Muchos de quienes hablan de ser iguales, cuando llega a gobernar toman medidas que los convierte a ellos los más desiguales en sus naciones: la nueva clase gobernante y la masa empobrecida.

UNA IGUALDAD QUE SÍ VALE LA PENA DEFENDER

Por Gary M. Galles
Fundación para la Educación Económica
Sábado 24 de abril del 2021

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Un comentario al nuevo libro de James R. Otteson, “Seven Deadly Economic Sins.”

En nuestra Declaración de Independencia, Thomas Jefferson escribió acerca de verdades evidentes en sí mismas, “que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos Derechos inalienables, que entre estos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad,” y condenó al gobierno que destruyera esos fines.

Dado lo importante fue ese documento, con sus firmantes poniendo todos esos fines en riesgo, tenía que existir un alto nivel de acuerdo acerca de qué significaba “creados iguales” (tristemente, con la excepción de los esclavos). Desde ese entonces, sin embargo, la discusión acerca de la igualdad se ha convertido en fuente de confusión y contradicción.

Por suerte, un nuevo libro de James Otteson -Seven Deadly Economic Sins (2021), publicado por Cambridge University Press- ofrece un medio para regresar a la claridad y a una forma de igualdad consistente tanto con la filosofía moral como con nuestra Declaración. Él la llama
“el principio fundacional de la igualdad de agencia moral.” (p. 153) Y, cuando lo combina con lo que podrían llamarse principios de economía del primer mes (debido a que todos son introducidos al inicio de toda clase de introducción a la economía), encuentra, una y otra vez, al gobierno violando ese principio fundacional.

Es importante identificar la igualdad de agencia moral como el sentido de igualdad básico y defendible, tanto desde la filosofía moral como de nuestra Declaración de Independencia. Una razón de ello se debe a que, quienes han tenido gran fe en la libertad por mucho tiempo, han buscado “encontrar palabras de sentido común,” como lo expuso Leonard Reed en su artículo del mismo nombre, pues “el lenguaje de la libertad es extraño ante oídos por mucho tiempo acostumbrados a las nociones, clichés, y plausibilidades del estatismo, intervencionismo, socialismo.” Y gran parte de esa búsqueda ha sido para compensar presentaciones erradas que aún dominan gran parte de la discusión política estadounidenses y enormes espacios de acciones gubernamentales.

Tome la palabra capitalismo. El término distorsiona los sistemas de intercambio voluntario, al implicar que los capitalistas son los únicos beneficiarios verdaderos, cuando los consumidores, por cuyos negocios los capitalistas deben competir, son los ganadores mayores. Gente, desde políticos al Papa, tienden a ver al capitalismo de los amigotes como una forma de capitalismo, cuando, de hecho, es negación de uno de los aspectos centrales del capitalismo. Asimismo, “mercados libres,” “libre comercio” y “libertad económica,” como descripciones, han sido socavadas por el hecho de que los mercados tienen reglas, que algunas veces deben ser impuestas sobre miembros, gente que promete está limitada a vivir según sus compromisos, y que los intercambios se dan a un costo, lo que da amplio espacio para la distorsión. Ver, por ejemplo, “Fake Capitalism” de Nicole Gelinas, o Capitalism: The Unknown Ideal [Capitalismo, el ideal desconocido], de Ayn Rand, o busque en línea “otros términos para capitalismo.”

Esfuerzos por aclarar por qué “los caminos de la libertad tienen sentido” han incluido sugerencias de Deirdre McCloskey de “mejoras tecnológicas e institucionales a un ritmo frenético, probadas por un intercambio no obligado entre todas las partes involucradas,” “Mejora comprobada por el mercado” o “el innovacionismo.” Pero en particular, me gustó de Leonard Reed, “cualquier cosa que sea pacífica,” de su libro más famoso que lleva ese mismo nombre, y su distinción entre intercambio dispuesto y obligado, en el capítulo 5 de su obra de 1967 Deeper Than You Think. Pero, cualquiera sea el término ofrecido para mejorar la claridad, se hace difícil argüir contra el hecho de que las distorsiones son aún mucho más comunes en el mundo de hoy.

Todavía más, piense en qué tan distorsionado ha llegado a ser la palabra “igual.” Otteson enfrenta el tema en su capítulo “¿Igualdad de Qué?” con referencia al laureado con el Premio Nobel, Amartya Sen. Como lo plantea Otteson, “Sen arguye que las diversas definiciones de igualdad incorporan una concepción de igualdad sólo a expensas de otras… Por tanto, no hay tal cosa como promover la igualdad a plenitud y punto: tenemos que explicar qué tipo de igualdad queremos, y, después, tenemos que explicar por qué ese tipo específico de igualdad debería ser promovido por encima de las otras.” (p. 187) En particular, él destaca una “particularmente importante e influyente concepción de igualdad ̶ esto es, igualdad de recursos, “como una que es “indeseable e incluso potencialmente dañina.” (p. 188)

En las páginas siguientes, Otteson expande acerca de las ventajas y desventajas entre diferentes significados adicionados a igualdad, conduciéndole a su discusión de igualdad de agencia moral como “Una Igualdad que Sí Vale la Pena Defender” (p. 203). Y en tanto que desarrolla su idea e implicaciones a través de su libro, presenta los argumentos esenciales en las páginas 204-206. Considere una parte de ellos:

“Hay un tipo de igualdad consistente con tratar a todos los seres humanos como seres dignos, únicos y valiosos, merecedores de respeto y que, por un golpe de asombrosa buena suerte, también es consistente con las instituciones requeridas para permitir una prosperidad creciente. Ese tipo de igualdad es la igualdad de agencia moral… que significa que debemos respetar los objetivos [de otros], sus valores, y sus preferencias, asís como las acciones que aquellos toman con base y en servicio de ellos… ninguno de nosotros debería infringir en la agencia de otros y nadie debería infringir en la nuestra… todos debemos tener un ámbito de agencia igualmente expansivo… Esto es, una igualdad capaz de ser defendida no sólo lógicamente, sino también moralmente. (p.p. 204-5)

Esa forma de igualdad requiere instituciones sociales públicas particulares, que deben proteger lo que Otteson llama justicia, o las “Tres Pes” de “persona” (nadie nos puede asaltar, asesinar o esclavizarnos), propiedad (nadie puede confiscar, robar, transgredir, o destruir nuestra propiedad) y promesa (proteger nuestras asociaciones voluntarias, contratos, obligaciones, y promesas, de forma que nadie puede defraudarnos en cuanto a nuestro tiempo, talento o tesoro).” La mayor implicación es que: “La moral requiere respetar la opción de exclusión voluntaria de otros. Eso significa que los únicos intercambios que podemos hacer … son cooperativos.” (p. 20) y que la “igualdad moral es una calle de dos vías.” (p.48)

Otteson también ofrece una excelente discusión acerca de cómo el concepto de igualdad de agencia moral puede ayudarnos a evaluar afirmaciones de que deberíamos valorar a “la gente por encima de las ganancias,” (p.p. 148-160), que los acuerdos voluntarios del mercado son acerca de egoísmo en vez de cooperación (p.p. 160-166) y que los mercados producen dependencia en vez de interdependencia (p.p. 166-178), así como otros temas.

La discusión de Otteson también hace que salga a la luz que “la economía es crucial para permitir una vida floreciente en significado y propósito y de relaciones apropiadas entre la gente ̶ en otras palabras, en su esencia es moral.” (p. 178-179) De hecho, llama a la economía “esencial para el logro no sólo de un orden económico racional, sino para lograr un orden moral racional.” (p.182)

En un mundo en donde “Lo que a menudo parece importarle a la gente es… qué valores morales representan las políticas.” (p. 257) y en que, a menudo, las críticas a los derechos individuales y la libertad económica se hacen con base en estos supuestos fallos morales, este libro ese bienvenido como respuesta pensativa y respetuosa, a la vez que poderosa. Y la idea de una igualdad de la agencia moral como patrón universal nos mueve por un largo trecho hacia un mejor entendimiento, tanto de los mercados como de la moral, que el que hoy nos rodea. Y su conclusión lo dice bien:

“Si valoramos a otras personas tanto como nos valoramos a nosotros mismos, deberíamos darles a otros un espacio tan amplio de libertad y responsabilidad individual como sea consistente con el propio ámbito que nosotros y todos los demás disfrutamos. Sólo de esa forma puede la gente encontrar maneras innovadoras, productivas y creativas que mejoren sus propias vidas en una cooperación voluntaria con otros, y sólo de esa forma todos podemos mejorar ̶ juntos. (p.p. 268-9)

Gary M. Galles es profesor de economía n la Universidad Pepperdine y miembro de la red de profesorado de la Fundación para la Educación Económica. Además de su nuevo libro, Pathways to Policy Failures (2020), sus obras incluyen Lines of Liberty (2016), Faulty Premises, Faulty Policies (2014) y Apostle of Peace (2013).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.