DURANTE SU REINADO LA TIRANÍA NO ES RECONOCIDA POR SUS VÍCTIMAS

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
14 de diciembre del 2020


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¿Cómo es que una tiranía llega y sobrevive?

Una respuesta juvenil es que, de alguna forma, personas diabólicas se apoderan de las palancas del poder mientras que la gente del país inocentemente hace sus cosas. Usando sonrisas siniestras y haciendo que se muevan las puntas de sus bigotes en una moda cobarde, los tiranos unilateralmente imponen sus voluntades criminales sobre el populacho.

Pronto la Gente se da cuenta de que sus dictadores son venales y viles, pero hay poco que puede hacer excepto sometérsele en silencio. El Pueblo es esclavizado. La única esperanza de emancipación es la intervención de un superhéroe -tal vez, un campesino valiente, que dirija una revolución, o un gobierno extranjero noble que despliega a sus militares por todo el mundo, para proteger a la humanidad de los malvados.

Yo describo esta respuesta como “juvenil,” y ciertamente lo es. Pero, no obstante, esta respuesta captura la mayor parte de la actitud de muchos adultos. Según esa actitud, el tirano es absoluto, puro y obvio para todos -casi como una caricatura- y, por tanto, nunca es aceptada voluntariamente. La tiranía es un mal puro que es presionado hacia abajo inmisericordemente sobre las masas desafortunadas.

En las mentes de los habitantes ilustrados de las democracias del siglo XXI, tiranía es el Reino del Terror en la Francia Revolucionaria. Es los Nazis y Fascistas de hace 80 años. Es Stalin y Mao y Saddam Hussein. Es Vladimir Putin, Xi Jinping, Kim Jong-un, y hoy el Talibán.

Para aquellos de nosotros quienes llevamos a cabo elecciones verdaderas y con regularidad, la tiranía parece estar confinada a esos regímenes ̶ regímenes distantes en tiempo o lugar y, por tanto, culturalmente alejados de nosotros.

A LOS TIRANOS SIEMPRE SE LES CREÉ

Estos regímenes pasados y distantes son, de hecho, tiránicos. Sin embargo, la actitud popular hacia ellos es peligrosamente inmadura. Todo tirano convence a grandes cantidades de personas que, bajo su gobierno, él usa la fuerza tan sólo para el bien mayor. Los aspirantes a tiranos que fallan en convencer a El Pueblo acerca de los nobles propósitos de estos aspirantes, nunca logran el poder que anhelan. Pocos de El Pueblo se le someten.

Todo tirano verdadero apunta hacia algún problema -tal vez real o tal vez fabricado, pero, indefectiblemente, exagerado ̶ cuya persistencia infligirá un daño sin precedentes a su amado Pueblo. Él persuade a El Pueblo a que le obedezca en su posición como visionario valiente y afectuoso, sin temor a usar cualesquiera poderes que él debe para salvar a su Pueblo de los peligros que, de otra forma, les espera a ellos. E insiste en que su ejercicio del poder debe ser amplio y atrevido, sin frenos por sutilezas legales o éticas, que sólo le impedirían a él salvar a su grey.

Estremecido de temor ante estos peligros terribles y esperanzados en la salvación prometida, El Pueblo se le somete. Como ovejas.

Mucha gente, por supuesto, reconoce e incluso se irrita ante la arbitrariedad del tirano y dureza de sus imposiciones. Pero, creyendo que estos dictados son necesarios para el mayor bien, la mayoría de aquella gente mansamente le obedece. “El resultado de mañana valdrá la pena el dolor, sufrimiento e indignidad de hoy. No tenemos mejor elección que obedecer a nuestro líder” ̶ eso es lo que se piensa.

Es así como llega y sobrevive la tiranía verdadera. Llega y sobrevive siempre por la aceptación -y, a menudo, también con la aprobación entusiasta- de gran número de sus víctimas. Así, estas víctimas no sienten que están viviendo bajo una tiranía. La tiranía es lo que le pasa a otra gente -a gente menos ilustrada o menos afortunada que nosotros- a gente cuyos opresores, a diferencia de nuestros propios líderes familiares, despotrican locamente en lenguas extranjeras, a menudo vestidos en uniformes militares.

La tiranía, se creé, no nos pasa a nosotros, pues no es tiranía en realidad si su objetivo afirmado es nuestra salvación ̶ si promete protegernos de los peligros que se nos aseguran son reales, grandes e inminentes. Y aquellos pocos locos ideológicos, quienes imprudentemente insisten en llamara “tiranos” a nuestros salvadores, no aprecian la necesidad de una acción rápida y decisiva desde lo alto. Esos locos deberían ser ignorados, y, tal vez, incluso, silenciados por la fuerza.

Se cree que la tiranía no nos pasa a nosotros. Después de todo, nosotros estamos cumpliendo voluntariamente las órdenes de nuestros líderes, sabiendo que estas son para nuestro propio bien. Si nosotros estuviéramos sufriendo la opresión de tiranos, resistiríamos. Somos, no se olviden, un pueblo orgulloso. Somos ilustrados, democráticos y libres. Y, así, debido a que la vasta mayoría de nosotros no está haciendo resistencia, no puede ser posible que este gobierno sea tiránico. Q.E.D [Quod erat demostrandum. Lo que se quería demostrar.]

En resumen, nuestros líderes no son tiranos. Son servidores públicos a quienes debemos creer para que así seamos salvados.

O, así es como concluyen todos aquellos que están tiranizados.

EL SOCIALISMO HIGIÉNICO ES UNA TIRANÍA

Debido a que la tiranía siempre disfruta del amplio apoyo de sus víctimas, la mayoría de la gente que vive bajo ella no se da cuenta de su destino espantoso. Y así es hoy con la tiranía del socialismo higiénico. Al creer que las órdenes de cuarentenas por el Covid-19, órdenes de usar mascarillas y cierres de escuelas, son necesarias para prevenir una atroz pérdida de vidas, la gente le obedece. No es momento de permitir críticas acerca de la regla de la ley, o preocupaciones con asuntos diferentes al Covid, ¡que obstruyan los esfuerzos valientes de nuestros líderes por salvarnos!

Sin embargo, como con toda tiranía, la verdad emerge tarde o temprano. En el futuro, los ojos de la gente se abrirán ante las exageraciones, medias verdades, distorsiones y mentiras evidentes, usadas para excusar las restricciones tiránicas actuales. Algún día, la gente mirará hacia atrás al 2020 y verá que fue un año en que la tiranía oscureció al globo.

Nuestros hijos y nietos sacudirán sus cabezas ante el asombro de que los adultos -los “adultos”- del 2020 fueron tan crédulos como para ser engañados por exageraciones histéricas y falsedades y la duplicidad usadas para justificar esta tiranía. Les aterrará que en el 2020 tantos reporteros, comentaristas y políticos se tragaron todo y sin cuestionar las predicciones exageradas de científicos locos como Neil Ferguson y sus colegas del Imperial College. Las quijadas de nuestra progenie se caerán de asombro cuando ponderen el “reportaje” atrozmente pobre y sesgado acerca del Covid-19 por los medios noticiosos. Y nuestros descendientes simplemente se resignarán a ser incapaces de entender a plenitud cómo y por qué nosotros permitimos ser engullidos por esa tiranía.

Y, entonces, nuestros hijos y nietos entre sí se darán palmadas en los hombros, confiadamente aliviados por su conocimiento de que ellos nunca serán tan crédulos como lo fuimos nosotros en el 2020.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.