Si alguien me preguntara que qué libro recomendaría para intentar entender lo que está pasando con el comportamiento del estado cada vez más totalitario, le diría que 1984 de George Orwell. La primera vez que lo leí fue en 1964 y la última hace seis meses.

LA PANDEMIA ORWELLIANA

Por Joakim Book
American Institute for Economic Research
13 de noviembre del 2020

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como joakim book institute for economic research orwellian November 13, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Casi terminaba la conversación telefónica. Al otro lado de la línea las formalidades empezaron a llegar: “¿Algo más que pueda hacer por usted, señor?”, “Fue un placer servirle,” “Que pase muy bien el resto de su día,” etcétera. Todos conocemos estas conversaciones exageradamente corteses y superficiales, y ponemos los ojos en blanco cuando el guion del servicio al cliente se mantiene desarrollando lugares comunes. Sí, sí.

Pero, esta vez era ligeramente diferente. La dama al otro lado de la línea dijo algo que casi no podría creerlo, pero, al considerar el año que habíamos tenido, ya no más me sorprendía cantidad alguna de tonterías. Antes que colgáramos, dijo, “Manténgase seguro.”

¡¿Ahora qué?!


Por aquello del contexto, no era mi madre preocupada acerca de mi salud, ni tampoco mi doctor o una persona de seguimiento y rastreo indagando acerca de una infección sospechosa; era un mensaje muy frecuente ante un envío muy normal. Mundano. Del todo no tenía nada que ver con el coronavirus, pero ella (o tal vez sus jefes en esa empresa que despertó ante la justicia social y que nos cuida) sintió la necesidad de desearme, no un feliz cumpleaños o felices fiestas, sino una feliz pandemia. Tenga cuidado. Es un mundo muy peligroso allí afuera, y yo solo quiero que sepa que nuestras fingidas palabras vacías están con usted.

Esta transformación orwelliana ha empezado gradual y subrepticiamente. En junio escribí acerca de la extraña fraseología que habíamos empezado a usar alrededor de la pandemia:

“[La] gente trata al virus como el populacho mágico de Harry Potter de J.K. Rawlings trataría al mago malvado Lord Valdemort: rehusándose a mencionar su nombre. El Aquel Quien No Debe Nombrarse causó un terror indecible en el mundo de Harry, así como el virus ha causado pánico en el nuestro. Por ello no lo mencionamos. Decimos cosas complicadas como ‘en estos nuevos tiempos’ o ‘ha celebrado usted el día festivo diferentemente este año,’ con el énfasis sutil indicando que realmente estamos preguntando acerca de la pandemia. Las familias, escribe el New York Times, se están ‘adaptando a su nueva realidad.’”

Aún me encuentro diciendo cosas como “Bueno, en estos días,” claramente invocando al virus y las rutinas que hemos perdido, pero, se rehusando mencionar su nombre o los horrores que nuestros amos políticos desataron en respuesta.

Entonces, he aquí el paso siguiente en nuestra catastrófica batalla contra la pandemia: palabras vacías dichas a un extraño, deseando que el virus se aleje. Que la fuerza esté contigo.

Hace pocos años, “Activismo ocioso” [traducción del inglés “Slacktivism] fue el termino usado para los guerreros del teclado, cuyo activismo político abarcó desde la sala de la casa hasta llegar a sus cuentas de Facebook. Transmitiendo furiosamente su opinión sin sentido acerca de algún tópico de la actualidad por medio de las necias maravillas de los medios sociales, ellos estaban satisfechos por una labor bien hecha. Activistas y manifestantes de épocas pasadas nada sabían acerca de cómo hacer que sus opiniones circularan.

Ahora, hemos ido un paso más allá: golpear con mensajes estimulantes al final de toda conversación ̶ como convertir una firma de correo electrónico de la vida real en monstruos del mundo real. Yo digo “manténgase seguro” al final de una llamada telefónica estándar de servicio al cliente, y, mágicamente, tanto yo como mi representante de servicio al cliente ¿vamos a sentirnos mejor…? Las palabras, como un hechizo de la tierra del cuento de hadas, ¿nos protegen ante el Covid Aterrador?

El poder de las palabras sin sentido es sumamente asombroso y del todo no se limita a la pandemia. En estos días, gracias al hiper intolerante despertar a la consciencia social y a la teoría crítica (raza), se ha desatado la subjetividad. Todo es cómo yo lo siento; y, también, es todo como usted lo sienta ̶ al mismo tiempo, y que nadie nos lo diga diferente. Yo digo que soy una dama, y súbitamente lo soy; yo digo que los Estados Unidos se fundaron en 1619, y súbitamente lo fue; yo digo que soy un unicornio y súbitamente los unicornios existen.

Bajo el hechizo de estas ideas, el conocimiento objetivo es, literalmente, una imposibilidad; todo lo que existe son luchas de poder, o, en el mejor de los casos, un juego jerárquico inconsciente que daña a aquellos que no tienen poder. Incluso una cosa tan estándar como hacer una encuesta de cuántos estadounidenses usan mascarillas cuando están en público, ya no más es más está limitada por la realidad, Es lo que usted dice ser, parece concluir la prestigiosa revista científica Nature.

La idea parece ser volver a despertar lo que los lingüistas llaman una rutina de eufemismos: si tan sólo inventamos nuevas palabras para cosas malas, las cosas malas se esfuman ̶ y si pensamos que las cosas malas deberían ser buenas, lo harán con darles un nuevo nombre.
Acerca de esto escribe Steven Pinker:

“La gente inventa nuevas palabras ‘corteses’ para referirse a cosas emocionalmente cargadas o desagradables, pero el eufemismo se contamina por asociación y el nuevo que debe encontrarse adquiere su propia connotación negativa.”

“Retretes,” “recolector de basura” y una miríada de términos para las diversas connotaciones étnicas son ejemplos particularmente impactantes. Pinker escribe que “el nombre se torna de color por el concepto; el concepto no se refresca por el nombre.”

Este extraño poder del lenguaje para cambiar corazones y mentes era, en el mejor caso, discutible, pero, en nuestros tiempos de necesidad por el coronavirus, se ha enloquecido completamente. Nosotros tenemos que “hablar acerca del Covid” con nuestras posibles parejas, incluso cuando en nuestra primera cita las limpiamos con desinfectantes. El New York Times y la Radio Nacional Pública pasan historias acerca de cómo hablar con nuestras citas acerca de su nivel preferido de seguridad (otro brillante eufemismo), y cómo sus rutinas impactan mi círculo de amigos. Todos estamos juntos en esto, como lo pone tan desagradablemente el periódico The Guardian, y lo superaremos con palabras de estímulo. Sea fuerte. Manténgase socialmente despierto. Manténgase seguro.

Si le decimos a un virus que retroceda, lo hará. Si mutuamente velamos el uno por el otro con frases religiosas vacías, todos estaremos protegidos ante la ira de Dios. George Orwell y su “Politics and the English Language” [“La política y el lenguaje inglés”] nunca se ha sentido tan relevantes.

Joakim Book es un escritor, investigador y editor, entre otras cosas, acerca de dinero, finanzas e historia financiera. Posee una maestría de la Universidad de Oxford y ha sido académico visitante del American Institute for Economic Research en el 2018 y el 2019. Sus escritos han aparecido en el Financial Times, FT Alphaville, Neue Zürcher Zeitung, Svenska Dagbladet, Zero Hedge, The Property Chronicle y muchos otros medios. Él es escritor regular y cofundador del sitio libre sueco Cospaia.se, y escritor frecuente en CapX, NotesOnLiberty y en HumanProgress.org.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.