Su lectura vale la pena, por la claridad y la contundencia de los argumentos.

UNA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA DEL TEMOR AL COVID


Por G. Patrick Lynch

Law & Liberty
13 de noviembre del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como g. patrick lynch law & liberty independence November 13, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Proveniente de Great Barrington, Massachusetts, surgió una declaración de independencia, o algo así ̶ una independencia del consenso epidemiológico gobernante acerca de la pandemia actual. Originalmente firmada por tres prominentes epidemiólogos de Harvard, Stanford y Oxford, la Declaración de Great Barrington se propuso enfrentar la pandemia vigente desde una perspectiva heterodoxa. Promueve algo que llama “Protección Enfocada,” en vez de nuestra colección actual de políticas salvajemente diferentes a través de los Estados Unidos y alrededor del mundo. Si bien muchos detalles no están incluidos, los autores definen ligeramente la protección enfocada como el cambio desde el “objetivo central” de las políticas de prevención del Covid, hacia la protección de aquellos expuestos a mayor riesgo. Para aquellos con un riesgo menor, los autores creen que la “inmunidad de rebaño” debería ser la meta, en conjunto con una vacuna, una vez que una de ellas esté disponible. De lo contrario, a los menos vulnerables se les debería permitir continuar viviendo sus propias vidas. Los autores presentan esto en contraste con el criterio “no enfocado” que parece prevalecer en la mayor parte del mundo.

La declaración cita como su raison d’etre a los intercambios de salud significativos que han venido asociados con las estrategias actuales de salud pública. En particular, hace ver que límites estrictos sobre la actividad humana para prevenir la transmisión del virus, han conducido a tasas de vacunación en la infancia más bajas, que empeoren los resultados de la enfermedad cardiovascular, a menos exámenes de cáncer y un deterioro de la salud mental ̶ conduciendo a una mayor mortalidad en exceso en los próximos años, sufriendo el peso mayor la clase trabajadora y los miembros más jóvenes. Mantener a estudiantes fuera de las escuelas es una grave injusticia.”

Sería una subestimación decir que este documento ha desatado una controversia. La administración Trump la ha abrazado. El New York Times citó a un experto describir el enfoque de “inmunidad del rebaño” de la declaración, como una “tontería.” Tyler Cowen tiene dudas significativas acerca del enfoque. El cuerpo editorial de Los Angeles Times llama a la declaración una “decepción.”

Por mi parte, no soy un experto en enfermedades, aunque tengo opiniones acerca de los problemas que tiene un enfoque de que “una sola talla funciona para todo” en cuanto al Covid. Y, si bien tengo sentimientos mezclados acerca del contenido de la Declaración de Great Barrington, aprecio cómo este proyecto ha generado una discusión acerca de nuestros objetivos actualmente especificados en la lucha contra el Covid.

BALANCEANDO LOS RIESGOS

Allá en marzo, antes que el mundo se enrareciera, el argumento a favor de las cuarentenas y restricciones era sencillo y poderoso. A raíz del fracaso catastrófico del sistema de salud italiano para manejar su primer brote importante de Covid, funcionarios de salud pública y líderes políticos a través del mundo casi que unánimemente decidieron proseguir una cuarentena, que alegaron sería de unas pocas semanas para “aplastar la curva” y evitar el desborde de los sistemas hospitalarios. Confíe en lo que le digo, usted no lo soñó.

Ahora, con más de ocho meses en esas “pocas semanas,” la Declaración de Great Barrington está obligándonos en el Occidente desarrollado a responder una pregunta que hemos necesitado discutir honesta y públicamente desde hace rato. ¿cuál es ahora el objetivo? ¿Qué es lo que estamos tratando de lograr con la miríada de colecciones frecuentemente cambiantes de políticas para el Covid, que aún siguen vigentes en algunos lugares y pueden reimponerse en otros?

Ya no escuchamos más acerca de doblar la curva y, mucho menos, de aplastarla. En vez de eso, oímos acerca de “seguridad pública,” “proteger a la abuelita y al abuelito,” usar mascarillas y hacer distanciamiento social. Recientemente ha habido amenazas de más cuarentenas “dirigidas” debido a aumentos en los casos. Ninguno de estos son objetivos ̶ son prácticas sin un objetivo claro a la vista. Nadie en la Casa Blanca, el Congreso, las legislaturas estatales o las mansiones de los gobernadores, está articulando un objetivo claro o a lo largo del tiempo. Aún más, ha sido significativo y mortal lo que se ha dado a cambio ante esta enredada colección de políticas.

Los expertos en salud pública hablan acerca de “muertes en exceso,” que en esencia son muertes adicionales en un lugar durante un tiempo, por encima de lo que usted habría predicho en condiciones normales. Desde inicios de año, los Estados Unidos han experimentado alrededor de 300.000 muertes en exceso, lo que es un montón. El número directamente atribuible al Covid es “sólo” alrededor de 200.000. Así que, el Covid ha matado a 200.000, pero otros 100.000 estadounidenses han muerto en el tanto estas políticas hayan estado en vigencia. Por lo general, funcionarios de salud apuntan a tasas más altas de serios problemas de salud que no están siendo tratados debido al temor asociado con el Covid. Por ejemplo, la tasa de muerte por ataque cardíaco se ha duplicado desde que comenzó la pandemia. Muchas de esas otras muertes en exceso pueden ser atribuibles a nuestras políticas ante el Covid, no al virus. Este es un fracaso en dos sentidos. No hemos prevenido las 200.000 muertes por el Covid, y nuestras cuarentenas y enfoques draconianos, que han durado meses, como mínimo, han contribuido a otras 100.000 muertes. Los individuos que no pueden pagarlos están dejando de lado servicios básicos de salud. Ataques al corazón, derrames, y muchos otros problemas significativos están ocurriendo y no están siendo tratados debido a temores relacionados con la pandemia. Y, tal vez aún más peligroso, esas muertes extras no directamente atribuibles al Covid están ocurriendo entre jóvenes estadounidenses con edades entre 30 y 60, quienes no tienen un riesgo elevado de morir por el virus, pero que están dejando pasar tratamientos debido a un temor mal ubicado.

Esto para no mencionar el sufrimiento por el virus y las políticas de contención causado en el mundo en desarrollo, en donde millones de personas viven un día tras otro. No son lo suficientemente ricas como para quedarse en casa, ver Netflix, y descansar. No hay clases virtuales en las escuelas públicas de América Latina, África y Asia. Nosotros, en Estados Unidos, somos lo suficientemente ricos como para, por un tiempo, salirnos de este mundo extraño, bifurcado, en donde muchos de los ricos trabajan desde la casa y sus niños reciben tutorías privadas en línea, a la vez que otros trabajadores “esenciales” continúan trabajando en sus empleos y aceptando riesgos mayores.

Construir la política pública no sólo requiere de experticia, sino de un balance apropiado entre riesgo y recompensa. El trabajo de Aaron Wildavsky acerca de este tópico señala dos razones por las que funcionarios públicos, en conjunto con ciudadanos, deben aceptar balances en la creación de una política de seguridad. Como afirma Wildavsky, y lo ilustra claramente la discusión acerca de muertes en exceso, buscar la seguridad aumentará inevitablemente el peligro en otras áreas. Por ejemplo, Wildavsky discute los intentos de la ciudad de Los Ángeles por promocionar la demolición de muchos de los edificios más viejos en su área metropolitana, pues se consideran inseguros en caso de terremoto. Funcionarios de la ciudad trataban de ser proactivos contra muertes posibles al colapsar edificios viejos. Pero, como él lo hace ver, desplazar a 17.000 residentes de esos edificios y alterar la actividad comercial en muchos de ellos, tenía consecuencias para la salud y seguridad. Muchos ciudadanos se benefician con las medicinas, pero unos pocos pueden tener severos efectos colaterales.

Por el contrario, afirma Wildavsky, algo paradójicamente, aceptar riesgos puede promover la seguridad. Tome cualquier lámpara estándar de mesa o de pie. En el momento en que se inventaron las lámparas eléctricas, la gente estaba preocupada en cierto grado por el paso de corriente eléctrica directo a sus dedos, pero, comparado con quemar gas o candelas, resultó ser mucho más segura. El balance valió la pena y, sólo con la experimentación al asumir riesgos, descubrimos que era seguro.

El problema con nuestro actual ambiente regulatorio, como lo ve Wildavsky, es doble: no se valora la capacidad de adaptación ante situaciones adversas, y los reguladores y quienes hacen políticas buscan lo que él llama una “seguridad perfecta.” Hoy nuestros encargados de formular políticas están rechazando esa resiliencia, haciendo que no empobrezcamos, menos socialmente estables, menos bien educados y más divididos. El segundo problema es que nuestros expertos en salud pública también buscan alguna especie de seguridad ideal o perfecta en lo que tiene que ver con el Covid-19. Cuando los hacedores de políticas compiten en una carrera hacia el fondo, en busca de medidas draconianas que luchen contra los brotes de Covid sólo mediante la fuerza bruta, ellos son alabados por ser proactivos, sin que haya una consideración cuidadosa del daño que esas políticas infligen.

UNA SOCIEDAD SALUDABLE

Más importante, ¿qué han hecho todas estas políticas de mitigación del Covid para la prosperidad humana? Si pudiéramos lograr una vida perfectamente protegida ante el Covid, ¿habría valido la pena? Aristóteles nos recuerda los problemas que surgen cuando los individuos no viven socialmente. Como lo hace ver en La Política, nuestro estado natural es en un orden social, como la ciudad, el centro del antiguo mundo griego. Él famosamente observó que el hombre que no estaba adaptado a una vida social en la ciudad era o “una bestia o un dios.” Pero, lo que ha menudo no se percibe es la siguiente oración, que él escribe, “En todos existe por naturaleza la tendencia hacia tal comunidad, pero el primero que la estableció fue causante de los mayores beneficios.” Nuestro objetivo final debería ser la promoción del florecimiento humano, lo que requiere conservar la sociedad civil ̶ el mundo social en que practicamos la política, nos asociamos libremente y logramos justicia por medio de reglas que evolucionan a partir de nuestras interacciones regulares. Este proceso se frena en el mundo del Covid.

Pero, no son meramente nuestras reglas y el sentido de justicia los que emanan de la vida social. Nuestras amistades, descritas por Aristóteles en el libro 8 de la Ética a Nicómaco, son profundamente importantes, no sólo por lo bueno que ellas hacen por nosotros y nuestros amigos, sino, también, porque la amistad es un sustituto de la justicia impuesta por el estado. Cuando la amistad es rica y profunda en el sistema político, los líderes no necesitan acudir a la coerción y la fuerza. Al infundir miedo entre nosotros, los políticos están fracturando la amistad y sujetándonos a vidas que no son naturales. En el aislamiento y ruptura de la vida social y económica durante esta pandemia podemos ver fácilmente las raíces de nuestro reciente malestar civil, disturbios y anarquía.

Ninguno de esos trastornos obligados y conscientemente elegidos se hicieron basados en mala fe. No obstante, el aislamiento y separación de nuestros amigos, seres amados y vida social no es natural y no viene sin un costo. Puede fracturar irreparablemente nuestro tejido social. Esperar por meses en un aislamiento sin que haya un conjunto claro de objetivos, disminuye la cohesión y confianza entre los gobernados. A nivel del régimen, eso abre la posibilidad de un cisma creciente entre gobernados y quienes gobiernan. Esa situación invita a potenciales abusos de poder.

La Declaración de Great Barrington puede no tener todas las respuestas, pero, al considerar qué tan pobremente lo hemos hecho hasta el momento, puede ser un paso en la dirección correcta. El virus nos ha dejado perplejos y sorprendidos a todos, incluso a los expertos. Esta declaración está obligando a iniciar una conversación muy necesaria acerca de lo que estamos haciendo, cuáles son nuestros objetivos y qué es necesario para que todos los alcancemos. Tal conversación es necesaria pues todavía vivimos en una sociedad representativa, liberal y relativamente abierta. Es hora que regresemos a la discusión como camino hacia la política: Es hora que quienes hacen las políticas escuchen puntos de vista alternativos y que los discutan. Es hora que los líderes de nuevo confíen en los ciudadanos, para que la confianza recíproca de la ciudadanía en sus líderes no sea inexorablemente rota. Es también hora que reconozcamos que un año perdido en el aislamiento puede no valer el riesgo para muchos millones de personas alrededor del mundo.

No es irrazonable decidir que una vida relativamente “normal” valga la compensación. Es irrazonable ni siquiera permitir la discusión de la elección que hay que tomar.

G. Patrick Lynch es compañero sénior en el Liberty Fund. Trabajó como profesor asistente en el Departamento de Gobierno de la Universidad Georgetown. Estudio Ciencias Políticas en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill y en Furman University.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.