Aquí, con la lectura de esta segunda parte de la serie de cinco artículos del economista Donald J. Boudreaux, usted puede comprender por qué es un error frecuente de los proteccionistas, afirmar que no podemos competir contra los salarios bajos, tasas de interés menores y un largo etcétera, de otros países y que, por ello, es necesario que nuestro país imponga aranceles a las importaciones.

DOCE PRINCIPIOS ACERCA DEL COMERCIO INTERNACIONAL- PARTE 2

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
8 de diciembre del 2020

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como donald j. boudreaux institute for economic research twelve part 2 December 8, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Es fácil lograr un entendimiento sofisticado -en oposición a la sofistería más frecuente- de los principios del comercio internacional. Hacerlo empieza por comprender el primer principio explicado en la parte 1 previa: El comercio no es efectuado por países; es llevado a cabo por personas. El comercio lo realizan individuos de carne y hueso, en donde cada cual actúa con el objetivo de lograr sus fines. Los colectivos mencionados por sus nombres en plural (por ejemplo, “nosotros” y “ellos”) y por nombres de países (por ejemplo, “Estados Unidos” e “India”) no son capaces de experimentar sentimientos; ellos no comercian entre sí. Conservar esta verdad en la mente es permanecer inoculado ante un error fundamental.

Mantener esta verdad en la mente revela que los beneficios del comercio internacional arriban en la forma de importaciones. Las exportaciones son costos en que incurren los individuos para recibir importaciones.

4. LOS BENEFICIOS DEL COMERCIO SE ENCUENTRAN EN SUS IMPORTACIONES. LAS EXPORTACIONES SON COSTOS DEL COMERCIO.

Que se deba exponer esta verdad es, en sí, una observación triste acerca de la amplia mala comprensión del comercio. Las discusiones populares y políticas acerca del comercio casi que universalmente identifican a las importaciones como costos y a las exportaciones como beneficios. La noción es que recibir importaciones es el precio que nosotros, en nuestro propio país, pagamos para poder disfrutar del beneficio de mandar hacia afuera a nuestras exportaciones. En las negociaciones comerciales, cuando un gobierno está de acuerdo en permitir que sus ciudadanos importen más, se dice que ese gobierno les está otorgando a otros gobiernos una “concesión” comercial.
Esta noción es peor que falsa; es totalmente una locura.

Dan Ikenson nos recuerda que “a Milton Friedman le gustaba señalar que las exportaciones son cosas que producimos, pero que no consumimos, mientras que las importaciones son cosas que consumimos, sin tener que producirlas.” Realmente es así. Las exportaciones son un costo; las importaciones, un beneficio.

Decir que las exportaciones son un costo no es decir que ellas no son deseables. Pero, la deseabilidad de las exportaciones se encuentra en los bienes y servicios que ellas nos permiten consumir. Si las exportaciones no nos trajeran importaciones, ellas serían totalmente costo y nada de beneficio. Puesto de otra forma, las exportaciones son un medio; las importaciones -esto es, los bienes y servicios que recibimos debido a nuestras exportaciones- son el fin. Que, en este caso, el fin justifique los medios no transforma a los medios en un fin.

Una forma fácil de distinguir a los medios de los fines, o a los costos de los beneficios, es hacerse uno mismo esta pregunta: “Si yo debo ceder una parte de una transacción y mantener la otra parte, ¿qué parte yo cedería?” El lado que usted cedería son los medios -es el costo; el lado que usted mantendría es el fin- es el beneficio.

Así que, en el contexto del comercio internacional, ¿preferiría usted (si vive en Estados Unidos) que los estadounidenses dejen de importar, a la vez que continúan exportando? La respuesta debería ser obvia. Si nosotros, los estadounidenses, continuamos exportando sin importar, enriqueceremos a los extranjeros, a la vez que nosotros nos empobrecemos. Por contraste, si continuamos importando sin exportar, nos enriqueceremos con los bienes y servicios recibidos de los extranjeros, para lo cual no sacrificamos nada.

La experiencia me informa que algunos de ustedes aún no están convencidos. Así que, modifique la pregunta modestamente: ¿Cuál de las siguientes opciones preferiría usted? Opción 1: Usted, personalmente, le da a un extranjero algún bien valioso de su propiedad y, a cambio, recibe nada. Opción 2: Usted, personalmente, recibe un bien valioso de un extranjero y, a cambio, le da nada.

Obviamente, la opción 2 es mejor para usted que la opción 1. Y, puesto que todo comercio internacional lo conducen personas como usted, el lado beneficioso de cada transacción comercial internacional se encuentra en los bienes y servicios que quien intercambia recibe a cambio de los bienes y servicios que quien intercambia debe dar.

“Pero,” la respuesta llega rápidamente, “cuando exportamos sin importar no obtenemos nada. Obtenemos dinero. ¡Las exportaciones son beneficiosas porque enriquecen con más dinero a cada proveedor de exportaciones!

¡Ay!, esta respuesta falla cuando se encuentra un quinto principio del comercio internacional ̶

5. EL DINERO DESEMPEÑA EN LAS TRANSACCIONES INTERNACIONALES EL MISMO PAPEL QUE JUEGA EN LAS TRANSACCIONES DOMÉSTICAS.

Usted acepta en dinero el pago de los extranjeros por la misma razón que usted acepta el pago en dinero de sus conciudadanos. Esa razón es su conocimiento de que el dinero que usted acepta, puede ser intercambiado por bienes, servicios o activos.

Suponga que usted le vende su carro a un español en 20.000 euros. ¿Acepta usted esos euros porque está enamorado de los grabados que ellos hacen? Obviamente no. Usted acepta esos euros tan sólo porque tiene confianza en que usted puede cambiarlos por bienes, servicios o activos.
Usted puede cambiar esos euros por una vacación en Europa para usted y su familia -en cuyo caso, usted sólo cambió su carro por transporte, estadías en hoteles, comidas, souvenirs, y entretenimiento en Europa. Pero, aún si usted personalmente no quiere bienes, servicios o activos de Europa, usted todavía acepta el pago por su carro en euros. La razón es que usted confía en que algunos de sus conciudadanos estadounidenses querrán comprar bienes, servicios o activos de Europa, y así le darán a usted, a cambio de sus euros, 20.000 euros de valor en dólares estadounidenses. Luego, usted gasta esos dólares en comprar bienes, servicios o activos valorados en dólares.

Sea como sea, usted vende su carro no por el dinero, sino por lo que el dinero le permite a usted comprar. Se deduce que la gente exporta, no en última instancia por el dinero ganado con esas exportaciones, sino por lo que ese dinero puede comprar.

Para aquellos de ustedes que permanecen escépticos, pregúntense a sí mismos si aceptarían, como pago por su carro, dinero del juego del Monopolio. Si su respuesta es “no,” con ellos usted está verificando mi punto.

(Y, para repetir una verdad que merece repetirse, los extranjeros son tal como usted; ellos aceptan dinero por sus exportaciones sólo porque desean gastar ese dinero en bienes, servicios o activos.)

6. ESTAMOS MEJOR ENTRE MÁS SEA LA CANTIDAD DE IMPORTACIONES QUE RECIBIMOS POR UNA CANTIDAD DADA DE EXPORTACIONES ̶ Y ASÍ, EXTRANJEROS QUE HACEN AREGLOS PARA QUE NUESTRAS IMPORTACIONES AUMENTEN EN RELACIÓN CON NUESTRAS EXPORTACIONES, NO NOS TRATAN “INJUSTAMENTE.”

Este sexto principio del comercio internacional es, en realidad, un corolario del principio arriba señalado con el número 4. Debido a que las importaciones son beneficios que se logran al incurrir los costos de sacrificar lo que exportamos, entre más importamos en relación con la cantidad que exportamos, mejor estamos.

He aquí otra pregunta para ustedes los escépticos ante el comercio: ¿Está usted mejor o peor si aumenta la cantidad real de bienes y servicios que usted adquiere, a cambio de una cantidad dada de su esfuerzo de trabajo? Si su respuesta es “mejor,” de nuevo, usted confirma mi punto.

La conclusión es indisputable; los extranjeros no nos tratan “injustamente” si ellos insisten en enviarnos más importaciones, a cambio de una cantidad dada de nuestras exportaciones (o, lo que es lo mismo, si ellos aceptan menos de nuestras exportaciones, a cambio de una cantidad dada de lo que importamos de ellos).

Sin embargo, esta realidad, no impide que comentaristas y políticos lancen acusaciones de “¡Comercio injusto!” siempre que creen que los extranjeros están haciendo acuerdos para aumentar las cantidades que importamos, en comparación con las cantidades que exportamos.

Pero, tales acusaciones son absurdas. Si los extranjeros acuerdan exitosamente tal resultado, nosotros, en nuestro país, deberíamos enviarles una nota agradeciéndoles por los regalos que nos han dado. Acusar a los extranjeros en ese caso de tratarnos injustamente, no tiene más sentido que acusar a su empleador, quien le da un aumento salarial, de tratarlo a usted injustamente.

Hasta y a menos que alguien que recibe dicho aumento acusaría por ello a su patrono de injusticia, ese alguien no tiene nada que hacer con lanzar acusaciones de injusticia a extranjeros que desean darnos un aumento, mediante un incremento en las cantidades que importamos en comparación con las cantidades que exportamos.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.