Hagámonos esta misma pregunta también en torno a nuestro sistema político, en donde el decreto es algo frecuente, incluso para actuar en restricciones esenciales a la libertad como ante la pandemia por el COVID.

28 DECRETOS EN SÓLO 2 SEMANAS. ¿QUÉ TIPO DE “DEMOCRACIA” ES ESTA?

Por Hannah Cox
Fundación para la Educación Económica
Lunes 8 de febrero del 2021

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Gobernar por decreto es, francamente, no estadounidense y ciertamente no es democrático.

Desde que el presidente Biden asumió el cargo hace dos semanas, ha firmado 28 decretos [“órdenes ejecutivas” en la jerga política estadounidense] cubriendo una gama amplia de políticas. Sus acciones, en sí, tienen precedentes, pero, están en camino de superar un récord mantenido por Franklin D. Roosevelt (FDR) ̶ el récord de más decretos firmados durante el primer mes en el cargo. FDR firmó treinta.

En adición, Biden emitió cuatro proclamas, un ceremonial, diez memorándums, y dos cartas (volver al Acuerdo Climático de París y a la Organización Mundial de la Salud).

Es notorio que dieciséis de las veintiocho órdenes son anulaciones de decretos del propio anterior presidente Trump. Seis de ellas, específicamente, se dirigen a las políticas inmigratorias de la administración previa. Los lectores pueden recordar las decisiones controversiales durante los cuatro años anteriores, que impusieron restricciones a viajeros desde ciertos países de mayoría musulmana, financiaron la construcción del muro fronterizo por medio de una declaración de emergencia nacional, separaron familias en la frontera, y expandieron la aplicación de las leyes inmigratorias. De un plumazo Biden revirtió el rumbo de estas iniciativas.

No sorprende que un gran número de las órdenes gira alrededor del coronavirus, pues los presidentes tienden a emitir más decretos durante épocas de guerra u otras emergencias nacionales. Quince de los veintiocho decretos encaran cosas como usar mascarilla en espacios públicos (orden que Biden violó en la primera semana de su cargo), acelerar la manufactura y distribución de vacunas, establecer una oficina de exámenes de pandemias, ampliar procesos de compartir datos, y desarrollar directrices para reabrir escuelas.

Otras órdenes se enfocaron en temas económicos, como detener el pago de préstamos a estudiantes durante varios meses más y extender una moratoria nacional a los desalojos. Las acciones de Biden en torno al clima crearon algo de mayor rechazo, cuando canceló la tubería de petróleo Keystone XL y ordenó a las agencias revertir más de un centenar de acciones de Trump acerca de energía. También, volteó su atención hacia asuntos de igualdad, permitiendo que, de nuevo, los transgéneros sirvan en el ejército, la cancelación de contratos con prisiones privadas, y enfrentar la discriminación en los sitios de trabajo con base en sexo o género.

En definitiva, ya ha tenido un gran impacto en las operaciones del país.

El poder de la presidencia se ha expandido rápidamente en décadas recientes, y el uso de decretos ha crecido en proporción directa.
Simultáneamente, la aprobación de legislación real, duradera, se ha dejado de lado, creando un ambiente en donde se han revertido los papeles del ejecutivo y el legislativo.

Histórica y constitucionalmente, la presidencia no se suponía que fuera para establecer políticas. Después de ocho años, el presidente George Washington dejó el cargo con un total de sólo ocho decretos. La mayoría de quienes le siguieron en el cargo lo hicieron igual, con números de un solo dígito o de la decena siguiente. Muchos de los decretos tempranos involucraron asuntos triviales, en vez de decisiones de políticas en gran escala, las que hoy, a menudo, se dirigen a ellas. Poner un nombre a oficinas de correos, establecer días feriados para trabajadores federales, y organizar respuestas federales antes desastres naturales, estaban más en línea con el alcance original de esas disposiciones.

Pero, en el siglo veinte, explotó el uso de decretos con Theodore Roosevelt, FDR, Woodrow Wilson, e incluso el propio Sr. Gobierno Limitado, Calvin Coolidge, quienes emitieron más de mil durante sus administraciones. Ahora es común ver varios cientos durante cada nuevo ejecutivo.

La culpa de la evolución puede recaer, al menos parcialmente, en la delincuencia del Congreso en cumplir con sus deberes. Es la tarea del Senado y la Casa de Representantes escribir y aprobar leyes. Pero, en años recientes, el Congreso se paralizó cuando el partidarismo condujo a mayores trabas y a una oposición encarnizada entre los dos principales partidos políticos.

Interesantemente, el legislativo continúa introduciendo una cantidad abrumadora de cosas ̶ tan sólo no las están aprobando. En el 2019, impulsó 8.820 leyes y resoluciones conjuntas, pero promulgó sólo 105 ̶ básicamente haciendo del Congreso un cuerpo performativo, en vez de uno funcional.

A los miembros, el liderazgo de su partido les dice cómo votar y, si fallan en obedecer, les despoja de cualquier cosa que sea semblanza de poder. Usualmente no se les permite proponer reformas e incluso que, en realidad, vean de antemano las leyes que están votando.

El anterior congresista Justin Amash opinó extensivamente sobre este tema, señalando regularmente que los miembros de la base ya no disponen de la habilidad para moldear legislación, en el tanto en que el Congreso ha consolidado el control en las manos del liderazgo.

Debido a esto, la vasta mayoría de legisladores ahora pasa sus días recaudando fondos, alborotando a la base y dando entrevistas en medios.

Algunos son inusualmente cándidos acerca del hecho de que ellos ven que su papel es como vocero en vez de legislador.

Por esta razón, los presidentes crecientemente han buscado impulsar sus agendas con independencia del Congreso. Y, en cierto grado, ha funcionado en lo referente a impulsar agendas, pero ha tenido consecuencias.

Las acciones unilaterales han avivado las tensiones y animosidad entre los estadounidenses, en el tanto en que, cualquier partido político que, en el momento, esté en control, tenga la habilidad de descartar los deseos de la mitad del país que perdió la última elección. No se supone que sea de esa manera.

Por esta razón fue que a nuestro cuerpo legislativo se le dio intencionalmente el poder de establecer las políticas.
Se requiere que cientos de legisladores, quienes representan a cientos de millones de individuos concretos a través del país, se junten, deliberen, busquen compromisos, y aprueben legislación que logre un consenso amplio. Este tipo de acción genera unidad y coexistencia pacífica.

En cambio, esencialmente logramos una sola persona gobernando por decreto, impulsado decisiones rápidamente y sin desafío, sin que haya debate y con pocos frenos o balances. Este es un sistema más parecido a una autocracia rotatoria. que a una democracia, y no es, francamente, estadounidense.

En una ocasión dijo Thomas Jefferson, “Una democracia no es más que gobierno de la turba, en donde el cincuenta y un por ciento de la gente puede quitarles los derechos a los otros cuarenta y nueve.” Cuando una sola person puede unilateralmente dictar las escogencias y decisiones de cientos de millones de personas -la mitad de ellas puede oponerse a la orden- es aún peor que una democracia pura; es una receta para la discordia, la amargura, y la agitación.

Ambas partes lo saben y, aun así, continúan perpetuando el problema. Los republicanos se enojaron cuando el anterior presidente Obama firmó gran cantidad de decretos, y Obama los ignoró, diciendo famosamente, que, “las elecciones tienen consecuencias” y blasonando que él puede despreciar la resistencia del Congreso, pues tiene “una pluma y un teléfono.” Pero, esa actitud retornó para atormentar a los progresistas, cuando el presidente Donald Trump fue electo y asumió la misma actitud y pluma. Muchos pasaron años quejándose contra la ilegalidad de las acciones de Trump y regañándolo por no usar el proceso legislativo expuesto en la Constitución, tan sólo olvidando esa postura cuando Biden asumió el poder. Es una rueda de hámsteres de malas ideas y la rueda se va acelerando con cada nuevo presidente.

Estas acciones no sólo empeoran las tensiones en Estados Unidos, sino que, también, producen una base inestable. Cuando los presidentes usar estas órdenes para revisar políticas y procedimientos, eso puede tener un impacto significativo sobre las vidas cotidianas de millones de personas. Sin embargo, peor aún, es el conocimiento de que el próximo presidente puede llegar y borrar totalmente esas acciones. Esto significa que muchos estadounidenses se quedan sin capacidad de planificar sus futuros o encontrar estabilidad bajo la ley. Para tener prueba de esto, uno sólo necesita examinar la queja del inmigrante indocumentado típico durante los últimos cinco años, o considerar a los trabajadores encargados de terminar la tubería de petróleo de Keystone XL, quienes súbitamente se encontraron sin trabajo.

Cuando nuestras leyes se establecen por el presidente en vez del legislativo, hay una temporalidad en ellas encima de una injusticia. Esa no es manera de gobernar.

Estados Unidos no fue diseñado como un capricho. Nuestros Padres Fundadores elaboraron nuestros sistemas para proteger los derechos de los individuos, resguardar la libertad ante el gobierno, y asegurar que aquellos encargados con el poder sobre la gente, tuvieran muchos frenos y contrapesos. Fue una configuración brillante, una diseñada no para permitir al gobierno, sino para restringirlo.

Sería una tontería pensar que una persona, quien, debe mencionarse, sólo recibió 82 millones de votos en un país con más de 330 millones de individuos, pueda, justa y debidamente, escribir las reglas para toda la gente. Nos gusten o no las órdenes emitidas por un presidente u otro, todos deberíamos estar de acuerdo en que ese es un camino poco sabio de gobernar, el cual subvierte nuestras propias bases.

En The Federalist Papers No. 51 [El Federalista No. 51], James Madison desplegó su visión y razonamiento detrás de la separación de los poderes, que él estaba proponiendo bajo la nueva constitución:

Si el magistrado ejecutivo y los jueces no fueran independientes de la legislatura en este punto, su independencia en todos los demás sería puramente nominal. Pero la mayor seguridad contra la concentración gradual de los diversos poderes en un solo departamento reside en dotar a los que administran cada departamento de los medios constitucionales y los móviles personales necesarios para resistir las invasiones de los demás.”

Los fundadores no solo se dieron cuenta de la importancia de la separación del poder, sino que, también, proveyeron de frenos y contrapesos que permitieran a los departamentos reinar en otras ramas, cuando suplantan su autoridad.

Debe demandarse que nuestros legisladores regresen a sus escritorios y hagan sus trabajos, que incluyen ejercitar su freno sobre los poderes de la presidencia. Permanece sin estar claro por qué actualmente estamos pagándole a esa gente cientos de miles de dólares al año, cuando no parecen poder reunirse en un salón y buscar soluciones para los numerosos problemas que presionan a nuestra gente. Hasta que nuestros ciudadanos se levanten y demanden lo mejor de ellos, seguirán enriqueciéndose con nuestros dineros, a la vez que fallan en hacer el trabajo para el que nosotros los enviamos al Distrito de Columbia.

En asuntos de inmigración, energía, igualdad, y pandemia, nosotros, como país, estamos en una necesidad desesperada de soluciones. Estas soluciones no deberían siempre estar basadas en el gobierno, y ellas, definitivamente, no deberían depender de un hombre de setenta y ocho años de edad, con un conocimiento limitado de cualquiera de esos tópicos. Luchamos contra los británicos para liberarnos del gobierno de una monarquía; ahora debemos rechazarla por igual, en nuestro propio suelo.

Hannah Cox es una escritora libertaria-conservadora, comentarista y activista. Participa en National Insider y contribuyente en El Washington Examiner.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.