No hay duda de que este es un artículo polémico, y que se puede tener diferencias en detalles, pero creo que contrasta bien las políticas económicas iniciales de la administración Trump, con las posteriores que analiza Tucker.

LOS FRACASOS DE POLÍTICA ECONÓMICA DE LA ADMINISTRACIÓN TRUMP

Por Jeffrey A. Tucker
American Institute for Economic Research
17 de enero del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como jeffrey a. tucker institute for economic research Trump January 17, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Hay algo de ironía amarga incorporada en el lema original de la campaña presidencial del 2016, “Hagan a Estados Unidos Más Grande Otra Vez” [MAGA por sus siglas en inglés]. Uno mira alrededor del país y observa una catástrofe sin precedente. Obtener algún sentido de todos los acontecimientos que condujeron a ella, tomará años de investigación y reflexión. Requerirá separar las buenas de las malas políticas, a las intenciones de las realidades y a muchas capas de causas y efectos. Mi intención, a continuación, no intenta ser partisana; es un intento de contar la triste historia que vi desenvolverse ante mis ojos cansados.

Mi resumen rápido: La economía de Trump fracasó no debido a su impulso desregulatorio inicial, a su agenda de recorte de impuestos y a los nombramientos judiciales. Más bien, la agenda MAGA falló debido a que se volteó contra el comercio internacional, a su enfoque autárquico hacia la migración, y, más que todo, a la respuesta tremendamente inconsistente y, en esencia, catastrófica hacia la pandemia, todo lo que lleva a un patógeno filosófico fundamental. Las bufonadas post elecciones, que culminaron en una violación por la masa de la seguridad del Capitolio, simplemente lo puso sobre el tapete.

FILOSOFÍA

Desde el 2015, incluso desde sus primeros discursos públicos posteriores a su participación en las elecciones, era claro que Donald Trump no era un conservador en la tradición de Reagan, sino que estaba vendiendo algo de lo que nosotros, en la mayor parte de nuestras vidas no teníamos experiencia en la política. Él estaba reviviendo lo que he llamado Hegelianismo de la derecha, que se imagina la trayectoria de la historia culminando en el ideal de un estado-nación unificado y administrado por un gran líder. En otras interacciones de esta ideología durante el período entreguerras, esta unidad es económica, social, cultural, religiosa, y racial.

Esto no es un ideal estadounidense. No es acerca de libertad, derechos, regla de la ley, mucho menos de límites al gobierno. Se imagina no una cabeza de estado que administra el gobierno, sino, más bien, un líder central general, que administra todo el país en todos sus aspectos.
La Constitución de Estados Unidos fue estructurada no sólo para prevenir tal sistema, sino para que trabajara como una refutación de él. Las primeras tres palabras, “Nosotros el pueblo,” se escogieron cuidadosamente para abrazar una sociedad autónoma, no una gobernada por una persona una y otra vez sobre todos los demás.

Hay muchas instanciaciones de la ideología Hegeliana de derecha, pero, todas terminan girando alrededor del proteccionismo comercial, restricciones a la migración y centralización del poder en el ejecutivo. Estos fueron los principales temas de la campaña de Trump en el 2016.
A pesar de ello, estos temas no fueron lo que atrajo a las bases republicanas hacia su candidatura. En vez de eso, les gustó a los miembros regulares del partido su disposición impetuosa y agresiva para enfrentar a sus enemigos. Su furia y ataques incansables le encantaron a la gente del partido, cansada del juego amable con la izquierda. Eso permitió mirar de soslayo los aspectos de su impulso ideológico, que entraba en fuertes contradicciones con cualquier cosa como el conservadurismo tradicional estadounidense, y no menos con el liberalismo clásico.

COMERCIO

El primer año de Trump se inició con una agenda republicana más tradicional, de recorte de impuestos, desregulación, y nombramientos a las cortes de no progresistas. Aquellos a quienes les había preocupado que su populismo de derecha y nacionalismo predominaran, tuvo un sentimiento de calma de que las cosas, después de todo, irían bien. Sus nombramientos a puestos regulatorios fueron de gente sólida de libre mercado, que creían en las fuerzas del mercado y menor centralización. Mis propias predicciones sombrías, expuestas en Newsweek el 16 de julio del 2015, habían empezado a parecer sobreexcitadas. Incluso empecé a pensar que había sido demasiado pesimista.

Todo eso cambió el 22 de enero del 2018. Ese fue el momento que marcó el final de las relaciones comerciales pacíficas con China. La administración Trump impuso aranceles elevados a la importación de celdas solares y lavadores provenientes de China. Ese fue el inicio de la guerra comercial que luego se expandiría a Europa, Canadá, México, la mayor parte de Asia, y, en última instancia, a todo el mundo. Algunos apologistas alegaron que esa no fue otra cosa más que un intento de obtener concesiones comerciales, de forma que se pudiera lograr un comercio libre y justo. Sin embargo, no hubo evidencia de ello, aparte de las alegaciones periódicas y superficiales del propio Trump, de que él no estaba en contra del comercio.

El problema fue que sus acciones desmintieron sus reafirmaciones. Cada decisión de política fue más extrema que la última. “Las guerras comerciales son buenas” y “fáciles,” tuiteó Trump el 2 de marzo, después de imponer aranceles del 10 al 25% al acero y aluminio. Un portavoz de la administración le aseguró al público que no habría represalias, una predicción que desafía toda la experiencia sabida.

Así fue como todo se desarrolló al pasar el año. Su campaña de un hombre para revertir 70 años de progreso en el comercio, culminó en una versión más asombrosa que cualquier cosa que yo pudiera haber predicho. La revista Foreign Policy le dio el toque final a eso: Se Acabó el Libre Comercio.

La administración Trump dio un paso más allá y se imaginó que podía y desvincularía del todo a la economía estadounidense de la china. En una era digital, con cadenas de suministros infinitamente complejas e interconectadas, que se extienden por todo el mundo, esta esperanza equivalía a la violencia contra una fuente primordial de prosperidad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Lo que él terminó buscando fue algo no menos que la autarquía comercial. Esto no sólo les quitó a los estadounidenses $63 miles de millones en sólo un año; redujo dramáticamente la influencia de Estados Unidos en el mundo, no sólo sobre acuerdos comerciales (China sigue haciéndolos, incluso con el Reino Unido), sino, también, sobre asuntos fundamentales de democracia y derechos humanos (Hong Kong ha perdido efectivamente su independencia y los Estados Unidos fueron impotentes en detenerlo). Para rematar, una guerra diseñada para impulsar las exportaciones sobre las importaciones, terminó reduciendo la contribución de las exportaciones al PIB de Estados Unidos, hasta su nivel más bajo en diez años.

Hubo una ironía amarga asociado a su gobierno de un solo hombre sobre la política comercial de Estados Unidos. Claramente, la Constitución de Estados Unidos le otorga ese poder al Congreso, Pero, después del desastre de 1930 con los aranceles Smoot-Hawley, sistemáticamente el Congreso empezó a entregar ese poder al ejecutivo. La creencia es que la Casa Blanca siempre estará habitada por una persona bien educada, quien entenderá lo importante que es el comercio global para la paz y la prosperidad. Básicamente eso ha sido cierto. El plan funcionó hasta que no lo hizo más. Durante tres años plenos, el mundo vio con asombro prevalecer la visión autárquica de un hombre sobre los intereses de cada miembro del Congreso, más de cien países, y cientos de millones de exportadores, importadores, y consumidores.

MIGRACIÓN

Al lado de la esperanza de una independencia económica nacional, estaba, por supuesto, la agenda acerca de inmigración. Empezó temprano con una política que la mayoría de los conservadores abrazó: terminar con la inmigración ilegal. Sin embargo, si usted escuchó con cuidado, habría notado que esa era más que una preocupación acerca de malos actores entrando a través de la frontera de Estados Unidos. Con frecuencia, Trump habló del desplazamiento de empleos ̶ lo que debería haber sido señal de que su agenda inmigratoria no es, en esencia, acerca de seguridad o raza, sino que una simple extensión de sus políticas comerciales proteccionistas. Intentó mantener alejados tanto a los bienes como a la gente, pues, sinceramente, creía que esa era la forma de lograr hacer grande a Estados Unidos.

Hubo graves consecuencias con sus políticas, tanto económicas como políticas. La población de Estados Unidos está creciendo más lentamente que en muchas décadas. En efecto, él redujo a los inmigrantes que se pueden contar en dos tercios de los niveles previos a Trump. Esto ha ocasionado que Estados Unidos experimente una escasez de trabajo en los negocios dedicados al por menor y la hospitalidad, al menos hasta que las cuarentenas dañaron tan severamente a esas industrias. Ha afectado profundamente a la industria de la tecnología, así como la edificación, construcción y agricultura. La inmigración ha brindado una contribución poderosa al progreso económico, de forma que recortar sus niveles legales -y efectivamente abolir la inmigración en el 2020- ha tenido consecuencias devastadoras.

Incluso antes de las cuarentenas de la primavera del 2020, la comunidad de negocios, que uno habría supuesto estaría a favor de sus recortes a impuestos sobre las ganancias de capital y sus impulsos desreguladores, se voltearon decididamente en contra de la administración Trump y los Republicanos que fallaron en detener este dramático alejamiento de una agenda económica al estilo Reagan. Esto creó un cambio sin precedente en el apoyo de la comunidad de los negocios hacia el Partido Demócrata y se volvió ideológicamente hacia la izquierda.

CUARENTENAS

El impulso nacionalista de la administración Trump fue suficientemente lamentable en sus políticas comerciales e inmigratorias. Pero, cuando vino el coronavirus, llegó a ser absolutamente devastador y resquebrajó, en última instancia, a la presidencia. El punto de inflexión se dio el 31 de enero, cuando tuvo efecto una prohibición de vuelos desde China. Trump reportó que lo hizo por voluntad propia, contra el consejo de todos los que estaban a su alrededor. Previamente había sido un principio bien establecido que las prohibiciones de vuelos no hacen nada que mitigue los virus, en especial, cuando el virus ya estaba allí.

Ciertamente, la esperanza era propaganda: le creencia de que la culpabilidad por el virus en sí podía ser adscrita a China. Al igual que ellos están robándose la propiedad intelectual, vendiéndonos bienes demasiado baratos, y repartiendo una tecnología comprometida, igualmente están enviándonos patógenos en aeroplanos. Al igual que con los bienes, la respuesta es usar el poder del estado para detener al virus. Esto puso en movimiento una trayectoria peligrosa. ¿Por qué permitir vuelo alguno desde cualquier lado? En ese caso, ¿por qué los estados deberían permitir visitantes de otros estados? Si el objetivo de la política hacia la pandemia es minimizar la exposición, incluso entre poblaciones no vulnerables, el resultado tendría que ser un vuelco fundamental a la vida como tal.

Así fue, el 12 de marzo Trump se dirigió a la nación con un mensaje desastroso, en que anunció su cambio total de mente acerca del virus.
Habiéndolo previamente descartado por ser sólo otra gripe, ahora vio la oportunidad de ser el salvador de la nación, luchando contra el virus con todo su poder y destreza.

Al final del mensaje, hizo un anuncio asombroso. En cuatro días, todos los viajes desde Europa serían bloqueados. En verdad increíble y ciertamente sin precedente, excepto en época de guerra. De hecho, esos bloqueos a viajar son característicos de la guerra, desarrollados en nombre de una mitigación de la enfermedad. El pánico alrededor del mundo fue palpable, pues la gente se aglomeró para hacer reservaciones de regreso tan pronto como fuera posible. Enormes multitudes se entremezclaron durante muchas horas en aeropuertos internacionales, tratando, desesperadamente, de regresar a Estados Unidos, antes que fuera demasiado tarde. Esas restricciones a viajar no se levantaron en ningún momento del resto de su presidencia.

Pasó los mismo con las embajadas y consulados que emitían visas para ir hacia Estados Unidos. Todo se cerró. No más estudiantes. No más trabajadores. No más turistas. Las acciones de parte de la administración Trump fueron así de draconianas y despóticas. Aunque el presidente, en varias ocasiones, diría que sus acciones salvaron millones de vidas -hasta tantas como 4 millones- no hay evidencia de que ese bloqueo de vuelos y migraciones logró algo. El virus ya estaba aquí y Estados Unidos se convirtió en el punto caliente mayor del mundo. Sus acciones ocasionaron un pánico por las políticas y de política a través del país. Para el 16 de marzo, el país estaba cerrado por órdenes de quedarse en casa, límites al uso de los hospitales, escuelas cerradas y reuniones públicas bloqueadas. La cuarentena estaba aquí, cortesía de la administración Trump, y los costos económicos fueron astronómicos.

A menudo escuchamos gente negar que esto fuera causado por la administración Trump -después, Trump se convertiría en un impulsor de que se abriera- pero, claramente, lo fue. El propio departamento de Salud y Servicios Humanos de la administración publicó el 13 de maro un edicto clasificado: “El Plan de Respuesta del Gobierno de los Estados Unidos al COVID-19.” Recomendaba la clausura de las escuelas y cierre de los negocios. El gobierno federal trabajó estrechamente con todos los estados para que siguieran este documento, que claramente había estado siendo elaborado durante semanas, sino no es que por meses. Tres días más tarde, las acciones cayeron en un 13% ̶ no debido al virus que había estado aquí por meses, sino, más bien, por las cuarentenas iniciales de Trump.

Después de que las dos semanas para aplastar la curva se convirtieron en dos meses, y que los gobernadores continuaron manteniendo cerradas a sus economías, Trump empezó a oler un animal muerto, cuestionándose si había sido engañado para destruir su propia presidencia, al destrozar la economía. Para mediados de abril, empezó a pedir que la economía se reabriera. Pero, incluso aquí, tuvo sus dudas. Georgia se convirtió en el primer estado en abrir a fines de abril, pero, Trump tuiteó en contra de ello, alegando que era demasiado pronto. Así, su mensaje se hizo totalmente confuso. ¿Estaba a favor o en contra de abrir, las cuarentenas salvaron vidas o no, deberían los estados buscar la normalidad o mantener las interpretaciones estrictas?

Esta ausencia de claridad, este alternar de ir y venir, alegando que las cuarentenas salvaron millones de vidas, mientras que, al mismo tiempo, demandaba una apertura, continuó durante setiembre. El buen sentido no arribó a la Casa Blanca sino hasta que llegó el especialista en salud pública, el Dr. Scott Atlas de la Institución Hoover, que vino para convencer al presidente acerca de la ciencia y los hechos. Al hacerlo, tuvo que batallar con lo que equivalía a una quinta columna pro cuarentena dentro de la propia Casa Blanca.

Para ese entonces, ya era demasiado tarde para que la administración ganara el control de la narrativa. La economía había sido aplastada, las vidas de la gente destruidas, niños y padres traumatizados, y el país había sido consumido por una paranoia masiva por la enfermedad y por evitar el virus. Al arribar los días finales de la campaña, y probablemente convencido de que había sido engañado todo el tiempo, Trump asumió una estrategia diferente, la de evitar por completo el tópico del virus.

CARNICERÍA

Para asombro completo de todos, el 2020 se convirtió en el año más mortífero de la historia de Estados Unidos, y no sólo por la pandemia. Las muertes por desesperación debido a cuarentenas, asesinatos, sobredosis de drogas, y otras muertes ocasionadas por un cuidado médico estrangulado en otras aéreas, también fueron contribuyentes importantes para el año de la tragedia. Al momento, hay al menos 28 estudios que prueban que las cuarentenas no funcionan. Entre tanto, en China, el país que Trump había convertido en blanco tres años antes, por mucho tiempo había abandonado las cuarentenas que le habían vendido al resto del mundo, y registró un 6% de crecimiento del PIB en el cuatro trimestre año a año.

Además de esta calamidad, el gasto del gobierno de Estados Unidos se disparó en un 47%, mientras que la oferta de dinero, medida por M1, registró un aumento récord. Los efectos de esta deuda e impresión de dinero se sentirán el año que viene. Además, la Ciudad de Nueva York está en ruinas, Washington D.C., parece un campamento armado, y la mayoría de los estados tiene restricciones terribles en vigencia, forzadas por el poder policial. Al menos 150.00 negocios están acabados, 1 de cada 4 mujeres con niños ha dejado la fuerza de trabajo, millones de muchachos han perdido un año de valiosa educación, además de otros costos impresionantes.
Nada de esto es grandioso. Es una pesadilla.

Los hechos contrafactuales son imposibles, pero, no obstante, tentadores. ¿Qué si la administración Trump no hubiera virtualmente alienado a toda la comunidad de negocios con su intento de revertir 70 años de progreso en el comercio global? ¿Qué si hubiera proseguido el camino de la diplomacia sincera, en vez de la beligerancia coercitiva con China? ¿Qué si hubiera impulsado reformas legales en inmigración, en vez de decretos ejecutivos? Y ¿qué si en enero la Casa Blanca hubiera consultado a expertos tradicionales en salud pública, en vez de permitir que burócratas de carrera convencieran al presidente de imponer cuarentenas?

Nunca podremos saber las respuestas a estas preguntas. Pero, es posible el caso de que el país y el mundo serían un sitio muy diferente a lo que es hoy, tal vez hasta un lugar mejor. Las políticas económicas de la administración Trump constituyen una de las mayores oportunidades perdidas del período de posguerra. Estaremos pagando el precio por décadas. El problema fundamental es esencialmente trazable más a una filosofía iliberal detrás del aparente caos de políticas. Para reparar el problema es esencial poner las bases necesarias para recuperar lo perdido.

Jeffrey A. Tucker es director editorial del American Institute for Economic Research. Es autor de muchos miles de artículos en la prensa académica y popular y de nueve libros en 5 idiomas, siendo el más reciente Liberty or Lockdown. También es editor de The Best of Mises. Es conferenciante habitual en temas de economía, tecnología, filosofía social y cultura.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.