LOS IMPUESTOS QUE SE ESTÁN PROPONIENDO PARA HACER EL AJUSTE FISCAL- PRIMERA PARTE

Por Jorge Corrales Quesada


El tema que voy a tratar es amplio, por lo cual lo dividiré en varias partes, a fin de facilitarles a los lectores su lectura.

Desde hace ya buen rato he venido observando como en nuestro medio abunda todo tipo de propuestas para “resolver” el problema fiscal y de endeudamiento excesivo. No sólo surgen en marchas en que se presentan lo que algunos llamarían ideas, sino que, también, pululan en el ambiente llamado de diálogo organizado formalmente por los gobernantes alrededor de esos temas, sin dejar de lado pronunciamientos que emanan en otros círculos, tanto de agrupaciones como de personas.

Como es avasalladora la cantidad de propuestas, con mayor o menor lógica y sin un análisis profundo y abierto de las medidas sugeridos, me he propuesto escribir una serie de comentarios al respecto, con base en tres elementos cruciales, que permitan definir con algún grado su racionalidad o lógica. En primer lugar, que los objetivos buscados sean cumplidos con lo que se propone; es decir, que haya una concatenación lógica entre lo que se desea lograr y lo que se propone. En segundo, lugar que, como decimos aquí, “no nos salga más caro el caldo que los huevos,” que, en este caso, quiere decir que la puesta en práctica de los planteamientos no requiera más recursos de los que se podían obtener con su puesta en marcha. Y, en tercer término, que las medidas sugeridas no causen daños mayores que los que se podrían esperar; es decir, que se tengan presentes consecuencias no previstas de las políticas sugeridas, tal que esas políticas no terminen siendo más dañinas que si no se tomaran.

Son muchas las sugerencias que pública y privadamente se han formulado, de forma que, por limitaciones naturales, no podré cubrir con mi análisis a todas ellas, y mi esperanza al hacer este ejercicio es que las consideraciones que uno pueda hacer de diversas sugerencias, sirvan para que los ciudadanos evitemos perder un tiempo valioso, que no haya costos mayores o que los esfuerzos sean inútiles en el logro del objetivo.

Una sugerencia entre las que se han formulado que, de primera, me llega a la mente, es que se deberían aumentar los impuestos a las empresas y que, en cumplimiento de la fe en lo que ellos pueden llamar justicia social, sean las empresas ricas o grandes las que paguen más, en contraste con empresas pequeñas o medianas. Mi posición es que, un aumento en los impuestos a las empresas, independientemente del tamaño de ellas, causará mucho más daño a la sociedad, que el bien que se propone lograr de reducir el déficit gubernamental y el endeudamiento.

La razón es la siguiente: la empresa, ya sea grande, mediana o pequeña, buscará trasladar a terceros esos mayores impuestos. Hay dos formas en que lo haría. Una es que, si no está sujeta a una competencia que le impida cobrar más por el precio del producto sin que eso afecte radicalmente sus ingresos, trasladará el nuevo costo del impuesto a los precios del producto que vende. Esto es, el perjudicado final con el aumento del impuesto es el consumidor y aquí vale la pena señalar que eso afectaría tanto a consumidores de altos ingresos como de bajos ingresos, pues el aumento en el precio del producto incidiría en todos los consumidores. Pero, también debe pensarse que, proporcionalmente, con respecto a sus ingresos, es probable que el efecto de esa pro traslación del impuesto sea relativamente mayor -un peso neto más fuerte- sobre el consumidor de bajos ingresos.

La otra alternativa para la empresa a la que le aumentarían los impuestos es aún más dolorosa en la circunstancia actual de un elevadísimo desempleo en la economía -de un 23.2% de la fuerza de trabajo en el trimestre junio-agosto de este año, una tasa neta de participación laboral que cayó en este trimestre de este año a un 59.1% desde un 61.8% del período equivalente del año previo y de un subempleo que pasó del 14.5% hace un año a un 27.2% en el tercer trimestre de este año- lo que nos obliga a meditar acerca de la conveniencia de la medida tributaria sugerida.

Si el empresario no puede aumentar debido a la competencia los precios de su producto y trasladarle así el impuesto al consumidor, deberá asumir el costo del impuesto reduciendo su producción, lo que significa que dejará de contratar o despedirá trabajadores. O sea, con ese impuesto se puede presentar el efecto no deseado de un descenso en la demanda de mano de obra, lo que se traducirá en un MAYOR desempleo, en el momento mencionado arriba de la condición de nuestro mercado laboral.

Asimismo, como parte de propuestas tributarias, hace poco escuché al ministro de Hacienda sugerir la imposición de un impuesto “solidario” a los salarios -un impuesto al trabajo- que simplemente se reflejará en un mayor costo de la fuerza de trabajo actual, por lo que, ante ese mayor costo, vendría un descenso en su cantidad demanda y, por tanto, en el nivel de empleo. De nuevo, con esta propuesta se presentaría un resultado indeseado en nuestro mercado de trabajo hoy sumido a niveles de desempleo nunca antes vistos en épocas recientes.

También, se han sugerido mayores impuestos a los ingresos en general, lo que debe hacer reflexionar si eso no incidirá en un mayor costo salarial con los efectos ya mencionados. Asimismo, en este caso se debe considerar si tan altos impuestos a los salarios no van a traducirse en un des estímulo al esfuerzo, al trabajo, pues se requiere del mismo esfuerzo que hoy, pero se reduce el rendimiento neto de él. Esto podría afectar el esfuerzo por educarse de la población joven -asumiendo que se reabre nuestro clausurado sistema educativo- pues ese mayor impuesto manda la señal de que el trabajo es castigado y, por tanto, que no valga la pena esforzarse en estudiar por años, incluso sin estar generando ingresos, pues, al final de cuentas, recibirá menos. Y eso sin referirse mucho al hecho de que mayores impuestos a los ingresos se reflejarán en un menor consumo, de particular interés actual por la recesión provocada en mucho por las políticas empleadas contra el virus, en donde las familias ya han visto una disminución sustancial de sus ingresos. Asimismo, descendería cualquier incentivo por ahorrar, con lo que, a plazo, se afectarían los niveles de inversión en la economía, algo que uno querría que fuera todo lo opuesto en una recesión como la que hoy vivimos.

También, alguna gente ha propuesto poner, por una sola vez -así lo indican- un impuesto al capital (seguro que recordando lo que hizo la primera administración Figueres al terminar la revolución de 1948), pero debemos pensar en un efecto posible que tendría sobre el empleo, dada, repito, la triste situación de desempleo en el país. Lo que omiten es pensar en la posibilidad -que incluso mencionada como factor básico en el enriquecimiento de los trabajadores producto de la revolución industrial- de que el capital y la mano de obra sean complementarios. Esto, en el lenguaje de los economistas, significa que un aumento en la existencia de capital hace que el factor trabajo complementario se haga relativamente escaso. Al ser el trabajo relativamente más escaso, significa en el lenguaje de los economistas que se da un aumento en la productividad marginal de la mano de obra; o sea, que el factor trabajo es más rentable ahora debido a su escasez, lo que, en última instancia, provocará un aumento de los salarios en el mercado.

Dada esa propuesta, una cantidad menor de capital en la economía productiva hace que ese capital (maquinaria, equipo e instalaciones) sea relativamente escaso ante la cantidad de mano de obra existente, haciendo que la productividad marginal de la mano de obra se reduzca y, así, las empresas, que se supone tendrían que hacer el mismo pago por el factor trabajo, encuentran ahora que el trabajo produce menos y, por tanto, disminuyen su demanda, lo que provoca un mayor desempleo. A la fecha, tal resultado sería totalmente contraproducente.

Publicado en mis sitios de Facebook, Jorge Corrales Quesada y Jcorralesq Libertad, el 23 de noviembre del 2020.