No es momento de guardar silencio: si lo hacemos, el vacío será llenado por órdenes de los totalitarios, quienes creen saber mejor que uno qué es lo que le conviene cada cual. De hecho, el totalitario lo que busca es controlarnos, para así lograr sus fines propios.

LUDWIG VON MISES ACERCA DE LA OBLIGACIÓN INTELECTUAL EN TIEMPOS DE CRISIS

Por Jeffrey A. Tucker
American Institute for economic Research
13 de abril del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como jeffrey a. tucker institute for economic research Mises April 13, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

El año que pasó se sintió como “el peor de los tiempos,” en la frase de Dickens, pero el siglo XX vio otros tiempos terribles, Después de la Gran Guerra, la inestabilidad política y económica en Europa hizo que surgieran ideologías totalitarias que básicamente amenazaron la civilización como tal.

No todo mundo lo vio llegar, pero un intelectual quien lo hizo fue Ludwig von Mises (1881-1973).

Mientras que sus amigos y colegas incursionaron en diversas formas de ideología socialista y fascista, y firmemente rechazaron al liberalismo como se entiende clásicamente, él lanzó tiros de advertencia en un libro de 1919, en un ensayo en 1920 que sacudió la academia, y en un libro en 1922 que definió muy bien el asunto.

El tratado de 1922 fue El Socialismo. Se hizo “viral,” como dicen hoy. Fue un desmontaje devastador de toda forma concebible de ideología socialista, incluyendo lo que luego se conocería como nacionalsocialismo. Empieza con una teoría robusta de cooperación y fines sociales con una advertencia de que, una vez que los dictadores se dan cuenta que sus planes están fracasado, se voltearán hacia propósitos puramente destructivos, tanto para guardar las apariencias, como para ejercer venganza sobre el orden social que resistió su brillantez.

F.A. Hayek escribe que fue este libro el que le sacó de sus ilusiones de que los intelectuales, respaldados por el poder del estado, podrían guiar al mundo hacia algún tipo de estado utópico de igualdad perfecta, santidad, eficiencia, homogeneidad cultural, o lo que fuera la visión ilimitada de uno. Él mostró que la ideología socialista era una ilusión intelectual totalitaria que trataba de estructurar al mundo en formas que no podían ser, dadas las realidades y restricciones del mundo tal como lo conocemos.

Casi al final del libro, Mises escribe un párrafo que es abrumador en su poder retórico. No obstante, si usted lee el pasaje en momentos de paz y prosperidad, en verdad suena sobreexcitado, hiperbólico, tal vez diseñado para agitar un pánico sin sentido. Pero, al releerlo a la luz de cuarentenas, y del totalmente catastrófico año del 2020, asume un protagonismo diferente. De hecho, parece ser profético y condenatorio.

Aquí ofrezco el pasaje completo. Lo sigo con un comentario y defensa en detalle.

“Cada uno lleva sobre sus espaldas una fracción de la sociedad y ninguna persona puede ser liberada por nadie de su parte de responsabilidad. Y ningún hombre puede encontrar para sí un medio de salvación si la sociedad, en conjunto, corre a la ruina. Por esta razón debe cada uno, en su propio interés, empeñar todas sus fuerzas en la lucha de las ideas. Nadie puede mantenerse aparte y considerarse extraño a la discusión, pues el interés de cada quien está en peligro. Quiéranlo o no, todos los hombres están comprometidos en la gran lucha histórica, en la batalla decisiva, frente a la cual nos ha colocado nuestra época.” ~ Ludwig von Mises

Incluso es mejor y más impactante si usted lo lee en voz alta, y lo lee a la luz de los momentos en que vivimos. Consideremos esta afirmación frase por frase.

“Cada uno lleva sobre sus espaldas una fracción de la sociedad,” escribe Mises. Tal aseveración puede, al principio, verse como que está en contradicción con el individualismo ̶ en verdad, rechazando lo que uno puede llamar “individualismo atomístico.” La convicción de Mises de que todos compartimos el peso de la civilización es en parte empírica y en parte moral. Su idea central en el libro, como el de Adam Smith de 150 años atrás, tiene que ver con lo que los economistas llamaron la “división del trabajo,” que Mises prefirió reinterpretar como la ley de la asociación: la productividad material en la sociedad es aumentada en proporción a lo que gente de todos los tipos coopera por medio del comercio y el intercambio.

Tiene una definición técnica, pero la estética es más poderosa: significa la mutua dependencia de todos en todos los demás, y, por tanto, la inclusión potencial de toda persona humana, dentro de la estructura de la sociedad de mercado. Progresamos sólo al enfocarnos y especializarnos y eso sólo es posible al depender de las habilidades y talentos de otros. Solos no podemos hacer nada sino languidecer en la pobreza, arrastrándonos en el barro para alimentarnos a nosotros mismos. Juntos podemos construir mundos enteros que emancipan a la población del estado de naturaleza.

¿A quién le debe gratitud la sociedad? No a una clase gobernante. Ni siquiera a grandes inventores o empresas únicas. El mercado puro sin intervención no conduce a un control oligárquico creciente -la competencia, descubrimiento, y cambios interminables en oferta y demanda impiden eso- sino, más bien, siempre distribuye más ampliamente el peso y crédito de la productividad a través de todos los sectores de la sociedad. Todo mundo les debe a todos los demás una deuda de gratitud pues nuestro bienestar personal descansa en las contribuciones de todos los demás al gran proyecto ̶ no tal vez abierta, sino inconscientemente, implícitamente, y sistemáticamente.

Debido a esta red de cooperación, usted y yo somos tan dependientes en Tim Cook como lo somos de los fabricantes de jabones, pescadores, técnicos que reparan carros y puentes, gente que construye y arregla máquinas, choferes de camiones que mantienen suplidas a las farmacias con medicinas, mercadotécnicos, tenedores de libros, agentes de bolsa, y gente que se especializa en crear música, pintura, y danza. En una forma notable -y una manera que no todo mundo aprecia y, de hecho, es imposible de apreciar a plenitud- la economía de mercado y la prosperidad resultante amplía aún más la red de obligación mutua.

Darse cuenta de ello es una obligación intelectual e implica un peso de gratitud que debemos proporcionar. Este sentimiento de gratitud se fundamenta al darnos cuenta de que ningún hombre es una isla.

Mises concluye su frase de apertura moviéndose del “es” al “debería:” “nadie es liberado de su parte de responsabilidad por otros.” No puede haber una externalización de nuestra responsabilidad moral, no en el estado, no en la clase trabajadora, la clase gobernante o la clase sacerdotal. Para defender el sistema bajo el que todos nos beneficiamos es obligación de toda persona viviente ̶ toda persona ilustrada que se da cuenta de la verdad de que la sociedad funciona bien sólo cuando todos estamos incluidos en la matriz de propiedad, elección, intercambio e igualdad en libertad.

Viene la siguiente frase de Mises: “Y ningún hombre puede encontrar para sí un medio de salvación si la sociedad, en conjunto, corre hacia la ruina.” No hay espacios seguros en una crisis. Destruya el mercado, aplaste el funcionamiento normal del orden social, y usted amenaza todo lo que importa para nuestro bienestar material. Aplasta la vida y el bienestar. Aplasta la habilidad de las personas de proveerse para sí mismas, el sentimiento de valía propia de todos, el acceso al alimento y vivienda y cuido de salud, y la propia noción de progreso material. Reduce la vida a la subsistencia y servidumbre. El mundo se hace hobbesiano; solitario, pobre, desagradable, brutal y corto.

Aquí el énfasis es en la palabra “nadie.” En el largo plazo, nadie puede viajar gratis a costas de otros. No existe lo esencial y lo no esencial, persona alguna con mayores antecedentes y privilegios que cualquier otra. Nadie a largo plazo, en todo caso. La clase de Zoom puede hacer que se imagine y, por tanto, que le salvó de la ruina, pero, como el Príncipe Próspero en el clásico de Edgar Allan Poe, el patógeno en su momento se encuentra a sí mismo.

“Por esta razón,” continúa Mises, “debe cada uno, en su propio interés, empeñar todas sus fuerzas en la lucha de las ideas.” Nada de esconderse, nada de reclusión, nada de silencio. Nada de “quedarnos en casa para estar seguros.” Todos debemos entrar en la batalla de las ideas. Tal vez esto parezca ser un estirón, pues no todos califican como un intelectual. Sabemos eso. Y, sin embargo, las buenas ideas y buenos instintos acerca de cómo debería funcionar la vida, están más distribuidos a través de la población de lo que usualmente se supone.

En una ocasión, Bill Buckley dijo que preferiría ser gobernado por las primeras 2.000 personas en la guía telefónica de Boston, que por la facultad de Harvard. Interesante. También es interesante que estados con cuarentenas más intensas -Massachusetts, California, Oregón, Connecticut, Nueva York- tienen poblaciones y líderes altamente educados y con credenciales, comparados con muchos estados que, o bien no cerraron, o abrieron antes para gran beneficio de la población. Y, sin embargo, los “mejores y más brillantes” prosiguieron las políticas más absurdas y destructivas que se pueden imaginar. O, considere al Reino Unido: siglos de gran escolaridad y educación cuidadosa y observe lo que ha pasado.

Esto sugiere que por mucho tiempo hemos malinterpretado quién precisamente puede ser parte de la batalla intelectual. Todo mundo, sin excepción, puede calificar como un intelectual, siempre que él o ella esté dispuesto a tomar las ideas en serio. Cualquiera y todos tienen derecho a ser parte de eso. Aquellos que sienten el peso y la pasión de las ideas más intensamente, desde el punto de vista de Mises, tienen una mayor obligación de empujarse a la batalla, aun cuando al hacerlo puede acarrear el desprecio y aislamiento de nuestros semejantes ̶ y al hacerlo, hay más posibilidad de que la mayoría lo haga (razón de por qué tanta gente que debería haber sabido mejor las cosas, ha caído en el silencio).

“Nadie puede mantenerse aparte,” dice Mises, continuando con el tema de la obligación social. “El interés de cada quien está en peligro.” De nuevo, Mises refuerza su visión social amplia que puede entrar en tensión con un punto de vista “libertario” pop e individualista. Podemos proponernos ser indiferentes, pretender que no nos importa, hacer excusas de que nuestras voces propias no importan, o invocar eslóganes que justifican nuestra indiferencia y pereza. De hecho, en tiempos de crisis, un egoísmo crudo no va en nuestro interés propio. No es que nuestro interés propio no esté en juego, sino que también los de todos los demás.

La frase final de este breve soliloquio recuerda unas notas ciertamente hegelianas, pero, en realidad, habla de la visión subyacente de Mises en relación con el desiderátum auténtico de la narrativa histórica. Escribe él: “Quiéranlo o no, todos los hombres están comprometidos en la gran lucha histórica, en la batalla decisiva, frente a la cual nos ha colocado nuestra época.”

Esto equivale a un reconocimiento de que hay tiempos mejores y tiempos peores. Que esto y en qué grado alguno de ellos resulta ser cierto no está fuera de nuestro control. La historia es una fuerza que no es escrita por alguna entidad externa, ya sea algunos vientos de cambio exógenos o el propio estado. Las personas como tales son los autores de su propio destino.

Este es el por qué hay una lucha. Nada está escrito. Todo es determinado por lo que la gente cree, lo que, a su vez, guía lo que ella hace.
Todos somos reclutados a la batalla en virtud de nuestra propia membresía en el orden social. Podemos ser afortunados de vivir en tiempos de paz y abundancia, o encontrarnos en condiciones de tiranía y destrucción. Independientemente de ello, debemos luchar por lo que es correcto y verdadero, pues el orden social no es automáticamente benevolente. La idea de progreso es algo que se gana una generación a la vez.

Nuestra época actual, como con Mises en 1922, de hecho, nos ha lanzado a una batalla decisiva. Este ha sido el caso desde marzo del 2020. Algunos lo vieron venir. Los signos estaban alrededor nuestro. Observamos el desprecio por los derechos, la nueva moda de planificación social y económica dirigida por computadoras. La dependencia excesiva en los medios estatistas, el desprecio de postulados básicos de la civilización que en algún momento dimos por un hecho. Tal vez, los vimos cómo modas intelectuales o académicas desafortunadas. Estas ideas han ido ganando tracción durante años, décadas, incluso por más tiempo. Tal vez nunca nos imaginamos que ellas podrían prevalecer.
Ciertamente yo no lo hice.

Luego, en unos pocos días fatídicos, nos encontramos encerrados en nuestros hogares, excluidos de nuestros sitios de adoración, incapaces de viajar, bloqueados de servicios médicos, escuelas con candados, nuestras oficinas y negocios cerrados por razones de “salud.” No sorprende, si usted conoce la naturaleza de la planificación central, que a partir de ellas se presentaron los resultados sociales opuestos: la mayor declinación en la salud pública en una generación.

Esa fue nuestra crisis. Las ideas, y muy malas, precedieron su inicio, pero, una vez que sucedió, no hubo negación. Nos dimos cuenta de que malas ideas tienen malas consecuencias, Y, en verdad, como lo dijo Mises, nadie estaba seguro.

Aún no estamos seguros. Sí, las cuarentenas están despareciendo, y las cosas parecen estar retornando a la normalidad, en mucho debido a presión pública creciente sobre nuestras élites, para que dejen de arruinar nuestras vidas. Esto es cierto generalmente en Estados Unidos, pero no en muchas partes del mundo en donde la mitigación de la enfermedad sigue siendo la principal excusa para suprimir derechos y libertades. Mises estaba en lo correcto: ninguno de nosotros es realmente libre de la violencia impuesta por el estado en nombre del control de la enfermedad, hasta que todos nosotros lo seamos.

La pregunta verdadera que ahora debemos hacernos es si y en qué grado estamos realmente protegidos ante una repetición y si y en qué grado hemos aprendido realmente la lección de esto.

¿Estamos dispuestos a lanzarnos a la batalla intelectual para corregir las cosas para restaurar y asegurar libertades y derechos esenciales, para erigir barreras que hagan imposible que la clase gobernante en vez alguna intente de nuevo ese experimento? O, ¿estaremos agradecidos de que al menos podemos ejercitar algunas libertades limitadas, independientemente de qué tan temporalmente, y que nos conformemos con la idea de que no hay nada equivocado con un régimen médico/industrial que actúa arbitrariamente y a su propia discreción?

La noción de obligación social por mucho tiempo ha sido poseída por los colectivistas y socialistas de todas las banderas. Eso siempre ha sido un error debido a que no entendió bien las interconexiones del orden social de libertad y derechos individuales. La gran contribución de Mises -una de muchas- fue darle vuelta al libreto. Nosotros no somos atomísticos. Nosotros no vivimos en aislamiento. Vivimos en una red descentralizada de personas libres, cooperando a partir de la elección y para nuestra mejora mutua. Nos lo debemos a nosotros mismos y el uno al otro, luchar por el derecho a seguir siéndolo, y derrotar cualquier y todo intento de quitarnos ese derecho.

Jeffrey A. Tucker es director editorial del American Institute for Economic Research. Es autor de muchos miles de artículos en la prensa académica y popular y de nueve libros en 5 idiomas, siendo el más reciente Liberty or Lockdown. También es editor de The Best of Mises. Es conferenciante habitual en temas de economía, tecnología, filosofía social y cultura.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.