EXPLORANDO A PROFUNDIDAD LA ECONOMÍA DE CONTROLES DE PRECIOS

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
17 de febrero del 2021

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Existen dos formas distintas de cómo diariamente usted adquiere su pan, carne, y cerveza. Al usar la primera forma, usted produce directamente cada uno de esos bienes. Y pasa parte de cada día sembrando el trigo y moliéndolo para convertirlo en harina, y otras partes del día dedicadas a criar y sacrificar vacas y destilando lúpulo.

Pero, es posible que usted adquiera estos bienes usando la segunda forma ̶ una manera indirecta. Usted se especializa en producir lo que sea mejor produciéndolo -esto es, en lo que usted tiene una ventaja comparativa al producirlo- e intercambia el producto resultante por dinero.
Luego, usa ese dinero para comprar pan de los panaderos, carne de los carniceros y cerveza de los cerveceros.

En esta forma indirecta, usted puede legítimamente ser considerado como si estuviera produciendo su propio pan, carne, y cerveza. Sólo lo hace usando aquello en lo que para usted es el método de menor costo: Se especializa en aquello en lo que es mejor al producirlo -digamos, servicios contables- y, luego, convierte ese producto en pan, carne, y cerveza. Esta conversión sucede cuando, al ser pagado en dinero por sus servicios contables, usted gasta ese dinero en comprar su cena.

Bostezo. ¿Y qué?

Tanta abundancia.

No sólo es crucial entender esta realidad para mejor apreciar temas de mayor magnitud, como la naturaleza de una economía moderna.
También, lo es para entender a plenitud asuntos “microeconómicos” más pedestres, incluyendo los controles de precios. Los precios máximos (aquellos exigidos por leyes contra la manipulación de precios) y los precios mínimos (como los salarios mínimos impuestos por el gobierno) obstruyen la forma indirecta de adquirir los bienes y servicios que enriquecen su vida.

Para aumentar los prospectos de uno para adquirir, digamos, combustible sujeto a precios topes, los consumidores deben pagar parte del precio total, llevando a cabo otras tareas distintas de aquellas en las que usted tiene ventaja comparativa. Asimismo, a fin de aumentar los prospectos de uno al vender servicios laborales cuando está vigente legislación de salarios mínimos, los trabajadores deben estar dispuestos a trabajar más duro o en condiciones menos placenteras. Los salarios mínimos obligan a los trabajadores a trabajar con más intensidad o de forma menos placentera a fin de obtener el ingreso que se necesitan para comprar los bienes y servicios deseados.

Exploremos aún más.

PRECIOS MÁXIMOS

Cuando a los compradores y vendedores se les prohíbe intercambiar a precios monetarios por encima de aquellos fijados por el gobierno, aparecen las escaseces. La razón es que los compradores desean adquirir más unidades a los precios más bajos artificialmente fijados, de lo que querrían comprar a precios más altos, a la vez que los vendedores están menos dispuestos a vender a esos precios menores. Mientras que la cantidad que se ofrece en venta es así menor que la cantidad que se demanda al precio máximo establecido por el gobierno, algo tiene que determinar cuáles compradores aspirantes pueden tener éxito en encontrar unidades que comprar y cuáles compradores aspirantes regresarán a sus casas con las manos vacías.

Es posible que esta determinación sea hecha al azar. Pero, eso es poco posible. Cada persona que está dispuesta, pero a quien no se le permite pagar precios monetarios mayores que aquellos establecidos por el gobierno, puede, en la práctica, pagar de formas no monetarias a fin de aumentar sus prospectos de estar entre los compradores afortunados, que, en realidad, puedan encontrar unidades para comprar.

El caso mejor conocido, aunque difícilmente el único, de estos medios no monetarios de pagos es esperar en una fila. Durante el verano de 1979, la escasez de gasolina en Estados Unidos -una escasez causada por los precios tope impuestos por el gobierno- mi padre, desesperado por comprar gasolina, una medianoche llevó el carro de la familia a una estación de gasolina, a sabiendas que la estación no abriría sino hasta el día siguiente. Él quería asegurarse un buen lugar en la fila. (Tuvo éxito. Era sólo la segunda persona en llegar para la larga espera. Al estar de segundo, se aseguraba de obtener gasolina). Mi padre esperó con el carro desde la medianoche hasta las 6 a.m., cuando yo lo relevé.
Caminé las dos millas desde nuestra casa hasta la gasolinera y mi padre luego caminó las dos millas desde la estación hasta la casa.

La estación abrió a mediodía y le eché la gasolina al carro familiar al precio controlado. (Me recuerdo aún ver, cuando echaba el valioso combustible, la larga fila de carros que culebreaba a la distancia detrás de nuestro carro).

Aunque una persona ingenua puede pensar que el precio que pagamos por esta gasolina es la cantidad de dinero que se le entregó al dependiente de la estación, un observador más astuto entiende que el costo para mi padre y para mí de esa gasolina era mucho mayor. La cantidad que pagamos incluía las 12 horas de espera en una fila, así como el tiempo y molestia de caminar ida y vuelta entre la casa y la gasolinera.

En resumen, el precio tope a la gasolina hizo que mi padre y yo trabajáramos para obtener la gasolina, haciendo tareas en la que ninguno de nosotros era muy productivo: esperar 12 horas en un carro y caminar. Adquirir la gasolina habría sido menos costosa para nosotros sin esperar y caminar, si no, en vez de ello, pagando un precio monetario mayor ̶ un precio monetario que habría sido pagado con dinero ganado trabajando en nuestros empleos especializados.

SALARIOS MÍNIMOS

Así como los bien intencionados que apoyan los precios topes permanecen ciegos ante los costos pesados de esta política, también, son ciegas las personas bien intencionadas que apoyan la legislación de salarios. Suponen, erradamente, que la única consecuencia de esta legislación sobre los trabajadores afectados es que aumenten los ingresos monetarios de los trabajadores.

Cuando el gobierno impide que trabajadores menos calificados compitan por obtener empleos, estando de acuerdo en trabajar a salarios menores al mínimo establecido por el gobierno, simplemente a algunos de los trabajadores potenciales se les impide encontrar empleo. Así, estas personas desafortunadas no obtienen ingresos para gastarlos en pan, carne, cerveza, o cualesquiera otros bienes o servicios. Ellos deben o producirlos directamente por sí mismos o vivir de los ingresos ganados por otros.

Pero, los efectos dañinos de los salarios mínimos no se presentan exclusivamente en pérdidas de empleo. Debido a que incluso los empleos por vez primera tienen muchas dimensiones, los patronos quienes, por legislación de salarios mínimos, se ven obligados a pagar a sus trabajadores mayores salarios monetarios, pueden alterar esos empleos para que valga la pena mantenerlos. Los patrones pueden demandar que los trabajadores lo hagan más rápidamente. Pueden controlar y limitar los intervalos de tiempo libre más estrictamente. Enviar mensajes de texto o hacer llamas telefónicas cuando se está trabajando puede reducirse o eliminarse.

Aún los trabajadores menos calificados, que permanecen empleados con un salario mínimo en marcha, son así obligados por la legislación para que trabajen en formas menos deseables de las que habría en ausencia de un salario mínimo. Aunque los ingresos monetarios de estos trabajadores pueden verse aumentados por el salario mínimo, la mayoría de esos trabajadores podría preferir requisitos de empleo menos onerosas en comparación con ingreso adicional. Si esto último no fuera así, los patronos no tendrían que verse obligados por esa legislación de salarios mínimos, a pagar salarios más altos a cambio de un esfuerzo laboral mayor de parte de sus trabajadores. Los empleadores lo harían por sí solos, en respuesta a las demandas de trabajadores actuales y potenciales.

En otras palabras, la legislación de salarios mínimos es un medio por el que el estado envía a algunos trabajadores menos calificados a que ingresen en las filas de los desempleados, a la vez que obligan a otros trabajadores a “comprar” aumentos en sus ingresos monetarios, con un esfuerzo laboral adicional que esos trabajadores preferirían no tener que hacer. Estos trabajadores sólo continúan trabajando pues, para ellos, no tener trabajo del todo es una opción peor que trabajar más duramente.

LA REALIDAD NO ES OPCIONAL

A los gobiernos les encanta dictar precios máximos y salarios mínimos. Para el económicamente ignorante, estas políticas parecen ser humanas y que valen la pena. Pero, cuando se examinan bajo el lente de la economía, estas políticas claramente se revelan como dañinas para las mismas personas que aquellos buscaron ostensiblemente ayudar. Bajo ninguna circunstancia plausible del mundo real, esos controles serían económicamente justificados.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.