¿Cuántos agoreros no han proclamado la inevitable declinación de la civilización occidental? No se han cumplido sus sueños de sustituirla por sus preferencias personales, usualmente totalitarias. En lo que tenemos que estar muy atentos es en los intentos constantes que se hacen por derribar el orden civilizado de Occidente: una vez que se pierde la libertad, es muy difícil recuperarla.

DECLINAR O NO DECLINAR: EL INTERMINABLE NÉMESIS DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL

Por Joakim Book
American Institute for Economic Research
9 de marzo del 2021

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Occidente ha muerto muchas veces, no obstante, permanece vivo y pateando. Ahí yace el problema para toda una batería de intelectuales occidentales, desde arriba hasta abajo en sus siglos florecientes, quienes con confianza señalaron la inminente declinación de nuestra civilización. Una y otra vez, escritores y filósofos, como Henry Adams, Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger, Jean Paul Sartre y Paul Ehrlich, han sido desmentidos por la realidad.

De alguna forma, las lecciones recibidas por la siguiente generación de sus seguidores son casi siempre “en esta ocasión es distinto.” Cada nuevo profeta de la catástrofe -ya sean ellos racistas preocupados por inmigrantes no blancos o jovencitos o políticos en los más altos cargos preocupados por el cambio climático- cada nueva generación de fatalistas hace suyas las palabras de profetas fallidos del pasado.

El pesimismo, afirma la distinguida académica Deirdre McCloskey, ha sido una guía pobre hacia el mundo moderno. Esto lo aprendí de su trabajo y de la gran disciplina de la historia económica, pero, recientemente, el punto me ha sido martillado por el clásico de Arthur Herman, The Idea of Decline in Western History [La idea de decadencia en la historia occidental]. Debo haber llegado tarde a la fiesta, si estoy leyendo un libro que es casi tan viejo como yo, pero, los eventos desesperanzadores y las apropiaciones del poder por un gobierno intimidante en el año pasado, nos tuvo a muchos de nosotros flirteando con ideas de declinación. La mayoría buscó refugio en trabajos eternos del pasado:
Muchos de los leídos en las noches en tiempos recientes han sido Shakespeare, Moby Dick de Herman Melville, The Plague [La plaga] de Albert Camus, los muchos escritos de Robert Higgs acerca de la histórica extralimitación de los gobiernos, o los recuerdos pintados de rosado de Stefan Zweig de la sociedad destruida por la Primera Guerra Mundial. Los míos ciertamente.

En contraste con el tópico sombrío de Herman y los muchos profetas de la decadencia explorados a través de sus densas 450 páginas, derive de él un mensaje muy optimista: aunque las ideologías de la declinación sean atractivas, a menudo están equivocadas. Aun así, se reciclan en nuevos mensajes generación tras generación ̶ vino viejo en botellas nuevas.

Es un libro conservador, en el significado original de la palabra. No porque impulsa o investiga valores conservadores, sino porque ilustra los fracasos desesperanzadores de los planificadores sociales, quienes desean revolucionar lo que ellos piensan es una sociedad decadente, tambaleante, y que colapsa. Y ¿cómo no podrían ellos estar equivocados? La civilización humana es complicada, llena de incontables valores y movimientos no observables, que ninguna mente en particular puede descubrir. La arrogancia con que intelectuales como Sartre o Adams o Marcuse o Du Bois enfocan a la sociedad, creyendo que ellos mismos son capaces tanto de investigarla como de arreglarla, como si fuera un sistema predecible -así como un ingeniero lo hace con una máquina dañada- es monumentalmente errada.

El libro de Herman es desafiante leerlo y está lleno de explicaciones extensas e intricadas del trabajo en vida de docenas de las mentes más grandes de la civilización occidental. Herman divide a los muchos críticos de Occidente en dos campos: los pesimistas culturales y los pesimistas históricos:

“El pesimista histórico mira las virtudes de la civilización bajo el ataque de fuerzas malignas y destructivas de las que no se puede sobreponer; el pesimista cultural alega que, desde el inicio, esas fuerzas constituyen el proceso civilizador. Al pesimista histórico le preocupa que su propia sociedad esté a punto de destruirse a sí misma, el pesimista cultural concluye que merece ser destruida. El pesimista histórico ve el “desastre en la estrella polar,” como lo puso Henry Adams: el pesimista cultural mira hacia el futuro por el desastre, pues cree que algo mejor surgirá de sus cenizas.”

“Para cada intelectual de Occidente que teme al colapso de su propia sociedad,” escribe Herman, “hay otro que ha mirado con alegría hacia el futuro de ese acontecimiento.” Algunos hombres sólo quieren ver que el mundo arda, famosamente nos enseñó Alfred.

Lo que une a todos los pesimistas y creyentes en la declinación que Herman investiga, es su convicción fundamental de que sus sociedades estaban al borde del colapso, de un desastre irremediable. Ellos están tan inquebrantablemente seguros de que el suyo es “un orden social moribundo” y que sólo el esquema utópico producto del diseño del propio creyente en la declinación puede salvarnos. Con confianza lo podríamos denominar el “síndrome de Jesús” ̶ por su cuenta viendo lo que está malo con los tiempos y con el único remedio en el pueblo. También, es extraño que este remedio siempre involucra “un derrocamiento total de los intereses económicos e instituciones políticas” de su época ̶ como si el derrocamiento total usualmente abriera el camino que sus proponentes se imaginan.

Leyendo a un escritor de la declinación tras otro, con los nombres famosos de la historia intelectual occidental entrecruzando las páginas, no puedo sino preguntarme si alguna vez esta gente hizo una pausa y pensó: ¿tal vez estoy equivocado? ¿Tal vez, estoy aquí dejando algo de lado? ¿Tal vez, el mundo no está irrevocablemente destinado al colapso…? Ese pensamiento que conduce a la humildad debería estar detrás de todas nuestras mentes, cuando no podemos derivar un sentido de los acontecimientos e ideas en el mundo.

Si fuera que las historias marxistas del mundo en declinación -o de los eco pesimistas, o de los racistas, o de los fascistas- tuvieron mucho que ver ̶ ¿no debían ya ellas a estas alturas haber jugado? Es una ironía bien conocida que las revoluciones comunistas sucedieron no en la industrializada Inglaterra, sino en la atrasada Rusia. Entre más “explotadas” y “alienadas” han llegado a ser las clases trabajadoras, mejor es su bienestar material y físico. Algo está claramente equivocado en los grandes modelos del mundo, presentados por estos distintos sabores de la declinación.

Salpicados por todo el libro hay pequeños comentarios acerca de las grandes filosofías que ellos tan elocuentemente explicaron. Si usted no les pone atención a ellos, permanecerán ocultos en lo que de otra forma es una prosa densa. En sí mismos, y según los estándares de Twitter en el siglo XXI, estos comentaros son inocentes ̶ pero, contra la descripción cuidadosa y balanceada que usualmente los preceden, estas pepitas de ridiculez reservadas son explosivas. Acerca de Herbert Marcuse y su Escuela de Fráncfort de pesimistas culturales, dice que es una “utopía algo descabellada,” antes de entregar el ridículo final: “es una especie de galería de Nintendo socialista.” Otra es contra Sartre y su lectura de las protestas estudiantiles de París en 1968:

“La crisis se disipó y las protestas terminaron. Los trabajadores de la Renault concluyeron su huelga, los estudiantes regresaron a sus clases, y la antigua sociedad ‘condenada,’ de nuevo mostró su resiliencia, continuando como antes.”

“En su apuro por abandonar Occidente, Sartre y sus discípulos pronto descubrieron que no había otro lugar al cual ir.” No es que, dice Herman sardónicamente acerca de las muy celebradas sociedades indígenas que el Occidente pecador suplantó, “los iroqueses o los uruboros no puedan construir aeropuertos o reactores nucleares, sino que, en un nivel de profundidad, ellos han escogido no hacerlo.”

En ocasiones, incluso nuestra guía tolerante y diligente pierde la paciencia ante las locuras de nuestro pasado intelectual: “La historia racial,” escribe él, comentando acerca de Francis Parker Yockey o Alfred Rosenberg, “siempre ha rechazado la investigación empírica a cambio de una visión mítica. El mundo de los hechos verificables llega a ser no importante pues una verdad vital más profunda yace bajo él.”

De este gran libro concluyo que las convicciones pesimistas y de declinación no son algo que divida a la izquierda y la derecha ̶ de hecho, los intelectuales izquierdistas alegremente se unen en sus conclusiones con los intelectuales derechistas, proclamando con confianza el abatimiento de nuestras sociedades, a menos que su agenda favorita sea puesta en vigencia.

La línea divisoria en nuestras sociedades occidentales no es entre izquierda y derecha, blanco y negro, o rico y pobre, sino entre quienes piensan que la declinación está a la vuelta de la esquina y quienes ven al progreso humanista sobrepasando sus obstáculos. “El humanismo,” concluye Herman, “asume que, dado que la gente genera conflictos y problemas en sociedad, ella también puede resolverlos, y eso se centra en suplirle a la gente las herramientas materiales, morales, y culturales para así hacerlo.”

Juzgando por los muchos profetas fallidos del pasado, tampoco en esta ocasión estamos condenados, por el cambio climático o por adquisiciones corporativas o por deterioro de valores culturales y demografías. Esa es una noción explosivamente optimista en un mundo en que, de otra forma, se está coqueteando con la locura.

Joakim Book es un escritor, investigador y editor, entre otras cosas, acerca de dinero, finanzas e historia financiera. Posee una maestría de la Universidad de Oxford y ha sido académico visitante del American Institute for Economic Research en el 2018 y el 2019. Sus escritos han aparecido en el Financial Times, FT Alphaville, Neue Zürcher Zeitung, Svenska Dagbladet, Zero Hedge, The Property Chronicle y muchos otros medios. Él es escritor regular y cofundador del sitio libre sueco Cospaia.se, y escritor frecuente en CapX, NotesOnLiberty, y en HumanProgress.org.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.