¿Acaso usted no ha visto o escuchado a nuestros medios y políticos señalar siempre a tales o cuales males como debidos a la pandemia y nunca aceptan que se deben a las medidas que impulsaron para contener el virus y mitigar su diseminación? No solo esto último no lo han podido lograr (y la inmunidad natural será lograda con mayor rapidez gracias a las vacunas), sino que esos daños no duran sólo por poco tiempo, sino que sus efectos se sentirán en el mediano y largo plazo con un sufrimiento similar.

LA CATÁSTROFE ESTÁ EN TODO NUESTRO ALREDEDOR

Por Jeffrey A. Tucker
American Institute for Economic Research
5 de enero del 2021


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como jeffrey a. tucker institute for economic research catastrophe January 5, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Como persona naturalmente optimista, me fastidia que la catástrofe mundial haya tenido eco en mi mente desde principios de marzo del 2020. Aquella es la palabra que usó el gran erradicador de la viruela Donald Henderson en su predicción del 2006, acerca de las consecuencias de la cuarentena, una palabra que, en aquel entonces, no estaba de moda. Su artículo maestro encaró las ideas de restricciones para viajar, separación humana obligada, cierres de negocios y escuelas, órdenes de usar mascarillas, límites a reuniones públicas, cuarentenas, y toda la letanía completa de brutalidad a la que hemos estado sometidos por casi un año, todo resumido en la palabra cuarentena.

El Dr. Henderson advirtió contra todo eso. Así no es como usted lidia con la enfermedad, dijo él; como mínimo, la sociedad necesita funcionar para que así los médicos puedan llevar a cabo su trabajo. Las enfermedades son administradas una persona a la vez, no con grandes planes centrales. En todo caso, esa era la antigua sabiduría. Bajo la influencia de modeladores vanidosos, reiniciadores ideológicos, y políticos que esperan hacerse un nombre, la mayor parte del mundo intentó, en todas las formas, el experimento de la cuarentena.

Aquí estamos, casi a un año desde que escribí mi primer artículo en que advertí que los gobiernos presumieron por sí mismos poseer el poder de las cuarentenas. Ellos podían usarlo si querían. No me imaginé que lo harían. Escribí esa pieza como un servicio público “para su información,” tan sólo para dejar que la gente conociera qué tan terribles podían ser los gobiernos.

No tenía ni idea de que las cuarentenas serían apenas el inicio. En este punto, sabemos que, en aquel entonces, ellos no lo sabían. Ellos son capaces -por ellos doy a entender los gobiernos incluso en países presumiblemente civilizados con democracias en funcionamiento- de lo impensable, y son capaces de persistir en lo impensable durante una cantidad de tiempo apabullante.

Ahora las cuarentenas son nuestra vida en Estados Unidos, a menos que usted sea lo suficientemente afortunado de vivir en Florida, Georgia, Dakota del Sur, Carolina del Sur, y, tal vez, en otros pocos lugares. Aquí, en estos asentamientos de lo que solíamos llamar civilización, la vida parece ser normal. Nuestros lectores en estos estados ni siquiera piensan mucho acerca del virus, y leen mis artículos y los encuentran sobreexcitados, como si estuviera describiendo la vida en otro planeta.

Estados Unidos parece ser dos economías, una abierta y una cerrada. Usted ve la diferencia en los medios sociales: gente en la playa, centros comerciales, viviendo una vida más o menos normal. Entre tanto, en los estados cerrados, los negocios están clausurados, la gente está desmoralizada, hay pleitos acerca de mascarillas en nuestros negocios, las artes están aniquiladas, y multitudes aún están escondidas en sus hogares. Las diferencias del desempleo entre las dos, revela exactamente lo que está pasando.

Estamos experimentando lo que es un cambio demográfico que se podría comprar con la leyenda del siglo XIX. Según lo que está siendo reportado por U-Haul y otras empresas de mudanzas, las personas están huyendo desde lo cerrado hacia lo abierto. Reporta United Van Lines; “Entre los principales estados hacia donde fluyen estuvieron Carolina del Sur (64%), Oregón (63%), Dakota del Sur (62%) y Arizona (62%), mientras que Nueva York (67%), Illinois (67%), Connecticut (63%) y California (59%), están entre los estados que experimentan los mayores éxodos.” Y todo eso pasó a partir del verano, cuando se hizo insoportablemente obvio que los bastardos no iban a dejar de atormentar a su población.

Sin embargo, trasladarse no es una panacea. La vida normal parece estar resquebrajándose. Los correos gubernamentales están atrasados de 2 a 3 semanas. Las empresas ni siquiera pueden cerrar sus libros, pues el ritmo de vida ha sido arrastrado hacia un gateo. El apoyo tecnológico toma muchas horas en espera. La responsabilidad por un fallo en entregar los servicios parece estar evaporándose. Los abarrotes experimentan escaseces esporádicas en formas impredecibles. Ya no más conocemos las reglas y, a la vez, tememos romperlas.

El cuidado de la salud no está funcionando normalmente, con pacientes no de Covid sacados demasiado pronto, mientras que las pruebas positivas lo aterrizan a uno en una UCI, ya sea que la necesite o no. (Mi propia madre de 81 años de edad estuvo hospitalizada con una condición delicada y, luego, fue sacada, pues no dio positivo por el SARS-CoV-2). La administración de la vacuna ha sido principalmente caótica, pues la sociedad no está funcionando normalmente. Las bodas y funerales aún están excluidos. Estamos siendo socializados para tratar a todo mundo, incluso a nosotros mismos, nada más como vectores de enfermedades patogénicas.

El odio y amenazas de violencia en los medios en línea están fuera de control. En toda mi experiencia vivida la sociedad nunca ha estado tan furiosa o dividida. Los gigantes de la tecnología todavía están censurando la disensión, tratando de obligar a todo mundo para que crea en los pronunciamientos de la Organización Mundial de la Salud, aunque cambian semana tras semana, como si estuvieran trabajando duro por hacer una realidad la visión del futuro de Orwell. Las marcas azules de chequeo y la gente con acceso promueven diariamente el pisoteo de los derechos de aquellos quienes no pueden vivir sus vidas en línea.

Los medios de la corriente principal, en los que la mayoría de la gente confió en una época, continúan pretendiendo como si la catástrofe fue resultado de la pandemia, más que la respuesta a la pandemia. Tan sólo mire los encabezados que empiezan con “La Pandemia Ha Causado…” y , después, llene los espacios en blanco con cualquiera de las muchas cosas terribles que están pasando en este momento: un tercio de los restaurantes en quiebra, muertes por opioides, alcoholismo, ideas suicidas, desempleo femenino, niños desmoralizados y abusados, que han perdido un año completo de escolaridad, seres amados separados por fronteras, tasas de criminalidad desbordadas, vacunas perdidas, exámenes de cáncer dejados de hacer, etcétera. Todo eso por la pandemia, dicen ellos.

¿Por qué los medios no mencionan a las cuarentenas como las culpables? No es solamente negacionismo. La implicación es que no tuvimos posibilidad de escoger, excepto destrozar la vida tal como la conocemos. Los cierres son sólo lo que uno hace en una pandemia. Para nada lo es. Nada como eso ha tenido lugar en vez alguna, nunca en la historia. Esto continúa siendo un ataque egregio a los derechos fundamentales, las libertades, y la regla de la ley. Los resultados están en todo nuestro alrededor. Que los medios noticiosos se rehúsen a nombrar la razón, parece ser una tomadura de pelo, excepto que nosotros sabemos que ellos están mintiendo, ellos saben que están mintiendo, y ellos saben que nosotros sabemos que ellos están mintiendo. Es algo así como una regla no escrita en el periodismo actual: nunca mencione las cuarentenas (a menos que usted lo entierra en el párrafo decimotercero de lo que sólo es un artículo aburrido).

Incluso, después de todo un año, el público continúa básicamente ignorando el gradiente de la edad/salud de las muertes por el Covid-19, aun cuando ¡hemos sabido eso desde febrero del año pasado! Según la CDC -aun si se acepta la clasificación de las justificaciones de muerte o la exactitud de las pruebas- es de 99.997% para aquellos de 0 a 19 años, de 99.98% para los de 20 a 49 años, de 99.5% para los de 50 a 69 años y de 94.6% para los mayores de 70 años. Son los asilos de ancianos los que han sido el principal vector para los resultados de la enfermedad. La amenaza para muchachos en edad escolar se aproxima a cero. Entre más información obtenemos, más normalizado parece ser el patógeno del SARS-CoV-2, una enfermedad respiratoria y parecida a la gripe que hemos visto llegar a ser pandémica antes que llegara a ser endémica, al igual que cualquier otra docena de veces en los últimos cien años. No cerramos la sociedad y, por esa razón, logramos manejarlas bastante bien.

¿Es que los números, como los de arriba, sólo son demasiado abstractos como para que signifiquen algo para la gente? Es más posible que los números signifiquen algo, pero ese sentido es abrumado por el pánico pornográfico imparable que uno ve diariamente en los medios. La gente ya no más puede distinguir estos diversos términos que los comentaristas de los medios lanzan, para señalar qué tan terrible es esta enfermedad: brotes, casos, resultados, muertes, diseminación, tasa de infección, hospitalizaciones ̶ es sólo una enorme y borrosa avalancha de lo terrible.

Mencionar sólo un poquito de datos basados en la realidad no puede hacer mella en el patológico Síndrome de Munchausen que se ha desatado. El temor instintivo ha abrumado la racionalidad en la mayor parte de esos 10 meses. Así que las personas se empapan de desinfectantes por temor al enemigo que no pueden ver, y suponen que todos los demás están tratando de infectarlos. Ellos aguantan los ataques a sus derechos bajo la creencia de que es para su propio bien.

La respuesta de política fiscal y monetaria ha sido igualmente atroz, toda bajo la premisa de que la idea de imprimir dinero y gastar - en estos días todo viene junto- puede posiblemente ser un sustituto de la inversión privada y la gente en la realidad comprando y vendiendo cosas. Eso, combinado con medidas proteccionistas continuas en los últimos días de la administración Trump, logran la peor combinación de mala praxis de políticas en generaciones, o, tal vez, de siempre. El dolor de la recuperación será monstruoso.

Muchos de nosotros gastamos buena parte de nuestros días estudiando detenidamente la última investigación, que revela este terrible precio de las cuarentenas, el inescapable horror de que son las cuarentenas, no la pandemia, las que han causado esto. Muestra la ausencia de cualquier relación entre cuarentenas y vidas salvadas. Muestra que un número importante de muertes en exceso no se debe a la enfermedad, sino a sobredosis de drogas, depresión, y suicidio. Muestra los tremendos problemas con los exámenes PCR, el no conductor de la “transmisión asintomática,” la increíble proliferación de la mala clasificación de la enfermedad, y el absurdo de la idea de que soluciones políticas pueden intimidar y detener un virus.

Cada día hacemos toda esta investigación, y, después, prendemos la televisión para encontrar que el máximo vocero médico (un cierto Dr. Fauci de fama y fortuna) no sabe nada y nada le importa algo de la investigación. Él es un artista de la actuación, a quien le gusta aparecer en la televisión siendo adulado, a la vez que impulsa el derrocamiento de nuestros derechos y libertades. Y, aun así, incluso sus colegas y otros en la profesión, quienes conocen muy bien este negocio de larga data, no se atreven a desafiarlo por temor a perder dinero de subvenciones, ser condenados al ostracismo dentro de sus instituciones, o ser troleados en Twitter. Es un hombre aterrador con el poder de hacer o deshacer carreras, así que, en vez de asumir el riesgo, otros simplemente sacuden sus cabezas y cambian de canal.

La simple cobardía explica la mayoría de la falta de disentimiento. Es fácil olvidar qué tan cobarde llega a ser la gente arribista al sentir miedo. La mayoría de la gente preferiría mentir o callarse que arriesgar la desaprobación de amigos y colegas. La cultura de la cancelación empeora esto. Los médicos, que se atreven a hablar de inmunidades naturales o acerca del talismán de las mascarillas y el distanciamiento, se encuentran siendo investigados por juntas médicas. Académicos que hablan, son acusados de estimular a los super diseminadores, son azotados por colegas, hasta por estudiantes. En este punto se está más allá de una cacería de brujas. Como resultado, usted puede derivar fácilmente la impresión de que todo mundo está de acuerdo con la necesidad desesperada de desmantelar la civilización, tal como la conocemos.

Nada de esto es sostenible. Cuando era “14 días para aplanar la curva,” me temí por el futuro de la inversión, la confianza pública en el gobierno, la pérdida de ingreso para las empresas pequeñas y medianas, y su impacto permanente, que sobrevendría al darse cuenta que el gobierno puede y hará así de terrible. Pasaron otras dos semanas y nos encontramos escribiendo furiosamente para advertir al mundo de las consecuencias mortales de ese rumbo. Llegó el 13 de abril y el American Institute for Economic Research (AIER) publicó un editorial con las palabras más fuertes impresas de aquel entonces: necesitamos ahora una liberación completa. El Wall Street Journal le siguió y dijo lo mismo dos días después.

En esos días, la historia prevaleciente acerca del virus era que usted no puede detenerlo, pero puede ralentizarlo. Más alta o más baja, el área bajo la curva es la misma. ¿Para qué prolongar el dolor? El tema de la conversación en ese momento era preservar la capacidad de los hospitales. Pero, con el paso del tiempo, esa idea plausible mutó hacia una agenda total supresora. Disminuir la diseminación se convirtió en parar la diseminación. Tomó poco tiempo para que los “expertos” incumplieran y nos llevaran hacia una visión medieval de la enfermedad: ¡salgan corriendo! En realidad, eso es demasiado halagador: era la visión de un estudiante de primaria acerca de los microbios lo que se convirtió en la nueva y totalmente falsa ciencia.

Luego, llegamos al momento en que luchadores profesionales contra el virus, habiendo fracasado miserablemente en suprimirlo, se han volcado contra el público, acusándolo de no obedecer con un entusiasmo pleno. Fauci dice diariamente en la televisión una versión de esto: si todo mundo tan sólo obedeciera, no tendría más que volver a los cierres. A menos que la moral mejore, las palizas continuarán.

Después de dos semanas, había aún tiempo para desmantelar las principales piezas del daño de las cuarentenas. Después de 10 meses, ya no tanto. Habrá pérdidas de vidas en muchos años por venir, además de daños psicológicos, sociales y económicos a la población en general. La catástrofe no ha sido evitada. Es aún peor de que lo que cualquiera de nosotros podría haberse imaginado en aquel momento del año pasado. El mundo ha cambiado drásticamente, y el dolor y el sufrimiento son indescriptibles. Nuestros gobiernos son los patógenos que nos han hecho esto a nosotros. Fueron ayudados e instigados por noticias falsas, expertos falsos, intelectuales falsos, ciencia falsa y por una visión falsa de la vida.

En esta fecha tardía, hemos perdido la confianza en la mayoría de lo que solíamos confiar y pensar que era normal. El desaliento está imponiéndose. Muchos de nosotros, quienes estuvimos dispuestos a luchar en la primavera y el verano, la hemos abandonado, cansados de escribir, cansados de protestar, cansados de gritar. El intento de desmotivar a la oposición está funcionando. Este es un error enorme.

¿Cuál es, entonces, el camino hacia el futuro? Podemos permanecer en esta ruta catastrófica o podemos revertirla. Entre más rápidamente los gobiernos caigan en la cuenta y dejen de dañar así a todos, más pronto puede empezar la sanación. Tomará años, décadas, pero es relevante una versión de la regla de la medicina de días de antaño: primero, dejen de causar daño.

Jeffrey A. Tucker es director editorial del American Institute for Economic Research. Es autor de muchos miles de artículos en la prensa académica y popular y de nueve libros en 5 idiomas, siendo el más reciente Liberty or Lockdown. También es editor de The Best of Mises. Es conferenciante habitual en temas de economía, tecnología, filosofía social y cultura.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.