Continúo con la segunda de tres partes de este interesante comentario.

UN ENFOQUE DETALLADO HACIA CHINA-SEGUNDA PARTE

Por Ethan Yang
American Institute for Economic Research
7 de febrero del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como ethan yang institute for economic research China part two February 7, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Recientemente escribí la Primera Parte de A Nuanced Approach to China [Un enfoque detallado hacia China] con la esperanza de que, con el arribo de la nueva administración presidencial, podamos empezar a pensar racionalmente acerca de lidiar con quien es un adversario truculento. Truculento, pues es claro que China es una amenaza existencial a la libertad humana en todo el mundo, si no, también, porque es un gran contribuyente al bienestar global. Esto involucra no sólo la cruel maquinaria del autoritarismo, sino, también, el poder sobre más de mil millones de personas innovadoras y que trabajan duro. Esto nos lleva hacia otro tópico importante cuando se trata de lidiar con China, el intercambio económico. ¿Debería Estados Unidos buscar lazos comerciales y de inversión o debería continuar la cruzada de la administración Trump de lanzar una guerra económica? La respuesta, por supuesto, requiere un entendimiento más profundo de los problemas a mano, en vez de tener una visión binaria de China, como un gran mal o una víctima benigna de la agresión occidental.

EL CONTEXTO DETRÁS DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO CHINO

En 1978, China empezó a proseguir reformas limitadas de mercado que la sacaron de las profundidades del desastre en que el Maoísmo había sumido al país, para llegar a ser lo que es hoy. Pasó de ser un país de proyectos fallidos de comunas, a ser un país que exhibe rascacielos relucientes, restaurantes con estrella de Michelin, y la segunda economía más grande del mundo. Por supuesto, el país es aún bastante pobre comparado con economías verdaderamente de mercado, como sus vecinos Taiwán, Corea del Sur, y Japón, pero, es claro que reformas limitadas de mercado le han hecho bien al país. Escribe el Centro de Estudios Estratégico Internacionales (CSIS por sus siglas en inglés),

“Usando la línea de pobreza extrema de $1.90 al día, la tasa de pobreza global ha declinado significativamente desde 1990, cuando era de un 36.2 por ciento (1.9 miles de millones de personas) de la población global, a cerca del 8.7 por ciento (aproximadamente 668.7 millones de personas) en el 2018. China fue responsable de un poco más del 60 por ciento de ese descenso. Décadas de un crecimiento económico rápido en China ayudaron a sacar a 748.5 millones de personas de la pobreza extrema, descendiendo la tasa de pobreza del país desde un 66.3 por ciento a sólo 0.3 por ciento.”

Esto nos lleva al problema con la prosperidad económica en China. Usando el libro de Michel Pillsbury, The Hundred-Year Marathon, como idea general, en esencia, el Partido Comunista Chino (PCC) ha canalizado las fuerzas productivas de la prosperidad en apoyo al crecimiento de su régimen autoritario. Por supuesto, así es como todos los gobiernos trabajan, tomando ventaja de la innovación y el crecimiento para apoyar sus propios poderes, pero, el gobierno chino es, evidentemente, un peligro claro y actual para la libertad humana. Con una economía más grande, el PCC ha renovado a sus ejércitos, lo que postula una amenaza directa a los aliados e intereses de Estados Unidos en al Asía-Pacífico. Ha expandido dramáticamente la seguridad del estado, no sólo oprimiendo a sus ciudadanos en el país, sino, también, exportando activamente el autoritarismo. Se involucra en una política industrial en donde la mano omnipresente del gobierno chino en el sector privado, hace de las empresas, tanto una actividad productiva, como una herramienta del PCC para esgrimir contra sus enemigos. Finalmente, existe una preocupación de seguridad que afecta a los consumidores estadounidenses aquí en el país, que no es sólo de un riesgo político asociado con invertir en productos chinos, sino, también, con el espionaje y otras actividades subversivas. Todos estos son problemas serios, pero, como lo sugiere el título de este artículo, necesitamos un enfoque detallado que reconozca estas amenazas y, también, que entienda cuáles son las mejore respuestas.

LA GUERRA COMERCIAL

La última administración presidencial lanzó una guerra comercial altamente disruptiva contra China, con base en una larga lista de razones, algunas de ellas buenas, muchas otras pobres. Puede argüirse que China era merecedora de sanciones y penalizaciones económicas, debido a sus prácticas económicas injustas, que no son congruentes con una economía de libre mercado. También, tiene un récord horrendo de derechos humanos y busca canalizar su crecimiento económico para expandir aún más sus objetivos autoritarios. Y usar la guerra económica, en vez del escalamiento militar, sería una forma preferible de lidiar con estos ejemplos, si tan sólo funcionara. Por supuesto, algunas de las otras razones eran evidentemente proteccionistas y contraproducentes. Estas incluyeron falsas narrativas de China “robándose empleos estadounidenses” y de intentar artificialmente alterar el déficit comercial con Estados Unidos. Otro objetivo que tiene algunos méritos, pero, también abundancia de limitaciones, es la idea de intentar dificultar el crecimiento económico chino, que es un sentimiento compartido por muchos halcones hacia China. Aunque estos son problemas imperiosos, debemos darnos cuenta que la actual guerra comercial ha sido contraproducente y que mayor integración económica, no menor, daría mejores resultados.

De buenas a primeras, necesitamos entender el verdadero daño de la guerra comercial, pues en verdad existe una imagen romántica de devolvérselo al PCC. En realidad, nos hemos dañado a nosotros mismos con poco beneficio notable. AIER ha publicado un resumen del daño que esta cruzada ha ocasionado, no sólo a ciudadanos chinos, sino, por igual, a estadounidenses. Algunos puntos claves incluyen:


  • Los aranceles del 2018 son directamente un zarpazo a una cuarta parte o más de los ahorros que las familias y empresas estadounidenses lograron con los recortes del 2017 a las tasas impositivas individuales y corporativas.
  • Los importadores estadounidenses trasladaron hacia los consumidores una gran porción de la nueva carga impositiva que ellos directamente enfrentaron.
  • Mientras que los proteccionistas alegan que los aranceles eran necesarios para proteger de la competencia a importantes industrias domésticas, los datos de las industrias del acero y el aluminio no brindan evidencia de que esos sectores hayan logrado ganancia alguna.


Aún más, la Institución Brookings escribe que,

“Un estudio a setiembre del 2019 de Moody’s Analytics, encontró que la guerra comercial ya le había costado a la economía estadounidenses casi 300.000 empleos y un estimado del 0.3% del PIB real. Otros estudios ponen el costo, en términos del PIB de Estados Unidos, en alrededor del 0.7%. Un reporte del 2019 de Bloomberg Economics, estimó que la guerra comercial le costaría a la economía estadounidense $316 miles de millones para fines del 2020, mientras que investigación más reciente del Banco de Reserva Federal de Nueva York y la Universidad de Columbia, encontró que las empresas estadounidenses perdieron, al menos, $1.7 millones de millones en el precio de sus acciones, como resultado de los aranceles impuestos a las importaciones desde China.”

En este momento, no parece que China haya mostrado signo alguno de arrepentimiento, a pesar de los costos de nuestro lado. La peor parte es que Estados Unidos tiene más que perder en esta guerra comercial, al ser el país más rico y más libre. En esencia, estamos botando algo de nuestra prosperidad y libertad para llevar a cabo una guerra comercial, que no sólo ha fallado en mostrar resultados, sino que empobrece a los dos países involucrados y a todo el mundo.

Obviamente, debemos siempre ser cautelosos ante el control creciente de China sobre su sector privado, como lo explica aquí Don Boudreaux. Definitivamente, el comercio con China nos deja abierto el potencial para una manipulación económica y programas espías, pero, eso puede mitigarse diversificando nuestros socios comerciales. Todavía más, iría en el mejor interés de China no provocar a uno de sus mayores socios comerciales. Aquí John Tamny explica por qué permitir un mayor involucramiento económico, conduciría a que haya un interés creado mayor de respeto hacia sus socios comerciales. Terminar la guerra comercial y proseguir un nivel razonable de integración económica, que considere los riesgos potenciales, no sólo conducirá a una prosperidad mutua mayor, sino, también, al bienestar global.

Finalmente, Estados Unidos y otros poderes mundiales ya han mantenido sanciones increíblemente estrictas hacia países como Corea del Norte, que no han logrado sus objetivos de impulsar una desnuclearización. Aunque es posible que China, como país más rico, sea más sensible a tales medidas, debemos emplearlas estratégicamente y con cuidado, lo que incluye ser realista acerca de lo que lograrán esas políticas.

APALANCANDO UNA PROSPERIDAD MUTUA COMPARTIDA

A menos que tengamos una expectativa realista de librar una guerra militar con China, que muy posiblemente vería la devastación en una escala sin precedente, sería mejor jugar un juego a largo plazo. Es intentar forjar una relación cauta en donde entendamos los temas en juego, a la vez que, también, reconozcamos el costo marginal de la provocación. Una relación comercial más interdependiente con China no sólo traerá un beneficio mutuo, sino que, también, le dará a Estados Unidos más apalancamiento en negociaciones que, en verdad, importen.
Empezar feudos acerca del frijol de soya o el acero, como lo hizo la administración Trump, es claro ejemplo no sólo de ir contra de sus propios valores de mercado libre, sino, también, de disparar nuestras municiones hacia blancos triviales. Es un objetivo contraproducente e imposible tratar de que retornen artificialmente empleos por la vía de los aranceles, pero, también, no es una penalización justificable. Si el objetivo es penalizar económicamente a China, debería ser porque es culpable de una mala conducta grave y, incluso en tal caso, deberíamos preguntarnos si la política a mano conducirá hacia algo productivo.

Aún más, el modelo autoritario chino en nada es tan cercanamente flexible como lo es el modelo liberal de Estados Unidos. Nuestra economía puede cambiar y ajustarse, para calzar con circunstancias cambiantes, mientras que la economía china está abrumada por la burocracia excesiva. Tan sólo vea cómo reaccionó cuando el multimillonario chino Jack Ma simplemente criticó su aparato regulatorio financiero. La competencia lograda por una integración más profunda con China, posiblemente conducirá a más grietas en el sistema, cuando líderes empresariales y consumidores chinos empiecen a hacer preguntas.

China siempre ha sido un país autoritario. Abrirse al mundo y sus influencias es un tema sensible que va tan atrás como miles de años hasta la Dinastía Ming. Tales tendencias aislacionistas se deben a preocupaciones relacionados con influencias externas, y se desconoce qué tan bien puede administrarlas el actual gobierno. Los Estados Unidos son un crisol, como lo dice la analogía. Es poco posible que el comercio y la cooperación global descarrilarán significativamente a nuestra sociedad; de hecho, nosotros florecemos a partir de aquellos. Lo mismo no puede decirse acerca de China, al menos en relación con el gobierno a largo plazo del Partido Comunista Chino. Esta no es sino otra razón por la que la interacción económica puede resultar a nuestro favor.

Cuando se trata acerca de nuestro enfoque económico hacia China, debería ser claro en que todos estamos mejor prosiguiendo una estrategia de comercio y cooperación. La prosperidad económica china contribuye directamente a sus objetivos autoritarios, pero, las guerras comerciales y el aislamiento no han hecho nada que remedie la situación. Más bien, una estrategia de integración económica posiblemente conducirá no sólo a resultados mutuamente beneficiosos, sino, también, a un mayor apalancamiento en el futuro, si surge la necesidad de tomar acción.

Ethan Yang se unió al American Institute for Economic Affairs (AIER) en el 2020 como pasante en la parte editorial y es graduado del Trinity College. Recibió un BA en Ciencia Política junto con una materia secundaria en Estudios Legales y Organizaciones Formales. Sirve actualmente como Coordinador de la Región Noreste de Estudiantes por la Libertad y como director del Centro para el Estudio de la Libertad Humana en el Trinity College. Previo a unirse al AIER, fue pasante en organizaciones como el American Legislative Exchange Council, en el Senado del estado de Connecticut y en el Cause of Action Institute. Actualmente, Ethan tiene su base en Washington, D.C.

Traducido por Jorge Corrales Quesada