Sin duda que los “gordos” tenemos que pensar mucho al respecto, pues como escribe Barry acerca del tema: “Todos somos responsables de nuestras propias elecciones de alimentación, pero no hay necesidad de incentivar las malas elecciones.”

CÓMO EL GOBIERNO SUBSIDIA LA OBESIDAD

Por Barry Brownstein
American Institute for Economic Research
20 de abril del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como barry brownstein institute for economic research obesity April 20, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

El matemático austriaco Abraham Wald fue un héroe de la Segunda Guerra Mundial. Él trabajó para el Panel de Matemática desde un edificio de apartamentos indescriptible en Harlem. La habilidad de Wald para ver lo que no se ve fue factor significativo en la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial.

Los aviones bombarderos aliados estaban siendo derribados a una tasa tan alarmante que los aviadores de los bombarderos fueron llamados “los ya fantasmas.” La Fuerza Aérea concluyó que era necesario un mayor blindaje de los aviones, pero agregar blindaje agregaría peso.
David McRaney, autor de varios libros acerca de sesgos cognitivos, cuenta la historia de cómo Wald salvó a los militares de un error mayor:

“Los militares vieron los bombarderos que habían regresado de territorio enemigo. Hicieron un registro de aquellos aviones que habían sufrido el mayor daño. Una y otra vez, vieron que los agujeros de las balas tendían a acumularse a lo largo de las alas, alrededor del artillero de cola, y en la parte inferior del centro del cuerpo. Alas. Cuerpo. Artillero de cola. Considerando esta información, ¿adónde pondría usted el blindaje extra? Naturalmente, los comandantes querían poner la protección más amplia en donde ellos claramente podían ver el mayor daño, en donde los hoyos se agrupaban. Pero, Wald dijo que no, que esa sería precisamente la decisión equivocada. Poner el blindaje del todo no mejoraría las probabilidades.”

Wald observó los mismos hoyos de bala y vio un patrón que revelaba “adónde un bombardero podía ser baleado y aun así sobrevivir al vuelo de regreso.”

Wald no cayó en el sesgo de la supervivencia. He aquí lo que él aconsejó:

“Lo que usted debería hacer es reforzar el área alrededor de los motores y la cabina de mando. Debería recordar que los aviones más golpeados nunca regresan. Todos los datos que tenemos vienen de aviones que regresaron a las bases. Usted no ve que los puntos sin daño son los peores lugares para ser golpeados, pues esos aviones nunca regresan.”

Escribe McRaney, “Los militares tenían los mejores datos disponibles en el momento, y los riesgos no podían haber sido mayores, sin embargo, los altos comandantes fallaron en ver los errores en su lógica. Esos aviones habrían sido blindados en vano, si no hubiera sido por la intervención de un hombre entrenado en destacar el error humano.”

Fácilmente sucumbimos al sesgo de la mentalidad de lo único que se ve es lo que está allí (LUQSVELQEA). En su libro Thinking, Fast and Slow [Pensar rápido, pensar despacio], Daniel Kahneman explica, “Usted no puede evitar lidiar con información limitada que usted tiene, como si fuera todo lo que hay que saber. Usted construye la mejor historia posible a partir de la información disponible para usted y, si es una buena historia, usted cree en ella.”

Piense en la última vez que buscó un “sobreviviente” para recibir consejo acerca de su carrera y vida, deseoso de aprender de su tiquete hacia el éxito. Escribe McRaney, “Aquí el problema es que usted rara vez obtiene consejo de esas figuras inspiracionales acerca de qué no hacer, acerca de lo que usted debería evitar, y eso es porque ellos no lo saben.” Tomamos decisiones fallidas al ignorar la evidencia de quienes no sobrevivieron a un proceso de selección.

Como un ejemplo de éxito empresarial, Kahneman les echó una ojeada a las narrativas de cómo Google derrotó a su competencia. Kahneman escribe acerca de esas narraciones:

“La historia le podría dar la sensación de que entiende qué hizo que Google tuviera éxito; también haría que sintiera que ha aprendido una lección general valiosa acerca de qué hace que los negocios tengan éxito. Por desgracia, hay buena razón para creer que su sentido de comprensión y aprendizaje a partir de la historia de Google es en mucho ilusorio. La prueba final de una explicación es si hubiera hecho predecible por adelantado al acontecimiento.”

Claramente, ninguna historia acerca del surgimiento de Google satisfará una prueba de predicción. Escribe Kahneman, “Ninguna historia puede incluir la miríada de acontecimientos que habrían causado un resultado diferente. La mente humana no lidia bien con los no acontecimientos.”

Estamos demasiado dispuestos a ignorar nuestra ignorancia, en especial cuando hay mucho que se desconoce. Al mismo tiempo, en nuestra ignorancia es más fácil construir una historia. Kahneman explica, “Paradójicamente, es más fácil construir una historia coherente cuando usted conoce poco, cuando hay menos piezas que calzar en el rompecabezas. Nuestra convicción reconfortante de que el mundo tiene sentido, descansa en una base segura: nuestra casi ilimitada habilidad de ignorar nuestra ignorancia.”

En resumen, no pasamos mucho tiempo preguntándonos acerca de qué no sabemos. Kahneman advierte que “enfocarse en lo que sabemos y negar lo que no sabemos… nos hace que tengamos una confianza excesiva en nuestras creencias.”

Durante la pandemia del Covid-19, los medios y políticos han insistido en que confiemos en las “decisiones” de sus expertos proclamados para que guíen la política. Dominaron las historias fáciles pero incorrectas acerca de las cuarentenas.

En marzo, el Dr. Fauci, de nuevo, predijo incorrectamente que la catástrofe estaba sobre nuestras cabezas cuando Texas suavizó sus reglas sobre la pandemia.

Escribe Kahneman, “Es un error culpar a alguien por fracasar en predecir exactamente en un mundo impredecible. Sin embargo, parece justo culpar a profesiones por creer que pueden tener éxito en una tarea imposible.” Tal vez, Kahneman es demasiado bondadoso. Con el Covid, las predicciones se basan en la política, no en la ciencia, como recientemente lo explicó destacadamente y con humor Bill Maher.

Somos ignorantes de nuestra ignorancia. Es hora de mirar hacia nuevos patrones en la evidencia de aquellos quienes no han sobrevivido.

QUIÉN NO REGRESÓ DEL COVID

Los militares fueron lo suficientemente sabios como para escuchar a Wald. Habría sido perverso ignorar la cabina de mando y reforzar partes del avión que podrían sobrevivir los balazos.

Quienes hacen políticas, políticos y los medios en mucho han ignorado la cabina de mando de la buena salud: el sistema inmunológico humano.

Maher señaló un estudio reciente de los CDC que reportó que la vasta mayoría (78%) de aquellos hospitalizados o muertos por el Covid tenían sobrepeso o eran obesos.

Entre los estadounidenses de edades de 20 y más, un 73.6% tiene sobrepeso; un 42.5% es obseso. (La obesidad se define como un índice de masa corporal (IMC) de más de 30.) Muchos estudios explican cómo la obesidad disminuye la resistencia a la infección. La obesidad está ligada a la diabetes tipo 2, hipertensión, y enfermedad coronaria, lo que aumenta las probabilidades de hospitalización por el Covid.

La narrativa de supervivencia del Covid ha enfocado su atención en las cuarentenas, mascarillas y vacunas. Maher señaló el papel que la obesidad desempeñó: “La gente murió porque hablar acerca de la obesidad se había convertido en algo intocable en Estados Unidos.”
Continuó Maher, “la última cosa que usted quiere hacer es decir algo insensato. Literalmente preferiríamos morirnos. En vez de eso, se nos dijo que nos encerráramos. Por desgracia, el asesino ya estaba en casa y su nombre es la Pequeña Debbie [Nota del traductor: me imaginó que es como una galletita].”

La Pequeña Debbie, por supuesto, es la referencia de Maher a comidas fuertemente procesadas que están por todas partes en la dieta estadounidense.

Un factor significativo en los números asombrosos de estadounidenses con sobrepeso es el consumo de sirope de maíz alto en fructosa en comidas fuertemente procesadas.

El consumo per cápita total de todos los azúcares en Estados Unidos es de alrededor de 150 libras al año. De eso, el estadounidense promedio consume más de 50 libras de edulcorantes de maíz al año.

El azúcar es subsidiado fuertemente por el gobierno de Estados Unidos por medio de préstamos, compras de azúcar, y aranceles al azúcar importado. Los incentivos gubernamentales han creado una industria de sirope de maíz alto en fructosa que no existía antes de los años de 1970. Los precios del azúcar en Estados Unidos pueden ser el doble del precio mundial.

Entre 1995 y el 2020, los subsidios al maíz en Estados Unidos totalizaron $116.6 miles de millones. El maíz subsidiado y excedentario termina no sólo como comida procesada, sino, también, como alimento para animales.

En The Omnivore’s Dilemma [El dilema del omnívoro] Michael Pollan explica, “Lea los ingredientes en cualquier etiqueta de comida procesada, y, provisto que usted sepa los nombres químicos bajos los cuales se les nombra, el maíz es lo que encontrará.” Pollan describe la cadena alimentaria del maíz:

“El maíz es lo que alimenta al buey que se convierte en una chuleta. El maíz alimenta al pollo y al cerdo, al pavo y al cordero, al bagre y la tilapia, y cada vez más incluso al salmón, un carnívoro por naturaleza al que los piscifactores están reprogramando para que tolere el maíz. Los huevos están hechos de maíz. La leche y queso y yogur, que en otro tiempo provenían de vacas lecheras que pastaban en el campo, ahora suelen venir de vacas Holstein que pasan encerradas la vida, conectadas a una máquina, comiendo maíz.

Dirijámonos al mundo de los alimentos procesados y encontraremos manifestaciones del maíz todavía más enrevesadas. En un nugget de pollo, por ejemplo, hay maíz encima del maíz: su contenido en pollo consiste en maíz, por supuesto, pero lo mismo ocurre con el resto de sus ingredientes, incluido el almidón de maíz modificado que mantiene todo aglutinado, la harina de maíz de la masa que lo recubre y el aceite de maíz en el que se fríe. De manera mucho menos obvia, puede que los agentes de fermentación y la lecitina, los mono-, di- y triglicéridos, el atractivo color dorado e incluso el ácido cítrico que mantiene el nugget ‘fresco,’ todos se deriven del maíz.

Si acompañamos los nuggets con cualquiera de los refrescos que hay en el supermercado, prácticamente en todos los casos estaremos comiendo maíz con un poco de maíz. Desde los años ochenta la práctica totalidad de las bebidas gaseosas y la mayor parte de los jugos de frutas que se venden en los supermercados, están endulzados con jarabe de maíz alto en fructosa (JMAF) ̶ después del agua, el edulcorante de maíz es su principal ingrediente.”

Usted puede decir que, al menos estamos obteniendo comida barata por nuestros dólares de impuestos, pero no vaya tan rápido. Las comidas fuertemente procesadas parecen ser menos caras de lo que son, alejando el consumo de comidas que no promueven la obesidad.

Significativamente, la vaca es un animal rumiante y se supone se alimenta de pasto, no de granos. Pollan explica por qué la agricultura subsidiada de granjas de engorde, pone la salud suya en riesgo:

“Hemos llegado a considerar la alimentación basada en maíz como una especie de antigua virtud, lo que tal vez sea cierto si nos referimos a los niños del Medio Oeste; sin embargo, alimentar las vacas con grandes cantidades de maíz durante la mayor parte de sus vidas no es una práctica particularmente antigua ni virtuosa. Su principal ventaja es que las vacas alimentadas con maíz, una compacta fuente de energía calórica, engordan con rapidez; su carne también adquiere un buen veteado, lo que le proporciona un sabor y textura que los consumidores estadounidenses han llegado a apreciar. Pero esa carne alimentada con maíz es manifiestamente menos saludable para nosotros, pues contiene más grasas saturadas y menos ácidos grasos omega-3 que la de los animales alimentados con pasto. Cada vez hay más estudios que indican que muchos de los problemas de salud asociados con el consumo de carne de vacuno tienen que ver en realidad con vacas alimentadas con maíz. (Los cazadores-recolectores que subsisten con carne de animales salvajes no presentan nuestros índices de enfermedades cardíacas). Del mismo modo que los rumiantes se adaptan mal a comer maíz, quizá los humanos también nos adaptemos de manera deficiente a comer rumiantes que comen maíz.”

Pollan explica cómo los subsidios al maíz distorsionan muchos aspectos de la producción animal:

“Con el fin de deshacerse de la creciente montaña de maíz barato que los granjeros estaban produciendo, el gobierno hizo todo lo que estuvo en su mano para conseguir que los animales abandonasen la hierba por el maíz, subvencionando la construcción de cebaderos (a través de exenciones fiscales) y promoviendo un sistema de gradación basado en el veteado, que favorecía la carne alimentada con maíz sobre la alimentada con hierba (el gobierno también eximió a los CAFO [siglas en inglés de operaciones de alimentación animal con concentrados] de cumplir con la mayor parte de las leyes relativas a la limpieza del aire y el agua).”

Abundan las consecuencias de una producción de maíz subsidiada, señala Pollan, que “nunca se cargan directamente al consumidor, pero sí, de manera indirecta e invisible, al contribuyente (en forma de subsidios), al sistema sanitario (en forma de enfermedades transmitidas por los alimentos y obesidad) y al medioambiente (en forma de polución), por no mencionar el bienestar de los trabajadores del cebadero y el matadero, y el de los propios animales.”

Durante esta pandemia, los subsidios al maíz hay continuado incólumes. Los estadounidenses han continuado consumiendo fuertemente alimentos procesados, mientras que se ignoran las consecuencias sobre la salud. En efecto, las cuarentenas alimentaron el consumo de comidas chatarra. Sin embargo, como lo indicó Maher, no es aceptable señalar al patrón de obesidad en muchos de quienes sufrieron y murieron por casos serios de Covid. No es una exageración decir que las comidas subsidiadas conocidas por aumentar la obesidad han matado a gente. Por supuesto, todos somos responsables de nuestras propias elecciones de alimentación, pero no hay necesidad de incentivar las malas elecciones.

Se pueden observar otros patrones que ligan la política gubernamental y las muertes por Covid. Los parques fueron cerrados y las actividades al aire libre fueron prohibidas. Un estudio reciente encontró que “gente que tendía a ser sedentaria tenía mayor posibilidad de ser hospitalizada, y de morir, por Covid, que aquella que se ejercitó regularmente.” También, sabemos que la vitamina D es esencial para un sistema inmunológico saludable. La política gubernamental dictó que nos quedáramos en la casa en vez de salir al exterior, ejercitarse y permitir que el cuerpo humano manufacturara la vitamina D al exponerse al sol.

Los alimentos fuertemente procesados están diseñados para excitar las papilas gustativas. La ilusión de gustoso ha matado a estadounidenses. El cambio empieza con la voluntad de los individuos y familias para sobreponerse a la ignorancia de lo que debilita la cabina de mando inmunológica del cuerpo humano. Podemos aprender de quienes nunca regresaron del Covid. Podemos fortalecer nuestros sistemas inmunológicos rechazando una dieta de calorías subsidiadas fuertemente procesadas.

Barry Brownstein es profesor emérito de economía y liderazgo en la Universidad de Baltimore. Es contribuyente sénior de Intellectual Takeout y autor de The Inner-Work of Leadership.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.