservadores y libertarios, como justificación para las cuarentenas iniciales.
“Sabíamos tan poco,” es la excusa, y con tantas muertes esperadas, ¿puede alguien culpar a los políticos locales, estatales y nacionales por entrar en pánico? La respuesta es un sonoro sí.

Para ver por qué, imagínese si Ferguson hubiera predicho 30 millones de muertes estadounidenses. Imagínese el terror en ese entonces entre la gente de Estados Unidos ̶ lo que es precisamente el punto: Entre más amenazador se supone que es un virus, más superflua es la fuerza gubernamental. En realidad, ¿quién necesita que se le diga que sea a cuidadoso, si un fallo en tomar precauciones podría razonablemente terminar en muerte?

Dejando de lado las predicciones, la otra justificación difundida en marzo del 2020 era que cuarentenas breves (dos semanas fue el número a menudo citado) aplastarían la curva de hospitalización. En este caso, eliminar la libertad supuestamente tenía sentido como forma de proteger a los hospitales, ante un ingreso masivo de pacientes enfermos que ellos no podrían haber sido capaces de manejar, y eso habría resultado en una catástrofe de salud pública.

Esa visión similarmente vandaliza a la razón. Piense acerca de ella. ¿Quién necesita ser obligado a evitar un comportamiento que podrían resultar en hospitalización? Mejor aún, ¿quién necesita ser obligado a evitar un comportamiento que puede resultar en hospitalización en un momento en que médicos y hospitales estarían tan escasos de personal como para no poder cuidar a pacientes admitidos? Traducido para quienes lo necesitan, las predicciones terribles hechas hace un año acerca de los horrores del coronavirus que nos esperaban, no justifican las cuarentenas; por el contrario, ellas deberían recordar a los ligeramente conscientes entre nosotros qué tan crueles y sinsentido fueron. El sentido común con el que nacemos en diferentes grados, junto con nuestra predisposición genética para sobrevivir, dictan que un temor de hospitalización o muerte habría ocasionado que los estadounidenses tomaran precauciones para evitar el virus, que en mucho habrían excedido a cualesquiera reglas impuestas sobre ellos por políticos.

Ante esto algunos responderán con algo en las líneas de “No todo mundo tiene sentido común. En verdad, ahí afuera hay muchos tipos tontos y con baja información, quienes habrían despreciado todas las advertencias. Las cuarentenas no eran necesarias para los prudentes entre nosotros; en vez de eso, eran esenciales precisamente porque hay muchos que no son prudentes.” En realidad, esa respuesta es el mejor argumento contra todas las cuarentenas.

En efecto, no se puede enfatizar lo suficiente que los tipos con “baja información” son las personas más cruciales entre todas en períodos de incertidumbre. Precisamente porque no se dan cuenta, o malinterpretan, o rechazan las advertencias de los expertos, sus acciones producirán información esencial que no podrían brindar quienes siguen las reglas. Al no hacer lo que haremos los supuestamente prudentes entre nosotros, los ciudadanos con baja información nos enseñarán, por sus acciones en contrario, cuál comportamiento se asocia más con evitar la enfermedad y muerte, y, más importante, qué comportamiento se asocia con ello.

Decretos talla única de políticos no mejoran nuestros resultados de salud tanto como nos ciegan ante las acciones (o ausencia de ellas) que más nos protegerían ̶ o no. La libertad en sí es una virtud, y produce información crucial.

Pero, espere, dirán algunos, “qué tan elitista es dejar que alguna gente actúe como conejillo de indias por el resto de nosotros.” Tal afirmación es ingenua. La heroína y la cocaína son ilegales, pero aun así la gente usa amabas. Gracias a Dios que lo hacen. ¿Cómo podríamos saber qué nos amenaza, y qué no, si no fuera por los rebeldes?

Aun así, está la cuestión del “elitismo.” Por lejos, las cuarentas han sido la forma más cruel de elitismo. La implicación de las cuarentenas era que aquellos quienes tenían la temeridad de tener empleos que eran destinos -como restaurantes y tiendas- tuvieran que perderlos. Las cuarentas destruyeron decenas de millones de trabajos con un destino, destruyeron o dañaron severamente a millones de empresas, sin dejar de citar los cientos de millones alrededor del mundo que fueron lanzados a la hambruna, pobreza, o ambas, como consecuencia de políticos que se la pasan mordiéndose las uñas en países como Estados Unidos, quienes escogieron tomarse un descanso ante la realidad. Hablando de acciones elitistas. La propia idea de destruir la economía como una estrategia de mitigación del virus, pasará a la historia como una de las propuestas de política más abyectamente estúpida que el mundo jamás haya sufrido.

Este es el caso, pues el crecimiento económico es fácilmente el mayor enemigo que la muerte y la enfermedad alguna vez hayan conocido, mientras que la pobreza es fácilmente el mayor asesino. El crecimiento económico produjo los recursos necesarios para que médicos y científicos pudieran venir con respuestas a lo que innecesariamente nos enferma o del todo acorta nuestras vidas.

En el siglo XIX, un fémur quebrado tenía una probabilidad de muerte de 1 en 3, mientras que aquellos lo suficientemente afortunados para
sobrevivir la quebradura, sólo tenían una opción: la amputación. Un niño nacido en el siglo XIX tenía una buena posibilidad tanto de morir como de vivir. Una quebradura de cadera era una sentencia de muerte, un cáncer ciertamente lo era, pero la mayoría no murió de cáncer pues la tuberculosis y la neumonía la atrapó primero.

Así que, ¿qué fue lo que sucedió? ¿Por qué no nos enfermamos o morimos tan fácilmente como solía pasar? La respuesta es el crecimiento económico. Titanes de los negocios, como Johns Hopkins y John D. Rockefeller, crearon una riqueza enorme, tan solo para dirigir mucha de ella hacia la ciencia médica. Lo que solía matarnos se convirtió en noticia del ayer.

Aún cuando la libertad es en sí su propia virtud maravillosa, aun cuando la libertad produce información esencial que nos protege, y aun cuando las personas libres producen los recursos sin los cuales las enfermedades matan con rapidez enfermiza, los políticos en condiciones de pánico la borraron en el 2020, bajo el supuesto de que la desesperación personal y económica era la mejor solución para un virus que se diseminaba. Los historiadores se maravillarán ante la estupidez abyecta de la clase política en el 2020.

Reimpreso de Law & Liberty

John Tamny es vicepresidente de FreedomWorks, es editor de RealClearMarkets y autor del nuevo libro When Politicians Panicked: The New Coronavirus, Expert Opinion, and a Tragic Lapse of Reason.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.