Lo sorprendente es que impulsores de la teoría crítica racial terminan padeciendo de aquello que critican: racismo

CÓMO FUNCIONA LA TEORÍA CRÍTICA RACIAL

Por Cameron Hilditch
National Review
8 de mayo del 2021

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Haciendo lo mejor para verificar la teoría de la herradura [Nota del traductor: La teoría de la herradura en ciencia política se refiere a que las extremas derecha e izquierda se parecen en mucho (hasta cierto grado) tal como los extremos de una herradura, en oposición a la representación lineal tradicional de la izquierda y la derecha], los teóricos críticos raciales se unen al coro de supremacistas blancos, quienes afirman que la gente blanca es responsable de todo.

La teoría crítica racial es una sub disciplina de un proyecto más amplio y viejo llamado “teoría crítica.” La primera no puede ser entendida sin estar familiarizado con la última.

La teoría crítica, aunque precedida por un conjunto completo de antecedentes filosóficos e ideas relacionadas, fue, en realidad, un producto pionero de un grupo de pensadores marxistas alemanes conocidos como la Escuela de Frankfort. Compuesto por filósofos, académicos, y científicos sociales, este movimiento incluía a Max Horkheimer, Herbert Marcuse, Theodor Adorno, y Erick Fromm, entre otros. Horkheimer definió de primero la “teoría crítica” en un ensayo de 1937, en que la contrasta con lo que se llamaba la “teoría tradicional,” la que, según sus luces, sólo buscó entender y explicar un fenómeno. A pesar de ello, la teoría crítica es, antes que nada, práctica. Una teoría es crítica en el grado en que intenta “liberar a los seres humanos de las circunstancias que los esclavizan, y “crear un mundo que satisface” sus “necesidades y poderes.”

Él brinda tres criterios que una teoría debe cumplir para que sea considerada crítica: Debe brindar una descripción de lo que está mal con los acuerdos sociales existentes, identificar los agentes de cambio (en el pensamiento marxista clásico, esto sería el proletariado revolucionario), y brindar objetivos y estándares logrables, contra los que estos agentes pueden valorar sus esfuerzos. Cualquier tipo de teorización que no conduzca irremediablemente al activismo y agitación se categoriza como “tradicional” y “burgués,” y, ciertamente, no “crítico.” En este sentido, los teóricos críticos toman su liderazgo a partir la línea de Marx, inscrita sobre su lápida en el cementerio de Highgate, de que los “filósofos sólo han interpretado al mundo en diversas formas; el punto, sin embargo, es cambiarlo.”

Sustentando el énfasis práctico que encontramos en la teoría crítica está el supuesto que es posible cambiar al mundo en formas radicales y revolucionarias. La mayoría de nosotros comparte esta creencia en uno u otro grado. Todo podemos señalar ciertos momentos o épocas parteaguas en la historia, cuando se han tenido cambios sísmicos en el orden social, como la revolución agrícola, el surgimiento de la Cristiandad, la caída del feudalismo, y el surgimiento del capitalismo democrático. Pero, la mayoría de nosotros cree que ciertos aspectos del mundo están inmutablemente fijados o predestinados. Creemos que estamos limitados en lo que podemos hacer (o deberíamos) por los contornos invariables de la naturaleza humana, por accidentes de nacimiento, por factores materiales y geográficos, por pura suerte tonta, y por un conjunto innumerable de otros factores que están más allá de nuestro control, pero que, sin embargo, afectan los resultados sociales de forma desigual.

Los teóricos críticos ponen menos énfasis en esos factores predestinados y fijados y, en vez de eso, creen que sociedades, culturas, y civilizaciones son casi enteramente constructos sociales. Para ellos, los intereses compartidos de una clase opresora en sociedad constriñen y determinan la realidad en un grado totalmente decisivo. La pregunta más importante para el teórico crítico es, por tanto, la famosa frase de Cicerón, “¿Cui bono?” ̶ “¿a quién beneficia?” Una vez que se identifica un grupo próspero, estos teóricos luego toman a la prosperidad en sí como evidencia decisiva de que el grupo en cuestión ha organizado el orden social de forma que explotan a otros y se beneficia a sí mismo.
No hay espacio (o muy poco) que permite factores explicativos impersonales, incidentales, o individuales. Casi toda enfermedad social es culpa de una clase opresora.

No obstante, considerar el comportamiento de esta clase opresora como el factor más relevante en determinar los resultados sociales es, también, increíblemente motivador para agentes de cambio. Los opresores, después de todo, pueden ser removidos del poder ya sea por un despertar democrático pacífico de las masas o por violencia revolucionaria. Si las reglas políticas de la clase gobernante son los componentes básicos de la realidad, todo lo que a uno le queda por hacer, para dar paso al nirvana, es suplantar esa clase y reemplazarla por la vanguardia revolucionaria. La creencia de que la realidad es socialmente construida, por tanto, es una premisa necesaria del utopismo. Hace que todo mal resultado en la sociedad sea culpa de la gente que, en primer lugar, construyó a la sociedad. Impregna a toda tragedia o desgracia de una agencia malévola y una intención perniciosa. Hace que el problema del mal, que ha plagado y dejado perplejos a filósofos desde el inicio de los tiempos, sea, en última instancia, el problema de la existencia del opresor. La conclusión irresistible de esta línea de pensamiento es que el cielo puede ser arrastrado hacia la tierra con la caída de la cuchilla de la guillotina.

La Teoría Crítica Racial (TCR) aplica a la raza el constructivismo social que los teóricos críticos aplicaron a la clase. Pero, no a todas las razas.
Uno de los fundamentos de la TCR es que las abstracciones generalizadoras del liberalismo europeo –“raza,” “humanidad,” “verdad,” “justicia,” etcétera- ocultan la procedencia particular de estos términos como producto del pensamiento imperialista europeo. Se enseñan para ocultar las injusticias particulares perpetradas por pueblos europeos blancos contra los pueblos no europeos no blancos. Entonces, “racismo” termina significando no “discriminación con base en la raza” sino “la discriminación perpetrada por blancos contra no blancos.” La formulación abstracta, universal, de la anterior definición es condenada por ser ejemplo de un pensamiento hegemónico colonial, imperial, europeo blanco.

El constructivismo social como material bélico en el cual creen los teóricos críticos raciales, les conduce a concebir al Occidente moderno como un orden social construido casi enteramente por gente blanca y por cuyas deficiencias la gente blanca (y sus colaboradores a lo Vichy, como el senador Tim Scott) son las únicas responsables. El teórico crítico racial más famoso de Estados Unidos, Ibram X. Kendi, escribió, tal vez en una de las frases históricamente más iliteratas jamás escrita, que “la discriminación racial es la única causa de disparidades raciales en este país y en el mundo en general.” (No importa que, por ejemplo, el privilegio de contar con dos padres, empequeñezca al privilegio blanco en lo que tiene que ver con factores contribuyentes a resultados económicos. Me imagino que la leyenda debe imprimirse.)

El constructivismo social de los teóricos críticos raciales también los lleva a pensar de la injusticia histórica como una especie de relación de suma cero, que sólo puede ser vuelta a balancear sólo si se aplica la aritmética política correcta. El enfoque de los derechos civiles para la igualdad racial ha sido un intento por revertir las desigualdades de hoy, en vez de repartir justicia para cada mal histórico alguna vez cometido. Lo que haya pasado, en esta visión más vieja, ha de ser tratado como un solemne y desgarrador hecho del pasado, del cual todo debemos aprender, pero, la justicia hacia los muertos oprimidos ya no más puede realizarse en algún sentido punitivo, pues sus opresores han muerto con ellos.

Los teóricos críticos raciales rechazan este punto de vista. Al concebir la identidad en términos colectivos, ellos miran hoy a la gente blanca como, en esencia, coextensiva con sus ancestros opresores, al estar todavía en posesión de sus ganancias racistas mal obtenidas ̶ ganancias que se manifiestan a sí mismas bajo la apariencia de privilegio. Como lo escribió Christopher Caldwell en un ensayo acerca de Kendi para el National Review el año pasado, “las víctimas históricas del sistema [racista]… ven al sistema como habiéndoles quitado cosas concretas que eran de ellos por derecho ̶ ante todo, empleos, dinero, y vivienda. Ellas no considerarán arreglado el problema sino hasta que esas privaciones hayan sido remediadas.”

Según esta visión, el primer esclavista blanco que llegó a la costa de África Occidental hace unos 400 años, sin advertirlo abrió una especie de factura de opresión a nombre de cualquier otra persona blanca con vida o aún sin nacer, la cual ha estado creciendo cada año que pasa. Hasta que esa factura se haya pagado plenamente, se nos dice, no se habrá hecho justicia. En la visión antirracista de Kendi y sus colegas teóricos críticos raciales, la discriminación contra los blancos es la única vía para empezar a cancelar las cuentas. Escribe Kendi:

“La cuestión definitoria es si la discriminación está creando equidad o inequidad. Si la discriminación está creando equidad, entonces, es antirracista. Si la discriminación está creando inequidad, entones, es racista. …El único remedio para la discriminación racista es discriminación antirracista. El único remedio para la discriminación del pasado es la discriminación del presente. El único remedio para la discriminación del presente es discriminación futura.”

Hay dos problemas evidentes con esta visión: el futuro que Kendi vislumbra y su historia que él vislumbra. Primeramente, nadie ha surgido aún con una definición de cómo sería la expiación. ¿Cómo y cuándo sabremos que se ha proseguido lo suficiente de política antirracista para lograr la equidad? ¿En qué punto Kendi le repetirá a la gente blanca las palabras de Cristo en la cruz de que “todo está cumplido,” haciendo saber a aquellos que son objeto de juicio, que sus pecados finalmente han sido lavados? La lógica del párrafo citado arriba parecería sugerir que, a menos que y hasta que los estadounidenses negros discriminan negativamente contra estadunidenses blancos, por un tiempo similar y en el mismo grado, en el que los negros estadounidenses han sido oprimidos durante los últimos 400 años, la gente blanca no tiene una objeción legítima hacia las políticas que quieren proseguir los teóricos críticos raciales. Tal visión con certeza que habría sido comprada ridículamente poco por la mayoría de estadounidenses de cualquier raza. La mayoría de los estadounidenses aún mantienen lo que ciertamente Kendi vería como un afecto irresponsable hacia la visión de Martin Luther King, Jr., de un jubileo racial en Estados Unidos, con pecados del pasado perdonados y dando por terminadas a viejos enemistades como lo ordena la caridad cristiana.

En cuanto a la visión de historia de Kendi, su idea de justicia racial punitiva asume tácitamente la existencia de algún punto en el pasado distante de un momento en que la hoja de balance de la injusticia racial era cero: una especie de un Edén equitativo envuelto en las brumas de los tiempos, antes que el hombre blanco se comiera el fruto prohibido de la esclavitud humana. El proyecto de la TCR que él encabeza es, como resultado, casi una especie de herejía cristiana. Está buscando regresar a un paraíso perdido, para derrotar al ángel guardián blanco como un lirio, que cuida las puertas hacia una tierra perdida de justicia prístina, desde la cual la gente de color fue lanzada hacia una tierra y una vida de trabajo y opresión incesantes.

La verdad, por supuesto, es que nunca ha existido tal instante. Es cierto que la injusticia racial empezó en un cierto momento de la historia, y que despegó cuando la civilización llegó a un punto de desarrollo que permitía el viaje intercontinental. Pero, antes del momento de la historia humana en que la gente de diferentes razas empezó a encontrarse entre sí, la historia era aún una de violencia y opresión. Era simplemente uno de africanos oprimiendo a africanos y de europeos oprimiendo a europeos. La hoja de balance del conflicto humano nunca ha estado en cero.

Por supuesto, es posible que los teóricos críticos raciales no encuentren que sea particularmente problemática la idea de gente oprimiendo a miembros de su propia raza (o, ciertamente, no al menos tan problemática como la opresión interracial). Después de todo la identidad colectiva es uno de los dos grandes pilares de la TCR. La gente existe antes que todo como miembro de una raza. Así que, si bien puede ser desolador ver miembros de la misma raza en conflicto entre sí, como asunto moral puede no ser más desolador que la idea de una persona golpeándose a sí misma en el rostro: sin sentido, perturbador, pero, desde el punto de vista de la TCR, no siendo realmente el tema.
Junto con la identidad colectiva, el otro gran pilar de la TCR es, como hemos visto, el constructivismo social. Junte a ambos, y usted tiene una visión de un mundo enteramente construido por el grupo racial más poderoso a su interior. Haciendo lo más que pueden para verificar la teoría de la herradura, los teóricos críticos raciales se unen al coro de supremacistas blancos, quienes afirman que la gente blanca es responsable de todo. “Es el mundo de la raza blanca, y la gente de color simplemente está viviendo dentro de él,” grita jubilosamente Richard Spencer, a la vez que Ibram Kendi hace eco de la misma afirmación ̶ con disgusto.

Esto nos devuelve a la naturaleza esencialmente teológica de la TCR, que es el aspecto realmente más interesante de ella. Los dos libros más vendidos de los dos más prominentes antirracistas en Estados Unidos, How to Be an Antiracist [Cómo ser antirracista] de Kendi y Between the World and Me [Entre el mundo y yo] de Ta-Nehisi Coates, son, de diferentes formas, autobiográficos. Ambos hombres son escritores talentosos que intentan obtener sentido del sufrimiento que han experimentado en sus propias vidas. En ese aspecto, ambos libros pertenecen al mismo género que el Libro de Job y las Confesiones de San Agustín. Están tratando de llegar a un acuerdo acerca del problema del mal, con el sufrimiento que se manifiesta a sí mismo en sus propias vidas. Para Job, la fuente del sufrimiento fue cósmica, y arremetió contra el Señor de los Ejércitos para que respondiera por el dolor infligido sobre Su sirviente. Pero, el constructivismo social al que se suscriben ambos, Kendi y Coates, les libera de la necesidad de buscar en los cielos el poder que ha visitado sus aflicciones sobre ellos. La teoría crítica racial hace responsable a la deidad inculpada por el sufrimiento llevado a la tierra en forma de la raza blanca. Es la blancura, no Jehovah, la que preside sobre este valle de lágrimas, y la blancura, a diferencia del Dios de Job, se puede aplastar. Esta es la razón por la que la teoría crítica racial tiene tal firmeza en las mentes de sus apóstoles: Ofrece una solución práctica al problema del mal.

Cameron Hilditch es compañero William F. Buckley en Periodismo Político en el Instituto National Review.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.