“No llores por mí, Argentina,” cantó la diosa del Peronismo, Eva Perón. Tampoco lloren ahora por Maradona (todos somos tan temporales). Más bien, piensen si, al ver por lo que hoy pasa en Argentina tan parecido a lo nuestro (excepto por la inflación, hasta el momento), debemos ponernos a llorar por lo que nos espera, máxime con un gobierno que lo único que parece hacer es arrastrar los pies en la reducción inevitable e impostergable, de un excesivo gasto público, del déficit consiguiente y del endeudamiento a que eso dio lugar.

EL PRESIDENTE IZQUIERDISTA DE ARGENTINA ESTÁ PROFUNDIZANDO LA RECESIÓN DEL COVID-19

Por Antonella Marty
National Review
25 de noviembre del 2020


El presidente Alberto Fernández está tratando de resolver el problema de un gobierno grande con más gobierno.

Como si no fuera suficiente la crisis económica que Argentina encaró antes de la pandemia, el país ha tenido que batallar el COVID-19 con una comorbilidad: las políticas radicales del presidente Alberto Fernández.

Antes de la pandemia, ya era un desafío que los argentinos conservaran sus negocios y se sobrepusieran a las interminables regulaciones y obstáculos burocráticos que constituyen la vida de todos los días bajo el gobierno de mano fuerte de Argentina. Pero, desde marzo, el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner ha empeorado las cosas, al imponer una de las cuarentenas más largas en el mundo.

“Encarados con el dilema de preservar la economía o la vida… escogimos la vida,” dijo el presidente, como un mesías que prometía la salvación del pueblo. Podemos preocuparnos acerca de la economía después de la pandemia, afirmó Fernández. Se equivocó. Cuando la economía se cierra, como lo ha ordenado Fernández, la gente no trabaja. Cuando la gente no trabaja, se elevan el desempleo y el hambre y, sí, se pierden vidas. Peor aún, a pesar de la respuesta draconiana del gobierno, Argentina tiene el sétimo más elevado lugar en el mundo de infecciones por el COVID-19.

El fracaso en contener la diseminación del COVID-19 es el último en una serie de fallas gubernamentales de Argentina ̶ ninguna más devastadora que la perenne mala administración económica. En resumen:

  • La economía argentina ha estado en recesión desde el 2018.
  • Argentina está en el lugar 126 en el índice de Hacer Negocios del Banco Mundial, entre Paraguay e Irán. Abrir un negocio en Argentina requiere de cinco meses.
  • Para el año 2020, el Fondo Monetario Internacional está prediciendo una caída del PIB del 11.3 por ciento, apenas por debajo de la contracción del 12.3 por ciento estimada por el Banco Mundial.
  • Argentina tiene una deuda pública que se aproxima al 90 por ciento del PIB.
  • Argentina tiene una de las tasas de inflación más altas del mundo: 36.6 por ciento con respecto al año pasado. Cada mes, los salarios declinan constantemente, y cada 10 o 12 años, como un reloj, se desploma el peso argentino, disminuyendo los ahorros de las familias.
  • Entre tanto, el riesgo de impago de la deuda soberana implícita en las valoraciones de los bonos de Argentina, ha estado creciendo continuamente. Hace tan sólo unas pocas semanas, la tasa de riesgo-país se elevó al nivel más alto desde que J.P. Morgan reestructuró el índice, después del canje de deuda argentina en setiembre.

En agosto, Alberto Fernández celebró una renegociación de deuda exitosa con los tenedores privados de bonos (de $300 miles de millones, equivalentes a un 20 por ciento de la deuda pública total de Argentina).

Lejos del “triunfo” que alega el presidente Fernández, la restructuración hizo poco por calmar a los inversionistas. Todavía la deuda argentina se negocia con un descuento profundo, pues, correctamente, los inversionistas reconocen los prospectos oscuros de un gobierno que limita la creación de riqueza por medio de impuestos agresivos, controles de precios, regulación cambiaria y niveles disparados de gasto público.
Argentina aún no se da cuenta del problema que nos ha atrapado en un ciclo de crisis repetidas durante décadas: el gobierno.

Las “soluciones” invocadas por los Peronistas del ala izquierda -la progenie del presidente populista del siglo XX, Juan Perón- siempre involucra una intervención estatal incrementada en la economía. Alberto Fernández no ha hecho nada diferente. Hasta ahora, el gobierno ha buscado controlar la escasez de divisas dificultando la adquisición de dólares y limitando la salida de divisas por medio de los mercados de capital. La policía incluso ha empezado a perseguir a gente que compra dólares “ilegalmente.” Ahí yace el problema: El gobierno declara que es un crimen que los ciudadanos dependan de una moneda distinta al peso. Pero, primordialmente, los programas del gobierno y su enorme factura son los responsables de la inflación. Los últimos 50 años de política económica han sido marcados por el despilfarro fiscal financiado por un déficit. En el tanto en que Fernández lleve a cabo ese dudoso legado, ninguna cantidad de controles de capital salvará al peso argentino.

El gobierno culpa al anterior por ubicar a Argentina con una deuda más allá de sus capacidades. El anterior gobierno alega que esta deuda fue necesaria para pagar por los programas políticos de previos gobiernos del ala izquierda. Argentina tiene una larga historia de deudas, desde 1824 -cuando eran las “Provincias Unidas del Río de la Plata”- y el jefe de estado, Bernardino Rivadavia, pidió préstamos en moneda extranjera. Desde ese entonces, ha sido la misma historia: En 1983 el país tenía una deuda pendiente de pago de más de $44 mil millones. Ella aumentó durante los noventas bajo Carlos Menem, el sucesor de Alfonsín ̶ tanto que eso impulsó a Menem a establecer un tipo de cambio de “uno a uno” entre el peso argentino y el dólar estadounidense. Pronto la deuda se triplicó y la burbuja estalló bajo el sucesor de Menem: Fernando de la Rúa, quien sólo duró medio término antes de tener que renunciar en medio de una crisis social.

Pero, eso no detuvo a los políticos argentinos. En el 2003, los gastos gubernamentales ascendieron a un 22.7 por ciento del PIB. Trece años más tarde, en el 2016, después de 12 años de políticas socialistas bajos los Kirchner, el gasto público llegó a un récord del 41.5 por ciento del PIB. Cada aumento en el gasto gubernamental está acompañado de un aumento en los déficits, luego por la impresión de dinero por el banco central y, finalmente, por una crisis monetaria que pone de rodillas a la economía nacional. Como siempre, Argentina no puede resolver el problema de un gobierno grande con más gobierno. El gobierno de Fernández debe recortar el gasto público. La pandemia no es excusa para la mala administración económica.

Antonella Marty es directora asociada de la Red Atlas de Centros para América Latina y directora del Centro para Estudios Americanos de la Fundación Libertad, Argentina.
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Traducido por Jorge Corrales Quesada.