Una buena pregunta y una mejor respuesta. Hay fes que, después de cien años de daño a la humanidad y fracasos en su puesta en práctica, no han sido desterradas.

¿QUÉ DE MALO TIENE EL COMUNISMO?

Por Art Carden
American Institute for Economic Research
30 de noviembre del 2020

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como art carden institute for economic research wrong November 30, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

“¿Qué de malo tiene el comunismo?” Es una pregunta que escuché recientemente, y, si bien es exacto, “prácticamente todo,” merece un poco de elaboración adicional. He aquí unos pocos pensamientos acerca de qué tiene de malo el comunismo.

Como lo expresa Bryan Caplan en su artículo acerca del comunismo en la Concise Encyclopedia of Economics, “comunismo” y “socialismo” fueron básicamente sinónimos hasta la Revolución Bolchevique. Después de ella, “comunismo” llegó a estar más estrechamente asociado con la filosofía revolucionaria de Vladimir Lenin. Los dos términos pueden casi usarse intercambiablemente, y en esencia significan “una economía centralmente planificada en la que el gobierno controla los medios de producción.” En el Manifiesto Comunista, Karl Marx y Friedrich Engels escriben “la teoría de los comunistas puede resumirse en una única frase: Abolición de la propiedad privada.”

Posteriormente, Ludwig von Mises escribiría que el “socialismo es la abolición de la economía racional.” Medios de producción que nos poseídos privadamente no pueden intercambiarse. Por tanto, no pueden emerger precios de mercado. Sin precios de mercado, no obtenemos ganancias y pérdidas. Sin ganancias y pérdidas, no podemos aprender si estamos usando los recursos sabiamente o no (produciendo cosas que los consumidores quieren con más urgencia y, por tanto, generar ganancias) o los estamos desperdiciando (produciendo cosas que los consumidores quieren con menos urgencia y, por tanto, generar pérdidas).

Las ganancias y pérdidas dan información, no deciden: hay muchas cosas que pueden ser financieramente rentables que usted puede encontrar que son moralmente inaceptables. Tal vez, usted puede obtener un buen ingreso adicional escribiendo un trabajo final universitario, a nombre de tramposos, en una fábrica de ensayos en línea (y note que, como afirman Jason Brennan y Peter Jaworski en su libro del 2016, Markets Without Limits, eso estaría equivocado no porque estén involucradas utilidades, sino porque está implicado el engaño).

Aún más, podría haber muchas cosas que no son rentables, pero que usted puede encontrar que son obligatorias. Poca gente diría que una prueba de mercado es una forma apropiada para que yo determine si debo o no alimentar, vestir y dar abrigo a mi familia.

Pienso que es aquí en donde mucha gente tropieza. Las familias son pequeñas empresas socialistas gobernadas por el principio “de cada cual, según su habilidad, a cada cual de acuerdo con sus necesidades.” Las reglas y normas que hacen que las familias o las tribus funcionen bien, no se esquematizan muy bien en un orden extendido poblado por extraños. En una familia, tribu o club, las personas se conocen entre sí íntimamente y se ven la una a la otra regularmente. Entre más lejos geográfica y genéticamente estén, hay menor posibilidad de que se conozcan bien entre sí o de qué tan a menudo se vean la una a la otra. Agregue varios milenios, condiciones altamente variables y muchos accidentes estadísticos, y usted tiene casi ocho miles de millones de personas con gustos y talentos diferentes. Como expliqué el pasado verano, en dicho ambiente los mercados y los precios de mercado hacen posible el cálculo económico racional.

Muchos autodescritos comunistas y socialistas están motivado por el entusiasmo hacia objetivos estipulados por comunistas y socialistas, como igualdad, abundancia y dignidad. Nos piden que imaginemos una hermandad del hombre en donde todos tienen abundancia de comida, ropa, abrigo, educación, cuido médico y otras oportunidades para florecer. Oponerse al comunismo no es cuestionar lo deseables que son la igualdad, abundancia y dignidad. Sin embargo, así como oponerse a los subsidios no es oponerse a lo que es subsidiado, oponerse al comunismo no es oponerse a la igualdad, abundancia y dignidad. Parafraseando a Thomas Sowell, regularmente nos vemos a nosotros mismos hablando cada cual por su lado, con un grupo hablando en términos de resultados que se esperan lograr y el otro hablando en términos de las características de los procesos sociales. Desde el punto de vista de Sowell y de muchos de sus aliados intelectuales, la cuestión social no es “¿qué políticas específicas podríamos convertir en ley que pueda hacer del mundo un mejor lugar?” Por el contrario, es “¿qué instituciones facilitan mejor la cooperación entre extraños?”

Es una cuestión de la máxima importancia a la luz del hábito angustiante de nuestra especie de matarse el uno al otro. Ese es uno de los lugares en que son más conspicuos los fracasos del comunismo. Los experimentos con el comunismo tienen una tendencia penosa a descender hacia el asesinato en masa. Como explica Kristian Niemietz en su excelente libro Socialism: The failed idea that never dies, los intelectuales tienen una relación de tres etapas con el socialismo. Un régimen socialista emerge y, tal vez, logra algún éxito. Durante esta etapa de luna de miel, los defensores del socialismo señalan que los detractores están equivocados y que, en esta ocasión, es diferente. La luna de miel hace una transición hacia el período de “las excusas y del y qué con eso,” en que defensores del régimen tratan de justificar el problema en el paraíso de los trabajadores. Durante esta fase, podemos aprender que el mal clima o algo deliberado como el sabotaje de la CIA, no la planificación central, son los responsables del fracaso económico. Finalmente, una vez que los fracasos del experimento se hacen demasiado obvios como para ignorarlos o justificarlos, entramos en la tercera etapa, la etapa de “ese socialismo no era el verdadero.” ¿La Unión Soviética? No era el verdadero socialismo. ¿China bajo Mao? No era el verdadero socialismo. ¿Venezuela? No era el verdadero socialismo. Etcétera.

¿No eran estas cruzadas idealistas -si bien ingenuas- para mejorar las vidas de los oprimidos? En su preámbulo al excelente libro de Eugen Richter, Pictures of the Socialistic Future, Bryan Caplan explica tres tesis: está la tesis de Lord Acton, que “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente.” La gente tenía buenos propósitos al empezar, pero al tener tanto poder, se descarrilaba. Una segunda tesis es la explicación de Friedrich Hayek de “por qué los peores llegan a la cima.” El poder atrae a la gente que lo anhela y, por tanto, gente mala y ambiciona termina en posiciones de poder. Por tanto, usted puede escuchar que la URSS habría evitado los horrores del régimen estalinista si tan sólo Leon Trotsky, y no Stalin, hubiera ascendido al poder.

No obstante, Caplan cuenta una historia más oscura, de por qué los regímenes comunistas se mueven tan rápidamente hacia la opresión y al asesinato en masa: el comunismo “nace malo” en que “los primeros socialistas fueron, de hecho, ‘idealistas,’” pero “su ideal era el totalitarismo.” En un nivel fundamental, las revoluciones comunistas no han sido sólo acerca de producir cosas más eficientemente o para asegurarse que la producción sea compartida equitativamente. Los experimentos comunistas han sido esfuerzos para, en esencia, hacer una reingeniería de la humanidad. Han sido proyectos de transformación social, y su brutalidad algunas veces ha sido excusada como una infortunada necesidad histórica. Por ejemplo, el historiador Eric Hobsbawm estuvo de acuerdo, sin dudarlo, en que millones de muertes sería un precio aceptable a pagar por una sociedad comunista. Después de todo, Lenin dijo famosamente “usted no puede hacer una omelet sin quebrar huevos.”

Por desgracia, los experimentos comunistas han aparecido y desaparecido. Nos han dejado sin omelets, y sólo con millones y millones de huevos quebrados.

Art Carden es compañero sénior del American Institute for Economic Research. También es profesor asociado de Economía en la Universidad Samford, en Birmingham, Alabama.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.