Vean qué interesante: muchos de quienes nos mandan a seguir la ciencia, posiblemente pensando en su campo, son los que ignoran la ciencia en muchos otros campos. Es por eso que no olvido cuando dijimos, desde el campo económico, que las medidas sanitarias ante el Covid-19 deberían ser compensadas por los efectos negativos de ellas sobre el ámbito económico, social, incluso de la propia salud, y eso valió para que se dijera que uno tenía que seguir “su ciencia,” sin que, en realidad, importara la ciencia de otros ámbitos. Tal vez ahora deberán asumir la responsabilidad que, basada en “su ciencia,” ha conducido a tanto daño.

SÍ, SIGA A LA CIENCIA- EN TODOS LOS CAMPOS

Por Richard M. Salsman
American Institute for Economic Research
20 de diciembre del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como richard m. salsman institute for economic research science December 20, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Repetidamente, este año hemos escuchado la admonición de acólitos de las cuarentenas por el Covid-19, para “seguir a la ciencia.” Muchos de los admonitores suponen que los escépticos ante las cuarentenas somo miopes, sinvergüenzas “anti ciencia” infectados por una indiferencia temeraria hacia la salud, seguridad y vida humana. Sí, alguna gente es tan emocional, fóbica, religiosa o política que no puede razonar correctamente; pero ¿no puede haber un escepticismo racional, saludable, acerca de los efectos en la salud por el Covid-19 o sobre los efectos de las cuarentenas sobre la riqueza y la salud? Nada puede estar más lejos de la verdad ̶ nada más lejos de… la ciencia.

Sí, por supuesto que debemos seguir a la ciencia, pero, debemos hacerlo en todos los campos, no sólo en epidemiología, pero también en la política, economía y filosofía. El campo último en mencionar -que significa “amor a la sabiduría”- le enseña a la humanidad a seguir su naturaleza, a ser racional, lógico, objetivo y contextual. Ser científico en todos los campos significa que se incorpore tanto la teoría como la práctica para evaluar todos los factores reales y relevantes, no tan sólo unos pocos seleccionados entre ellos; significa cultivar una perspectiva que igualmente sea imparcial (no sesgada), amplia (no reducida), y proporcional (no desbalanceada).

En Economics in One Lesson [La economía en una lección] (1946), Henry Hazlitt distingue entre métodos científicos y no científicos en economía, pero su distinción es igualmente aplicable a muchos otros campos. “El mal economista,” escribe él, “sólo ve lo que se advierte de un modo inmediato, mientras que el buen economista percibe también más allá. El mal economista sólo contempla las consecuencias directas del plan a aplicar; el buen economista no desatiende las indirectas y más alejadas. El mal economista sólo considera los efectos de una determinada política, en el pasado o en el futuro, sobre cierto sector; el buen economista se preocupa también de los efectos que tal política ejercerá sobre todos los grupos.” De la misma forma, diría yo, los epidemiólogos, politólogos, economistas y filósofos competentes deben ver más allá de lo que impacta sus ojos o calza dentro de sus predilecciones; también, ellos deben considerar los efectos inmediatos y de un plazo más largo, y los efectos sobre todo tipo de personas, grupos y formas de vida, no sólo aquellos que los burócratas favorecen como “esenciales.”

El propósito de “seguir a la ciencia” en todo ámbito es mejor captado en las palabras inmortales de Ben Franklin: sea “saludable, rico, y sabio.” Pero, para ser franco, no todo mundo comparte estos objetivos o quiere este tipo de mundo, pues es un mundo que sólo la razón, ciencia, libertad, y capitalismo lo pueden ofrecer. Como en una ocasión lo hizo ver Alfred Pennington: “Algunos hombres sólo quieren ver que el mundo se incendie.”

Los admonitores más vociferantes de hoy condonan la micro administración burocrática y los controles; parece que aman avergonzar a gente inocente para que obedezca sus órdenes draconianas y asfixiantes. Si millones se deben sacrificar y sufrir, ¿qué importa? La mayoría de las religiones (seculares o no) dicen que esto significa “virtud.” Los matones del Covid-19 usan el lenguaje de la ciencia para escudarse de la crítica y camuflar sus designios nefastos; parece que no sienten que la mayoría de los estadounidenses todavía respeta a la ciencia (no al despotismo).

La etimología de la palabra “ciencia” se origina en el siglo XIV y se deriva del latín scientia, que se deriva de scire (“saber”). Nuestro conocimiento es la acumulación de todo lo que hemos llegado a saber ̶ y, saber algo, es saber que es cierto, que se deriva de y se corresponde con los hechos en la realidad. Como humanos, fundamentalmente se nos distingue de otros animales y organismos porque poseemos la facultad de razonar; somos homo sapiens (del latín, sapere ̶ “saber”). En adición, e importante, sabemos que el conocimiento no viene automáticamente, y ciertamente no de la fe, revelación o intuición. Los pensadores de la ilustración enseñaron a la humanidad que el conocimiento emana sólo de la razón aplicada ̶ una herramienta volitiva. Debemos usar la experiencia, la evidencia sensorial y las leyes de la lógica para verificar nuestras hipótesis y teorías ̶ es decir, para establecer su verdad. La verificación es el proceso de establecer una “veracidad” (del latín, veritas) ̶ esto es, una verdad.

La ciencia tiene tres componentes cruciales, siendo cada uno de ellos necesario para adquirir el conocimiento relevante: descripción, explicación, y predicción. La descripción es la observación exacta de los hechos, lo que requiere una cuidadosa reunión y clasificación de los datos. La explicación es la provisión de teorías válidas de cómo y por qué los hechos llegan a ser, lo que requiere un trazado y explicación cuidadosa de las causas y efectos. La predicción usa los hechos y las teorías para proyectar el futuro, lo cual nos ayuda a anticipar, planear, preparar, actuar y prosperar. Una simple descripción ausente de explicación o predicción no es sino una crónica periodística de aquello que es. Una explicación vacía de hechos es simple suposición, adivinanza, afirmación o especulación; simplemente suponer, como muchos hoy lo hacen, significa que no se prueba definitivamente, sino que sólo se “supone que algo es cierto sin evidencia que lo confirme.” Finalmente, si las teorías válidas (aquellas que se corresponden con los hechos de la realidad) han de tener valor práctico, también deben tener poder predictivo.

Ahora, consideremos el estatus actual de la ciencia (y de la no ciencia) en la epidemiología, política (gobernabilidad), economía (producción), y filosofía (epistemología y moral) contemporáneas.

La epidemiología científica cuidadosamente recolecta y clasifica los hechos relevantes asociados con una enfermedad (o virus), identifica sus orígenes y sus efectos, y aconseja mitigadores o remedios. Los antiguos (Hipócrates) tenían un sentido burdo de ella, pero el campo moderno fue efectivamente inaugurado en el Londres de mediados del siglo XIX, cuando John Snow, un médico, detuvo la enfermedad letal del cólera mediante la investigación, mapeo y localización de su fuente (agua contaminada en la bomba de Broad Street). Durante dos décadas previas al trabajo de Snow en 1854, mientras que no científicos impulsaron sus teorías chifladas, cientos de miles de personas murieron por el cólera. También, Snow fue pionero en el desarrollo de la higiene y anestesia médica.

En su mayor parte, la investigación del Covid-19 ha sido científica. Algunos de los mejores trabajos han sido hechos por las muy denigradas empresas farmacéuticas (por ejemplo, Pfizer, Moderna, AstraZeneca) al desarrollar vacunas. En general, la ciencia motivada comercialmente es más práctica que la ciencia puramente académica y menos corrupta que la ciencia apoyada políticamente. Por desgracia, en el 2020 muchas agencias de salud politizadas -por ejemplo, la OMS (Organización Mundial de la Salud), los CDC (Centros para el Control de las Enfermedades), la FDA (Administración para Alimentos y Medicinas de Estados Unidos), los NIH (Institutos Nacionales de la Salud) y los HHS (Servicios de Salud y Humanos de Estados Unidos)- le dieron voz y poder indebido a una amplia gama de charlatanes y politiqueros que negaron la fuente del Covid-19, sobreestimaron la eficacia de sus mitigantes (mascarillas, distanciamiento social, cuarentenas), o exageraron su positividad y letalidad (general y por subgrupos). Así lo ha descrito el American Institute for Economic Research (AIER) en “The Modelers Thought of Everything Except Reality” [“Los Modeladores Pensaron en Todo Excepto la Realidad.”]

No obstante, epidemiólogos menos científicos, aunque tal vez una pequeña fracción de todos los epidemiólogos, han disfrutado de una influencia desproporcionadamente mayor en círculos políticos, en especial aquellos con predicciones paternalistas (pre-Covid-19) hacia el autoritarismo. Los más duros emisores de decretos han sido aquellos dispuestos a seguir a estos epidemiólogos, que son los que menos han seguido a la ciencia.

Aunque la ciencia no se establece por un simple acuerdo de mentes (o de encuestas), recientemente el New York Times condujo una “encuesta informal” de 700 epidemiólogos, en que se les preguntó qué precauciones habían tomado en relación con el Covid-19 y qué se requeriría para terminar con las cuarentenas. Una gran mayoría de quienes respondió dijo que ella se había aislado y que “incluso con vacunas por llegar, mucho no esperaban que sus vidas regresaran a la normalidad pre-pandemia hasta que la mayoría de los estadounidenses [al menos un 70%] fuera vacunada.” De hecho, “la mayoría dijo que incluso con las vacunas probablemente tomaría un año o más para que muchas actividades se reinicien con condiciones de seguridad, y que algunas partes de sus vidas puede que nunca regresen a la forma en que solía ser.” Esta parece ser una actitud excesivamente cautelosa sino es que fóbica (Irracionalmente temerosa), pues las tasas de mortalidad del Covid-19 han estado cayendo este año, antes de cualquier vacuna (cuadro). Las fobias, siendo irracionales, nunca se apoyan en la razón o la ciencia (por la psicología); tal vez, en este caso, existe principalmente entre aquellos encuestados por el New York Times, no entre los epidemiólogos en general.

El pasado marzo, previo a la imposición de cuarentenas fuertes, el mismo New York Times reportó que la política de salud pública acerca del Covid-19 estaba siendo dirigida por el trabajo del epidemiólogo británico Neil Ferguson del Imperial College de Londres ̶ posteriormente expuesto como un charlatán. Aun suponiendo mascarillas y distanciamiento social, su equipo de cincuenta epidemiólogos proyectó que en el 2020 el Reino Unido vería 510.000 muertes por el Covid-19, mientras que Estados Unidos sufriría 2.2 millones.

¿Los hechos? ¿La ciencia? ¿Qué tan buena fue la predicción de Ferguson? Veamos. Hasta el momento, las muertes sólo en el Reino Unido han totalizado 65.520 (un 14% de la proyección de Ferguson) y 307.642 en Estados Unidos (un 13% de su proyección). Ni siquiera el total global de muertes por el Covid-19 ha alcanzado los 2 millones (al momento sólo 1.65 millones, meramente un 0.021% de la población global). Para aquellos de menos de 70 años de edad que se contagiaron del Covid-19, la tasa de sobrevivencia es sumamente alta (99.94%). Con esto, docenas de las principales economías del mundo han sido cerradas, a la vez que millones de vidas han sido arruinadas. Este no es un caso de “seguir a la ciencia.” Muchos epidemiólogos, excesivamente centrados, fóbicos, les dieron armas a potenciales políticos déspotas en el sector del “cuido de la salud.”

El cuadro de la evolución de la tasa de fatalidad de casos del Covid-19 (el cociente de muertes confirmadas con respecto a los casos confirmados), para distintos países, puede verse en richard m. salsman institute for economic research science December 20, 2020.

Durante décadas, pero en especial en el 2020, hemos visto los efectos horrendos de la “ciencia basura” -esto es, “el uso de datos y análisis científicos defectuosos para impulsar intereses especiales y agendas ocultas”- y el rango amplio de políticas públicas fallidas que descansan en ella. También, podemos observar una politización bipartita de la salud pública en Estados Unidos, que refleja defectos más profundes en las ciencias de la salud, así como en la ciencia política.

¿Y qué acerca de la ciencia política? ¿Ha sido seguida en el 2020? Esta enseña que la gobernanza pública (la acción estatal) necesariamente conlleva coerción y, por ello, debería desplegarse cuidadosa, ocasional y legítimamente ̶ bajo este último criterio, sólo en represalia contra aquellos quienes inician la fuerza. El estado legítimo en sí no inicia la fuerza contra inocentes. Eso sería despotismo. Un estado apropiado está restringido constitucionalmente a proteger los derechos individuales; por tanto, sus funciones principales incluyen la defensa nacional, policía y cortes. El estado apropiado necesariamente mantiene la regla de la ley.

La escuela de la “elección pública” de la ciencia política demuestra todavía más que los actores políticos de ninguna forma son angélicos o, bien, “servidores públicos,” y que no son menos interesados que los actores económicos, a la vez que están inclinados específicamente a abusar del poder, en ausencia de una separación constitucional (en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial) con frenos y contrapesos entre las ramas. El estado legítimo evita tanto al despotismo como al paternalismo, dejando un espacio amplio para la gobernanza privada. Es así como la ciencia política modela al estado ideal: uno que promueve y preserva el bienestar humano, ya sea que se manifieste como libertad, protección, seguridad o prosperidad. El estado científicamente estructurado y juiciosamente operado conserva un equilibrio; no prioriza un aspecto del bienestar humano por encima de otro, y no enfrenta a la salud versus la riqueza o sacrifica a la última por la primera,

Obviamente, en el 2020 no hemos visto funcionarios electos (o sus asesores) “siguiendo a la cienci.a” de la política. Armados con dudosa epidemiología y concepciones irreales de “política de salud pública,” han impuesto cuarentenas autoritarias; han violado los derechos a reunirse, de culto, de expresión, de vivir, y de trabajar (ganarse la vida); han erosionado severamente la libertad, protección, seguridad, y prosperidades humanas. También, han permitido (y dejado sin penalización) disturbios, saqueos y quemas deliberadas. Han tolerado una difusión de “la regla de la ilegalidad” tanto en las calles como en los sistemas de votación.

¿Y qué acerca de la ciencia económica? Ella enseña que la producción de la riqueza es primaria, la principal característica de una prosperidad siempre en expansión y duradera, que necesariamente precede al intercambio y consumo de la riqueza. La economía enseña que la producción se guía por la inteligencia creativa, la energía empresarial y la búsqueda de ganancias. La gente en cada etapa de la producción deriva un gran valor, autoestima y orgullo ante un trabajo bien hecho. La ciencia económica demuestra, aún más, cómo la propiedad privada, la santidad del contrato, un sistema de precios libre y flexible, impuestos justos, dinero sólido, libre comercio, y una regulación moderada, son prerrequisitos indispensables para la prosperidad (y el bienestar humano).

Tristemente, en el 2020 no hemos visto a quienes hacen las políticas (o a consejeros) “seguir a la ciencia” de la economía. Las cuarentenas se han acompañado de una violación extensa de los derechos de propiedad y comerciales, incluyendo el derecho a poseer, abrir y operar negocios, el derecho al trabajo y al intercambio, de comprar en persona, de viajar o congregarse, de disfrutar de espectáculos públicos. Las licencias para llevar a cabo negocios -que en sí resumen derechos- han sido revocados rutinariamente como medio para penalizar y criminalizar al recalcitrante (aquellos que desean seguir trabajando para ganarse la vida). No hay evidencia científica alguna de que los cierres obligados de los negocios mitigan materialmente la letalidad del Covid-19; pero, hay amplia evidencia de que los cierres erosionan la libertad, prosperidad, solvencia y sanidad.

Tampoco se ha seguido la ciencia en asuntos de finanzas públicas. Los así llamados esquemas de “estímulo,” con cascadas de dinero público y deuda pública recién emitidos, son, de hecho, deprimentes, pues sólo desvían y dividen la riqueza existente, a la vez que frenan los incentivos para crear más de ella. Tampoco la riqueza se crea por un gasto público deficitario dirigido a los desempleados ̶ por un trabajo que no se realizó (“seguro de desempleo”). El gobierno federal de Estados Unidos gastó $6.5 millones de millones en el año fiscal del 2020 (el año que cierra al 30 de setiembre), un aumento del 47% sobre el año previo, el mayor incremento desde la Guerra de Corea (1952) y casi el triple del aumento durante el año recesivo del 2009 (+17%). La deuda bruta del gobierno federal es ahora de $27.5 millones de millones (un 128% del PIB), un alza de $5 millones de millones en un año y el doble del nivel del 2010 (cuando fue de un 94% del PIB). Entre tanto, la Reserva Federal el año pasado disparó la oferta de dinero (M1) en un 53% (a $6 millones de millones), el mayor aumento en el registro histórico (desde 1914). Nada de esto ha “estimulado” la producción real.

La ciencia de la economía es clara: la producción de dinero y deuda no es equivalente a la producción de riqueza real. Alegar lo contrario es seguir una fantasía, no una realidad ̶ o una ciencia.

La filosofía es la ciencia más importante de todas las ciencias, pues determina el estado y la salud de las otras. Entre otras cosas, nos enseña cómo descubrir y validar el conocimiento (epistemología) y cómo vivir virtuosamente, según nuestra naturaleza única (moral). A menos que tanto la epistemología como la moral sean racionales, lógicas y basadas en la realidad, no serán científicas ̶ y tampoco lo serán sus derivadas, las ciencias naturales y ciencias sociales. Al igual que una epistemología fallida genera una ciencia basura, una moralidad fallida genera una gobernanza basura. La moralidad del egoísmo racional, derivada científicamente de la naturaleza humana, da apoyo a las versiones científicas de la psicología, política y economía. Pero, observe: el egoísmo es precisamente la moral más vehementemente despreciada y negada por los filósofos contemporáneos, que prefieren pregonar la supuesta “nobleza” del sacrificio desinteresado. Bueno, como bien ellos lo pueden haber deseado, el 2020 ha visto un dolor, sufrimiento y sacrificio considerables ̶ sin un buen final. Aquellos que demandan un final a las cuarentenas son difamados como buscadores egoístas de la riqueza por encima de la salud.

Por el lado bueno, podemos estar agradecidos con que algunas personas todavía apelan a la ciencia, en vez de la fe, la revelación o la fantasía. Pero, ¿cuánto de ellas son genuinas? El arte del engaño se practica por fanáticos del control, charlatanes y pensadores grupales, que desean imponer su voluntad para “el bien de la sociedad.” En palabras de Rahm Emanuel, en cierto momento asesor del presidente Obama, “Usted nunca quiere que una crisis se desperdicie,” dando a entender que es “una oportunidad de hacer cosas que usted no podía hacer antes.” En resumen, políticas temerarias que serían rechazadas en tiempos normales y razonables, se adoptan ahora más fácilmente en medio de tiempos de fobias y caóticos ̶ cuando el temor y la simple sumisión reemplazan a la razón y la ciencia. La actriz Jane Fonda dijo con efusión recientemente que “tenemos suerte de estar vivos en un momento en que las decisiones puede hacer la diferencia para que cientos de millones de personas estén viviendo o muriendo,” agregando que “el Covid es regalo de Dios para la izquierda.” En efecto, “algunos hombres (y mujeres) sólo quieren ver que el mundo se incendie.”

Si la ciencia hubiera sido seguida en el 2020 – en todos los campos- estaríamos mucho más saludables y ricos que como lo que estamos ahora. Pero, los fanáticos del control han usado al Covid-19 para justificar aún mayores controles gubernamentales, aún más estatismo. En todo campo en que ellos han citado al caos como razón (supuesta) para “reimaginar” el capitalismo (esto es, sabotear) -un sistema que ya odiaban, desde antes del virus- han promovido el despotismo, un sistema que ellos ya preferían. Para esa gente, las crisis han de ser bienvenidas e incluso, si fuera necesario, inventadas.

Richard es compañero senior de AIER y presidente de InterMarket Forecasting, Inc. y profesor asistente visitante de economía política en la Universidad Duke. Previamente fue economista de Wainwright Economics, Inc. y banquero en el Bank of New York y en Citibank. El Dr. Salsman es autor de los libros Gold and Liberty (1995), The Collapse of Deposit Insurance and the Case for Abolition (1993) y Breaking the Banks: Central Banking Problems and Free Banking Solutions (1990), todos publicados por AIER, y, más recientemente, The Political Economy of Public Debt: Three Centuries of Theory and Evidence (2017). El Dr. Salsman obtuvo su B.A, en economía en el Bowdoin College (1981), un M.A. en economía de la Universidad de Nueva York (1988) y un PhD en economía política de la Universidad Duke (2012).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.