Sumamente apropiado para el día de hoy, Día de Navidad.

UNA HISTORIA DE NAVIDAD BAJO EL COMUNISMO

Por Stephen Sholl
National Review
25 de diciembre del 2020


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Cómo el régimen comunista en Hungría trató, y fracasó, en apropiarse de la celebración del nacimiento de Cristo para sus propios objetivos.

Cuando el Partido Comunista respaldado por los Soviets ascendió al poder en Hungría después de la Segunda Guerra Mundial, tenía una tarea monumental al frente suyo: Tenía que transformar a Hungría en una idílica dictadura del proletariado. Esta transformación era política y económica, para estar claros, pero, también, era cultural y espiritual. Todo lo que existía anteriormente tenía que ser borrado y reemplazado con una cultura, historia y sistema de creencias patrocinadas por el estado.

El Partido Comunista estaba en un curso de colisión directa con la Navidad.

Primero, y, ante todo, la Navidad era un día festivo que reunía todos los años a muchos húngaros para contemplar y reflexionar acerca de su fe, y, así, era una amenaza directa al ateísmo militante del régimen y su guerra persistente contra las iglesias húngaras.

Segundo, la Navidad representaba una tradición mucho más antigua que el régimen, y, por tanto, ligaba a los húngaros con su pasado. De acuerdo con la tradición, el primer rey de Hungría, San Esteban, fue coronado el Día de Navidad del año 1.000 D.C. Este y otros “cuentos de las glorias de las Navidades de hace muchos años” eran un irritante inaceptable para la República del Pueblo Húngaro.

Tercero, la Navidad ya estaba asociada como el tipo de capitalismo comercializado que el dogma comunista veía con malos ojos.

Enfrentado con una festividad que incorporaba los tres mayores principales pecados para el Comunismo -religión, tradición y capitalismo- el régimen tenía un problema. La solución sencilla podía haber sido prohibir las celebraciones y tratar de borrar a la Navidad de la historia. Sin embargo, los comunistas sabían mejor que nadie que intentar dicha solución, para empezar, habría alienado aún más a la población que no les apoyaba, a la vez que hubiera lanzado las celebraciones de la Navidad a la vida subterránea. En vez de ello, se enfrascaron en un proceso sistemático de subversión. En vez de destruir la Navidad, trataron de reemplazarla con su propia creación, libre de cualesquiera características problemáticas.

Este proceso empezó tan temprano como en 1948, cuando el régimen escogió el día después de la Navidad para arrestar al líder de la Iglesia Católica en Hungría, el arzobispo Mindszenty. El año siguiente, en 1949, los Comunistas reemplazaron las celebraciones de la Navidad con una semana de celebración por Stalin. Pero, esto era sólo una medida provisional. En el futuro, el régimen escogió apropiarse de los símbolos de la Navidad, proponiéndose impregnarlos con un nuevo sentido comunista.

Así, el árbol de Navidad se convirtió en el enfoque central de la Navidad, que fue transformada, desde una celebración religiosa basada en el nacimiento virginal de Cristo, hasta el Festival del Pino, en donde los buenos socialistas húngaros se expresarían gratitud entre sí y el Partido Comunista.


Cambiar de nombre a la Navidad y reenfocar las celebraciones de las festividades le ayudaron al régimen a resolver el problema de la religión. También, le ayudó con el problema de la tradición, divorciar la celebración del pasado y convertirla en una celebración exclusivamente asociada con la República del Pueblo.

El régimen tuvo menos éxito en frenar el comercialismo generalizado asociado con la Navidad. Lo mejor que las autoridades pudieron administrar fue estimular a los húngaros a adquirir sus regalos desde el bloque soviético, con juguetes comprados a los niños siendo promocionados como prueba de la gran prosperidad que a la nación le había traído el Comunismo. Y, aún en tal caso, dar regalos significó un desafío adicional: En la cultura tradicional húngara es el Niño Dios quien trae los regalos, un problema claro para aquellos deseosos de desacralizar la Navidad. La solución vino en adoptar el modelo soviético de Santa Claus, el Padre Frost.
Aunque los húngaros tradicionalmente celebraron a San Nicolás el 6 de diciembre, las autoridades comunistas intentaron fusionarlo con la Navidad, para así suplantar aún más el papel de Cristo en la festividad. El Padre Frost sería ahora el que trajera los regalos a los niños, y aquellos que aún usaban frases navideñas tradicionales como, “¿Qué te trajo Jesús?” podían ser reportados a las autoridades por su comportamiento disidente.
El radicalismo de estos cambios, que subvertían y disminuían el carácter tradicional religioso de la Navidad, era sólo igualado por su inefectividad. Con la muerte de Stalin en 1953, las autoridades Comunistas lentamente empezaron a retroceder en su campaña por redefinir el día festivo, al saber que la población, en su mayor parte, había rechazado los cambios que ellos pretendieron.

Imre Nagy, durante su primer período como primer ministro, restauró como día festivo rápidamente al día después de Navidad, en la primera señal de reversa. Posterior a la revolución de 1956, en la que a la larga Nagy fue depuesto y ejecutado por los Comunistas, las autoridades continuaron haciéndose más permisivas de las prácticas y celebraciones tradicionales de la Navidad. A mediados de los años sesenta, incluso el estado anunció la tolerancia oficial de aquellos que celebraban la Navidad como un día festivo religioso. Aún en ese entonces, el régimen mantuvo por décadas su rechazo oficial a las connotaciones religiosas de las festividades. La Misa de Navidad no fue televisada sino hasta 1987, y todas las actividades oficiales fueron relacionadas con la Navidad, como el Festival del Pino, hasta el fin de la dictadura en 1989.

¿Qué podemos aprender de todo esto? La primera cosa por notar es que el Comunismo, a menudo, escoge subvertir los rasgos culturales previos, en vez de destruirlos. Esto provoca una menor resistencia abierta, y debilita cualquier resistencia que surja. La segunda cosa por notar es que esas políticas expandidas tenían sólo una efectividad superficial. En el tanto en que tuvieron éxito en convertir a la Navidad en un día festivo secular con sabor comunista, fracasaron en convertir los corazones del pueblo húngaro. El aflojamiento gradual de las reglas a partir de fines de la década de 1960, fue una admisión de derrota, y, ambos, el régimen y su secularización de la Navidad, terminaron en el basurero de la historia.

Para aquellos quienes viven en el mundo libre, esa ciertamente es razón para estar agradecido esta Navidad ̶ pero, también, es razón para estar vigilantes, pues siempre existirán quienes desean subvertir la cultura, para satisfacer sus propios objetivos políticos.

Stephen Sholl es compañero junior en la Fundación de Iniciativas Húngaras y del programa de becas del Corvinus Collegium de Budapest, patrocinado por el Comité Húngaro para la Memoria Nacional.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.